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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 2 de diciembre de 1995

Viaje a los viajes de la literatura peruana VI (12-2-1995)

El viaje y el desierto

El tono neutro que encontramos en los cuentos de Ribeyro es también el de alguien habituado al paisaje desértico, a la soledad, a los médanos que

cambian de paradero cada noche, el viento los crea, aniquila y moviliza a su capricho, los disminuye y los agranda. Aparecen amenazantes y múltiples, cercan a Piura como una muralla, blanca al amanecer, roja en el crepúsculo, parda en las noches, y al día siguiente han huído y se los ve, dispersos, lejanos, como una rala erupción en la piel del desierto.”24

Es el forastero quien decide construirse una casa en el desierto. Cuando ya no le queda nada, cuando, ya quebrado, se siente extranjero:

“...Una sensación extraña de haberse insensibilizado, de haber cambiado la piel en corteza, de haberse convertido en cosa, lo aguijoneaba.”25            

Un viajero italiano de 1931, A. Barazzoni, así veía Lima por entonces:

“Imaginad un desierto de arena que se extiende a lo largo del Océano por más de dos mil millas; a la mitad de esta escualida costa imaginad un oasis de una cincuentena de kilómetros, rico en la más lujuriosa vegetación tropical, y en medio de este oasis una metrópoli incierta, risueña, civilizadísima, aunque aislada del mundo.”26

 Como en Arguedas, la naturaleza y los hombres se confunden. Cuando la naturaleza es el desierto nos confundimos con su crueldad insaciable, el mismo sabor amargo que nos queda al leer a Ribeyro. La realidad del desierto es la realidad del sufrimiento, de la nadería de la existencia.


24. Mario Vargas Llosa, La casa verde, op cit., p. 78-79.

25. J. R. Ribeyro, en "Junta de acreedores", op. cit.

26. Citado por Sebastián Salazar Bondy, op. cit.

Viaje a los viajes de la literatura peruana V

Las vacilaciones, las indeterminaciones, las ambiguedades

Estamos en el mundo “chicha”: el mundo de lo que no se comprende. En el drama de ser y no ser, de pertenecer y de no estar presente. De la ambiguedad de la reacción ante las tensiones. Como zorras que envidian erizos pero no quieren -ni sabrían, como Vargas Llosa- convertirse.18

Lo borroso, lo confuso en el Perú está también en las incertidumbres de los  cuentos de Ampuero, en los que las dudas retornan cuando las emociones se amenguan, naturalmente.19  Esa “nítida coincidencia de criterios” en las indeterminaciones sigue “la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca”20  de Los ríos profundos .

Ese escepticismo para definir una realidad habla también de una pobreza de ambiciones, de definiciones, de decisiones, de culpas. Las vacilaciones, las indeterminaciones, las ambiguedades, son formas de la inocencia: se prorroga la actuación, la elección, la definición, para prorrogar una responsabilidad inhumana y, en última instancia, una culpa.  Por eso la lancha de La casa verde  “cabecea sobre las aguas turbias” en el comienzo de la novela. Es también el escritor, junto con la novela narrada como un viaje, el que cabecea.21

Es también este el caso de Julio Ramon Ribeyro, naturalista de la ambiguedad, del destino incierto que

“es otro laberinto, tan precario como el social. De ahí la calidad subjetiva de estas historias; la subjetividad no se nombra pero es la tierra movediza donde se desliza el sujeto.”22


Vemos esto, por ejemplo, claramente en su cuento “Mar afuera”:

 “Desde que zarpara la barca, Janampa había pronunciado sólo dos o tres palabras, siempre oscuras, cargadas de reserva.”


Luis Loayza  piensa que Garcilaso se detuvo, dudó antes de subir a la barca que lo llevara a su nave.23  Y yo también. Pienso.

 Y también me detuve, dudé. Dudo. Loayza, Garcilaso y yo. Y usted, titubeante lector. Porque, como Garcilaso, ya no somos mas que mestizos y extranjeros indeterminables, ambiguos, en un mundo que cada vez más reclama, como el antiguo imperio, pureza de sangre y, perfección de compact disks y cd-roms (los viejos casettes y disquettes deben ser sacrificados), y al que sólo podemos devolverle esta tan despreciada multitud de diferencias.


18. Para una aclaración sobre "zorras" y "erizos" ver "Un héroe de nuestro tiempo", presentación de Mario Vargas Llosa al libro de Isaiah Berlin, El erizo y la zorra, Ed. Muchnik, Barcelona, 1981. Algunas citas y análisis de esa presentación en Degregori, C. I. y Grompone, R., op. cit.

19. Ver, por ejemplo, Fernando Ampuero, Malos Modales, Jaime Campodonico/Editor, Lima: 1994. 

20. J. M. Arguedas, op. cit.,  cap. 1.

21. Alguna vez el gran escritor argentino Juan José Saer se definió a sí mismo como un escritor que cabecea. O a sus personajes. No lo recuerdo bien. Dudo, vacilo.

