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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 30 de enero de 2016

El adivino


“Somos el puente que une el ayer y el hoy, somos el futuro, somos humanos….” Eso escribió un geómetro de Grecia. La inscripción se halla tallada sobre un mármol hace más de 2.700 años. Según cuenta el poeta Estersícoro, un día llegó a ese mármol un anciano a pedirle a Hermes que convierta un círculo en un triángulo, algo en lo que venía trabajando desde hacía treinta años sin éxito. Apenas terminó de emitir su pedido, se levantó una tormenta y Hermes le contestó que él era círculo y triángulo, vida y muerte. Y le dio el don de la profecía. “Es más fácil prever el futuro”, le recomendó. Desde entonces, cuando la ciencia falla, la magia –que no precisa de explicaciones- triunfa.  Esa profecía otorgada, de cualquier manera, no era gratuita. Era necesario, por ejemplo, abrir cuerpos de animales para poder ver.  

¿Qué pasará mañana?, se preguntó entonces el anciano, intentando probar sus recientes dotes. Sin encontrar respuesta, marchóse a su casa pensando si había sido realmente bueno lo que le había ocurrido. “Llevo mi destino a cuestas”, se dijo y observó la hora. Miró el cielo y de repente recordó que tenía que entregar una carta a un amigo antes de volver a su casa. Al llegar al hogar de su amigo, éste lo hizo pasar, lo invitó a jugar al Gran Juego y  le sirvió una taza de kykeon. Apenas empezaron a jugar, sin embargo, el anciano se descompuso y se disculpó para retirarse. Llegado a su casa se miró en el espejo. Introdujo su mano en el bolsillo izquierdo y sacó una hoja de un plátano que había recogido más temprano antes de ver a Hermes. Mientras la observaba trató de recordar qué había comido que pudiera haberle caído mal: solamente un par de huevos por la mañana no podían ser responsables. Tampoco el kykeon que ni había podido terminar. ¿Podía su pensamiento haberle causado ese malestar? ¿O era el pensamiento de otro quien tal vez se lo provocaba? Casamalindres, pues así se llamaba el anciano, comenzó entonces a escuchar una voz en su oído derecho que le hablaba y le decía a dónde dirigirse y qué hacer para terminar con el dolor que sentía. Tenía que iniciar un viaje a la villa de Ouargia (la más antigua de todas las que rodean el desierto del Sahara) con una caravana de 16 hombres y comprar allí pescado fresco. Sin saber cómo ni en qué período de tiempo, Casamalindres se encontró al frente de la caravana tratando de evitar una tormenta de arena. Sintió pavor. Un buitre parecía querer acompañarlos durante todo el trayecto No sabía lo que le ocurriría. ¿No le había dado Hermes el don de la profecía? El futuro debería estar en sus manos. Observó sus palmas pero era como si ya no le pertenecieran a su cuerpo. En una de ellas se había dibujado un triángulo. En la otra, un círculo. Y supo entonces lo que le sucedería. No le habían mentido y su vida -como ninguna otra- no había sido en vano. 

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