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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Año Nuevo

Hoy se me ocurre que podría haber estudiado química. Porque le interesaban las transformaciones, las metamorfosis. Como virginiano, siempre me dijeron que los de ese signo eran precisos, minuciosos, metódicos. Pero sus manos no reflejaban justamente esas cualidades. Metódico, tal vez sí. Preciso, muy lejos de eso. Minucioso, pues no tanto... se cansaba rápidamente. Si bien su padre de niño le regaló un reloj para armar, y a pesar de que siempre le gustaron los cu-cús y no cesó en su admiración por Suiza, nunca se sintió cómodo con las marcas del tiempo y menos aún por ende pudiera haber sido relojero, aquel que desarma los intrincados engranajes de ese aparatito medidor y luego los ensambla con justeza absoluta.

El caso del químico es parecido pero distinto. Es mucho más fácil lidiar con átomos invisibles que con agujas y segunderos. Es más fácil lidiar con lo invisible que con el tiempo. Y a Nicolás siempre le había fascinado la naturaleza y, por tanto, las fuerzas que se desatan dentro de ella. Pero no lo persuadían los fundamentos de la termodinámica... ¿cómo es que siempre se conserva la misma cantidad de materia? ¿Y por qué ésta se degrada? Nunca le parecieron convincentes esas leyes...

Descartadas así finalmente tanto la química cuanto la relojería, fue pintor y luego embalsamador. Después de todo tuvo igualmente que lidiar con el calor, el frío, la sequedad, la humedad. Una vez contraído matrimonio, Nicolás Valencia comenzó también a cultivar hongos y a militar en el Partido Radical.

Lector apasionado de Ibn Chaldun, su salud endeble también sufrió del paludismo que combatía quizás anacrónicamente con la ipecacuana. Le ofrecieron otras recetas pero no creía en brujerías. Reservado, su tendencia general era el secreto, el silencio, negarlo todo. Sus comunicaciones eran lentísimas y azarosas.

Se casó con Federica Slegné sin entender muy bien lo que hacía. Federica no escatimaba en pomadas, jabones y perfumes. Tenía bajo llave el armario del baño donde guardaba estos enseres y poseía duplicados de las mismas. A diferencia de lo que sucedía con Nicolás, ni una mota de polvo, ni un rastro de mancha podían encontrarse en ninguna de sus prendas.

El 31 de diciembre de 1918 celebraron la reforma. Y comenzaron esa noche a soñar el uno con el otro, entrelazándose sus sueños como serpientes amigas. Despertaron al mismo tiempo aún de madrugada, sobresaltados pero contentos. Sintiéndose a punto de desentrañar un misterio escondido en el sueño, decidieron volver a dormirse para ver si conseguían develarlo.

La segunda vez Nicolás despertó sonriente, como habiendo descubierto algo. Pero Federica no. Federica no despertó una segunda vez en el nuevo año. Nicolás intentó reanimarla en vano. El calor en el ambiente era, minuto tras minuto, cada vez más insoportable. Parecía como si hubiera una chimenea encendida en el cuarto. Por un momento pensó que si no la atendían a tiempo, moriría. Tal vez le haya bajado la presión, supuso brevemente, más optimista. Ese optimismo fue fugaz, probablemente herencia de la noche anterior. Extraños y salvajes sonidos provenientes de la calle no le ayudaban a evaluar claramente la situación y la volvían aún más sofocante. Lo mejor que podía hacer era tranquilizarse, pensó. Se recostó en la cama, junto a ella y, mientras buscaba una salida, casi sin darse cuenta, volvió a dormirse. Después de todo era feriado.  

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Esta foto me asusta

Esta foto me asusta. Porque soy yo hamacándome a mí mismo. En realidad es mi padre quien me hamaca, pero su perfil con esas entradas, nariz, cejas, son exactamente las mías. Y sin embargo yo estoy en la hamaca, feliz, inconsciente de estar siendo hamacado por mí mismo. Mirando a la cámara. Hoy recuerdo el cochecito de bomberos y el metegol, entre sus regalos navideños. La primera vez que me llevó a la cancha a ver a Independiente y el gol olímpico de Balbuena a Millonarios de Colombia. El abrazo interminable cuando el Bocha hizo el gol de cucharita luego de una triple pared con Bertoni que nos hizo ganar la copa intercontinental. Todos los partidos que siempre me ganó al tute y al truco (imbatible salvo en ocasiones donde adrede se distraía). La infinidad de veces que me llevó a jugar al tenis a distintos clubes. Los viajes en avión que solamente hizo para ir a verme a mí al exterior (caso contrario no lo sacabas ni loco del trayecto único Ramos Mejía-Mar del Plata). Nunca entendió de qué se trataba la sociología, carrera que yo inicialmente elegí y terminé. Yo tampoco, pero lo supe mucho después que él. Recuerdo hoy la sedería y, como no alcazaba con eso en los días como estos previos a las fiestas, también vendía juguetes en la puerta de la sedería sobre improvisadas mesas de madera. Y luego las golosinas. Salir juntos en la madrugada a buscar los caramelos Mu-Mu a la fábrica para luego venderlos a los kioscos. Lo mismo hicimos luego con los alfajores Guaymallén (pocas cosas más ricas gue un Guaymallén de dulce de leche recién salido del horno a las 5:30 de la mañana). Le gustaba ir al Casino de Mar del Plata y, si ganaba, había pulloveres comprados en Mar del Plata para todos. Nunca perdió hasta que mi madre le tiró el saco blanco con el que siempre -por cábala- jugaba. Porque entonces se iba al casino de saco. Un hombre simple, bueno, muy bueno, demasiado bueno. Toda la gente que pasó a despedirlo hace unos días lo recordaba así. Toda la gente con la que me sigo cruzando en Ramos Mejía lo recuerda así: bueno, sensible, familiero. Las cosas se pusieron difíciles y no pudo más, no quiso más. Era demasiado complicado para él, inentendible. Así se fue yendo: no escuchando primero, con problemas de sordera. Luego no hablando. Más tarde, con el alzheimer, desvirtuando la misma realidad que lo desafiaba. La vida debía ser más simple y no lo era. Te voy a extrañar hoy y siempre, papá. Que es casi como extrañarme a mí mismo...

