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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de mayo de 1996

Las aporías del Quijote VII: hacia un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Polaridades: confrontaciones y diálogos

La mirada romántica y desencantada también puede leerse como la dualidad magia/política, amor/humor, erótico/irónico, vida/arte, desear/mirar. Sólo una  metaironía aporética permitirá poner en comunicación estos opuestos sin sintetizarlos, sin disolver la oposición que creemos insoluble, como toda aporía. La solución es una broma, como en Joyce y, según especula Ortega y Gasset, también como en Cervantes. O una ironía mayúscula, como en Borges[1],  quien defendía estéticamente (pero la estética es filosofía) la confusión de los opuestos en el cielo.

En el corazón del Don Quijote se halla, creemos con Riley, esta confrontación de mundos, de estas dos ficciones, romántica y realista, la última llamándonos a la risa y la primera a lo trágico. Nosotros queremos leerlo de todas las maneras posibles, especialmente de la manera menos leída en cada momento. Es más: en realidad queremos leerlo de una manera imposible y como el tratado sobre una imposibilidad, cómica y trágica a la vez.[2]

¿No representan las “ideas fijas” del caballero las “ideas fijas” de nuestras lecturas? ¿Su “automatismo” nuestro “automatismo”? ¿Son estas condiciones del observado o del observador? El “automatismo” de Don Quijote es tan risible como el de las lecturas “automáticas” del mismo, románticas o desencantadas.

¿Cómo leer “automáticamente” cuando lidiamos con fantasmas, cuando (sobre todo en la segunda parte del libro) ficción y realidad se confunden, al punto que los personajes han leído el libro del que forman parte? En un bello párrafo Unamuno incluso invierte, románticamente, llevando a su extremo, la ecuación:

...tenemos a un escritor por persona real y verdadera e histórica, por verle de carne y hueso, y a los sujetos que finge en sus ficciones no más sino por de pura fantasía, y sucede al revés y es que estos sujetos son muy de veras y de toda realidad y se sirven de aquel otro que nos parece de carne y hueso para tomar ellos ser y figura ante los hombres. Y cuando despertemos todos del sueño de la vida, se han de ver ha este respecto cosas muy peregrinas y se espantarán los sabios al ver que es la verdad y que la mentira y cuán errados andábamos al pensar que esa quisicosa que llamamos lógica, tenga valor alguno fuera de este miserable mundo en que nos tienen presos el tiempo y el espacio, tiranos del espíritu (de Unamuno, 526).   

Preso del tiempo y del espacio también el Don Quijote es sofocado bajo la masa de las proposiciones y distinciones proferidas como oráculos o sentencias por canonistas y anticanonistas que se creen la salvaguarda del honor, por una parte, y los censores, por otra, de la humanidad.

También ésta es la confrontación entre lo abstracto y lo intuitivo. Si con lo segundo podemos desfigurar la realidad, con lo primero podemos también errar y, con este error, ahogar los impulsos más nobles.

Nuestro mínimo intento es aquí pensar en la verdad más bien como la posibilidad de un conjunto compartido de interrogantes[3]. Porque, lector, no estoy escribiéndote para decirte nada, ni sacrificaré mi vida por resolver estos interrogantes. Ya me he sacrificado por cosas tal vez más insignificantes. Estoy escribiéndote, es verdad, pero con la menor teleología posible. Porque este ensayo no importará, aún escribiendo estas mismas cosas que estoy escribiendo ahora. A menos que coincidamos con Nietszche cuando nos insta a ver el arte con la óptica de la vida.  En ese sentido, sostenemos con Riley que

the interaction of literature and life is a fundamental theme of Don Quijote (Riley 12)


Los intentos de vivir la literatura de parte de Don Quijote, de vivir poéticamente, de hacer arte de la vida, vuelven indeterminables los límites entre lo imaginario y lo real, interfiriendo la vida y la literatura continuamente la una con la otra al ser, los libros, parte de la vida real.

 

Entonces este ensayo sólo tendría sentido si tratase, como la novela de Cervantes, entre otras cosas, de la escritura en la vida. Por lo menos para poder hablar del libro de Cervantes del que, a veces infructuosamente y conociendo esta situación, intentamos no hablar. Pero estamos hablando cuando decimos esto. Y estamos hablando de lo que tenemos que hablar: de las aporías. Y de como hablamos de ello en relación con nuestras escrituras/vidas.[4]

De todas estas polaridades que estamos tratando, una polaridad epistemológica esencial es la de sujeto/objeto. Tanto en las lecturas románticas como en las desencantadas, el sujeto se deglute al objeto, olvidando cuánto el sujeto es en sí mismo un objeto. Adorno sitúa como contraste a estas dos miradas lo que llama “la  preponderancia del objeto” irreductible, si bien no enteramente desmediatizado por ella, a una subjetividad activa (Adorno, ND 183). Aunque sólo sea potencialmente entonces, como una aporía, la objetividad puede ser concebida sin un sujeto y no al revés.  Y no es verdad que podamos balancearlos, aunque la banalidad de la síntesis y el “punto medio” (con su caparazón “democrática”) pretenda hermanarnos a todos. Después de todo,

           el ciudadano medio desea un arte voluptuoso y una vida ascética, y sería mejor lo contrario (Adorno, TE 25)

Toda belleza esconde un terror, como terrible es el canto de los pájaros que el “ciudadano medio” admira cuando no derriba con una hondera. El ambiente en que se escribió El Quijote era precisamente un ambiente de desengaño, del desengaño oculto detrás de toda gloria, del pájaro derribado cuyo canto  era una desesperación.

