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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 25 de agosto de 1987

Hablemos de sexo

Let's talk about sex...como dice la canción. Pero ¿por qué? ¿Y qué decimos? 

Los discursos sobre el sexo comenzaron a crecer desde el siglo XVII, acelerándose este crecimiento en el siglo XVIII en el ejercicio del poder mismo. Había una tendencia institucional a hacerlo. Sin perder la prudencia, todo lo referente al sexo debía ser dicho, aumentando y afianzando así el poder interior del Estado mediante discursos públicos y útiles. El problema poblacional no estaba ajeno a los análisis de la tasa de natalidad, la edad del matrimonio, etc. Muchos focos discursivos entraron en actividad relacionada al sexo: la medicina, la psiquiatría, el onanismo, luego en la insatisfacción y finalmente en las perversiones sexuales. También la justicia penal y todos esos controles sociales que filtraron desde fines del siglo XIX la sexualidad de las personas.

El sexo se convirtió en algo a ser dicho, que debe ser dicho exhaustivamente según dispositivos discursivos coactivos, tanto en el inglés libertino que escribía su vida sexual como en el que pagaba a las niñas. Pero no habla Foucault de un discurso sobre el sexo sino de una multiplicidad de discursos producidos por equipos institucionales: "entre la objetivación del sexo en discursos racionales y el movimiento por el que cada cual es puesto a narrar su propio sexo, se produjo, desde el siglo XVIII, toda una serie de tensiones, conflictos, esfuerzos de ajuste, tentativas de retrascripción". No una censura masiva, sí una incitación a los discursos, a la vez múltiples y regulados. Hablar siempre del sexo, de lo secreto.

De allí lo que Foucault llama "dispositivos de saturación sexual" que dispersándose evitan, creen y no ven que no ven: "una apuesta en el juego de la verdad", de la verdad del sexo. La puesta en discurso del sexo, la diseminación y el refuerzo de la disparidad sexual son piezas del mismo dispositivo que tiene a la confesión como matriz de producción de ese discurso, y de un archivo, y de los placeres del sexo.

Todo esto encontrará justificación 1) en lo que Foucault llama el "postulado de una causalidad general y difusa", de la que estaría dotado el poder del sexo para poder hacer funcionar en una práctica científica los procedimientos de esa misma confesión; 2) por el "principio de una latencia intrínseca de la sexualidad": la oscuridad de los caminos del sexo; 3) por el "método de la interpretación": doble producción de la verdad, revelación y desciframiento, y 4) por la "medicalización de los efectos de la confesión": se desgrana lo normal y lo patológico. 

Un dispositivo que atraviesa la historia mezclando la confesión y la escucha. La scientia sexualis que trae de la mano a la sexualidad y, junto a ella, a sus "patologías", a sus discursos. Entre oposiciones binarias Occidente logró no sólo ligar el sexo y la razón, sino hacernos ver atravesados por una lógica del deseo, sin estrategias únicas y uniformes. Se crearon cuatro figuras de las que se hablaría: la mujer histérica, el niño masturbador, la pareja malthusiana, el adulto perverso. Se trata de la producción de la sexualidad mediante un "dispositivo de alianza" normalizado, más el "dispositivo de sexualidad". Por un lado, lo permitido y lo prohibido. Por el otro, técnicas "móviles, polimorfas y coyunturales de poder. La familia será el eje articulador de ambos dispositivos. La sexualidad se constituye en la ley: el anti-edipo de Deleuze y Guattari: el deseo recluído en el seno familiar. El psicoanálisis se inserta en este punto como unificador de dispositivos: como pensamiento de la represión.

El sexo se hizo asunto en el cual todo el cuerpo social tenía que vigilarse. Esta nueva tecnología tuvo tres ejes: la pedagogía, la medicina y la demografía.

"Al crear ese elemento imaginario que es el 'sexo', el dispositivo de sexualidad suscitó uno de sus más esenciales principios internos de funcionamiento: el deseo del sexo -deseo de tenerlo, deseo de acceder a él, de descubrirlo, de liberarlo, de articularlo como discurso, de formularlo como verdad".

