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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 14 de octubre de 2003

¿Cómo leer y escribir en la Argentina?

 






1. ¿Cómo contamos y creamos historias perversas sobre pueblos perversos en un mundo perverso? La literatura profana. Leer y escribir son formas de perversión y sacrificio. Un lugar donde desaparece gente es ideal para la literatura como estética de la pérdida de sentido.

    2. ¿Cómo creamos y contamos las historias de pueblos prejuiciosos en un mundo prejuicioso? ¿Qué tipo de pueblo perverso somos y como nos retrata nuestra literatura? Habría que empezar viendo Dogville, de Lars Von Trier. Y luego cruzar el cristianismo en esa película con la religiosidades políticas locales, con los monstruos de Cortázar, las fuerzas extrañas de Lugones, el horror de Quiroga y la tradición de prostitución y traición en Arlt.

     3.¿Cuáles son las relaciones en este marco entre lengua, literatura, cambalaches, perversidades, prejuicios y democracias? El peronismo y la destrucción de la Argentina son excepcionales obras de arte. La literatura argentina, como testigo, es terreno de memorias y olvidos sobre estos fenómenos. Borges decía que deberíamos cultivar el arte del olvido. Otros políticos también creyeron y creen que el problema radica en la resistencia al olvido.

     4. ¿Cómo pensar nuestro país desde la literatura y la literatura desde nuestro país? La literatura constituye una relación entre la muerte y la escritura como despertar.  ¿Pero y si la Argentina se durmiese en nuestros libros? Cuerpos argentinos que caen, literatura que cae. Reflexionamos distorsionada y perversamente sobre una escritura en la cual caemos. ¿Cómo es posible una escritura desde el lugar de la muerte, de las ruinas, de la violencia, de la ausencia, de la tragedia argentina? ¿Cómo sino en forma de pérdidas, deshechos, carencias, huellas, cicatrices? Soñar en la Argentina es una manera de enfrentar la realidad de una muerte muy concreta. Y la literatura es nuestro cadáver animado. Si hay un legado de impotencia, inaceptabilidad e incomprensibilidad en el corazón de la existencia y la experiencia literaria, la literatura es aquello que no puede interpretarse sino negando la interpretación.                         

     ¿Debería nuestra literatura tratar de ayudar a construir un Estado mejor para un país mejor, vieja pregunta desde Platón a los románticos? ¿Representa nuestra literatura ciertos valores y artes que hemos destruido o dejado de lado en nuestro país? La literatura es un lugar perverso donde decir lo que somos. Por eso muchas veces es rechazada. Pero si poseemos como único saber las certezas de lo incierto, nos refugiamos cobardemente en la literatura. De allí la ironía de la literatura que, en busca de más vida, cobarde y perversamente, se encuentra con la muerte. 

     Sin embargo, no todo son espinas y la experiencia de la literatura es la de una pasión y resistencia infinitas, unos restos imborrables. La falta de camino, nuestras detenciones de la acción, derivan del hecho de que estamos ante una experiencia ilimitada y una discordancia entre los impulsos artísticos y la historia, que tal vez siempre discordaron. Y esto hace que, como en Rayuela, se confundan el lado de acá y el lado de allá. La literatura nos habla del ausente que no está en el cielo o en la tierra y habita una extraña región incompleta e inconsistente.

     Soñar y despertar, oscuridad y luz. Si toda vida imaginativa comienza en estas correspondencias, en la aparición de algo no existente, como si existiera, es donde encontraríamos la cuestión sobre la verdad de la literatura, producción estética de lo ciego --la expresión-- desde la forma; “hacer cosas de las que no sabemos lo que son”(Adorno 1983: 153).

     Así la literatura es otra manera de traicionarnos, momento de lo impronunciable cuya pronunciación es forzada para encontrar una salida. ¿Cómo desafiar nuestros encierros argentinos, nuestras imposibilidades históricas?  La literatura está siempre por revelarlo, forma del pensar derivada de una crisis existencial que nos obliga a introducir otras identidades.     

