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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de mayo de 1996

Las aporías del Quijote III: Para un "delicado entendimiento" del Caballero de la Triste Figura

Ambiguedad

El lenguaje de la novela es un lenguaje de ambiguedad. Dicho lenguaje ha querido siempre ser dogmatizado por la necesidad humana de juzgar antes de comprender, de dividir antes de unir, de saber antes que de ignorar. Desde que William Empson publicó Seven Types of Ambiguity este término ha tenido cierta importancia en la crítica.  Dice Empson:

We call it ambiguous...when we recognize that there could be a puzzle as to what the author meant, in that alternate views might be taken without sheer misreading...An ambiguity, in ordinary speech, means something very pronounced, and as a rule witty or deceitful.

Y sostiene que la palabra encuentra su relevancia en

any verbal nuance, however slight, which gives room for alternative reactions to the same piece of language.

Y en ese sentido coincidimos con Durán en que el Don Quijote es un dechado de ambiguedad. Durán utiliza la palabra “ambigüedad” en lo que él define como su sentido mas ordinario: aquello que ofrece varias posibilidades de interpretación. Esto de por si es una riqueza[1]. Dicha ambiguedad, para Durán, se halla ligada a la zona insegura que consituyó el Renacimiento y donde se desarrolló Cervantes (Duran 15). Sostiene al respecto:

Cervantes debió sentir añoranza más de una vez por los viejos ideales que se había empeñado en destruir; el considerarse a sí mismo durante tantos años como poeta, es decir, como constructor y no destructor de mitos, debieron de influir en él para colocarlo en situación ambivalente frente a las críticas que iba formulando de los ideales caballerescos aplicados a su época.

Si Cervantes se hubiera limitado a moralizar acerca de las novelas de caballerías no habría colocado tan insistentemente a Don Quijote por encima de los demás personajes (...) La                 forma en que Don Qujiote trata de aplicar los ideales caballerescos puede resultar risible; pero la personalidad misma del héroe cautiva al lector en la misma forma en que cautivó a Sancho (Duran 130).

La intolerancia de la ambigüedad, el no soportar lo ambivalente, lo que no está previamente decidido por nada, es lo que impide acercarse a estas maneras de mirar que compartimos pero que, a la vez, instamos a que nos acompañen a dar un paso más (un paso al que seguirá, por lo menos, otro, luego), a pensar las aporías del Quijote, es decir, entender esas ambigüedades como partes de un conflicto insoluble y no sólo lo que ofrece variadas posibilidades de interpretación. Es decir, lo que no puede interpretarse sino negando la interpretación. La ambigüedad nos habla, como dijimos, de una riqueza; la aporía, de un enigma. La ambigüedad llama a distintas miradas; la aporía nos ciega. La aporía es en sí ambigua pero no toda ambigüedad constituye una aporía. Porque una ambigüedad se disuelve en una lectura, se resuelve en su dualidad; una aporía es precisamente lo insoluble, lo indivisible. De allí que románticos y desencantadores puedan ambos, acorde a Durán, estar acertados. Pero para una mirada aporética ambos sólo decidieron resolver con sencillez y premura lo que, en esencia, es irresoluble.



[1] Aunque, en ese sentido según J.L.Borges, más rico sería el texto de Menard, ya que es más ambiguo -porque la ambigüedad es una propiedad del lector y no del texto.

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