“Somos el puente que une el ayer y el hoy, somos el futuro,
somos humanos….” Eso escribió un geómetro de Grecia. La inscripción se halla tallada
sobre un mármol hace más de 2.700 años. Según cuenta el poeta Estersícoro, un
día llegó a ese mármol un anciano a pedirle a Hermes que convierta un círculo
en un triángulo, algo en lo que venía trabajando desde hacía treinta años sin
éxito. Apenas terminó de emitir su pedido, se levantó una tormenta y
Hermes le contestó que él era círculo y triángulo, vida y muerte. Y le dio el
don de la profecía. “Es más fácil prever el futuro”, le recomendó. Desde
entonces, cuando la ciencia falla, la magia –que no precisa de explicaciones-
triunfa. Esa profecía otorgada, de
cualquier manera, no era gratuita. Era necesario, por ejemplo, abrir cuerpos de
animales para poder ver.
¿Qué pasará mañana?, se preguntó entonces el anciano,
intentando probar sus recientes dotes. Sin encontrar respuesta, marchóse a su
casa pensando si había sido realmente bueno lo que le había ocurrido. “Llevo mi
destino a cuestas”, se dijo y observó la hora. Miró el cielo y de repente
recordó que tenía que entregar una carta a un amigo antes de volver a su casa.
Al llegar al hogar de su amigo, éste lo hizo pasar, lo invitó a jugar al Gran
Juego y le sirvió una taza de kykeon. Apenas
empezaron a jugar, sin embargo, el anciano se descompuso y se disculpó para
retirarse. Llegado a su casa se miró en el espejo. Introdujo su mano en el
bolsillo izquierdo y sacó una hoja de un plátano que había recogido más temprano
antes de ver a Hermes. Mientras la observaba trató de recordar qué había comido
que pudiera haberle caído mal: solamente un par de huevos por la mañana no
podían ser responsables. Tampoco el kykeon que ni había podido terminar. ¿Podía
su pensamiento haberle causado ese malestar? ¿O era el pensamiento de otro
quien tal vez se lo provocaba? Casamalindres, pues así se llamaba el anciano,
comenzó entonces a escuchar una voz en su oído derecho que le hablaba y le
decía a dónde dirigirse y qué hacer para terminar con el dolor que sentía. Tenía
que iniciar un viaje a la villa de Ouargia (la más antigua de todas las que rodean el
desierto del Sahara) con una caravana de 16 hombres y comprar allí pescado
fresco. Sin saber cómo ni en qué período de tiempo, Casamalindres se encontró al frente de la caravana
tratando de evitar una tormenta de arena. Sintió pavor. Un buitre parecía
querer acompañarlos durante todo el trayecto No sabía lo que le ocurriría. ¿No
le había dado Hermes el don de la profecía? El futuro debería estar en sus
manos. Observó sus palmas pero era como si ya no le pertenecieran a su cuerpo. En
una de ellas se había dibujado un triángulo. En la otra, un círculo. Y supo
entonces lo que le sucedería. No le habían mentido y su vida -como ninguna otra- no había sido en vano.
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