22. Alfredo Bryce Echenique, Introducción al libro de J. R. Ribeyro, op. cit.

23. Luis Loayza, op. cit.

Viaje a los viajes de la literatura peruana IV

Desterritorializacion

            Ciro Alegría y su destierro. Entonces era un “huaycha”. Como todo el que no tiene tierra. Como casi todos, “porque ya naides es de ninguna parte”15. Como el “indio urbano”, como el “exilio” de Arguedas: vivir en dos mundos diferentes y no pertenecer a ninguno, sentir la opresión de Ernesto por la carga de la otredad permanente. Es un “dolor cósmico” porque en la desterritorialización, en el exilio, sufren la tierra, la naturaleza y el cosmos, que se ven desgarrados a sí mismos, de sí mismos.  Muchas veces al punto de llegar al suicidio, como Pichula Cuéllar en Los cachorros , como Arguedas. Por eso no comparto la opinion de Abelardo Sánchez León16  de que

            desde Garcilaso hasta hoy, los escritores peruanos buscan el exilio voluntario por diversas             razones      o por la posibilidad de ser escritores lejos de su tierra”.

           Mas bien creo que todo exilio es forzado, voluntaria o involuntariamente. Los éxodos son, como contó Luis Loayza, una “estación del desastre”. Los ancianos prefieren allí cortarse la garganta antes que abandonar su ciudad. Y los que se van

“...Desde lo alto la miramos por última vez: solitaria y con tanto amor nuestro extendido en sus paredes.”17 

15. J. M. Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, citado en J. G. Nugent, op. cit.
16. Abelardo Sánchez León, La balada del gol perdido. Ed. noviembre trece, Lima: 1993.
17. Luis Loayza, "Éxodo", en El avaro y otros textos, Inst. Nac. de Cultura, Lima: 1974.

Viaje a los viajes de la literatura peruana III

El viaje y las fronteras

            Arguedas cuenta en Los ríos profundos , relato considerado autobiográfico, como vivió en la frontera con la selva en la casa de un pariente de su padre, más precisamente “el Viejo”. La frontera es siempre una tentación en la literatura y en la vida. En la novela arriba citada dice Arguedas (o el narrador, si el crítico prefiere)           

“...Debía ser como el gran río: cruzar la tierra, cortar las rocas; pasar, indetenible y tranquilo, entre los bosques y montañas; y entrar al mar, acompañado por un gran pueblo de aves que cantarían desde la altura.”13

            Pero el país mítico de Arguedas era como el de las obras de Charles Ridder:  intemporal y sin fronteras.14  Debía cruzarse a sí mismo. 


13. José María Arguedas, Los ríos profundos. Ed. William Rowe, Pergamon Press, New York, 1973.

14. Julio Ramón Ribeyro, "Ridder y el pisapapeles", op. cit.

Viaje a los viajes de la literatura peruana II

El viaje de los inmigrantes

           Migración. Interna y externa. De allá para acá y de acá para allá. Porque la agricultura se hace imposible en la Puna. Entonces hay que irse a la ciudad y

           “Las puertas de Castilla y la Mangachería están abiertas para los indios que emigran de la sierra y                       llegan a la ciudad hambrientos y atemorizados”8 .  

            Migración. En Lituma en los Andes  matan a cada extranjero que llega al Perú. Migración. La “decisión psicológica, social y cultural más decisiva en la historia del país”9. Van donde no deben ir. Abren la cancha. No se casan con nadie. Negocian. Como Fujimori, viejo migrante.  Quiere, como migrante, construir otro país. Pero no precisamente Suiza. Por lo menos no lo dice.

            Estamos hablando de lo que cambia, no de lo que permanece. Y entonces hablamos de la migración.

            Las primeras familias inmigrantes extranjeras se instalaron en las zonas costeras, fueron principalmente comerciantes, militantes obreros, algunos anarquistas, es decir: lo típico en los países latinoamericanos que recibieron inmigración extranjera. Muy pocos se instalaron en los Andes o en la Amazonia.  Y algunos de los que lo hicieron se llevaron su rédito:

            “...El Gobernador asiente: los que venían de afuera traían líos, capitán. La vez pasada habían sido unos extranjeros, unos ingleses, con el cuento de la botánica; se habían metido al monte y se llevaron semillas del árbol del caucho y undía el mundo se llenó de jebe salido de las colonias inglesas, más barato que el peruano y el brasileño, esa había sido la ruina de la Amazonía, capitán...”10  

            Entonces Lima recibe un doble movimiento migratorio: de ultramar y de provincias, por persecuciones, por precariedades de la existencia que generan otras persecuciones. Vallejo y Mariategui son expresiones de estas migraciones.11

            A la vez, la migración también ha sido leída como un fundamento historico de lo que Carlos Franco llamó la “otra modernidad”, asentando también que

            “No es posible definir lo ocurrido en la mente y el corazón de los migrantes sin indagar en el significado                humano de sus experiencias de “abandono”, “partida” o “descubrimiento”; sin escrutar sus preferencias por el    “pasado”, el “presente” o “el futuro”; sin internarse en los sentimientos de “lo conocido” y “lo desconocido”; sin    confrontar el peso del “hábito” y  la propensión al “cambio”, sus imágenes de “continuidad” y “progreso”.12

            Es decir, sin filosofía. Sin una filosofía de la existencia y de la cultura que nos permita pensar a los inmigrantes americanos en europa y a los europeos en america. A los campesinos en la ciudad y a los -hoy rara avis- ciudadanos en el campo. ¿Cómo se sobrevive a la adaptación? ¿Qué es lo que se pierde? ¿Qué significa ser un  migrante o un inmigrante? En su última novela póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo , Arguedas pinta el desmembramiento de las comunidades indígenas a medida en que migran desde la sierra a la costa.

