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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 23 de octubre de 1986

El mal nunca triunfa IV (porque cuando triunfa se llama bien)

A la luz de un sociólogo concebido como dispositivo de reflexividad todo lo que hemos venido escribiendo en "El mal nunca triunfa" se relee de diferentes maneras dependiendo de lo que entendamos por "reflexividad". Entenderemos aquí a la misma como una práctica cotidiana que es erigida en asunción incorregible, en este caso por parte de los sociólogos, quienes de allí en adelante deberán rendir cuenta de las acciones sociales, explicarlas en forma racional, producir la racionalidad de tales acciones y convertir a la realidad en algo coherente, comprensible (esta concepción la he pensado a través de la lectura de Sociologías de la Vida Cotidiana de Wolf). Como un oráculo que produce justificaciones de sí mismo, "los procedimientos de descripción, sus resultados y los usos de sus resultados son elementos integrantes del mismo orden social que tales procedimientos ayudan a describir" (Garfinkel). 

A partir de allí, un sociólogo concebido como "dispositivo de reflexividad" pulverizará el mundo en signos, el planeta será una red "pensante" y pensable, en tanto él mismo queda hecho un cúmulo de células nerviosas que deben procesar mensajes fragmentados, sometido a un bombardeo de informaciones parciales, que nunca llegan a formar un todo (aunque el sociólogo esté obligado a hacerlo y, de hecho, lo haga). Pero como la "reflexividad" también es una práctica cotidiana, ¿qué tiene que hacer este sociólogo en la sociedad? Si lo pensamos un poco, hasta nos parece inútil. Sin embargo, posee peso simbólico: como el oráculo (no en la Argentina probablemente, es cierto, pero sí en sociedades donde la sociología es una profesión). Es una creación moderna para vigilar que a la vez es vigilada. Hoy quizás hasta sea molesto al mismo Estado, pero se conserva como lugar de la "fantasía": el postmodernismo, la tecnoburocracia, los efectos sociales perversos denunciados por los sociólogos se convierten en eso: denuncias, lugares desde donde está permitido y controlado crear la sociedad socialista o "el mundo feliz". Está institucionalizado identificarse positiva o negativamente con lo académico, pero no se piensa en superar esa logicidad, ser anómalo entre lo normal y lo anormal y estar en el margen entre el "adentro" y el "afuera". ¿Puede existir tal lugar?

Sin duda que la carrera académica que realiza cualquiera de nosotros hoy en esta Universidad no forma siquiera "dispositivos de reflexividad", ni sociólogos sedentarios. ¿Qué hacer ante esto? ¿Cómo construirnos nosotros mismos en qué tipo de sociólogo? Los sociólogos hemos reflexionado sobre los otros pero no sobre nuestra propia reflexión. La autoreflexión no ha aparecido en la historia de la sociología aún, que conserva a la duda menor como motor y a la estadística como base de lo verdadero. La desmesura en la curiosidad llevó a la aparición de una reflexión sociológica  controladora de amenazas, epistemológicamente débil, y que busca reasegurarse huellas de legitimidad "socializándonos"  en esta Ciudad Universitaria, generando poco verosímiles lugares de status (no menos efectivos) y un grupo de interés: los cientistas sociales. La admiración recíproca no escasea y los rituales religiosos consolidan entre ellos, mutuamente, sus lugares de poder-saber.

Así como fueron necesarias las amenazas que después de la revolución pesaron sobre los equilibrios sociales y sobre aquello mismo que había instaurado la burguesía para que los sociólogos aparecieran como "dispositivos de reflexividad", así también parecía que el Proceso daba lugar a la irrución de los sociólogos reflexionando sobre la necesidad/viabilidad del pacto democrático, en crisis desde semana santa (el pacto, digo, los sociólogos quién sabe desde cuando).

Sin embargo, la palabra sensata, lo juicioso, los mató (nos mató), pues no logró socavar nuestras profundidades, nuestros secretos, al estilo de un "dispositivo de reflexividad" (como este lo habría intentado). No vislumbró aquellas de nuestras siniestras cualidades como sociedad. Aquellas que parecía que desaparecerían desde el 10 de diciembre de 1983.

¿Cuándo acabaremos con esa visión idealizada de un sociólogo reflexivo, santo y secular, y comenzaremos a pensar en la inserción institucional de los sociólogos y sus caricias con el poder como condicionantes de sus respectivos "desintereses" y "verdades"?

El sociólogo como "dispositivo de reflexividad" conviritió a lo social en algo descriptible, en su esencia y apariencia, por el discurso sociológico. La sociología no sólo logró "ligar" lo social y lo racional sino también el hacernos ver atravesados por una lógica y necesidad de cierto método científico: de nuevo el dispositivo de reflexividad. La sociabilidad también se constituirá en ley producto de una reflexión positiva: el código civil, el Contrato Social, etc.

De esta manera, la sociología terminó conectando el saber de la sociabilidad humana (producido por su propia reflexividad) con el saber de las ciencias biológicas y físicas, adquiriendo un rasgo de "cuasi-cientificidad", haciéndose profesión a la que, entre otras cosas en la Argentina, también le faltaba la "ley del sociólogo".


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