Visión desencantada y moralidad
La frase que ejemplifica mejor la moralidad de esta visión sería la siguiente: “Don Quijote fue castigado por ocuparse de una multitud de asuntos que no le concernían”. Todo cuanto hace sería carente de sentido, absurdo y cómico. Bergson define a lo cómico como
“...todo incidente que atrae nuestra atención sobre la parte física de una persona cuando nos ocupábamos de su aspecto moral” (Bergson 40-41).
Es decir, nos reímos cuando una persona nos da la impresión de una cosa. Cuando se la deshumaniza, desocializa, podemos empezar a pensar en la posiblidad de reírnos de ella. Eso han hecho los desencantadores y no en vano algunos de sus blancos preferidos han sido el humanismo y la tragedia. Las cosas no sufren tragedias. Si prescindimos de lo que nos conmueve en la lectura del Quijote, podrá ser cómico todo lo demás. Las distracciones son, en general cómicas. Y así ve Bergson a Don Quijote:
Una distracción sistemática como la de Don Quijote es lo más cómico que se pueda imaginar en el mundo: es lo cómico mismo (Bergson 101).
Según Bergson, el personaje cómico peca siempre por obstinación de espíritu o de carácter, por distracción o por automatismo. En el fondo se trata de una rigidez en el camino, dice Bergson, sin escuchar a nadie. Pero el filósofo francés realiza también una interesante reflexión que podría hacernos preguntar sobre la certeza de la locura de Don Quijote. Sostiene Bergson:
...ni la locura ni la idea fija nos harán nunca reír, pues son enfermedades. Excitan nuestra piedad y ya sabemos que la risa es incompatible con la emoción. Si existe una locura risible, tendrá que ser una locura conciliable con la salud general del espíritu, una locura normal si se permite la frase. Ahora bien; hay un estado normal del espíritu, imitación acabada de la locura, en el cual existen las mismas asociaciones de ideas que en la alienación mental, la misma lógica singular que en la idea fija. Tal estado es el del sueño. Y si nuestro análisis es exacto, se le podrá resumir en el siguiente teorema: “El absurdo cómico es de la misma naturaleza que el de los sueños” (Bergson 124-125).
¡Locura normal! ¡Bienvenido sea tu oxímoron, imposibilidad pariente de la aporía! Tanto como tu otra hipótesis que refuerza una de las ideas ya previamente barajada en este ensayo: la posibilidad del Quijote como un sueño, único o múltiple, en reposo o movimiento.
Theodor Adorno también nos da una definición de lo cómico como aquello que se ha convertido en nada a causa de sus exigencias de relevancia, exigencias que anuncia por su mera existencia y mediante las que se pone del lado del enemigo, definición que los desencantadores tomarían como propia pero que Adorno, viejo cultivador de aporías, no acaba allí para desencanto de los desencantadores:
pero no menos nulo es también, cuando se lo mira profundamente, ese enemigo, el poder y la grandeza (Adorno TE269).
Los románticos dirán que la comicidad es un arma de doble filo. Especialmente cuando tal comicidad se basa en la ridiculización de su héroe por los desencantadores:
El ridículo es el arma que manejan todos los miserables bachilleres, barberos, curas, canónigos y duques que guardan escondido el sepulcro del Caballero de la Locura. (Unamuno 143).
Los desencantadores también suelen ser destacados artistas de la palabra. Erasmo tenía horror de la teología especulativa que reinaba en las escuelas, la teología escolástica de los desencantadores cuyos discursos buscan sólo la membrecía a un simposio griego.
Este es el momento mismo en que el desencantador se ríe, supone que su crítico ha caído en la trampa, que cree que él cree lo que ha estado siempre más lejos de creer que ningún otro. Pero sucede que el desencantador, de alguna manera, no es más que todos nosotros si podemos vivir después de Auschwitz y de los campos de concentración de todo el mundo,
especially whether one who escaped by accident, one who by rights should have been killed, may go on living. His mere survival calls for the coldness, the basic principle of bourgeois subjectivity, without which there could have been no Auschwitz; this is the drastic guilt of him who was spared (Adorno, ND 363).