8. Mario Vargas Llosa, La casa verde. Seix Barral, Barcelona: 1967 (1965), p. 34

9. Carlos Ivan Degregori y Romeo Grompone, Elecciones 1990. Demonios y redentores en el nuevo Perú. Una tragedia en dos vueltas. Mínima IEP, Lima: 1991.

10. Mario Vargas Llosa, op. cit., p. 164-5.

11. Sobre este tema, José Guillermo Nugent, El laberinto de la choledad. Fund. Friedrich Ebert, Lima: 1992.

12. Carlos Franco, La otra modernidad. Imágenes de la sociedad peruana. Cedep, Lima: 1991.

Viaje a los viajes de la narrativa peruana I

Preparativos para este viaje


  "¿En qué momento se dará por vencido el forastero?", se preguntaban los vecinos.

La casa verde. 1

     Este escrito intentara fabular con aquello que ya se ha roto, como el oscurecido rastro de una crítica imposible, una cartografía cognitiva del fracaso, una fuga de cualquier dominio de conocimiento. Porque el escritor, como el profesor suplente de  Ribeyro, se distrae, la realidad “se le escapaba por todas las fisuras de su imaginación”2. No pienso cultivar aquella critica y, como aquellos otros hombres de aquel otro cuento, pasar las horas sumergiéndome para traer a la orilla un poco de chatarra3. Escribiremos un rato y al final nos detendremos. Y no hablaremos mucho si no sabemos que decir.

     Para iniciar este viaje hay que

                       “salir de los hangares, atravesar un puente sobre la vía férrea, contornar una larga pared que                 apestaba a orines y cruzar durante quince minutos un mundo de rieles perdidos, de vagones                     abandonados, de casetas sin destino, de vieja carga olvidada y herrumbrosa.”4

            Seguramente, como no soy Ribeyro, me llevará más de quince minutos (a menos que yo sea su personaje) y es probable que me extravíe en algún vagón. O que alguien -más probable aún- me confunda con esa “vieja carga, olvidada y herrumbrosa”.

            Los caminos siempre son largos. La primer nevada de New Haven y la prematura oscuridad de sus noches me despistarán también. Vagaré por este viaje a los viajes buscando el amanecer y no me detendré hasta encontrarlo.

            Mis frases deberían ser cortas.

            No quisiera agregar más.

            Debería empezar este ensayo con el epílogo de Ribeyro a Pasos a desnivel  5. Pero sería un vano intento de conjurar estos otros desnivelados pasos. Que Sebastián Salazar Bondy sostenga que en Lima no ha aprendido nada del Perú6 no me habilita a mí, atrevido lector, a creer en un desentrañamiento desde aquí, mi cuarto en Yale,  por mas que me haya precipitado afanosamente entre los textos más importantes de su historia.

            Es posible que algunos lectores, como Fushía, no consigan entender que no los estoy engañando e intenten “deconstruir este texto” hasta extraerle todos sus secretos, lo que no dice, lo que oculta, pícaro, mentiroso, astuto; pero tampoco yo, como Aquilino o Nieves , comprendo la crueldad de Fushía. Ni tampoco me gusta lavar trapos sucios. Ni desenterrar secretos o torturar aún más a seres que ya han vivido torturados. Después de todo estoy en esto porque creo en los Reyes Magos, esos viajeros.  Así que, importunado lector (como lo es todo lector de “papers”, género literario al que tambien podría atribuírsele la calificación que Borges le otorgó a las conferencias: imperdonable), le aviso de antemano que creo también en cierta pureza del sentimiento, en las miradas transparentes y en la esperanza, esa prostituta.7 Si la época no acompaña, sólo puedo decir, con Borges, que me tocó vivir tiempos difíciles, como a todos los hombres.

1. Mario Vargas Llosa, La casa verde, Seix Barral, Barcelona: 1967 (1965), p. 95

2. Julio Ramón Ribeyro, "El profesor suplente", en Cuentos Completos, Alfaguara, Madrid: 1994.

3. Ver "Al pie del acantilado", J. R. Ribeyro, op. cit.

5. Wolfgang A. Luchting, Pasos a desnivel, Monte Avila Ed., Caracas, 1971.

6. Sebastián Salazar Bondy. Lima, la horrible. Ed. Era S. A., México: 1964. 

7. Estoy casi seguro de haber leído esta expresión: "la esperanza, esa prostituta" en alguna otra parte. pero no recuerdo dónde. A esta altura de los acontecimientos, en pleno siglo XX, ¿ha leído usted alguna vez alguna cita más inútil que ésta? ¿No es la cita también otro género literario imperdonable?

Viaje a los viajes de la literatura peruana XIX- Epilogo final (1995)

Europeos en Latinoamérica o epílogo nostalgioso

Siempre se nos ha achacado a los argentinos el sentirnos europeos en América, y yo creo que somos un poco como la Flora Tristán, que nació en Europa pero fue a Latinoamérica en busca de la herencia de su padre. Ningún país en América se ha formado con la inmigración como la Argentina. La transfusión de sangre fue casi total. Así como el aniquilamiento de los negros y los indígenas.

