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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de mayo de 1996

Las aporías del Quijote VIII: para un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Algunas otras aporías en acción en el Don Quijote

“Es un loco cuerdo y un mentecato gracioso” (II,36), dice Sancho . Y el Caballero del Verde Gabán sostiene que Don quijote es un “cuerdo-loco y un loco que tiraba a cuerdo” (II,17).

“...admirado quedó el canónigo de los concertados disparates, si disparates sufren concierto” (I,50)

“...tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo, y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo”, dice Don Quijote de Sancho. Uno de los caballeros que se cruza con Don Quijote habla de sus “simplicidades agudas”. Si la vida es sueño, en el episodio de la cueva el sueño también es vida.

           

En la aporía que se le presenta a Sancho Gobernador aquellos que pasen un puente tienen que jurar donde van y para qué, y si alguno es sorprendido mintiendo deberá ser colgado. Pero un hombre juramenta que va a ser colgado, entonces Sancho se encuentra con un dilema irresoluble, dilema que le fue llevado  expresamente para su solución[1]:

                       

-Digo yo, pues, agora -replicó Sancho- que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen (...)

-Pues señor gobernador (...) será necesario que tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide (...)

-Venid acá, señor bueno hombre -respondió Sancho-; este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o absolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal...(51, 1003).

           

Sancho comienza por intentar dividir lo indivisible y luego, certificado de la imposibilidad, se da cuenta de que este personaje aporético tiene la misma razón para vivir que para morir, es decir, ha superado esa frontera, ha comprendido su condición por lo que la aporía lo salva. Quiero decir, este personaje ha reconocido su falta de relevancia, de importancia en el juego aporético, su nadería y, al mismo tiempo, su lógica imposible. Sancho tiene que tomar una decisión y opta por el bien, es decir, rompe la aporía, el hechizo. Alabamos su decisión y, como dijimos, luego veremos que nos mueve a esta elección.

           

Cervantes pone los sueños ya gastados de su juventud idealista en el cuerpo de un viejo impotente que toma sus desgracias por dichas y cuyas aventuras no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos (10,172).

Eso es una aporía, una encrucijada, un juego impasable entre el mal y el bien:

           

Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca (18,247).

               

Pero en la aporía se logra exactamente lo opuesto de lo que se busca, porque las cosas son su opuesto:

            -No sé como pueda ser eso de enderezar tuertos -dijo el bachiller-, pues a mí de derecho                                       me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en                                            todos los días de su vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme                                  agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido                                        topar con vos, que vais buscando aventuras (19,254).

 

No hay camino cierto en las aporías, no se puede caminar sino a través de una guía animal, es decir, azarosa, una voluntad anterior a la voluntad misma, una voluntad ciega (que es también la voluntad de escritura):

           

...y sin tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras de sí la de su amo, y aún la del asno, que siempre le seguía por dondequiera                 que guiaba, en buen amor y companía. Con todo esto, volvieron al camino real y siguieron por él a la ventura, sin otro designio alguno (21, 276).

           

Y la verdad aporética está en todos los caminos y en ninguno pues, siempre se refugia en la puerta que no se abre. Apenas abrimos ésta, la verdad busca otra puerta detrás de la cual refugiarse. La verdad es, sin duda, veloz y escurridiza:

                                               

-Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: “Donde una puerta se cierra, otra se abre” (21: 272).

Las causas justas que defiende Don Quijote son causas injustas y viceversa. Y es que Don Quijote, como le dice el comisario, anda “buscando tres pies al gato”  (22,292). Ese tercer pie del gato, que el gato no tiene ni tendrá (caso en el cual  dejaría de ser gato), es el pie aporético por excelencia, pie que sólo pueden ver los que tienen la Fosca Vista, es decir, que siempre ven las cosas al revés, del otro lado, navegando

                por mar no usado y peligrosa vía,

                adonde norte o puerto no se ofrece![2] (34, 435).

También Leandra

                nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin                                                        saber que tememos (51, 597).

           

Por ello es que Sancho piensa que sería mucho mejor volver a su casa con lo que Dios le dió “y no andarme tras vuestra merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen” (28,838).

                                ...voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga (29,844).

Y esa imposibilidad aporética de moverse vuelve a repetirse de manera explícita:

                       

...que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más

llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar (41, 926).

           

No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allí pasaba sin haberse movido del jardín (41, 931).

 

Los personajes aporéticos huyen, y porque huyen son atrapados, como Edipo:

                -¿Por qué huías, hombre? -preguntó Sancho.

                A lo que el mozo respondió:

                -Señor, por escusar de responder a las muchas preguntas que las justicias hacen (49, 985).