De allí, también, la posible locura de Don Quijote, anclado en las apariencias para fecundar en la imposibilidad, en medio de todas esas oposiciones ficticias por las que enloquecen los hombres inquietos. Nietzsche sostenía que la conciencia creciente era un peligro y una enfermedad y el hombre loco en Occidente ha sido visto en general como un salvaje y una bestia, como un niño y un tonto, como un soñador y como un profeta apresado por fuerzas demónicas, asociado con la visión y la vitalidad (romanticismo) pero también con la ceguera, la enfermedad y la muerte  (desencanto)[5].

Es decir, la construcción de sentidos precisa de momentos de unidad y de momentos de diversidad, de repetición y variación. Reconocer que es lo idéntico en los fenómenos diversos y lo que es distinto en los semejantes es, Platón dixit , una condición indispensable para filosofar[6].  ¿Cómo lidiar, sino, con aporías? Si el caballero y su escudero son sólo uno, si el terror y la belleza son uno solo[7] en El Quijote, estamos frente a una galería de espejos reversibles.

El Don Quijote es una paradoja del saber, un desacomodamiento de quien tal vez posea conciencia del juego que está jugando. Cervantes, Don Quijote y Sancho  se toman el juego en serio, como los niños, es decir, libremente. Después de todo, para Cervantes, “el orden de la realidad residía en el juego” (Auerbach 339)[8]. Por eso es pensable que Don Quijote esté “jugando” a ser caballero, que tenga conciencia de su situación, voluntaria, lo cual marginaría la hipótesis de la locura:

-Yo sé quien soy -respondió Don Quijote-, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia...(5, 132-133).

...y yo sé si vienen a mí o no, estos señores leones (17, 745).

Para Foucault ese juego es un juego delirante, sin reglas, llevado adelante por el hombre de las “semejanzas salvajes”. Todo es teatral en la segunda parte de El Quijote que se convierte en un escenario mismo.

En fin, estamos frente a una discordancia entre los impulsos artísticos y la historia, que tal vez siempre discordaron, y esta desarmonía hay que soportarla como se soportan las aporías, o por lo menos no adaptar simplemente los unos a la otra. No un nihilismo, sino una desorientación: se confunden el lado de acá con el lado de allá. Y nos extraviamos en nuestro conocer de puros apasionados del conocimiento:            

Non deve fermarsi l’uomo in una sola cosa perché allora divien matto: bisogna aver mille                                               cose, una confusione nella testa[9].

La misma inadecuación del mundo es una precondición para la existencia del arte (Lukács 38) y la novela es una expresión especial de esa falta de adecuación, de hogar, del personaje extrañado y extraviado en el mundo (Lukács 66).  Don Quijote no tiene hogar puesto que su casa es el hogar de Alonso Quijano.

Para cerrar este capítulo, y volviendo a la posibilidad de la actuación, es interesante comprobar que tampoco “actuación” y “locura” son incompatibles. Schopenhauer sostiene que la locura ocurre con mayor frecuencia entre actores. El mismo Unamuno sostiene que            

El loco suele ser un comediante profundo, que toma en serio la comedia, pero que no se  engaña, y mientras hace en serio el papel de Dios o de rey o de bestia, sabe bien que ni es Dios, ni rey, ni bestia (de Unamuno 352).


[1] Y antes en Schopenauer quien creía que todas las cosas de este mundo son la objetivación de una misma voluntad y, por consiguiente, idénticas en su esencia íntima; por lo tanto, análogas al fin ya que su polaridad pertenece al mundo como representación, a la armazón del mundo.

[2] Habrá notado el lector como el narrador pasa del “yo” al “nosotros”, del singular al plural con cierta irresponsabilidad. Ello se debe, creemos/creo, a otra aporía en juego que deberá, tal vez, el lector descifrar.

[3] Horacio González intuye, en su reciente libro El Filósofo Cesante: Gracia y Desdicha en Macedonio Fernández (Buenos Aires: Atuel, 1995), esta posibilidad, derivándola de la afirmación de Emerson en The American Scholar sobre la existencia de una sabiduría “en el fondo de las cosas” que podríamos evocar adecuadamente, es decir, tal vez volviendo a coincidir en las cosas con el lenguaje, sólo retomando (diríamos nosotros) esa aporía con su inevitable modo de interrogación.

[4] Quien duda de lo que escribe acaba por creer que escribe lo que no escribe ni escribió jamás, dudando.

[5] Ver al respecto Luis Sass. Madness and Modernism.New York: Basic Books, 1992.

[6] Se tecleó esta palabra, ahora el lector lo ha descubierto todo: la altanería, la ambición desmedida del escribiente.

[7] También podría decirse lo grotesco y lo renacentista.

 

[8] Es necesario recordar también aquí que el mismo Cervantes gustaba de los juegos de azar , y la importancia que estos adquirieron en una España en decadencia como uno de los pocos medios de alcanzar fortuna.

 

[9] Frase que Goethe cuenta, en sus Viajes Italianos, que un capitán le dijo al verlo pensativo (cit. en Ortega y Gasset 107).

 

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