Como la fortuna de los Tristán, la Argentina tuvo una de las más grandes de América, pero, como a Flora, algún tío nos declaró hijos ilegítimos de Europa y hoy andamos vituperados en toda Latinoamérica como país-frontera, bastardo, pretencioso, altanero.

Me gusta pensar esta noche (y pido perdón por los excesos de mi imaginación, siempre atrevida) que Flora Tristán se ha reencarnado en el Che: viajera, combatiente, europea y latinoamericana. Probablemente a muchos no les simpatice Flora Tristán, la ironía de su existencia, su identidad en movimiento tanguero, trágico, como en una sala de ecos y espejos, como el vórtice de un torbellino.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XVIII

Latinoamericanos en Europa

Bryce Echenique sostiene en su autobiografía que lo afrancesó su madre en el perú y lo latinoamericanizó Francia a partir de los veinticinco años de edad. El cruce del océano Atlántico    

“lo hace sentir a uno extranjero, gratamente extranjero, orgullosamente extranjero; pasear por las calles con las manos en los bolsillos, caminar hasta quedar exhausto, decir soy peruano y decir soy extranjero, de tan lejos. Cuando uno empieza a hablar siempre se tiene un extraño tono nostálgico, lo hace en pasado, como si estuviese disecado...”76

Según Abelardo Sánchez León, Martín Adan, en su libro La casa de cartón  (1928), escribía irónicamente que para crecer había que marcharse a Europa sin hacerlo él, personalmente, nunca. Allí nos preguntarán justa e ignorantemente por nuestros países, sostiene Loayza en El sol de Lima  (p. 55). En el libro de Adan, según cuenta en este caso Loayza, un personaje llega a París y vive allí tan vanamente como en Lima para encontrarse de regreso un día. El cambio de escenario no había resuelto nada.77


(76) Abelardo Sánchez León, "Las Europas del Tercer Mundo" en La balada del gol perdido, op. cit.

(77) Luis Loayza, El sol de Lima, op. cit., p. 134.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XVII (1995)

Sujetos frontera

Anselmo, en La casa verde , dice ser peruano, pero nadie termina de creerle porque no reconocen la procedencia de su acento:

“...no tenía el habla dubitativa y afeminada de los limeños, ni la cantante entonación de un chiclayano; no pronunciaba las palabras con la viciosa perfección de la gente de Trujillo, ni debía ser serrano, pues no chasqueaba la lengua en las erres y las eses. Su dejo era distinto, muy musical y un poco lánguido, insólitos los giros y modismos que empleaba y, cuando discutía, la violencia de su voz hacía pensar en un capitán de montoneras. Las alforjas que constituían todo su equipaje debían estar llenas de dinero: ¿cómo había atravesado el arenal sin ser asaltado por los bandoleros?74

¿Cuántas veces volvieron a preguntarme si yo era porteño al no recocer mi acento? ¿Se deberá esto a mis viajes? Lástima que las alforjas que constituyen todo mi equipaje no tengan todo ese dinero. Pero, además, Anselmo atraviesa fronteras -el arenal- sin que lo vean, ayudado por su propia identidad fronteriza. (Recuerdo que en Argentina se designa con el nombre de “fronterizos” a los niños que están en el borde entre la “normalidad” y algún tipo de mogolismo. Las nuevas modas han llevado también últimamente a llamarlos “especiales”.)

Sin embargo, no hay que haber salido del país para ser un sujeto frontera. Se puede ser extranjero en el propio lugar y estar en la frontera de la propia nacionalidad:

“Nací en el Anti-Perú, casi me obligan a responder cuando ando por las provincias, y cuando los europeos indagan en mis ojos, niegan mi nacionalidad .”75

El desgarramiento de vivir entre dos mundos. Poetas latinoamericanos viviendo en Europa, poetas que han muerto, poetas que permanecen en silencio: tres formas del exilio elegidas por los sujetos frontera.


(74) Mario Vargas Llosa, La casa verde, op. cit., p. 54-55

(75) Abelardo Sánchez León, "Los recuerdos están marchitos", en La balada del gol perdido, op. cit.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XVI

Identidades en movimiento

            Ernesto es un personaje móvil en cuerpo y alma. Como los migrantes, al querer dejar de ser algo pasamos a ser otra cosa que tampoco somos nosotros. Anselmo fue uno en la Amazonía y otro en Piura, igual que Bonifacia y Lituma. Hablamos de personalidades móviles, desconcertadas, rotas, en un territorio fragmentado que atraviesa lo que ha sido llamado un proceso de cholificación:

“la afirmación de nuevas identidades -ya no indias pero tampoco criollas o mistis- en las que se entrelazan elementos étnicos, regionales, clasistas y ciudadanos. Arguedas habló de un Perú de ‘todas las sangres’, ‘donde cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo pueda vivir, feliz, todas las patrias.” 71

Si cada piedra es diferente, si no están cortadas, si “se están moviendo”, si “parece que caminan, que se revuelven, y están quietas”, tal vez habría que ser como ellas, o como “ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas vencedoras. ¡Como tú, río Pachachaca! ¡Hermoso caballo de crin brillante, indetenible y permanente, que marcha por el más profundo camino terrestre!”72 .

