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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Frente a frente, dos tradiciones argentinas




En el siglo XIX había dos formas de civilidad posible para quienes gobernaran la Argentina: la Civitas clerical de la España católica y la civilización de la Ilustración. Atrapado entre ellas y los indígenas, Martín Fierro no tenía dónde ir. A comienzos del siglo XX Lugones creyó en la supremacía cultural de ese gaucho, insistencia que lo llevó al nacionalismo fascista. A esa visión se opuso la mirada de Borges, quien discutió la interpretación lugoniana del Martín Fierro como épica de los criollos. No se trataba de una épica, sostuvo, entre otras cosas porque el personaje tenía poco de ejemplar: era un asesino y un desertor y, por tanto, contaba más con las cualidades contradictorias de un personaje novelesco. A la propuesta lugoniana, que deseaba fijar la identidad argentina en el pasado, Borges opuso una visión dinámica de la nacionalidad y nos urgía, como Sarmiento, a mirar hacia el futuro. 
Del nacionalismo lugoniano y su meta de una sociedad conducida por un caudillo se apropió el peronismo. Sus principios derivarían de la doctrina social católica y los valores criollos tradicionales. Pero luego llegó la pelea con la Iglesia. 
Poco quedaría de la potencial herencia política y cultural del criollismo ilustrado de Borges, de la que se apropió la “libertadora”. Quizás el gobierno de Alfonsín fue el último intento digno de continuidad con esa visión ilustrada.  
Con Francisco, el nacionalismo católico peronista recobró fuerzas frente al nacionalismo de la izquierda peronista. Pero no parecen ser suficientes, porque en las elecciones pasadas se vio que la tradición cosmopolita y liberal no está muerta y se enfrentará al nacionalismo conservador una vez más. 
En el ballotage, la tradición de Gálvez, Lugones y Ricardo Rojas se enfrentará nuevamente a la de Agustín Álvarez, Carlos Bunge y José Ingenieros. Para la primera siempre ha sido necesario ir por todo puesto que no concibe pactos posibles con el enemigo, de allí que Juan Moreira mate al inmigrante, en la novela de Eduardo Gutiérrez. La segunda, por el contrario, ha confiado en que la propia cultura se enriquece abriéndose al mundo y es crisol de civilizaciones diferentes. Es cierto que ni Scioli es verdaderamente un nacionalista y ni Macri está cerca de ser un liberal ilustrado. 
Pero esas dos grandes tradiciones culturales argentinas se están alineando de uno y otro lado, no sin dificultad en ambos casos, pero cada vez más con la convicción de que sus posibilidades de supervivencia, en un país devastado, pasan por esas dos veredas respectivamente, por más que Scioli haya sido funcionario de un gobierno neoliberal y Macri se haya opuesto a medidas consideradas progresistas en el congreso. Las tradiciones que representan los exceden en demasía, para bien en el caso de los que los apoyan y para mal en el caso de los que los denostan. 


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