     La literatura vive de querer decir el más allá de las palabras, aspira al Ser o a la muerte, de allí la frase “Perón o muerte”. La imposibilidad de una expresión más acabada exalta lo dicho que salta más allá del sentido y de la misma literatura. Es que la literatura añora la no-literatura, y esta añoranza fuerza al escritor a socavar sus afirmaciones para permanecer fiel a su vocación. La atracción de un escritor hacia su literatura es una atracción hacia lo que ella no es. Las ansias utópicas de escape y el regreso utópico al refugio del lenguaje son condiciones de la literatura. Hay una raíz utópica en ella, marcada por un disgusto por la misma historia y por las historias, ambas cautiverios pero teniendo la literatura una pretensión de libertad. Los sueños y la escritura son ambos homenajes a una realidad perdida que no puede reproducirse a sí misma excepto mediante su repetición en algún nunca alcanzado despertar.

     He partido en 1990 de la Argentina ante lo que percibía como una ausencia de corporalidad propia de una nauseabunda decadencia. Regresé hace unos meses en momentos en que me pareció necesario y a la vez factible hacerlo. No estoy seguro de continuar en la academia literaria. Mucho huele a roído en las universidades, de Argentina y del mundo, donde pasean compadritos, entre estudiantes y profesores, para quienes pensar es abofetear el pensamiento con recursos de autopromoción barata, lastimosamente enrostrándonos sus resentimientos de superficie, desdeñosos de la mirada del otro y, al mismo tiempo, esperándola para justificar su también plagiado desdén. Pensar es algo que perturba el alma de tanto considerar. Y es muy difícil defender la duda convencida que torpemente vacila ante la soberbia firmeza del compadrito. Su asombroso descaro acaba por sofocar e imposibilitar la respuesta del dubitativo, intimidado además por el gesto arrogante y simulado de los elegidos del saber y del dolor. Las universidades no podían ser ajenas a la corrupción y mercantilización de los años 90.

     Pienso en mi experiencia en todos estos años, atravesando distancias con el esfuerzo físico correspondiente para perder países, como decía Pessoa, y tal vez recuperarlos, partiendo en su búsqueda. La Argentina debe ser buscada, al menos a eso yo he regresado, y nuestra literatura ser testigo de esa búsqueda bajo la luz de la vieja disputa entre Borges y Perón sobre la naturaleza de nuestra realidad.

     Nuestra crítica tanguera, forma autóctona de negatividad, fomenta una ética picaresca que corrige entusiasmos con sistemáticas sospechas e ilimitadas paranoias. Somos los argentinos buenos críticos literarios, militantes del escepticismo, amantes del fracaso y los espejismos, para quienes el narrador nunca es confiable, el mundo es ilusión. Es decir, Borges y Perón.

     5. Necesitamos nuevas y viejas palabras e historias. La miseria argentina es también una miseria verbal, como vería Borges tempranamente. Necesitamos recuperar las palabras y buscar otras que digan lo que queremos decir. Necesitamos recrear el lenguaje de nuestro nuevo conventillo. ¿Cómo escribimos los argentinos? ¿Y qué nos revela la respuesta a esta pregunta? ¿Qué problemas acarrea la representación de nuestro lenguaje? Como el personaje de Daniel Moyano en El Vuelo del Tigre, tenemos que conjugar verbos que no conocemos, y otros que hemos olvidado.

     6. ¿Cómo leer esas palabras? ¿Cómo escribirlas? Si acordamos con Paul de Man en que la vida es una resistencia a la lectura y que leer es leer la diferencia entre vida y lenguaje, leer es casi imposible como una acción completa, sin el humo del Chaltén y palabras como nubes interponiéndose en el camino. Lectura sucia que nos tienta a abandonar la lectura. No podemos leer la Argentina enteramente y eso crea desastres e injusticias. Leer la Argentina es incrementar nuestra conciencia de ceguera sobre la Argentina, estar náufragos y ansiosos de lecturas, como esclavos y analfabetos del siglo XIX, en los comienzos de la nación. Los cuerpos que forman un manuscrito argentino ilegible escriben sin “hablar”, silenciosos escritos sin saber lo que se está escribiendo. El lector argentino ha de captarlo mediante una experiencia sin palabras que recrea el mundo . Tal "traducción" convierte a ese virtual lector argentino en un mejor y más sabio oyente: menos seguro, más sensible.