Según bien ha observado Luis Loayza, Fushía es también otra identidad en movimiento o el movimiento mismo:

“Huye de Campo Grande a Iquitos, de Iquitos a su isla cerca de la frontera con Ecuador y luego deja la isla y atraviesa la selva peruana para llegar a San Pablo. Fushía es también...el movimiento en la sociedad .”73

Las identidades en movimiento son como aquella piedra que tanto viajó que, casi al llegar, la venció el cansancio y se detuvo. Y lloró sangre.

(71) Degregori C. I. y Grompone R., op. cit.

(72) Citas extraídas de J. M. Arguedas, Los ríos profundos, caps. I y V.

(73) Luis Loayza, El sol de Lima, op. cit., p. 175.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XV (1995)

Figuras de síntesis irónica

Los sujetos de las narrativas aqui analizadas discurren entre huecos de sentido en un territorio que parece ilusorio. La puerta, cerrada pero transparente, del cuento “Una aventura nocturna” de Ribeyro, es un símbolo de estas figuras en las que se deposita la ironía del mundo. (Recuerdo aquella sentencia de Borges celebrando “la magnífica ironía de Dios que me dió al mismo tiempo los libros y la noche.” ) Estos personajes, como Ernesto, se hallan atravesados por dos mundos y no pueden apresar ninguno. Como Bryce Echenique prefiriendo jugar la mitad de un partido de fútbol en un equipo y la segunda en otro. Que beneficios puede acarrear este desgarramiento, esta paradoja? Las ironías de la historia, de nuestras historias, nos permiten eludir las gravedades discursivas, las sentencias altivas, el pensamiento tribal, como Garcilaso, como Arguedas, como Bryce Echenique. Dice Luis Loayza sobre Lucho, el personaje de La crónica de San Gabriel  de Ribeyro:

“...Como todos los personajes profundamente imaginados, en Lucho existe una parte de misterio que escapa a su autor y que el mismo no comprende: ‘Mis decisiones más importantes eran siempre dictadas por sentimientos contradictorios’.”70  

(70) Luiz Loayza, El sol de Lima, op. cit., p. 173.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XIV

Paranoia

Al mismo tiempo en que se viaja para fugarse, por miedo, no se viaja por la misma razón:

“En esa quebrada viví abandonado durante varios meses; lleoraba a gritos en las noches; deseaba irme, pero temía al camino,  a  la sombra de los trechos horadados en la roca, y a esa angosta senda, apenas dibujada en la tierra amarilla que, en la oscuridad nocturna,parecía guardar una luz opaca, blanda y cegadora. (...) Viví temblando, no tanto porque estaba abandonado, sino porque el valle era sombrío...”67


Figuras de tránsito

El padre de Arguedas se desplaza constantemente. Su hijo dice que cuando vagó con su padre encontró que en todas partes la gente sufría. Pero el padre es un abogado que va en busca de trabajo. Podemos llamar también figuras de “derrota” a las figuras de tránsito, borrachos y transeúntes, o hasta piedras que “parece que caminan, que se revuelven, y están quietas”68. El padre y el hijo han andado a lo largo del mundo...”y por donde nadie más que el agua camina...”69 Estos viajeros son detallistas en cada lugar, no olvidan lo que ven y atraviesan puentes que también se mueven . Son como Garcilaso, cuya alma es extranjera en todas partes.


(67) J. M. Arguedas, Los ríos profundos, op. cit., cap. V: "El puente sobre el mundo"

(68) J. M. Arguedas, Los ríos profundos, op. cit., cap. I: "El viejo"

(69) Idem nota 68.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XIII (1995)

El viaje como refugio

El espanto por la realidad nos lleva a viajar. En ello hay siempre algo de perturbador, como todo laberinto, que puede tener la forma de una desgracia -si uno no consigue salir de él- pero también puede ser divertido o resultar eficaz para protegerse de amenazas.55 Por ello leemos:

“Echándome la manta sobre los hombros, me senté sobre una ruma de carpas, a dos metros de la cabina del piloto, inmóvil y serio, con la dignidad de un inca partiendo hacia el exilio. La imagen puede resultar grandielocuente, pero no excesiva. No es más que el fruto de la fascinación que pronto ejercería sobre mí el itinerario (...) La mica del desierto brillando en el lomo de las dunas, las caletas de los pescadores, los acantilados, la extensión de las playas abiertas, el oleaje, saltando en los arrecifes y las contadas franjas de sembríos que van a morir al mar, todo, en muy pocas horas, me transportaron a la más etérea galaxia de la conciencia. Es decir, en ningún momento temí que los cabrones de Santiago me atraparan.”56    

El viaje es uno de los problemas fundamentales en Los ríos profundos . Son los ríos, una de sus metáforas, los que están con el narrador y pueden arrastrar a cualquiera.57 Son viajes en los que se crece, son los “awankay”, el balanceo de las grandes aves, el volar planeando, mirando la profundidad.58. Y se encontraba refugio, descanso, en el río, el mismo viaje que tiene su refugio en su metáfora. Cuando un viaje nos fatiga tenemos el otro viaje, como diria Borges, “ese otro laberinto”:

“A veces, podía llegar al río, tras varias horas de andar. Llegaba a él cuando más abrumado y doliente me sentía. Lo contemplaba, de pie sobre el releje del gran puente, apoyándome en una de las cruces de piedra que hay clavadas en lo alto de la columna central (...) Yo no sabía si amaba más al puente o al río. Pero ambos despejaban mi alma, la inundaban de fortaleza y de heroicos sueños.”59