domingo, 21 de diciembre de 2014

El pozo de navidad


No es precisamente por rendir un homenaje a la verdad que estamos dando testimonio de lo que ocurrió. Usted dirá que no es agradable lo que sucedió como para andar volviéndolo a contar, pero esto se debe más que nada a la costumbre. En realidad tiene todo de costumbre. Así nacemos, fluimos y hacemos fluir, como el agua.

Uno podría decir que a Juan le pasó lo contrario, que murió por falta de costumbre. Desde luego, no es la única razón, pero sí la principal de varias. Otra fue el calor, otra la presión del lugar. Cuando lo sacaron del pozo estaba todo más que claro para aquellos que habían asistido a la fiesta navideña y sabían de sus extravagancias. Había bebido y comido hasta el hartazgo, todo al compás de una música que no dejó de bailar. En los últimos minutos se quejaba de tener mucha sed, nadie entendía como era posible y parecía más bien una broma. Él mismo se lo tomaba a la chacota afirmando: “Al comienzo fue el vino”.

Fue difícil levantarlo, estaba más pesado que de costumbre. El comisario Arquímedes Platero estuvo a cargo de la pesquisa. Hubo investigación porque no estaba todo más que claro para el médico que lo revisó. Los últimos que hablaron con él fueron Cristina Samos, la guardavidas de la piscina, y Gerardo “Chiche” Fuentes, el joyero más afamado de la ciudad. Arquímedes sospechaba de todos y al principio –me confesó- no sabía que hacer. Decidió darse un baño para relajarse y aclarar su mente. La clave le llegó con el murmullo de las burbujas y fue confirmada por los análisis posteriores. Juan Troccoli había intentado respirar bajo el agua produciéndosele un cuadro de aerombolismo. En su borrachera, imaginó el pozo como un lugar agradable para vivir en paz y no pensó que el agua pudiera ser su enemiga. Todo lo contrario. Inhalando líquidos en vez de mezclas de gases era posible que se pudiera descender a increíbles profundidades, se aventuró. Inclusive dar con tesoros perdidos, más allá de lo que hasta ahora el hombre –incluso “Chiche”- pudo soñar. No se trataba de lograr record alguno, ni de nadar ningún estilo ni distancia, sino de permanecer voluntariamente bajo tres metros de agua en ese pozo de Maldonado, casi sin moverse. Nadie sabe cuántos minutos fueron. Pero sí está confirmado que antes de sumergirse se sometió, durante dos horas, a una comilona de aquellas. ¿Por qué no podría respirarse un líquido?, desafió, obstinado, tragando  hasta que el pesado oxígeno del agua pasara por los pequeños conductos de sus pulmones.

Llovía cuando lo encontraron. Para un habitante de las orillas del Hwang Ho la lluvia suele ser anuncio de destrucción y muerte. Nuestro hermano uruguayo –que había visitado China recientemente- tal vez quiso sustraerse a ese anuncio mediante la creación de un mundo maravilloso, a varios metros de profundidad. 

martes, 16 de diciembre de 2014

Vivmos una época ...

Vivimos una época en que los embaucadores nos rodean por todas partes y la inmensa mayoría de ellos -banqueros, autoridades, dirigentes políticos y sindicales, jueces, académicos- miente y delinque para enriquecerse, sórdido designio vital, sin que sus historias trasciendan las previsibles trapacerías del ratero vulgar. 

                                                                                                        Mario Vargas Llosa.

jueves, 11 de diciembre de 2014

La Argentina no sería nada

"Fue en ese breve lapso cuando se armó la idea confusa de que ser argentino era romper con las fronteras: ser la más pura mezcla. Contra esa mezcla militó el nacionalismo de principios del siglo XX, con la gauchesca y la ley de extranjería y los blablás patriotas. Por esa mezcla pudo nacer el tango, el sainete, una forma de hablar, Jorge Luis Borges, el cine de Santiago y Torre Nilsson, Gombrowicz, cierto rock, Cortázar, Saer, Quino y tantos otros textos. La Argentina no sería nada sin esa convicción de que nuestra cultura no está limitada por fronteras nacionales: de que la parte que nos corresponde es todo. La Argentina no sería nada si se hubiera impuesto a lo largo de su historia la peor forma de exclusión posible, la más popular, la más dañina: la Patria contra los extranjeros. La Argentina no sería nada si hubiera sido siempre como ahora." 

                                                                                                              Martín Caparrós.