Nos mentimos a nosotros mismos para engañar mejor a los
otros y para sentirnos bien, afirma Robert Trivers en La insensatez de los necios. En el caso de la política, se utiliza
el autoengaño por su poder manipulador y aglutinante aunque no sin otras consecuencias:
no hay mejor receta que no tener conciencia de la realidad para que ésta se nos
venga encima de manera inesperada y dolorosa. El engaño fomenta el autoengaño e
impide la evaluación crítica, atacándola o destruyéndola ya que resulta
amenazante.
Las narraciones históricas falsas son mentiras que nos
contamos acerca de nuestro pasado histórico y cuyo objetivo es justificarnos y
glorificarnos. Sugerir que somos especiales, que también lo son nuestros actos
y que lo fueron los de nuestros antepasados, es un relato histórico falso que
acaba en un autoengaño social cuando buena parte de la sociedad lo cree. Una
gran mentira para cambiar el mundo, decía el astrólogo de Roberto Arlt. La
construcción de un relato épico patriótico que fomentó la cohesión grupal y la
autocomplacencia ha servido para racionalizar las acciones del gobierno. El
vocablo “gorila” solía referirse a alguien que odiaba a los peronistas; luego
pasó a referir a quienquiera que los peronistas odien; un caso sencillo de
negación y proyección. Igualmente pasó con el concepto de “golpista”, que solía
referirse a quien promoviera un golpe y luego pasó a referir a quienquiera que
los kirchneristas quisieran que desearan y promovieran un golpe.
Los relatos históricos falsos son defendidos con ferocidad y
sirven para justificar cualquier acción. Está el que miente a sabiendas pero,
una vez creada, esa mentira constituye el autoengaño del grupo en cuestión. El autoengaño
es un factor importante en la guerra. Y Trivers dice que son cuatro las causas
de las decisiones militares erróneas: se confía excesivamente en las propias
fuerzas, se subestima al enemigo, se pasan por alto los informes de
inteligencia y se desperdician recursos. Una vez que el autoengaño entra en
juego, la mente consciente no quiere oír nada que la contradiga, aún cuando los
datos provengan de nuestros propios agentes cuya misión específica es
proporcionar esa información. De hecho, la antigua regla era fusilar al
mensajero que era portador de malas noticias.
El autoengaño fomenta además la guerra. La tendencia a
autoensalzarse de la presidenta habla de un mecanismo de evaluación defectuoso
que ha hecho más probables las agresiones y más costosos los conflictos. La
guerra es llevada adelante por personas que tienen una óptima opinión de sí
mismas, una confianza excesiva y la ilusión de que controlan las situaciones.
El prejuicio de creerse superior a otros tiene que ver con el afán de emprender
guerras: quienes hacen la guerra son los poderosos. Y quien está en una
posición de poder ve disminuida su inclinación por contemplar el punto de vista
de los otros, infieles o no iniciados. Algunas
religiones pregonan el amor dentro del grupo y el odio genocida hacia afuera, como
ocurre con todo grupo considerado el “pueblo elegido”, la medida de lo que es
bueno, con una visión totalizadora y privilegiada del universo. Su causa es
considerada justa de modo que sus acciones no pueden ser malas porque las
realizan en nombre de tal causa. De igual manera se ha avalado siempre la
corrupción e incluso la muerte en la historia. En el caso extremo del ISIS estos días, los
creyentes tienen el deber moral de matar al infiel, y, al hacerlo, son los
verdugos de la causa o, en los casos religiosos, de Dios. Podemos pensar que
buscamos la verdad cuando solamente estamos desarrollando nuestros prejuicios y
creencias. Y sin verdad no hay justicia.
Hay en toda vida social fuerzas del engaño y el autoengaño,
sostiene Trivers. Por las ventajas inmediatas que nos proporciona este último
los argentinos con frecuencia lo practicamos. Tener conciencia del engaño y el
autoengaño sufridos nos permitirá, sin embargo, defendernos y combatir en
nosotros mismos esas tendencias, ser más perspicaces con respecto al mundo que
nos rodea, los gobiernos y las ficciones que, muchas veces sin saberlo, nos
contamos a nosotros mismos y a nuestros familiares, amigos y conciudadanos, con
los que hay que volver a compartir la mesa.
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