Y más adelante:

“-Tu eres como el río, señora- dije (...) No te alcanzarán. ¡Jajayllas! Y volverás...(...) ¡Y tú, río Pachachaca! dame fuerzas para subir la cuesta como una golondrina.”60

O como cuenta Bryce Echenique en su autobiografía:

“Ante el temor de no haber nacido para nada y de estarlo descubriendo nada menos que en París, tal vez lo mejor era huir y huia por todas aquellas ciudades europeas tan propicias para un buen aturdimiento del cuerpo y del alma...”61

O sus viajes al pasado. O el recuerdo de Flora Tristán. El viaje se pasa más rápido cuando se viaja, tal como nos invita a hacerlo Vargas Llosa en La casa verde . Y siempre viajando no se encuentra mujer. A menos que se viaje con ella, como Lalita y Fushía:

“...Embarcaron al amanecer y hasta que aparecieron los rápidos el viaje fue bueno; un barquito y se escondían, un pueblo, un cuartel, un avión y se escondían.”62

También don Anselmo después de su tragedia encuentra refugio en el viaje y, si está quieto, se tapa la cara (como muchos otros personajes en distintos momentos de esta novela, para no ser reconocidos, para cubrirse, protegerse):

“...Recorría el dédalo mangache a paso vivo, iba y venía por los tortuosos, oblicuos senderos, y así subía hasta la frontera sur (...) o bajaba hasta los umbrales de la ciudad (...) Iba, regresaba, volvía (...) agradecía con la cabeza y luego salía y proseguía su marcha o paseo o penitencia, siempre al mismo ritmo febril hasta que los mangaches lo veían detenerse en cualquier parte, dejarse caer a la sombra de un alero, acomodarse en la arena, taparse la cara con el sombrero, y permanecer así horas...(...) El arpista seguía su vida, sus caminatas.”63

En los cuentos de Ribeyro, podríamos decir que el viaje es una “compensación imaginaria” más como reacción a los fracasos de sus personajes, al derrumbe de sus expectativas.64 En “El primer paso”, Danilo viaja al norte del país después de la muerte de su madre y motivado por ello. En “Doblaje”, se trata de “viajar a las antípodas”.

En realidad, la experiencia del viaje ha sido siempre una de las experiencias privilegiadas de todo artista, combinada con la experiencia de la ciudad.65 . Irse para ser un artista. El artista como el que se va. Como el que decide crear otra cosa. Inventar, improvisar, cambiar. Garcilaso de la Vega fue tal vez el primero de los escritores peruanos en marcharse para seguir preparando su obra. Viaje para ver cómo es el lugar de uno, a dónde quiere uno volver y que ser en él, y no aceptar “la cobardía o la pereza de no viajar, sabiendo que si el cambio no obliga a la libertad, por lo menos puede enfrentarnos a ella sin escapatorias”66 


(55) Ver José Guillermo Nugent, El laberinto de la choledad, op. cit.

(56) Fernando Ampuero, Caramelo Verde, op. cit.

(57) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., p. 219

(58) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., cap. III "La despedida".

(59) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., cap. V "Puente sobre el mundo".

(60) Arguedas, J. M. Los ríos profundos, op. cit., cap. IX "Cal y canto"

(61) Alfredo Bryce Echenique, Permiso para vivir, Anagrama, Barcelona: 1993

(62) Mario Vargas Llosa, La casa verde, op. cit., p. 215

(63) Mario Vargas Llosa, La cas verde, op. cit., p. 242

(64) Bryce Echenique habla de estas "compensaciones" en la introducción a las obras completas de Ribeyro, aquí citadas

(65) Ver Sánchez León, Abelardo, "Un cherry por Arequipa", en La balada del gol perdido, op. cit.

(66) Loayza, Luis, El sol de Lima, op. cit., p. 134-135.

Viaje a los viajes de la literatura peruana XII

La casa y la calle

“-Demasiado cariño, Martín- murmuró reacomodando con la mano sana su mojada gorra roja-. La vida doméstica te volvió débil y tonto. Te falló el instinto -el zigzageante resplandor del relámpago lo sacó de aquellas cavilaciones.”43

El gato se escapa de la casa y muere. Con el instinto, la calle, enmohecidos por la costumbre hogareña, como le ocurre también al personaje que, sin saberlo, está cavilando sobre el estancamiento de su propia pareja. Es el relámpago el que, al mismo tiempo, le impide estancarse en esa misma situación, en esa casa.