Esa frialdad es inherente al desencanto, una mirada de articulaciones tiesas pero no tontas, propia de una deformada moral del Pórtico, de una moral fundada sobre una razón estoica mal entendida.[1]
Aún estas situaciones podrían hacernos re’r siempre que el autor sepa presentarlas de modo que no nos conmuevan: como decíamos, cosificación del personaje y, ahora, insensibilización del lector. (No, no estoy diciendo que este sea el caso de El Quijote. Simplemente trato de forzar al máximo[2] las posibles consecuencias de una mirada. Un desencantador jamás se permitiría esto. Precisa del buen sentido que consiste, segœn Bergson, en saber olvidar más que en saber recordar:
Es el esfuerzo de un espíritu que se adapta y se vuelve a adaptar incesantemente, variando de idea al cambiar de objeto (Bergson 123).
Don Quijote, claramente, representa lo opuesto: mantiene la idea al cambiar de objeto, representa una inversión del sentido común, del buen sentido que necesita una interpretación dócil y tranquilizadora de la realidad. La sensatez trata de reconciliarnos con el mundo y con nosotros mismos: es la mayor desgracia que se abate sobre el personaje Don Quijote, lo vuelve juicioso, lo reconcilia con Alonso Quijano y con el mundo: es, necesariamente, el fin de la novela. Porque donde hay conciliación ya no hay novela[3].
Las teorías del desencantamiento y su moral han sido muy influenciadas por el principio de realidad psicoanalítico por el cual lo que no obedezca a él es una enfermedad mientras que la adaptación a la realidad, a la familia, a lo instituido en general es la tranquilidad psíquica[4]. Pero la realidad ofrece fundamentos tanto para huir romántica y sanamente de ella como para un verosímil argumento de la maldición o locura que afectaría, en este caso, a Don Quijote. Y, en realidad, como
siempre, estamos hablando de fenómenos indecidibles, aporéticos.
Pero la moralidad desencantada no se permite esa frustración. Porque todo acontecimiento le parece penetrable y risible a la vez. Si se asume la frustración, no hay sufrimiento por ello, no hay tragedia, no hay dolor: tan sólo la máquina significante y desveladora que todo lo tritura hasta volverlo mezquino aunque no por ello menos real. Lo que no consigue es desrealizar lo que considera irreal.
Y uno se siente incómodo ante aquellos que no aceptan (ante el monje, el esclavo de la forma, el arrogante de la prevención) sino la aceptación, el constreñimiento, la dinámica del que se ha resignado a no ser él mismo aunque fuera, lo contrario, una imposibilidad.[5]
En este sentido nos preguntamos con Nietzsche:
¿No tenía la gente que acabar sacrificando alguna vez todo lo consolador, lo santo, lo saludable, toda esperanza, toda creencia en una armonía oculta, en bienaventuranzas y justicias futuras? ¿No tenía que sacrificar a Dios mismo y, por crueldad contra sí, adorar la piedra, la estupidez, la fuerza de gravedad, el destino, la nada? Sacrificar a Dios por la nada -este misterio paradójico de la crueldad suprema ha quedado reservado a la generación que ahora precisamente surge en el horizonte: todos conocemos ya algo de esto (Nietzsche 58).
