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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 14 de abril de 2025

Adiós desde una casa verde


                                                    (foto de la primera edición)


No es extraño que uno quiera construirse una casa. Es el sueño de muchas personas. Y al mirar el diario esta mañana recordé que el forastero de La casa verde quería hacerlo en el desierto. La casa nunca dejaba de ser un espejismo:

Desde lejos, los viajeros avistaban la construcción de muros verdes, diluidos a medias en la viva luz amarilla de la arena, y tenían la sensación de acercarse a un oasis de palmeras y cocoteros hospitalarios, de aguas cristalinas, y era como si esa lejana presencia prometiera toda clase de recompensas para el cuerpo fatigado, alicientes sin fin para el ánimo deprimido por el bochorno del desierto.”(La casa verde)

Falleció Vargas Llosa y pensé que uno puede dejar su vida en los contornos de esta casa. Porque el espanto por la realidad nos lleva a viajar y nunca fundarla. Como si la vida pasara más rápido al viajar, encontrando, como el personaje de don Anselmo en esa novela, un refugio en el viaje:

...Recorría el dédalo mangache a paso vivo, iba y venía por los tortuosos, oblicuos senderos, y así subía hasta la frontera sur (...) o bajaba hasta los umbrales de la ciudad (...) Iba, regresaba, volvía (...) agradecía con la cabeza y luego salía y proseguía su marcha o paseo o penitencia, siempre al mismo ritmo febril hasta que los mangaches lo veían detenerse en cualquier parte, dejarse caer a la sombra de un alero, acomodarse en la arena, taparse la cara con el sombrero, y permanecer así horas...(...) El arpista seguía su vida, sus caminatas.”(La casa verde)

Mientras tanto, en esta novela de Vargas Llosa la señora Reátegui no salía de Iquitos, que constituía todo su mundo: “¿no era terrible viajar por la selva?” Y Aquilino también andaba “con la casa a cuestas como una charapa, sin sitio fijo”.

Entonces noté que la partida de Vargas Llosa me recordaba que estoy en el mundo “chicha”: el mundo de lo que no se comprende, en el drama de ser y no ser, de pertenecer y de no estar presente.

Como don Anselmo, aquel personaje suyo que “desdeñaba todos los consejos y replicaba con frases que parecían enigmas”, así me sentí esta mañana, como si estuviera yendo donde no debo ir. Porque, como Fushía en la misma novela, tengo mapas inservibles, porque “los que hacen mapas no saben que la Amazonía es como mujer caliente, no se está quieta”. Recuerdo entonces el discurso de Vargas Llosa al recibir el Premio Cervantes, definiendo la ficción como "un desagravio a quienes desasosiega el vivir en la prisión de un único destino".

No es fácil explicar lo que siento ante la partida de Vargas Llosa sin caer en el lugar común o la estupidez sensiblera de quien ha compartido humildemente esta confesada vocación:

. Aunque nací en el Perú (“por un accidente de la geografía”, como dijo el jefe del Ejército peruano, general Nicolás de Bari Hermoza, creyendo que me insultaba) mi vocación es de un cosmopolita y un apátrida, que siempre detestó el nacionalismo y que, desde joven, creyó que, si no había manera de disolver las fronteras y sacudirse la etiqueta de una nacionalidad, ésta debería ser elegida, no impuesta. Detesto el nacionalismo, que me parece una de las aberraciones humanas que más sangre ha hecho correr y también sé que el patriotismo, como escribió el doctor Johnson, puede ser “el último refugio del canalla”. (M. Vargas Llosa, El pez en el agua, Memorias)

Siempre se espera el momento en que los forasteros nos demos por vencidos, cansados de vivir en

“una época en que los embaucadores nos rodean por todas partes y la inmensa mayoría de ellos -banqueros, autoridades, dirigentes políticos y sindicales, jueces, académicos- miente y delinque para enriquecerse, sórdido designio vital, sin que sus historias trasciendan las previsibles trapacerías del ratero vulgar”.

Anselmo, en La casa verde, dice ser peruano, pero nadie termina de creerle porque no reconocen la procedencia de su acento:

...no tenía el habla dubitativa y afeminada de los limeños, ni la cantante entonación de un chiclayano; no pronunciaba las palabras con la viciosa perfección de la gente de Trujillo, ni debía ser serrano, pues no chasqueaba la lengua en las erres y las eses. Su dejo era distinto, muy musical y un poco lánguido, insólitos los giros y modismos que empleaba y, cuando discutía, la violencia de su voz hacía pensar en un capitán de montoneras. Las alforjas que constituían todo su equipaje debían estar llenas de dinero: ¿cómo había atravesado el arenal sin ser asaltado por los bandoleros?”

¿Cuántas veces volvieron a preguntarme si yo era porteño al no recocer mi acento? ¿Se deberá esto a mis viajes? Pero, además, Anselmo atraviesa fronteras -el arenal- sin que lo vean, ayudado por su propia identidad fronteriza. Recuerdo que en Argentina se designa con el nombre de “fronterizos” a los niños que están en el borde entre la “normalidad” y algún tipo de mogolismo, término con el que antaño se refería a las personas con síndrome de Down. Las modas han llevado también a llamarlos “especiales”.

Yo creo, humildemente, ser un tipo especial. Pero no por mis trayectos. No hay que haber salido del país para ser un sujeto frontera. Se puede ser extranjero en el propio lugar y estar en la frontera de la propia nacionalidad. Igualmente en la política:

"...Ya metido en la candela, en esas reuniones tripartitas hice un descubrimiento deprimente. La política real, no aquella que se lee y escribe, se piensa y se imagina –la única que yo conocía-, sino la que se vive y practica día a día, tiene poco que ver con las ideas, los valores y la imaginación, con las visiones teleológicas –la sociedad ideal que quisiéramos construir- y, para decirlo con crudeza, con la generosidad, la solidaridad y el idealismo. Está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares. Porque al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder: llegar a él, quedarse en él o volver a ocuparlo cuanto antes. Hay excepciones, desde luego, pero son eso: excepciones. Muchos políticos empiezan animados por sentimientos altruistas –cambiar la sociedad, conseguir la justicia, impulsar el desarrollo, moralizar la vida pública-, pero, en esa práctica menuda y pedestre que es la política diaria, esos hermosos objetivos van dejando de serlo, se vuelven meros tópicos de discursos y declaraciones –de esa persona pública que adquieren y que termina por volverlos casi indiferenciables-y, al final, lo que prevalece en ellos es el apetito crudo y a veces inconmensurable de poder. Quien no es capaz de sentir esa atracción obsesiva, casi física, por el poder, difícilmente llega a ser un político exitoso.
Era mi caso. El poder me inspiró desconfianza, incluso en mi juventud revolucionaria. Y siempre me pareció una de las funciones más importantes de mi vocación, la literatura, ser una forma de resistencia al poder, una actividad desde la cual todos los poderes podían ser permanentemente cuestionados, ya que la buena literatura muestra las insuficiencias de la vida, la limitación de todo poder para colmar las aspiraciones humanas..." (
El pez en el agua. Memorias).

Vargas Llosa me ha deslumbrado también con La guerra del fin del mundo, esa gran ficcionalización de “Os sertoes” de Euclides da Cunha. Y con su maravilloso prólogo a Madame Bovary, novela que amaba de un autor que tanto lo marcó.

Lamento hoy su última partida desde la casa que no tengo, desde mi casa que siempre está verde.


1 comentario:

Alicia Leloutre dijo...

Hermosa tu escritura y tu despedida. Abrazo. Alicia de Filozoom.