Es
interesante la metáfora musical cuando se dice que algo está “orquestado”, porque
se asocia la música al delito. No solemos decir que algo ha sido “orquestado”
para hablar de algo bueno. De cualquier manera, fueron tantos los saqueos que
necesitamos agregar otras variables a la ecuación.
Otra
metáfora que asociamos generalmente con algo malo es la expresión química
“caldo de cultivo”, asociando en este caso a los laboratorios (y por qué no
también a las amas de casa) con el delito. Más evidente y estudiado es el uso
metafórico de la palabra “contagio” en el estado del contexto de nuestra “salud
pública”. Las metáforas desplazan,
tienen un efecto tranquilizador, lo opuesto a lo que ocurre con la falta de
dinero en una sociedad consumista.
Alguien alguna vez se animó y lanzó esas metáforas,
seguramente suponiendo que eso no acarrearía riesgos o costo alguno. De igual
manera hoy encontramos en la presidenta o en algunos funcionarios osadías lingüísticas
propias de escenarios de saqueos. Y este no es un detalle menor ya que la
política es pedagogía.
El
discurso del poder tiene una enorme influencia en la construcción de la cultura
social. Por eso no es banal la reflexión sobre los atuendos de la presidenta,
como tampoco lo era otrora la Ferrari de Menem ni lo es hoy el austero estilo
de vida de Mujica. La tragedia social y la
corrupción en las más altas esferas del Estado marchan juntas en Argentina.
¿Cuál es gravedad de robarse un plasma si un funcionario puede robarse una
empresa?
Nuestros
expertos en los ministerios de educación deberían saber de qué se tratan todos
estos juegos del lenguaje, sobre todo teniendo en cuenta que en los saqueos
hubo muchos jóvenes que probablemente no trabajen ni estudien. Pero en esos
escenarios de adineradas almas bellas no se piensa en lo que pasará con la
Argentina. Lo que nos ocurre es justamente el resultado de la ausencia de
proyecto, modelo, ideas y voluntades para reconstruir un país. No niego que hay
algunos que quieren llevarlo a cabo y que alardean poseerlo, pero no hay peor
ignorancia que la de la propia ignorancia e incapacidad.
Hay
otra palabra que el gobierno ha omitido durante mucho tiempo: inseguridad. En el mejor de los casos
porque cree –no sin fundamentos atendibles- que hablar de ello aumenta la
inseguridad. Pero no advierte o prefiere
no advertir que la indigencia moral y la decadencia cultural aumentan mucho más
la inseguridad, y especialmente cuando el discurso que pretende incluirlas es
un discurso del resentimiento reinando en un océano de impunidad. Hay una
cultura del trabajo y del estudio perdida en un país que prefiere premiar a los
aventureros.
El último informe de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (Cepal) aseguró que cerca del 30 por ciento de los niños
argentinos son pobres. Pero los saqueos no son el resultado exclusivo de la
pobreza, ni del altísimo nivel de empleo en negro -50% en los índices más
optimistas-, ni de la inflación, ni de los incumplidos subsidios ni de una
organización todopoderosa revolucionaria o contrarrevolucionaria.
En un país arrasado por el ejemplo neoliberal de que cada
uno puede hacer lo que quiere (hay un punto de contacto entre la ausencia de
ley y la glorificación de la libertad individual que el anarquismo conoce bien,
de allí la facilidad con la que se extendió como en ningún otro país el neoliberalismo
en la Argentina siendo ejemplo para el mundo: solo fue posible por una fuerte
matriz anarquista de nuestra cultura que dio también sustento al peronismo),
los saqueadores y Cristina tienen mucho en común. Van por todo, los burgueses,
contra la burguesa ley. Los que se llevaron electrodomésticos actuaron como si
estuvieran haciendo la apología de la impunidad. El delito se acopla a las
posibilidades de cada uno.
En
la Argentina han crecido notablemente las villas miseria, los asentamientos y los
shopping centers por igual. En los grandes centros urbanos
hay un conjunto de problemas que no tienen necesariamente que ver con el hambre
sino con el mal vivir. Y siempre,
claro está, cuando existe ese “caldo de cultivo”, la política “mete la cola”. Pero
para que lo haga tiene que encontrar pobreza cultural, desintegración social,
resentimiento, frustración, y la suposición de que esos actos no tendrán
castigo.
La política ejerce siempre, insistimos, para
bien o para mal, una pedagogía. Se trata de dar el ejemplo, de
educar a través de ese ejemplo. ¿Qué mensaje envían gobernantes que exhiben sus
riquezas mal habidas transformadas en propiedades, que se callan cuando más hace falta su
palabra y que cuando hablan mienten descaradamente y avivan el conflicto?
Diciendo que
vivimos en el mejor de los mundos se le miente al pueblo. Violencia Rivas lo
entendería muy bien. El personaje de Capusotto es una expresión del hartazgo de
los maltratos cotidianos en los tiempos que corren. Los que nunca vieron a sus
padres trabajar ejercen, como Violencia Rivas, con mano propia, el derecho a
ser felices.
Por eso la batalla más dura es la
cultural en una sociedad que se ha acostumbrado a lo impresentable como quien
se acostumbra a una vieja dolencia. La crisis es política y cultural más que
económica. Claro que hay grupos que instigan a
otros y que hubo punteros y dealers
involucrados. Pero de eso hablamos, de la corrupción enquistada en nuestra
cultura a punto de considerar la trata de personas como algo normal.
Escribo sin luz porque se ha cortado, nuevamente. Y busco, en la
oscuridad, lo que Bateson llamaba la pauta que conecta.
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