Las luchas a muerte entre gladiadores o animales salvajes y seres humanos representaron en la soiedad romana un papel comparable al que desempeña hoy un partido de fútbol. La vida se hace entonces absurda para quien trata de jugar con el ser mismo del hombre. Hay una cierta fascinación del efecto de descomposición de los conjuntos mediante los cuales una sociedad aclimata a la muerte, al eros o a la violencia. El silencio denso y sólido ante un gol adversario. La cuenta regresiva de Marcelo Araujo. Los momentos en que el equipo se apura porque está en desventaja. Y apurarse es improvisar e improvisar es morir, con belleza si se quiere. Embriones truncos de lo espectacular: jamás accederemos a ellos sino mediante la pérdida de tiempo, lo inútil. El tiempo liberado para ir a una cancha de fútbol ya no es en sí mismo inseguro, pues rara vez se lo puede anular por exigencias del trabajo o ceremonias del tiempo de compromiso.
Nuestras generaciones ya nada esperan de un advenimiento futuro, cada vez confían menos en la historia, se entierran atrincherándose detrás de sus tecnologías prospectivas, detrás de sus provisiones de información acumulada y en las redes alveolares de la comunicación, donde el tiempo está por fin aniquilado por la circulación pero...estas generaciones tal vez no se despierten jamás. La especie conmuta automáticamente hacia el suicidio colectivo. Bein por violencia externa (nuclear), bien por virulenia interna (biológica). Nos queda la grafía de la aniquilación del sujeto, de la desaparición del original.
El nacimiento del deporte es correlativo con la introducción del cronometraje. No entraremos en los anteedentos mitológicos de la mayoría de los espectáculos, basta con recordar tan sólo el origen ritual de los encuentros deportivos: todo tienen como punto en común el desarrollarse en un tiempo "concentrado" de gran intensidad. Con la muerte como estimulante subyacente. Se trata de "aguantar". Lo que queda es "aguantar". La existencia deberá ser un "aguantadero" resignado y valiente.
Cuando hay peligro de gol, cuando la pelota está en la línea del arco, nos encontramos en el punto de densidad mayor. Allí el asesinato está permitido, recomendado y compartido. Porque allí la multitud, contrariamente, se siente más amenazada que nunca por la muerte, por las formas de la muerte: una expulsión de un jugador (el destierro de la ciudad), una matanza colectiva. Quiero matar a éste. Por lo tanto, puedo morir. Y si deseo seguir siendo multitud con tal desesperado anhelo es porque sé qué me aguarda después. Nadie necesita más de la multitud -dice Canetti- que el que rebosa aguijones, órdenes, el esquizofrénico que se asfixia por ellos. En Liverpool es casi una tradición que los seguidores del Liverpool Football Club dispongan que a su muerte sus cenizas sean esparidas sobre el terreno de juego de su estadio. Son los mismos que antes lo invadieron para detener el partido, ese tiempo fuera del tiempo. Al ser real el tiempo en que se juega, se engendra una doble tensión: la del juego en sí y sus incidencias y la de la lucha que se establece con el paso del tiempo en una carrera "contra el reloj", como la vida. Un partido de fútbol es más angustioso y dramático que cualquier otro porque en él el tiempo corre paralelo al tiempo de la existencia humana.
La pasión que genera el fútbol hunde sus raíces en la oscura presencia de la muerte, que está presidiendo los actos humanos cada vez que estos actos se miden con el paso del tiempo. De ahí esas angustias por el final de un juego; de ahí esa descarga tensional cuando algo ayuda a eliminar la presión del tiempo (ej. una gran diferencia de goles imposible de remontar). Entonces los espectadores comienzan a desfilar antes de que termine el encuentro, porque el tiempo ha dejado de pesar sobre el resultado del juego. El interés esencial para el espectador es el resultado, entonces siente que puede marcharse. Ahora el tiempo de la vida de cada espectador recobra su poder: cada uno tiene de pronto qué hacer. Ya no puede "perder el tiempo". Ya, como los jugadores, "hizo tiempo".
En el fútbol irrumpe la realidad con la más mortífera de sus armas, la presencia inapelable del paso del tiempo que todo lo somete a la angustia de una resolución permanente limitada por ese horizonte que está ahí y nadie puede suprimir. El tiempo sirve para crear un vacío: una situación festiva, robada al tiempo, en la que los hombres se entregan a una relación puramente artificial. Cada juego es una creación a partir de nada, para aislarse por un tiempo del contexto real. Los juegos crean un paréntesis que aisla al tiempo real y lo recrea en su interior, dándole al hombre un respiro que lo saque momentáneamente del tiempo mundano, del "ejecutivo cobrador de la Muerte", como lo llamaba Quevedo.
Sostiene también Canetti que una de las metamorfosis más frecuentes en la naturaleza es la transformación en muerto. Es la transformación por excelencia. Es el jugador que en el suelo se hace el lesionado para que el tiempo transcurra, para matar/expulsar a un jugador contrario, como lo hace cualquier cucaracha. La posibilidad de que éste se incorpore de repente es muy impresionante y seductora para los hinchas de su equipo. Muestra cuánto se está aún con vida. Los yacientes involuntarios tienen la desgracia de recordarle al erguido el animal cazado y alcanzado. Y así ocurre cuando un jugador alcanza a otro y lo voltea.
Nunca ha existido sociedad humana sin algo equivalente a los deportes modernos. Las multitudes siempre amaron las ejecuciones. Todos "se toman su tiempo", como los convencionales, para ver el partido o la ejecución.
Hay teorías de que la pelota de cuero fue originalmente una cabeza cortada como las que usan hoy para jugar los chicos de Ruanda (ver foto). Aquí están las ansiedades psicóticas: matar y coger. Un hincha salvajemente agredido rechaza la atención médica, va igualmente a la cancha y muere horas después de celebrar la victoria de su equipo. La vivencia de cabal omnipotencia para muchos hombres que en su existencia real se perciben como gusanos es algo por lo que vale la pena morir.
El día del debut de Argentina en el Mundial de 1978 a la misma hora del partido, Borges dictaba una conferencia sobre la inmortalidad, tal vez sabiendo que repetía aquella misma escena del estadio. El fútbol es un intento de exterminio. Genera voluntades suicidas. Es fuente de desconsuelo. Como la muerte y el tiempo.
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