El propio sistema deportivo produce mercancías: campeones, espectáculos, récords y competencias. La revista El Gráfico tiene al corriente a los lectores de las variaciones por temporadas de los valores deportivos. Se habla de un delantero de diez millones de dólares: la libertad de practicar un deporte se convierte en labor socialmente cuantificada y medida.
La circulación y la valorización de las mercancías, del dinero y del capital impregnan todos los ámbitos de la sociedad actual. La venta del espectáculo deportivo y las apuestas deportivas han presidido no sólo los comienzos del profesionalismo deportivo sino también las primeras formas de organización institucional de la competición deportiva. Los primeros Juegos Olímpicos modernos, que señalaban el comienzo de la mundialización institucional del deporte, han sido simples anexos de las amplias ferias-exposiciones comerciales. En la sociedad antigua pre-capitalista, el espectáculo deportivo también se veía penetrado por los principios mercantiles por entonces florecientes.
El fútbol es así objeto de numerosas operaciones lucrativas y especulaciones. Los organizadores "sacan partido" del valor mercantil de los espectáculos obligando a las cadenas de televisión a pagar importantes derechos de transmisión. Las ganancias benfician directamente a los organizadores de los espectáculos deportivos. Esta búsqueda del "beneficio comercial deportivo" es lo que induce a buen número de dirigentes y empresarios deportivos a montar una gran cantidad de espectáculos "pagados" y lucrativos. Muy pocas competiciones de fútbol tienen un interés esencialmente deportivo. Los equipos funcionan según el modo de una empresa capitalista del espectáculo deportivo con distribución de beneficios entre los accionistas-jugadores. El único objetivo de los organizadores reside montar unos espectáculos y manifestaciones financieramente beneficiosas y comercialmente provechosas.
El espectáculo deportivo está montado por la obtención de dinero, no obedece ya sino a los intereses de la rentabilidad financiera. El fútbol profesional es una empresa capitalista más. Así es como la familia Agnelli financia al Juventus de Turín, o la empresa Torneos y Competencias compra jugadores. El dinero se ha convertido en la principal razón de ser de los deportes-espectáculo y de sus actores. En fútbol, los organizadores tienen que funcionar respetando los criterios de rentabilidad. El deporte es actualmente un big business que incita a numerosos grupos financieros, municipios y países a comprometerse en la organización de grandes manifestaciones deportivas: todos quieren su mundial.
Los organizadores venden al máximo precio sus espectáculos deportivos a las cadenas de televisión. Para las cadenas de televisión se vuelve rentable invertir en el deporte, al igual que para los organizadores deportivos ceder los derechos de exclusividad del espectáculo.
Los propietarios de capital ofrecen las manifestaciones y espectáculos en tanto que merancía. odo el deporte espectáculo es en potencia un deporte profesional en el que el esfuerzo de los campeones es evaluado mediante un precio.
Los deportistas tienen un valor-mercancía entre las multitudes, que se afanan por valorizar y del que quieren sacar el mayor partido. Que los deportistas ganen dinero sólo prueba que a ellos les toa el papel de los mercenarios de los antiguos ejércitos. La mayoría ya lucha con el entusiasmo limitado de todo profesional.
Los equipos locales y nacionales ya no representan el talento casero. El talento se compra y vende en el mercado. Un equipo italiano puede estar compuesto por jugadores de diversos países, aunque haya un límite para ello. Los equipos cambian de un año al otro muchos de sus jugadores y éstos pasan de Boca a River y viceversa sin que se les mueva un pelo. El amor romántico a la camiseta ya no cotiza en la bolsa del mercado del fútbol. Así surgen campeones sin alma.
El redactor de El Gráfico juega ante los deportistas el rol que la Pitia jugaba frente al oráculo apolíneo. El dios susurraba en sus oídos, en lengua divina, sus predicciones y dictámenes. La Pitia los traducía a la lengua de los mortales para hacerlos comprensibles. Lo que El Gráfico hace on los dioses del estadio es instrumentarlos para servir a su propio discurso y negocio.
En Japón ya todos los equipos son financiados por sponsors como Toshiba, NEC, Mitsubishi, Nissan, Panasonic, Yamaha y Kawasaki. Los equipos pertenecen a las empresas. Aquí cada equipo lleva la marca de una empresa en la casaca, y hasta el presidente lució el nombre de una trasnacional sobre la camiseta argentina. Los estadios y naciones se convierten en enormes supermercados.
Es que el fútbol es, tal vez junto al narcotráfico y la venta de armas, el mayor poder económico del mundo: mueve por año unos doscientos veinticinco mil millones de dólares.
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