No es extraño que los callejeros, en algún momento, quieran construirse una casa. Pero el forastero de La casa verde  quiere hacerlo en el desierto. Y después serán muchos los forasteros que viajaran los fines de semana a Piura “seducidos por la leyenda de la Casa Verde que se había propagado a través del desierto”44. Y las calles, como las casas, también comienzan a traer mala suerte, a volverse peligrosas por su misma seducción: La casa verde como espejismo:

“Desde lejos, los viajeros avistaban la construcción de muros verdes, diluídos a medias en la viva luz amarilla de la arena, y tenían la sensación de acercarse a un oasis de palmeras y cocoteros hospitalarios, de aguas cristalinas, y era como si esa lejana presencia prometiera toda clase de recompensas para el cuerpo fatigado, alicientes sin fin para el ánimo deprimido por el bochorno del desierto.”45 

Los contornos de las casas, como los de la Casa Verde, están siempre animados por “multitud de vagos, mendigos, vendedores de baratijas y fruteras”46 , en fin, callejeros, que desean poseerlas. Algunos dejan su vida en ello:

“...Recorrió muchas calles, tocó muchas puertas, repitió veinte veces la misma pregunta y cuando regresó a la Plaza de Armas corría trabajosamente, se apoyaba en las paredes.”47

Como al sargento de esta novela, siempre le da a uno un poco de tristeza irse de las casas: “Uno se encariña con los lugares, aunque valgan poca cosa.”48 . Y entonces nuestras miradas se posan “en las casas, en los letreros de los bares, en las luces altas de los edificios, con esa vaga melancolía que precede a todo viaje.”49. En realidad el mejor cuento de Ribeyro para hablar de estas cosas tal vez sea “Doblaje”, en donde el personaje decide quedarse unos días a reposar en la casas despues de un viaje fatigoso y luego se queda en Sidney “el monstruoso tiempo de siete semanas” porque se enamora.

En “Cariño malo”, de Abelardo Sanchez León50 , encontramos una reflexión sobre el “ir a cantinas” como equivalente al “ir a la calle”. Se define a la cantina como “la antítesis del hogar: los jóvenes se escapan de sus padres y los esposos se escapan de sus mujeres”. Y continúa Sánchez León:

“Las ciudades siempre producen ambientes que están entre el lugar privado y la calle; París o Buenos Aires han creado los cafetines, los cafés, como Viena; Londres los pubs , taciturnos y replegados lugares de licor y juegos inocentes; México y Lima las cantinas”.

Sin embargo, los cafés y cantinas siempre nos devuelven a la calle. Entonces muchos han encontrado refugio en la legendaria 8 bis, rue Amyot, que albergó, entre otros al mismo Sanchez León o a la temeraria y fascinante Claudine de Bryce Echenique. 

Y luego “es cuestión de meterse las manos en los bolsillos y echarse a andar”51. Para más tarde volver. Porque “...partir es una gran cosa, me decía, pero lo maravilloso es regresar.”52 .

Pero para los “intelectuales” el viaje de regreso tiene, para los que no viajaron, también el significado del fracaso si antes no se ha publicado fuera o logrado cierto prestigio o título internacional . Y, no todos, han podido regresar: el otro fracaso. Entonces: ¿Qué es regresar a tiempo? ¿Qué es irse a tiempo? Porque también hay que saber irse, porque “la casa está fundada en la injusticia y la injusticia ha entrado en la casa”53. Luis Loayza tiene una inteligente reflexión sobre la casa y la calle, aunque con otros nombres, en relación a La casa verde . Nos dice que Don Anselmo ha llegado un día a Piura y que nunca se irá de la ciudad. Que Fushía es el movimiento, lo temporal, el río y Don Anselmo, el hombre de un solo sitio, sin pasado y sin futuro: la casa. Ambas, la casa y la calle, son figuras trágicas. Mientras Fushía elige por destino “la agitación inútil”, don Anselmo, gracias al amor (que es como la casa) “ha vivido un instante intocable fuera del tiempo”54.

Recitaba el gordo Troilo: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!”


(43) Fernando Ampuero, "Noche de gatos", en Malos Modales, op. cit.

(44) Mario Vargas Llosa, La casa verde, op. cit., p. 100.

(45) Mario Vargas Llosa, La casa verde, op. cit., p. 102

(46) Idem nota 45.

(47) Mario Vargas Llosa, La casa verde, p. 161

(48) Mario Vargas Llosa, La casa verde, p. 357

(49) J. R. Ribeyro, "El primer paso", en op. cit.

(50) En Abelardo Sánchez León, La balada del gol perdido, op. cit.

(51) Abelardo Sánchez León, "Lo han hecho vivir un rato más" en La balada del gol perdido, op. cit.

(52) J. R. Ribeyro, "Doblaje", en op. cit.

(53) Loayza, Luis. El sol de Lima, op. cit., p. 172.

(54) Ver Loayza Luis, El sol de Lima, op. cit. p. 177


Viaje a los viajes de la literatura peruana XI

Nomadismo /sedentarismo

Estamos hablando de personajes incapaces de adaptarse a la sociedad en la que les tocó vivir, a un lugar fijo, estable. De Mariátegui, de Arguedas: mestizos desgarrados por la peruanidad. Dice el narrador Arguedas de su padre:

“Mi padre no pudo encontrar nunca donde fijar su residencia: fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con el conocí más de doscientos pueblos. Temía a los valles cálidos y sólo pasaba por ellos como viajero...”37

Pero también llega el momento en que “en los pueblos, a cierta hora, las aves se dirigen visiblemente a lugares ya conocidos”38, como los precipicios donde suelen descansar los grandes loros viajeros cuando “se prenden de las enredaderas y llaman a gritos desde la altura.”39 Julio Reátegui hace visitas “relámpago” en La casa verde , sigue viaje, así como la señora Reátegui no sale de Iquitos, que constituye todo su mundo: “¿no era terrible viajar por la selva?”40.  Aquilino también “anda con la casa a cuestas como una charapa, sin sitio fijo”41.

