El espanto por la realidad nos lleva a viajar. En ello hay siempre algo de perturbador, como todo laberinto, que puede tener la forma de una desgracia -si uno no consigue salir de él- pero también puede ser divertido o resultar eficaz para protegerse de amenazas.55 Por ello leemos:
“Echándome la manta sobre los hombros, me senté sobre una ruma de carpas, a dos metros de la cabina del piloto, inmóvil y serio, con la dignidad de un inca partiendo hacia el exilio. La imagen puede resultar grandielocuente, pero no excesiva. No es más que el fruto de la fascinación que pronto ejercería sobre mí el itinerario (...) La mica del desierto brillando en el lomo de las dunas, las caletas de los pescadores, los acantilados, la extensión de las playas abiertas, el oleaje, saltando en los arrecifes y las contadas franjas de sembríos que van a morir al mar, todo, en muy pocas horas, me transportaron a la más etérea galaxia de la conciencia. Es decir, en ningún momento temí que los cabrones de Santiago me atraparan.”56
El viaje es uno de los problemas fundamentales en Los ríos profundos . Son los ríos, una de sus metáforas, los que están con el narrador y pueden arrastrar a cualquiera.57 Son viajes en los que se crece, son los “awankay”, el balanceo de las grandes aves, el volar planeando, mirando la profundidad.58. Y se encontraba refugio, descanso, en el río, el mismo viaje que tiene su refugio en su metáfora. Cuando un viaje nos fatiga tenemos el otro viaje, como diria Borges, “ese otro laberinto”:
“A veces, podía llegar al río, tras varias horas de andar. Llegaba a él cuando más abrumado y doliente me sentía. Lo contemplaba, de pie sobre el releje del gran puente, apoyándome en una de las cruces de piedra que hay clavadas en lo alto de la columna central (...) Yo no sabía si amaba más al puente o al río. Pero ambos despejaban mi alma, la inundaban de fortaleza y de heroicos sueños.”59
Y más adelante:
“-Tu eres como el río, señora- dije (...) No te alcanzarán. ¡Jajayllas! Y volverás...(...) ¡Y tú, río Pachachaca! dame fuerzas para subir la cuesta como una golondrina.”60
O como cuenta Bryce Echenique en su autobiografía:
“Ante el temor de no haber nacido para nada y de estarlo descubriendo nada menos que en París, tal vez lo mejor era huir y huia por todas aquellas ciudades europeas tan propicias para un buen aturdimiento del cuerpo y del alma...”61
O sus viajes al pasado. O el recuerdo de Flora Tristán. El viaje se pasa más rápido cuando se viaja, tal como nos invita a hacerlo Vargas Llosa en La casa verde . Y siempre viajando no se encuentra mujer. A menos que se viaje con ella, como Lalita y Fushía:
“...Embarcaron al amanecer y hasta que aparecieron los rápidos el viaje fue bueno; un barquito y se escondían, un pueblo, un cuartel, un avión y se escondían.”62
También don Anselmo después de su tragedia encuentra refugio en el viaje y, si está quieto, se tapa la cara (como muchos otros personajes en distintos momentos de esta novela, para no ser reconocidos, para cubrirse, protegerse):
“...Recorría el dédalo mangache a paso vivo, iba y venía por los tortuosos, oblicuos senderos, y así subía hasta la frontera sur (...) o bajaba hasta los umbrales de la ciudad (...) Iba, regresaba, volvía (...) agradecía con la cabeza y luego salía y proseguía su marcha o paseo o penitencia, siempre al mismo ritmo febril hasta que los mangaches lo veían detenerse en cualquier parte, dejarse caer a la sombra de un alero, acomodarse en la arena, taparse la cara con el sombrero, y permanecer así horas...(...) El arpista seguía su vida, sus caminatas.”63
En los cuentos de Ribeyro, podríamos decir que el viaje es una “compensación imaginaria” más como reacción a los fracasos de sus personajes, al derrumbe de sus expectativas.64 En “El primer paso”, Danilo viaja al norte del país después de la muerte de su madre y motivado por ello. En “Doblaje”, se trata de “viajar a las antípodas”.
En realidad, la experiencia del viaje ha sido siempre una de las experiencias privilegiadas de todo artista, combinada con la experiencia de la ciudad.65 . Irse para ser un artista. El artista como el que se va. Como el que decide crear otra cosa. Inventar, improvisar, cambiar. Garcilaso de la Vega fue tal vez el primero de los escritores peruanos en marcharse para seguir preparando su obra. Viaje para ver cómo es el lugar de uno, a dónde quiere uno volver y que ser en él, y no aceptar “la cobardía o la pereza de no viajar, sabiendo que si el cambio no obliga a la libertad, por lo menos puede enfrentarnos a ella sin escapatorias”66
(55) Ver José Guillermo Nugent, El laberinto de la choledad, op. cit.
(56) Fernando Ampuero, Caramelo Verde, op. cit.
(57) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., p. 219
(58) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., cap. III "La despedida".
(59) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., cap. V "Puente sobre el mundo".
(60) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., cap. IX "Cal y canto"
(61) Alfredo Bryce Echenique, Permiso para vivir, Anagrama, Barcelona: 1993
(62) Mario Vargas Llosa, La casa verde, op. cit., p. 215
(63) Mario Vargas Llosa, La cas verde, op. cit., p. 242
(64) Bryce Echenique habla de estas "compensaciones" en la introducción a las obras completas de Ribeyro, aquí citadas
(65) Ver Sánchez León, Abelardo, "Un cherry por Arequipa", en La balada del gol perdido, op. cit.
(66) Loayza, Luis, El sol de Lima, op. cit., p. 134-135.