Una amiga italiana, encerrada en su casa en Roma, me dijo que la convocaron a participar de un Decamerón. Y pensé... ¡qué excelente idea! En vez de la peste negra, el coronavirus. Acepto, entonces, yo también invitaciones a escapar a las colinas a contar historias junto a alguna pequeña comunidad aristocrática, escondidos para pasar el tiempo liberados de la infección, entre andanzas eróticas con chicas bien educadas y de buen gusto.
Para los que se sientan apasionadamente vivos como Boccaccio, y que tienen que hacer una cuarentena de catorce días por haber estado en países de alto riesgo (casualmente el mismo tiempo que permanecen en la villa los personajes de Boccaccio, solo contándose historias durante diez días ya que los viernes y sábados no se relatan cuentos), no sería una mala idea aventurarse en una experiencia decameroniana de reflexión y relato de historias de amor, inteligencia y fortuna.Yo no estoy en ese grupo pero me encantaría huir con siete doncellas y otros dos hombres, todos destinados a Eros, el dios del amor.
Así que espero que alguna Pampinea de por acá me invite a contarnos cuentos, cantar y bailar en algún idílico lugar lejos de la gran ciudad.
La utopía contra la plaga si se nos impone la plaga contra la utopía. No es solo escapista sino también terapéutico. No escuchemos y veamos solo enfermedad y muerte. Ya Nietzsche sentenció, “cuando uno mira mucho tiempo un abismo luego éste mira dentro de ti”. Y un consejo antiséptico: los malos humores te hacen susceptible a los virus, bien lo sabía Boccaccio, así que cambiá la cara y ponele buena onda!
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