Don Quijote dice que nació para vivir muriendo (59, 1058); dice que espera la luz después de las tinieblas (68,1125); la cueva de Montesinos tiene verdades y  sueños (62, 1090). Y te daremos un poco de descanso de tantos ejemplos aporéticos, lector, pues “nadie se puede obligar a lo imposible” (70, 1139).

Las aporías del Quijote son “golpes que dan en el vacío”, como sostiene Auerbach, pero no hay que cambiar el argumento como este autor, de manera un tanto insolente, pretende. Lo que Auerbach no entendió es que precisamente de eso se trata la novela: de golpes que dan en el vacío, en un abismo, generando una suspensión del juicio en el instante como vía rota entre lo absoluto y lo relativo, cuya claridad ante nuestros ojos parte de la suspensión misma del mismo acto de comprensión[3].

 

Como sostiene de Man:

                       

The center always remains hidden and out of reach; we are separated from it by the very                 substance of time (de Man 76-77).

               

Los eventos del Don Quijote son prácticamente atemporales y atemporalizadores, por eso don Fernando dice con respecto a la historia del cautivo:

           

Todo es peregrino y raro, y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye (42, 519).

Solo florecemos en medio de estas maravillas, aunque sean simulacros, y nos marchitamos si el tiempo prosigue, si desenmascaramos el mundo y despertamos de nuestros sueños. Nuestros poderes son poderes de ensoñación, sin los cuales no podemos crear. La realidad es una ilusión en marcha y en un mundo desencantado el Quijote es la imagen de un embrujo que ya no se soporta. Pero si la crítica se sigue prestando ciegamente al encantamiento, entonces se  pone en contra de su propia exigencia de verdad y se deshace a sí misma. En un mundo desencantado, todo arte parece romántico aunque no lo sea. El Quijote es un libro sobre embrujos,  sobre los embrujos, sobre los encantamientos en un mundo desencantado. Sobre la locura y tonteras del encantamiento y, a pesar de esto, como ya dijimos, encanta. 

Los estoicos y los epicúreos se pasaban el tiempo estableciendo comparaciones imposibles entre cualidades absolutamente inconmensurables, arrojándose los unos a los otros las sentencias paradójicas y contradictorias que deducían. La experiencia aporética es la angustiosa experiencia de esta imposible certidumbre. Solo ensayándola podríamos, potencialmente, ser capaces de conquistar lo imposible, entrando, como andantes caballeros, en los más intrincados laberintos.

Reflexionando sobre todos estos hechos es como llegamos a la imposible cosa en sí que precisa salir de sí para aspirar ox’geno (Adorno TE 89), el momento en que el sujeto se desprende de la vigilancia para alimentar los torbellinos, los molinos de viento, con el soplo de su alma:

                       

¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos                de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? (8, 156). 

Torbellinos, molinos de viento que nos marean. Los mareos son las imposibilidades de que haya una “vida fantástica” y una “vida real” enteramente concientes. No se sabe donde se está, hay siempre un estar mareados, y ese modo lo produce el contacto espectral del lector y la novela (González 76).

Y también lo produce toda aporía. Veamos la reflexión de Macedonio Fernández al respecto de los mareos y de El Quijote:

Leed nuevamente el pasaje en que el Quijote se lamenta de que Avellaneda publique una inexacta historia de él; pensad esto: un “personaje” con “historia”. Sentiráis un mareo; creeréis que Don Quijote vive al ver a este “personaje” quejarse de que se hable de él, de su vida. Aún un mareo más profundo: hecho vuestro espíritu por mil páginas de lectura a creer lo fantástico, tendréis el escalofrío de si no seréis vosotros, que os creéis al contrario vivientes, un “personaje” sin realidad (404).

La sabiduría de la novela es así la sabiduría de la incertidumbre de los tres pies del gato. Caminar esta senda es 

anular el tiempo sucesivo, es atravesar un mágico cristal que descarta la historia para que las almas queden libres para transitar por otras biografías espiritualizadas (González 122).

 

Andar estos caminos es atravesar pistas falsas[4], encrucijadas, inquietudes.

 



[1] Nos ocuparemos más adelante de la “solución” que Sancho le da. Que es una posibilidad para salir de la aporía cuando, evidentemente, hay que tomar decisiones.

[2] Parte final de un soneto recitado por Lotario en la novela.

[3] de Man atribuye esta cualidad a la escritura crítica de Blanchot, por ejemplo.

[4] Manuel Duran sostiene, por ejemplo, que Cervantes empieza por imitar al crítico lanzándole una pista falsa, al anunciarle que su propósito fue precisamente combatir a los libros de caballería y no otra cosa (Duran 10). Y esto, dado el énfasis sospechoso que se pone al respecto y  que contamos con un autor que cultiva la ironía, parecería probable.

 

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