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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

viernes, 4 de abril de 2008

El patrón de la estancia




¿Cuántas veces apareció la palabra “diálogo” en estos días? La frecuencia de su aparición está, obviamente, en relación inversamente proporcional a su existencia real. No hubo diálogo y no podía haberlo, por eso se lo invoca tan desesperadamente. Los grandes de la soja, de las mineras y las petroleras lo saben. Por eso no aparecen para “dialogar”.  No hay necesidad de “diálogo” porque no hay enfrentamiento con esos sectores. Al no haber enfrentamiento el diálogo simplemente se da, no es necesario.  Con los otros, en cambio, no hay diálogo: lo que quede sobre la mesa serán los fatigados restos de un enfrentamiento.

El enfrentamiento es con aquellos con los que no se desea compartir el diálogo, los recursos y el poder, de chacareros a gobernadores. El peronismo siempre ha vivido de polarizaciones y enfrentamientos: desde Braden o Perón hasta los últimos discursos de la presidenta, sea directamente en el contenido o, cuando aquí se restringe, las formas la traicionan. Concibe la política como guerra, desde el riñon peronista como ejercicio del resentimiento del excluído, y en eso la amplia intelectualidad vernácula lo entiende, identificando teóricamente además conflicto y política, violencia (al menos simbólica pero no solamente si llega el caso) y transformación social. Esa concepción de la política, donde todo momento es concebido como una lucha de poder, termina necesariamente en paranoias ya que siempre hay un enemigo acechando, entre ellos el mismo Sábat. Es la sospecha del pícaro que ha dejado de creer y, por lo tanto, el diálogo es el de un partido de truco y un encontronazo más que el de un encuentro, del Martín Fierro en adelante.

Ya lo dijo el General: por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos (imagino que en eso podría haber estado pensando Moreno cuando hizo el gesto de degüello en la discusión con Lousteau registrada por la televisión). Pero, por sobre todas las cosas, esa concepción de la política deja afuera los acuerdos, el consenso, la cooperación, la colaboración, la escucha como forma de hacer política, tanto más importante y mucho menos presente que la anterior y, en última instancia, tanto más necesaria en este momento histórico de la Argentina.  Por eso la ausencia de consultas y la decisión tomada en el momento de levantar una cosecha, independientemente de las rentabilidades del caso. Porque pocos escuchan y quieren escuchar al otro en la política argentina. Y por eso el Congreso realmente no tenía tampoco demasiado sentido funcionando como lo estaba haciendo, no siendo un ámbito de discusión y generación de leyes y representación de los ciudadanos y las provincias. Ah, perdón, ¿sigue funcionando? Fue sintómatico en ese sentido escuchar al ministro Randazzo en televisión diciendo que la calidad institucional que se reclama en realidad se realiza mejor que nunca cuando la presidenta, al haber sido elegida por el voto popular, puede llevar a cabo lo que se propuso, respetando supuestamente con estas medidas su compromiso con los votantes.  Aún si ese fuera el caso aquí, eso sería compromiso y no institucionalidad: calidad institucional supone, entre otras cosas, por el contrario, que muchas de estas cuestiones se discutan en el Congreso de la Nación, lo opuesto del producto de un compromiso personal y pseudo-caudillista.  Pero también fue triste ver como ninguno de los periodistas que lo entrevistaban en ese programa se lo señalaba. No hay ni puede haber calidad institucional en la Argentina hoy con nuestra clase política, nuestra educación y nuestras tradiciones socio-culturales dominantes.

¿Con qué falta de pudor se pone la presidenta del lado de los pobres y critica la abundancia?: si hay alguien que pertenece a la clase privilegiada en este país y nos enrostra su alto nivel de consumo y explotación de la renta inmobiliaria es la presidenta. Pues eso se hace con la misma autoridad que se decretan la ausencia de inflación y el alto nivel de empleo, aunque buena parte del mismo sea en condiciones de explotación laboral a la que no pueden sino condenarse los trabajadores.

Mientras, claro está, hay diálogo, pero con las grandes empresas y los grandes poderes. Por eso conservadorismo y peronismo siempre estuvieron juntos desde el 45, pasando por el 73 con Solano Lima y luego con Alzogaray en los 90. Ese es el diálogo argentino-peronista, la Roma pampeano-fascista como la llamaba Martínez Estrada. Si hay redistribución se hará desde una caja política. No habrá autocrítica puesto que se trata de una guerra. No se dialoga con el supuesto enemigo porque eso se ve como una muestra de debilidad, en todo caso se lo provoca, sermonea o amenaza. Es un estilo concebir y de hacer política. Recordemos además lo que siempre dijeron los peronistas admiradores de Cristina: es un gran “cuadro”, y todos sabemos que se trata aquí de una metáfora militar. Ya se equivoco duramente Alfonsín cuando decía que le íbamos a “poner una bisagra en la historia” y cuando quiso instaurar en sus primeros dos años de gobierno un diálogo que no era posible. 

Nuestra clase política es en general cada vez más pobre y la única redistribución que algunos creen poder esperar es la de esa pobreza, a veces con forma de prebendas, subsidios o chequeras, y siempre en clave política, entendida esta última también muy pobremente, como compra de voluntades.  Palabras como “democracia”, “congreso”, “instituciones” son sólo eso, palabras de una retórica que no se corresponde con la concepción de la política que se tiene. De hecho por ello se denostó tanto esa retórica desde el 45, luego en el 73 y les costó tanto aceptarla en el 83. Hoy es sólo la cáscara con la que saben que están obligados a jugar, pero pocos de ellos creen realmente en ella.

Por eso también muchos en la clase media progresista,  sin saber detalles del conflicto, se pusieron del lado del “campo”. En realidad lo hicieron porque en donde ven resentimiento, codicia, ambición, arrogancia, demagogia e hipocresía es en el mismo gobierno, al que no le creen el cuentito de la distribución y del que tienen dudas sobre lo que hace con el dinero que recauda y sobre cómo lo recauda. ¡Cómo no sospechar en nuestro país del patrón de la estancia!  Un buen peronista no podría no hacerlo.