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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de mayo de 1996

Las aporías de El Quijote I de XI: para un “delicado entendimiento” del Caballero de la Triste Figura

Introducción

En nuestros días, en que hemos llegado a ese punto en que lo paradójico y lo falso parecen idénticos, ¿qué hombre ilustrado se avendría a encontrar en cada página opiniones que contradicen directamente todo aquello que él ha admitido de una vez y para siempre como verdadero y definitivamente resuelto? Es conveniente que comencemos por precavernos, puesto que vamos a penetrar en los dominios en que éste impera. Y si  nuestro ensayo tiene algún mérito, consistirᇠel mismo en no lograr nada con esa inútil penetración, en no lograr ninguna conclusión. Porque estamos entrando al reino de lo que Kierkegaard llamaba el “esto o aquello”. Esto será un “esto/aquello”. Permíteme entonces, lector, hablarte como si no estuvieses leyendo, en parte porque no puedo reclamar ningún derecho a escribirte así, y en parte porque estamos hablando de los “actos de habla”: y no sé qué provocará esta acción, desconozco mis próximos pasos ya escritos en estas líneas, que no son estas líneas, sino las líneas que vendrán.  Entonces, lector, ¿por qué no tomas mejor el periódico, por qué no miras a aquella niña que pasa tan llena de gracia, por qué no recuerdas que había piedad en tu alma e inocencia en tu pensar? Olvida estas líneas antes de que sea demasiado tarde. Déjalas. Tienes algo mejor que hacer. Tienes cómo ayudarme. Parte, como Montaigne, al azar, sin rumbo fijo. Si tú no lo hicieras, yo me iré de mi camino, descuidado. Hay obras en Plutarco donde éste olvida la razón por la que escribe, qué escribe...y sólo la fortuna, la guía de su Rocinante, nos marca su paso. 

Te he advertido. Ya es demasiado tarde. Has entrado en la cruzada de rescate del sepulcro de El Quijote del poder de los moralistas de todo tipo, románticos y resentidos, idealistas y desencantados, que lo tienen secuestrado. Yo no quería que entraras aquí. Porque no hay itinerario ni programa. Porque no hay camino posible. Porque sólo hallarás (te digo mientras callo) aporías... Ya has perdido tu oportunidad. Ya no podrás evitarlo. Y yo no perderé ahora mi oportunidad. Mi elección.

A estas meditaciones les seguirán otras que renuncian -como éstas renuncian al seguir las de Ortega y Gasset- a invadir los secretos últimos del Quijote. La verdad histórica, para Menard, no es lo que sucedió: es lo que juzgamos que sucedió. Sólo quisiera, entonces, darte este escrito mondo y desnudo, ajeno de invención, menguado de estilo, que trae a la mano un Quijote: ¿Cuál es el Quijote que aquí llega? ¿Será mi lectura la de su público primigenio, la de los vecinos de Don Quijote? ¿Es que podría serlo? ¿Es que debería serlo?           

Me anticipo a las críticas a mis posibles desvaríos, propias de estudiantes inteligentes al enfrentarse a este libro[1]. Es que así como a Don Quijote se le secó el cerebro de tanto leer libros de caballerías, a mí se me puede haber secado de tanto leer críticas que sostienen que tal libro “sólo puede ser entendido....” de una manera, cerrando la puerta a cualquier interpretación que no sea la de dicha crítica. Por eso también debe leerse este trabajo como una crítica a las críticas totalizadoras, tan ampulosas y seguras de sí mismas, como lo suele también ser la crítica de la crítica, por la misma razón. ¿Intenta ser ésta una crítica de la crítica de la crítica? (No, no se maree aún, lector, que esto recién comienza).

¿Existe aún la obra que escribió Cervantes? ¿Hay un texto original, una lectura  ideal? ¿Es ésta la lectura de su tiempo?  Si las obras se reconstruyen en la lectura, el Don Quijote y sus personajes ya no pertenecen más a Cervantes y su tiempo. Y saber quéŽ representó en el momento de su primer edición es interesante, importante, pero no por ello revelador de la obra que leemos hoy, muy distinta[2].  ¿Qué es, entonces, el Don Quijote?[3] Si el autor ha muerto, si hemos bebido de las teorías de la recepción para pensar qué es un texto, podemos insistir en que el valor literario del libro es medible acorde con lo que fuera llamado “distancia estética”, es decir, el grado en el cual una obra se escapa del “horizonte de expectativas” de sus primeros lectores. Y en lo mismo insisten las tradiciones hermenéuticas cuando sostienen que un texto puede tener significados totalmente diferentes para diferentes lectores en diferentes tiempos, y que el texto es esa diferencia en danza. De esta manera, un lector crea el significado de un texto.[4]

Nada tienen de nuevo estas otras comprobaciones nihilistas: lo singular es la decisión que de ellas derivó Pierre Menard. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le Jardin du Centaure de Madame Henri Bachelier como si fuera de Madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Luis Ferdinand Céline o a James Joyce la imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales? (Borges 450).

Recorrer, entonces, el libro de Cervantes como si fuera de Cervantes. Pero...¿cómo medirnos con fantasmas?

 



[1] 1 Wardropper sostiene que cualquiera que haya dirigido un seminario sobre el Don Quijote sabe que los estudiantes inteligentes se eloquecen un poquito cuando discuten este libro (Wardropper 6).

[2] J.L.Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”, insisto, muestra claramente este proceso.

[3] Sostiene H.Bloom que  “...there are always Cervantine critics who persist in labeling the Don a fool and a madman, and who tell us that Cervantes is satirizing his hero’s ‘undisciplined egocentricity’. If that were true, there would be no book, for who wants to read about Alonso Quijano the good?”(Bloom 127).

[4] Roland Barthes desarrolló una distinción entre dos tipos básicos de textos: el “lisible” y el “scriptible” (Barthes, 1970) que nos son muy útiles para esta discusión. Un texto “scriptible” demanda al lector, tiende a centrar la atención en cómo está escrito, en su mecánica, en el particular uso del lenguaje; tiende a ser autoconciente; reclama atención como una obra de arte y convierte al lector en productor. Ahora bien, somos igualmente productores de un texto aún cuando un crítico pueda leer cualquier texto como “lisible” o “scriptible”, porque la lectura no es inherente al texto.

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