Para Foucault no se trata siempre del mismo mecanismo de poder, sino de mecánicas que no suprimen sino que recrean la sexualidad: "la hunde en los cuerpos, la desliza bajo las conductas, la convierte en principio de clasificación y de inteligibilidad, la construye en razón de ser y orden natural del desorden. Poder que exige constante atención para su ejercicio, que "opera como señuelo: atrae", y distribuye: "nunca tantos contactos y lazos circulares; jamás tantos focos donde se encienden (...) la intensidad de los goces y la obstinación de los poderes."

La verdad y la producción de la verdad están atravesadas por relaciones de poder. Algunos de sus rasgos principales están dados por lo que Foucault llama "la relación negativa", "la instancia de la regla", "el ciclo de lo prohibido", "la lógica de la censura" y "la unidad de dispositivo": "El poder es tolerable sólo con la condición de enmascarar una parte importante de sí mismo. Su éxito está en proporción directa con lo que logra esconder de sus mecanismos".

Se concebía al deseo en relación a un poder jurídico y discursivo, por lo cual se trataba entonces, para Foucault, de pensarlo sin la ley (lo que condujo a Foucault a plantear cuatro reglas: regla de inmanenia, regla de las variaciones continuas, regla del doble condicionamiento y regla de la polivalencia táctica de los discursos).

La sexualidad es un punto de pasaje para las relaciones de poder, un instrumento que teme sus efectos y los codifica en el derecho: "el poder era ante todo derecho de captación: de las cosas, del tiempo, los cuerpos y finalmente la vida", un poder que produce: produce relaciones de poder.

El disciplinamiento corporal y la demografía se articulan en el dispositivo de sexualidad. Se instaura la sociedad de la "sexualidad": "los mecanismos de poder se dirigen al cuerpo, a la vida (...), a lo que refuerza la especie, su vigor, su capacidad de dominar o su aptitud para ser utilizada", hablando de la sexualidad y a la sexualidad. "Y debemos pensar que quizás un día (...) ya no se comprenderá como las astucias de la sexualidad, y del poder que sostiene su dispositivo, lograron someternos a esta austera monarquía del sexo, hasta el punto de destinarnos a la tarea indefinida de forzar su secreto y arrancar a esa sombra las confesiones más verdaderas". 

Ironía del dispositivo: nos hace creer que en ello reside nuestra "liberación".

Esos discursos, esos efectos de poder y los placeres que se encontraban invadidos por ellos se entrelazaban en el examen méxico, la investigación psiquiátrica, el informe pedagógico y los controles familiares. Las "espirales perpetuas" del poder y del placer dibujan el perverso rostro de Occidente e el que las relaciones de éstos con el sexo se multiplican, "miden el cuerpo y penetran en las conductas". El poder se expande y las sexualidades lo acompañan: encadenamiento relevado por ganancias económicas que se conectan con la "desmultiplicación analítica del placer y el aumento del poder que lo controla". Creación de un placer diferente: "placer en la verdad del placer", placer en el análisis.

A partir de allí se formaba un nuevo saber canónico, discursivo, esgrimido por educadores, médicos, administradores y padres, quienes hablaban del sexo de los niños y hacían hablar a los propios niños: saber en el que se intensifican los poderes y se multiplican los discursos. Pero el sexo se inscribe desde el siglo XIX en dos registros de saber: "una biología de la reproducción que se desarrolló de modo continuo según una normatividad científica general, y una medicina del sexo que obedeció a muy otras reglas de formación. Entre ambas, ningún intercambio real (...); la primera, en relación con la otra, no desempeñó sino el papel de una garantía lejana, y muy ficticia: una caución global que servía de pretexto para que los obstáculos morales, las opciones económicas o políticas, los miedos tradicionales, pudieran reescribirse en un vcabulario de consonancia científica"; la primera dependiendo de la volutntad de saber científica occidental y la segunda dependiendo de una voluntad de no saber.

Enmascarar la verdad del sexo, practicar una scientia sexualis basada en la confesión cristiana y judicial (forma de saber - poder). El "encendido"de una red de saberes, de verdad, de placeres, generadores de poder, definen estrategias de mutuas extracciones: saber sobre el placer, placer en saber sobre el placer, en suma, peticiones de saber, voluntad de verdad, la historia de un encarnizamiento.