También describe Canetti lo que llama las mutas de caza y de guerra. Todos estamos allí, asesinos a escondidas, lamentadores multiplicantes en busca de una comunión interna y silenciosa en medio de la guerra, con religiones que suprimen las distancias obligadas, lentamente. Las naciones y, por tanto, la Argentina entre ellas, tienen sus propios símbolos de masa: los ingleses, el mar; los holandeses, el dique; los alemanes, el ejército o, lo que es lo mismo, el bosque en marcha; los franceses, la revolución; los suizos, las montañas; los españoles, el matador; los italianos no lo tienen a fuerza de querer imponerse uno; los judíos, la muchedumbre que cruza años y años por el desierto.
Las masas son inflacionarias, con el placer voluptuoso del número que crece de golpe, devaluando, en algunos casos para llegar a la autodestrucción. Asir, incorporar, manías destructivas y supervivientes pasionales, poderosos que se salvan y aversión de los poderosos a los que se salvan, a la sucesión. Los muertos también peuden ser supervivientes de masas que cayeron en epidemias, batallas, suicidios masivos.
Fuerza y poder. Rapidez de dar alcance o de agarrar. El secreto diluído en las democracias en las que todo se va en palabrerío. Nos place enjuiciar, huir en masas palpitantes a la espera de órdenes, de caballos, de flechas, de emasculaciones religiosas, esquizofrénicos, trozos desprendidos de masa, signos del comportamiento colectivo y del poder.
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