Es precisamente ese misterio paradójico el que nos interesa aquí, la aporía de sacrificar -Don Quijote mediante- a Dios por la nada. Y no simplemente admitir que el mundo pueda ser explicado por una cadena de causalidades y no por el misterio de la aporía. No se trata tan sólo de aceptar, como de Man hace, que una nueva interpretación caiga en su momento en su propia forma de “blindness”, luego de producir su propio “brillante” momento de “insight” literario. Sino que, aunque ello ocurra, se trata de intentar poner coto a esa lógica del estrellato, más propia del star system que de una ética del conocimiento: una aceptación resignada de los circuitos de saber-poder más que un cuestionamiento de su lógica; y eso es, también, la lógica eclesiástica, el pensamiento desencantado. O, para abreviar, el pensamiento: aquello que Kierkegaard llamara tan finamente “la m‡s sutil de todas las decepciones”, aquella que niega la inquietud del ser, de la aporía, o lo que Unamuno ha llamado el “espíritu bachilleresco” (Unamuno 477).
Es comprensible la mirada desencantada. Todo aquel que desee retirarse de la escena beckettiana propia de una dialéctica negativa (Adorno) para conceptualizarla, se convierte casi inevitablemente en una especie de post-estructuralista. Pero no hay por que dar este paso tan fácilmente[6] . Adorno, de hecho, nunca lo dió. Lo hubiera considerado una traición a la aporía. Anticipando a los deconstruccionistas, Adorno puso en el tapete las mismas fronteras entre crítica desencantada y creación romántica sin borrarlas por completo, en un voy/no voy, ante el temor del aniquilamiento y las cegueras que genera cualquier descanso en una de estas posadas del ojo, especialmente cuando se trata de la ceguera de la razón, del paradigma referencial. De allí que acordemos con Randel en que
It would be a mistake, I believe, to discover exactly mirrored in Cervantes our fascination with the troubled, infinitely deferred itinerary of reference. Truth for Cervantes was not fictional (Randel 101).
Acordamos también con Adorno en que el subjetivismo kantiano se basa en una intención objetiva final, en el intento de salvar la objetividad por medio del análisis de los elementos subjetivos. Si de ella quitamos lo que Kant entiende por interés, se convierte en algo tan indeterminado que ya no sirve para la determinación de lo bello (Adorno, TE 25).
[1] Porque aún los estoicos consignaron entre los preceptos del buen vivir (aporéticamente) el suicidio cuando los dolores físicos llegaran a ser excesivos e incurables. En realidad, esto no es una contradicción sino que es coherente con su voluntad mineral opuesta a la vida y la naturaleza humanas.
[2] Exagerar, forzar una idea hasta deformarla, sobrepasarse, sea tal vez la única manera de “saltar” del estatismo de la aporía. De allí que ninguna explicación seria de un tema deba ser tomada en serio.
[3] Aunque podemos imaginar una nueva novela, si Don Quijote no muriese, con la guerra que le declaraéste a su ideal no cumplido. La aporía que resulta de esto es que esa novela, esta vez escrita por Don Quijote, tendría que ser el mismo Don Quijote.
[4] En cuanto a la dinámica de lo instituido-instituyente ver Cornelius Castoriadis. Institution imaginaire de la société. Paris: Seuil, 1975. En cuanto a las críticas a los factores conservadores del psicoanálisis, consultar la obra de Deleuze y Guattari, L’Anti-Oedipe. Paris: Ed. de minuit, 1972: obra fundamental en este sentido a la que siguieron una infinidad de publicaciones al respecto (Sin mencionar toda la tradición anti-psiquiátrica inglesa de Cooper, Laing y companía). Todos estos, textos fundadores de estas discusiones.
[5] Algo, por cierto, tan indemostrable como su negación.
[6] Lo que no significa que no se pueda/deba dar, que se pueda evitar, por lo menos en el plano de la fatalidad de lo real. Aunque no sea uno mismo quien camine.
[7] Miradas desencantadas y románticas no pertenecen a un período único de la historia. Sus juegos son eternos. Sus paradigmas, recurrentes. Los naturalistas de la escuela de Schelling observaron que la polaridad es el tipo fundamental de casi todos los fenómenos de la naturaleza, desde el imán hasta el hombre. Sin mencionar la versión más antigua en la China, mediante la teoría del Yin y el Yang.
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