Hay
ciertos debates que nos atraviesan y que deberían estar presentes en
toda gestión de una política cultural. Algunos están presentes
desde nuestra misma formación como país, otros son parte de la
modernidad y algunos de la así llamada “posmodernidad”.
Ente
ellos, tal vez sea el debate sobre la relación entre naturaleza y
cultura uno de los más olvidados, justamente hoy cuando ya hay
quienes hablan de raíces biológicas de la moral, para no hablar de
la emergencia de la ecocrítica y las humanidades medioambientales.
Los debates sobre el lenguaje y la comunicación nos son más
conocidos, aquellos sobre los medios, internet y el rol de las
computadoras y los celulares. Lo mismo ocurre con la educación y la
responsabilidad cultural de la misma, aunque en este caso también
dándole poca o casi nada importancia al rol de las emociones, los
sentimientos y las pasiones en el aprendizaje y el cambio cultural.
Otro
debate olvidado por considerarlo propio de posiciones conservadores
es el de las redes morales, las leyes y el orden social en la
cultura. Parece increíble pero en argentina son muy pocos quienes
investigan sobre la cuestión en las ciencias sociales. Más atención
se ha prestado, en contraposición, a los problemas derivados de lo
que Bauman llamara Unsicherheit,
ese concepto que puede dar cuenta a la vez de la incertidumbre,
inseguridad y vulnerabilidad de nuestros tiempos.
El
viejo debate sobre el campo y la ciudad parece también olvidado a
pesar de los signos claros de una pérdida de comunidad y de
reflexión sobre los modos de vivir en el tiempo y las formas de
reunión en la cultura. Las antiguas discusiones sobre la cultura
nacional o cosmopolita, la cultura y la tecnociencia, deben ser
revisadas hoy también a la luz de las neurociencias, el big data y
humanidades digitales. De igual manera debiera volver a formularse la
pregunta sobre el lugar del arte y de los intelectuales a la hora de
pensar el cambio cultural buscado en la Argentina, pero sin poder hoy
dejar de lado a los internautas ante esta inquietud ni tampoco dejar
de pensar en el rol de las corporaciones como agentes de fusión
cultural.
La
cultura tiene un aspecto más estable pero también tiene otro
extremadamente dinámico. Ambos, de cualquier manera, están siempre
moviéndose. ¿Hacia dónde van? es una pregunta que no puede
omitirse. Tampoco sería prudente desconocer los límites de esos
movimientos y de esta pregunta, del espacio de la cultura, en una
sociedad y en un mundo que tampoco parecieran tener demasiado en
claro hacia dónde van y cuál es el significado de esos continuos
cambios. Pues pareciera no haber tiempo para parar y pensarlo. Ni
para la misma escritura de estas líneas. O menos aún para su
lectura.
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