Participar en el debate o callarse, es allí donde oscilo, participando sin saber cómo en el debate: desiertos de la participación. Y no puedo ver más lejos. La herida de las voces precisa ser enternecida. Hay una voz que arriesga lo que la define.
¿Qué decir aquí entonces? El balance ético no se restaura después del desastre. Pero alguien salió a respirar para no hundirse en su mirada. No hay descanso en la comprensión de ciertos temas. Siempre hay algo que nos perdemos. Y no podemos ver todo lo que nos perdemos. Y a veces cuanto más debatimos más nos perdemos. Una mirada cansada no ve nada y ese cansancio puede producir una inmensa ceguera que nos lleve de nuevo al asesinato. ¿Cómo vivir en paz con lo que no vemos, con nuestros fantasmas? Frente a lo imposible: pasividad, pasión, paso. Inventado e inevitable salto mortal del que escribe sobre ello a través de cosas innombrables.
Se han agitado buscando más vida y encontraron la muerte. Han dado un paso más allá para permitir que algo pase.
De repente un sujeto emerge pregunttándose lo que quiere cuando descubre la ceguera. El conocimiento de nuestras cegueras es nuestra oportunidad en la vida y el origen de nuestras perversiones.
Luego el tiempo continúa. El instante se ha ido y queremos algo más.
No parezco explicar nada. Eso me tranquiliza. No tengo nada que explicar. Soy inocente.
Participé en el debate y no participo más. Pero me pueden encontrar.
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