Por ello creo que es mejor no hablar demasiado, y escuchar estos libros, estos barcos,  que navegan en los mares, en los arenales, sin interrumpirlos, intentando lo menos posible mancillar su poesía. Porque las casas se llenarán de animales rechazados que vagan por las calles expulsados de otras casas, como en “Al pie del acantilado” de Ribeyro; y nos tratarán de sordos o imbéciles como al personaje de ese mismo cuento que no hace otra cosa que vagar por la playa. Y soñamos con la universidad de “Los jacarandás” (de nuevo Ribeyro), cuyo rector haya sido previamente capitán de un barco mercante.  Después de todo, Lima, fundada por un extranjero, por un conquistador, “aparece en su origen como la tienda de un capitán venido de lejanas tierras”42.


(37) Arguedas, Los ríos profundos, op. cit., cap. II "Los viajes".

(38) Idem nota 37.

(39) Arguedas, Los ríos profundos, op. cit., cap. V. "Puente sobre el mundo"

(40) Vargas Llosa, Mario, La casa verde, op. cit. p. 115-116.

(41) Vargas Llosa, Mario, La casa verde, op. cit., p. 263.

(42) Citado en Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible, op. cit.

Viaje a los viajes de la literatura peruana X (1995)

Las huídas, las fugas

La tensión lleva a Ernesto a la fuga. Ernesto mismo es testigo de la fuga general. Ernesto no tiene dónde refugiarse. Ernesto, el personaje de Arguedas, quería escapar a la fatalidad canina de los personajes de Vargas Llosa. ¿Querría ser un escaso jaguar? También La casa verde  comienza con una fuga de nativos, que huyen al advertir la expedición. En “La casa y la culpa” de Fernando Ampuero, el  leit-motiv  del cuento es el siguiente mensaje: “Lo han descubierto todo. Escapa”. En la novela Caramelo verde , del mismo autor, el blanco huye y tiene la suerte de ser rescatado por un grupo de indígenas que también andaban huyendo.

Arguedas huye y, com el personaje de Ampuero, finalmente obtiene refugio en una comunidad indígena. ¿O el personaje de Ampuero habla de Arguedas? Dice el narrador en Los ríos profundos  : “...Debíamos tener apariencia de fugitivos, pero no veníamos derrotados sino a realizar un gran proyecto.”32

También se escapan las nativas en La casa verde , Bonifacia las hace escapar porque sintió que querían irse. Como Adrián Nieves que

“...nada malo,patrón, no maté a nadie, sólo que se escapó del servicio, no podía vivir encerrado en un cuartel, para él no había como el aire libre, se llamaba Nieves y antes que le echaran lazo los soldados era práctico”33 

Y Lalita también se escapa, y se encuentra con Fushía para escaparse juntos:

“Y AL ANOCHECER ella escapó como él le dijo, bajó el barranco y Fushía por qué te demoraste tanto, rápido, a  la lanchita. Se alejaron de Uchamala con el motor apagado, casi a oscuras, y él todo el tiempo ¿no te habrán visto, Lalita?, pobre de ti si te vieron, me estoy jugando el pescuezo, no sé por qué lo hago y ella, que iba de puntero, cuidado, un remolino y a la izquierda rocas. Por fin se refugiaron en una playa, escondieron la lancha, se tumbaron en la arena. Y él estoy celoso, Lalita, no me cuentes del perro de Reátegui, pero necesitaba una lancha y comida, nos esperan días amargos pero ya verás, saldré adelante y ella saldrás, yo te ayudaré, Fushía. Y él hablaba de la frontera, todos andarán diciendo se fue al Brasil, se cansarán de buscarme, Lalita, a quién se le va a ocurrir  que me vine de este lado, si pasamos al ecuador no hay problema.”34

Todos estos desertores de los que está compuesta una gran parte de la literatura peruana son segregados, vagabundos, perseguidos, exiliados, que se escapan de toda prisión. Pocas huídas tan bellas como ésta de Garcilaso:

 “...debo agradecerle muy mucho [a su fortuna] el haberme tratado mal , porque, si de sus bienes y favores hubiera partido largamente conmigo, quizá yo hubiera echado por otros caminos y senderos que me hubieran llevado a peores despeñaderos o me hubieran anegado en ese mar de sus olas y tempestades (...) y con sus disfavores y persecuciones me ha forzado a que, habiéndolas yo experimentado, le huyese y me escondiese en el puerto y abrigo de los desengañados...” (Garcilaso, en el Proemio de La Florida ).35

Las fugas, las huídas, vuelven una y otra vez en La casa de cartón  de Martín Adan, con los intentos de escapar de un lugar que lo condena a la impotencia ”hasta el punto en que se puede soñar con el viaje pero nunca realizarlo”.36


(32) Arguedas, Los ríos profundos, op. cit., cap. 1 "El viejo"

(33) Vargas Llosa, Mario. La casa verde, op. cit., p. 105.

(34) Vargas Llosa, Mario. La casa verde, op. cit. p. 214-215.

(35) Citado en Loayza, Luis, El sol de Lima, FCE, México: 1993 (1974), p. 8.

(36) Loayza, Luis. El sol de Lima, p. 134.