La apuesta
Llego la hora. Luego de estos macedonianos ejercicios de increencia llego la hora de creer. Porque hay que tomar una decisión, como Sancho en su gobierno. Una creencia final para apostar entre el romanticismo y el desencanto a la hora del juego. Porque hemos bebido una pócima como la que Don Quijote y Sancho se lanzan el uno al otro: esa bebida era la materialización de la misma aporía o, como diría González respecto de Macedonio: “una filosofía que no se aguanta a sí misma”. Podríamos elegir el silencio como disconformidad para salir de esta situación incómoda. Pero el silencio siempre es sospechoso y
The need to lend a voice to suffering is a condition for all truth (Adorno, ND 17-18).
¿Qué sería de nosotros en cuanto críticos si borrásemos el recuerdo del sufrimiento acumulado? Ahora sin duda, ahora ciegamente, estamos frente a la hora de apostar llevando, obviamente, “las de perder”. Y decidimos recordar, de Cervantes y de Don Quijote, sus adversidades, sus prisiones y sus encantamientos. Esta es una opción oscura, fracturada, fruto de una vida dañada. Y vacilamos al elegir porque sabemos que lo hacemos sólo de malcriados que somos, de la futilidad de ese paso, así como Cervantes elige estar, creemos, en última instancia, de parte de Don Quijote y de sus sueños. Porque Don Quijote es el único personaje que escapa al vacío (Durán 163).
Al no haber criterio final de verdad optamos por la vida como criterio de elección (aunque no de verdad, como hace Unamuno) , como en una apuesta de Pascal. Llega un momento en que no es más una cuestión aporética de esto/aquello, momento en que, aunque ambas posibilidades nos conduzcan al vacío, no podemos dejar de elegir si pretendemos existir. Cuando el tiempo ya no está detenido, cuando el instante se ha ido, es la hora del paso más allá del más allá del bien y del mal, destruyendo la aporía, con Sancho gobernante.
Lo que depende de nosotros es únicamente la voluntad, que se muestra en éste, el último escalón, como un esfuerzo ciego, como una impulsión oscura y vaga, desprovista de todo conocimiento (Schopenhauer 143).
Esta voluntad sabe siempre lo que quiere a la hora de optar, pero jamás sabe lo que quiere en general. Es la voluntad libre del sí en relación con el mundo de la novela. Pero El Quijote es también la expresión del fracaso de dicha voluntad, novela escrita por un soldado, poeta y autor de comedias “fracasado”, novela que escribe cansado y desilusionado, preso. Y, sorprendentemente, será ésta la novela de su éxito. La que nace de su fracaso[1].
[1] Juro que a esta altura de mi ensayo no quería volver a las aporías, pero como por fuerza de un encantamiento éstas reaparecen para desafiarme, a esta altura ya como una maldición.
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