     La Argentina oculta existe dentro de nosotros y nuestro fracaso en iluminarla es la historia de una circulación de lo indescifrable. ¿Cómo puede leerse nuestro ilegible? Leer nuestros ilegibles es reducirlos a lo legible, interpretarlos como si fueran del mismo orden de lo legible. Nuestra tarea no sería tanto leer nuestros ilegibles como una variante de lo legible sino repensar lo legible como una variante de nuestros ilegibles. La "lectura de nuestros ilegibles” podría lograrse sólo a través de una modificación radical del sentido de esa “lectura”.

     Esta Argentina, si bien bastante escrita, bastante leída, nunca se acaba de leerla. Tal vez sea hora de leerla de una manera inédita, fuera del propio tiempo, como el Quijote de Ménard. O por lo menos para mí y por eso he regresado. Salirse del espacio a veces ayuda a salirse del tiempo. Necesitamos cierto arrojo literario, intelectual, profesional y existencial.

     Al principio de esta charla recomendé la película “Dogville”, acusada de sexismo y misantropía. Y es que la influencia de nuestras ciencias sociales ha generado cambios en nuestra ética de lectores y escritores. Pero el conocimiento necesita tensión, ironía, lectura, apertura al lodo de la historia,  y menos prejuicios políticamente correctos. Hay que construír, como el hornero, con el barro. La banalidad de salón que ha hecho su nido de plástico en los 90 tiene que ser criticada si nos interesa rescatar la tarea intelectual de potenciales lectores y escritores de un país independiente. La posibilidad de la recuperación de la Argentina es, entre otras cosas, la posibilidad de la producción de un pensamiento. Lo que está en juego es la escritura de nuestra independencia. La erosión de la palabra escrita y hablada, la falta de compromisos, las ignorancias doctorales y populares, la rendición al presente, fue fundamentalmente obra nuestra.

     El estudio de nuestros propios ensayos y de nuestra historia como puntos de partida para la recreación de un sentimiento nacional o regional no deberían perturbarnos. Ese sentimiento no debería perturbarnos. Ni tampoco deberíamos asustarnos de repensar la raza cósmica de Vasconcelos, de una actualidad que asusta más allá de su racismo de época. Debemos recuperar nuestros objetivos intelectuales y educacionales y, con ellos, la pasión por explorar. Nuestras notas prolijas, sopesadas y calibradas, son nuestra tragedia intelectual.       

     Viajar a nuestras palabras, a nuestros países perdidos, “allá lejos y hace tiempo”, cuando dejamos de contar, nos recordará y nos instará a variadas maneras de saber, de leer y de escribir. Pero hay temor a no ser tomados en serio o a fracasar. Si el bárbaro es aquel cuyos sonidos articulados no producen sino un conjunto de fonemas incomprensibles,  la corrupción y barbarie están también en nuestra escritura, en nuestra casa. Los escritores académicos son a veces damas de companía privilegiados oportunistas viajando en la corriente de la moda, obedientes a un formato burocrático de corte. Tal vez las nuevas escrituras vengan de un desierto patagónico, si no excepcionales y pulidas al menos independientes.

     Necesitamos intuiciones, nuevos conceptos, y un cierto hermetismo que define la libertad de movimiento del escritor como vagabundo de los saberes que va estableciendo conexiones, definiendo un estilo y una ética. El estilo refleja en su espejo la naturaleza del peligro. El escritor prefiere el estilo y la energía, lo trágico y lo sublime, la elección y la virtuosidad, permite una actividad en el registro de lo ético. Martínez Estrada definió al escritor como un hombre que agita,

“vikingo de mares incógnitos, un viajero que sueña en continentes desconocidos, el más fecundo proveedor de materiales de fermento para la cultura filosófica; un hombre en rebeldía, como lo llamó Camus, un hombre que hace en su persona entera el experimento de ensayar otras formas superiores e inéditas de vida” (Martínez Estrada: 1967).

