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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 1 de marzo de 2016

Los estúpidos están seguros de todo (editado en Diario Clarín como "La herencia cultural y educativa)





Hemos vivido una cultura de guerra y violencia simbólica y atravesamos tiempos de fin de fiesta en la que no han faltado cuerpos caídos. Somos hoy producto de un experimento social fallado derivado en ineficiencia, impunidad, fraudes, inseguridades y victimizaciones, y se nos impone una fuerte reconstrucción convivencial. Pero esta reconstrucción no implica no ver el mal, no denunciarlo y no hacer nada para detenerlo.

Hemos vivido en una época de gran corrupción en la vida política y el cinismo frente al idealismo ético es una comprensible reacción a la manera trágica en que los ideales fueron destrozados por muchos líderes políticos. Pero si Aristóteles tenía razón en cuanto a que nos volvemos virtuosos practicando la virtud, necesitamos sociedades en las cuales la gente sea alentada a actuar virtuosamente. A diferencia de la mirada hobessiana en la que la violencia llega a ser una cultura sobre las que se construyen identidades cuya explicación se articula sobre el recurso al conflicto como único origen y constante, necesitamos crear un escenario social cooperativo con énfasis en la empatía como motor de la acción individual. Una actitud cuidadosa, con sus limitaciones y debilidades, puede ser por ello la forma que revista la responsabilidad de otro tipo de conducción política que nos ayude a vernos como parte de una identidad compartida y a vislumbrar otras posibilidades para nuestra comunidad.

Sólo podemos hacer lo que es posible. Sin embargo, cuando actuamos, también cambiamos lo que anteriormente era posible. Por eso un desafío principal que tiene Macri es cultural además del económico. El síndrome de la abundancia y la débil ética del trabajo a él asociada, el facilismo, la especulación y la incivilidad se fueron acuñando durante muchos años y dejan una impronta que no es fácil borrar. La labor política en estos aspectos deberá ser en un sentido fundamental una acción educadora sistemática y continua. En general las fuerzas políticas han preferido renunciar a la tarea de hablar públicamente de estos problemas culturales de fondo, ya sea para evitar lo que consideran un gran costo político o simplemente por ignorancia. Parafraseando a Bertrand Russell podríamos sugerir que uno de los problemas de la Argentina no deja de ser uno de los problemas de un mundo en el que “los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”. De allí que cuando se le reclama a Macri que revele la herencia recibida, no debe olvidarse el énfasis en la herencia cultural y educativa: tan o más importante que la económica. Y por eso mismo, más que las medidas en este último campo, lo más alentador hasta ahora del macrismo han sido algunas señales de esa por momentos casi socrática voluntad educadora que se revela en sus formas y en sus alentadoras dudas, pletóricas de contenidos lejanos a la clase magistral sobre todos los ámbitos del saber que estábamos acostumbrados a escuchar y a brindarle al mundo. A punto de comenzar el año lectivo, no estaría mal empezar suponiendo que en este nuevo tiempo todos deberíamos tener más para aprender que para enseñar.

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