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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 16 de septiembre de 1996

Fútbol y multitudes VI

El vértigo del vacío

El fútbol se desliza de juego de competición y representación a juego circense y de vertiginoso frenesí. El vértigo del vacío es el vértigo del juego, del orgasmo -obviar aquí el prejuicio psicoanalítico que identifica juego con masturbación y ésta cno un estadio-, del tremendum que Durkheim y Caillois dan como contenido y experiencia misma de las "sociedades efervescentes" y que no es más (ni menos) que una palabra y que parece caracterizar los momentos de ruptura en la sucesión continua de la vida cotidiana. Si un acontecimiento imprevisto llega a atravesar el encuentro del hombre con el azar que hace posible el juego, provoca un vacío y un vértigo que traducimos con el sentimiento de tremendum. Se deja uno invadir por un movimiento de remolino cuyo soporte móvil es la mirada: seguir la trayectoria de la pelota o el andamiaje de las formas que se engendran unas a otras en el laberinto de los jugadores en la cancha es participar en esa metamorfosis exaltante de figuras que no deja de recordar el torbellino de un movimiento que nos arranca de pronto a la fijeza para hacernos seguir los vaivenes de una curiosa inversión: el hincha cabecea y el jugador alienta.

En el fútbol nos encontramos con los lanzamientos constantes hacia zonas vacías, avalanchas humanas, improvisación continua de situaciones. Esto refleja como nuestra existencia está situada un poco por delante de nosotros y "tironeando del futuro". ¿No teníamos que sacrificar a Dios mismo y adorar la piedra, la estupidez, la fuerza de gravedad, el destino, la pelota, la nada? ¿No teníamos que sacrificar a Dios por los fuegos artificiales, por la nada? Para Adorno, el fuego de artificio es paradigma del arte y su resistencia a la absorción cultural: "Advertencia fatídica, escritura fulgurante y fugaz de significación indescifrable...de alguna manera superior al arte en su conjunto: la realización de lo imposible" (Teoría Estética).

Experimentamos placer al perdernos a nosotros mismos. El teatro es el agente de perdición del yo. En el vacío absoluto es donde se produce el acontecimiento absoluto. El vacío, por lo tanto, solo debía ser relativo, puesto que la muerte no pasa de virtual. Se trata de abrir una vía a cierto vacío, moverse por el vacío del partido. Percibo que he caído en el mismo agujero negro, en el mismo espacio virtual que lo que tenía que escribir. Es la atracción por el vacío. La radiación de la memoria se curva y convierte cada suceso en un agujero negro. Hay una palabra alemana que resume muy bien todo esto: Schwindel, que designa a la vez el vértigo y la estafa, la pérdida de conciencia y la mistificación. El estadio de fútbol es como la sala oscura del cine: un lugar fuera del espacio, del tiempo y de la realidad. 

La velocidad de los jugadores es un valor. Nos previene Canetti de que "toda rapidez es rapidez de dar alcane o de agarrar". Lo más rápido es lo que desde siempre fue lo más rápido: el rayo. La velocidad física como cualidad del poder se ha acrecentado de todas las maneras posibles. De allí Caniggia, Rambert, rayos vertiginosos. En un partido del mundial, todo el vértigo se traslada al estadio. Entonces es posible cruzar la avenida 9 de julio sin mirar a los costados, sin vértigo. Como si los nueve mil kilómetros que separan a Boston de Buenos Aires no hubieran existido durante el Mundial 94, como en aquellos paros generales. 

Mientras tanto, en la popular, los hinchas desocupados son comandos desesperados. Si falla la posibilidad de lo simbólico y, advierte Moffat, no se mata y coge, uno se queda solo, vacío y, por lo tanto, desaparece. Si alguien está en peligro de desaparecer porque perdió el contacto con lo simbólico tiene necesariamente que hacer algo que tenga que ver con sentir su existencia en la contestación del otro. Delincuencia, droga y sadismo, llegan para unirte. Por el vacío, para conseguir la emoción, el contacto. Porque el riesgo vuelve a construir el tiempo.

 

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