Antes de que la biopolítica de pusiera de moda en el relato académico, el uso del cuerpo siempre había sido todo un tema. En Argentina, en particular, el gaucho no entendía bien por qué había que poner ese cuerpo a trabajar para vivir. De allí que estuviera vigente en estas tierras desde el siglo XIX una Ley de vagos y mal entretenidos, una ley diferencial, de aplicación solamente para los gauchos. Por eso para el género gauchesco la juricidad será central. Y la sociedad y el Estado tendrán desde entonces al menos dos ordenamientos jurídicos.
La libertad, sustantivo hoy tan en boga como valor supremo, se oponía a tal ley que habría hecho que se llevaran gauchos incluso encadenados a las guerras de la independencia. No es de sorprender que hubiera un problema enorme de deserciones en los ejércitos patriotas. Por eso el género gauchesco intentó convencer a los gauchos de su responsabilidad, de que tenían que trabajar y ser parte de la ley estatal. Y como muchos de los gauchos no leían, sus versos tenían que cantarse.
Ya en el Lazarillo de Ciegos Caminantes se cuenta sobre las canciones tristes y monótonas de los gauchos, de una sociedad enfrentando al Estado. Era la desgracia del guerrero salvaje. De ahí, entre otras cosas, viene también el tango, de esa tristeza. De ahí la fascinación con la entonación de la voz del cantor, las relaciones de la misma con el poder y la lengua, y el mito de Gardel.
En general, la primera evocación en la gauchesca es religiosa, como en el medioevo. Pero si el escritor, como Hidalgo, era iluminista y neoclásico, es a las cuerdas de la guitarra. El amargado gaucho necesita ser valiente para la guerra, es un valor propio de la cultura oral cuyo cuerpo es utilizado. El mismo desafío al otro también es tomado de la cultura oral, algo que en pocos lugares se ha retratado tan bien como en algunos cuentos de Borges. Se toma de la misma la entonación del desafío y, para ello, se utiliza el cuerpo del otro. En nuestra historia los argentinos hemos sabido apropiarnos del cuerpo del otro de las maneras más terribles y macabras.
“¡Vivan las autoridades!” Le hace decir el mulato Hidalgo al gaucho, que creía sobre todo en la virgen y en los santos. Hernández era masón y, sin embargo, Martín Fierro es religioso. Se usan los cuerpos y sus creencias.
El centro de este género es la desigualdad frente a la ley. Y el tono de los diálogos, y también de nuestras vidas y del tango, va a pasar del desafío al lamento. Desafío y lamento: ¿la historia de un país?
En tiempos en que las instituciones parecen desgastadas, la democracia puede, una vez más, matar a Sócrates. Pero nadie lee ya a los clásicos, ni a Platón ni al Martín Fierro. Cuando se rompe la relación con el otro, la palabra y sus usos se desvalorizan. La atrofia espiritual de una cultura de consumo da lugar a formas fragmentadas de fascismo y el cuerpo usado es un autómata moral que ya ha renunciado a su autonomía antes de convertirse en cyborg. En ese marco, la libertad, como dijera Hannah Arendt, inspirada en San Agustín, tal vez no sea otra cosa sino el milagro de la acción. La misma existencia de la Argentina pareciera hoy descansar en una “cadena de milagros”.
No es casual que aparezcan entonces cuadros depresivos donde tal vez se refugie lo sagrado. Abismos de tristeza y conciencias abatidas en melancólicos cuerpos tangueros sin saberlo son enviados a psiquiatras para otros usos. Que al poder le desagrade la tristeza no es una novedad, necesita un mundo feliz: Aldous Huxley lo vio muy bien. Debemos exigir nuestro derecho a un estado de ánimo gauchesco y tanguero que, desde la maltratada cultura, siga siendo al menos testimonio de que necesitamos una vida diferente. Y volver a pasar del lamento al desafío.
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