     Nuestros aprendices de escritores, trovadores del conocimiento, aprenderán sobre gracias y desgracias en todas las rutas y calles y despausterizarán nuestros saberes. No se construye un estilo y un país, sino sobre abismos. El escritor sabe que no hay descanso en la comprensión. Y una mirada agotada no ve nada. Ese cansancio produce una ceguera que lleva a la entrega o al apresuramiento para salir de una situación: la posada del ojo.

     Los especialistas en educación nos dicen que los resultados educativos, nuestra capacidad para leer y escribir por ejemplo, están relacionados con una situación social del país que se deteriora crecientemente. No es cierto. Es sólo otro prejuicio de las ciencias sociales siempre defendiendo al buen salvaje. Ya que ésta es la situación social presente también en el mundo desarrollado. Y los jóvenes docentes enfrentan el riesgo de una educación donde la relación docente/alumno se quiebra porque se incorporan a la enseñanza y al aprendizaje universitario jóvenes con un universo cultural e utopías diferentes a los históricos de la universidad. Y aplicar estímulos salariales en relación con resultados y rendimientos de las instituciones educativas sólo genera una hiperinflación y ficcionalización de los resultados. Los alumnos terminan aprobados por cuestiones sociales, ideológicas, económicas o derivadas de un marco de emergencia.

     Hoy los alumnos dejan de ser alumnos y ejercen reivindicaciones desde el lugar de los profesores. Todo mezclado en nuestro cambalache, con la desordenada ley enmarcada en un supuesto compromiso social. Las instituciones educativas tienen un problema muy serio que nadie parece querer enfrentar. Los estudiantes egresan sin rigor alguno. Y entran a la universidad como a un estadio de fútbol, sin ser examinados. No hay contención, dicen. Es mucha exigencia para los estudiantes, dicen. Yo creo que estos discursos están arruinando a nuestros jóvenes y a nuestra universidad. La universidad requiere cierto esfuerzo sistemático y disciplina que los nuevos sectores que la habitan no quieren practicar.

     Sarmiento hombre político, hombre de letras, interdisciplinario, pensó al Estado como obra de arte. Yo propongo estudiar el terreno literario argentino e iniciar nuevos viajes de diagnóstico a lo Bialet Massé, con una nueva politica y sensibilidad románticas encaminarnos hacia la creación de nuevas instituciones. La diseminación de la educación literaria es peligrosa sin un claro propósito de esa educación, decía Alberdi.

     La capacidad de leer representa la base misma de una educación intelectual. Aprender a leer no es sólo un episodio de la niñez sino una condición para la independencia intelectual, política y económica,  y para la adquisición de valores (palabra que hay que recuperar de la dictadura). Tal vez sea el tiempo del regreso de los payadores, los viajeros patagónicos (ahora de la Patagonia hacia las grandes urbes, Kirchner es un ejemplo) y los exámenes de ingreso (que ya no sea un privilegio de la dictadura). Así nos pondremos a estudiar. El país lo necesita.


Obras Citadas

Adorno, Theodor (1983). Teoría estética. Buenos Aires: Ed. Orbis.

Borges, Jorge Luis (1989). “Pierre Menard autor del Quijote” en Obras Completas 1923-1949.

            Buenos Aires: Emecé.

Cortázar, Julio (1984). Rayuela. Barcelona: Bruguera.

Martínez Estrada, Ezequiel (1967). En torno a Kafka y otros ensayos. Barcelona: Seix Barral.

Moyano, Daniel (1981). El vuelo del tigre. Madrid: Legasa.

Von Trier, Lars (2003). Dogville. Vancouver: Lions Gate Films.