Del nacionalismo lugoniano y su meta de una sociedad conducida por un caudillo se apropió el peronismo. Sus principios derivarían de la doctrina social católica y los valores criollos tradicionales. Pero luego llegó la pelea con la Iglesia.
Poco quedaría de la potencial herencia política y cultural del criollismo ilustrado de Borges, de la que se apropió la “libertadora”. Quizás el gobierno de Alfonsín fue el último intento digno de continuidad con esa visión ilustrada.
Con Francisco, el nacionalismo católico peronista recobró fuerzas frente al nacionalismo de la izquierda peronista. Pero no parecen ser suficientes, porque en las elecciones pasadas se vio que la tradición cosmopolita y liberal no está muerta y se enfrentará al nacionalismo conservador una vez más.
En el ballotage, la tradición de Gálvez, Lugones y Ricardo Rojas se enfrentará nuevamente a la de Agustín Álvarez, Carlos Bunge y José Ingenieros. Para la primera siempre ha sido necesario ir por todo puesto que no concibe pactos posibles con el enemigo, de allí que Juan Moreira mate al inmigrante, en la novela de Eduardo Gutiérrez. La segunda, por el contrario, ha confiado en que la propia cultura se enriquece abriéndose al mundo y es crisol de civilizaciones diferentes. Es cierto que ni Scioli es verdaderamente un nacionalista y ni Macri está cerca de ser un liberal ilustrado.
Pero esas dos grandes tradiciones culturales argentinas se están alineando de uno y otro lado, no sin dificultad en ambos casos, pero cada vez más con la convicción de que sus posibilidades de supervivencia, en un país devastado, pasan por esas dos veredas respectivamente, por más que Scioli haya sido funcionario de un gobierno neoliberal y Macri se haya opuesto a medidas consideradas progresistas en el congreso. Las tradiciones que representan los exceden en demasía, para bien en el caso de los que los apoyan y para mal en el caso de los que los denostan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario