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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 12 de febrero de 2006

Examen de ingreso

Soy Licenciado y Profesor de Sociología de la UBA y Doctor en Letras de la Universidad de Yale. He partido en 1990 de la Argentina ante lo que percibía como una ausencia de corporalidad propia de una nauseabunda decadencia. Me he especializado en Puerto Rico, Portugal, EEUU, y  Canadá. Tengo 18 años de experiencia docente a nivel secundario, terciario y universitario en diversas partes del mundo. Regresé hace unos meses en momentos en que me pareció necesario y a la vez factible hacerlo. No estoy seguro de continuar en la universidad. Mucho huele a roído en las universidades, de Argentina y del mundo. Las universidades no podían ser ajenas a la corrupción y mercantilización de los años 90. La banalidad de salón que ha hecho su nido de plástico en los 90 tiene que ser criticada si nos interesa rescatar la tarea intelectual de potenciales lectores y escritores de un país independiente. La posibilidad de la recuperación de la Argentina es, entre otras cosas, la posibilidad de la producción de un pensamiento. Lo que está en juego es la escritura de nuestra independencia. La erosión de la palabra escrita y hablada, la falta de compromisos, las ignorancias doctorales y populares, la rendición al presente, fue fundamentalmente obra nuestra.

            Los especialistas en educación nos dicen que los resultados educativos, nuestra capacidad para leer y escribir por ejemplo, están relacionados con una situación social del país que se deteriora crecientemente. Eso es solo parcialmente cierto. Ya que ésta es la situación social presente también en el mundo desarrollado. Y los jóvenes docentes enfrentan el riesgo de una educación donde la relación docente/alumno se quiebra porque se incorporan a la enseñanza y al aprendizaje universitario jóvenes con un universo cultural e utopías diferentes a los históricos de la universidad. Y aplicar estímulos salariales en relación con resultados y rendimientos de las instituciones educativas con frecuencia sólo genera una hiperinflación y ficcionalización de los resultados. Los alumnos terminan aprobados por cuestiones sociales, ideológicas, económicas o derivadas de un marco de emergencia.

             Hoy los alumnos dejan de ser alumnos y ejercen reivindicaciones y reclamos sin saber quien es el vicepresidente de la nación o qué es el FMI. Todo mezclado en nuestro cambalache, con la desordenada ley enmarcada en un supuesto compromiso social.

Las instituciones educativas tienen un problema muy serio que nadie parece querer enfrentar. Los estudiantes egresan sin rigor alguno. Y entran a la universidad como a un estadio de fútbol, sin ser examinados. No hay contención, dicen. Es mucha exigencia para los estudiantes, dicen. Yo creo que estos discursos están arruinando a nuestros jóvenes y a nuestra universidad. La universidad requiere cierto esfuerzo sistemático y disciplina que los nuevos sectores que la habitan no quieren practicar.

            La base misma de una educación está en la capacidad de leer. Aprender a leer no es sólo un episodio de la niñez sino una condición para la independencia intelectual, política y económica,  y para la adquisición de valores (palabra que hay que recuperar de la dictadura). Tal vez sea el tiempo del regreso de los exámenes de ingreso (que ya no sea un privilegio de la dictadura). ¿Cuál es el problema con los exámenes de ingreso? Así nos pondremos a estudiar. Lean, che, y van a pasar el examen. 

domingo, 5 de febrero de 2006

Violencia y Medios 5: Reflexiones finales y preventivas


Entre el amor por el mar y la reflexión sobre la violencia,

la necesidad de hallar respuestas éticas decidió mi destino final.

Michel Serres

Dentro de la vida falsa no puede albergarse la vida justa.

Theodor Adorno.

Nos hallamos frente a la difícil tarea de pensar la violencia, dificíl en tanto pensar la violencia es la violencia del pensamiento[1]. Vivimos en una época de “eliminaciones”, lo que hace que un periodista pueda saltar fácilmente a “otro tema”, elminando bruscamente el anterior. La violencia delictiva como mercancía ofrecida por medios que funcionan, al menos en parte, como sistema de control social de una agenda que no deja de tener su escala global, se hace manifiesta en el avance del género policial en distintos formatos y en los cambios ocurridos dentro de este género. Hoy no importa tanto, afirma Graña, quién es el autor del crimen y quién el detective sino cómo se cometió el crimen y cómo se resolvió. En la serie Law and Order los detectives se ponen guantes de látex, los policiales suelen ser hoy “dramas de procedimiento”(Graña). Frente a tales representaciones, Garrido propone la necesidad de recuperar, sin excluir a éstos, otros modos de mirar la realidad: a) “una mirada trágica para restituir la dignidad de los sucesos”, b) “una mirada creativa para vencer la resistencia inerte a lo nuevo” y c) “una mirada humorística, para descreer de la autoridad, de la realidad que nos presentan”, autoridad de ciertas representaciones del delito y de la realidad que nos son ofrecidas.[2]

A veces parecemos cansarnos de dialogar y comprender. Nos hartamos de ser burlados por un mundo en tinieblas cuanto más lo miramos. Pero el mayor reto que tenemos académicos y periodistas en ese momento es “evitar la histeria y cultivar la historia”, como fuera dicho. Tal como remarcaran Mares y Woodard, “el comportamiento prosocial supone una interacción amistosa, reducción de la agresividad, comportamiento altruísta y reducción de estereotipos”.[3] Es decir, lo opuesto de una “ética de la violencia (…) diluida por el melodrama” que, como bien marcara Monsiváis -lo que nos recuerda Rotker-, resulta en una “complicidad con la violencia” (Rotker 12).

Roberto Espósito, por su parte, nos advierte que la violencia ha sido vista por Girard como un elemento eminentemente comunicable e infeccioso (2005: 57). Ante tal posibilidad de “infección” se haría necesario “inmunizarse”, y somos concientes de los riesgos del uso de estas metáforas higienistas. Pero Luhman habría visto bien que inmunización y comunicación no se contraponen sino que coinciden. La inmunización sería la forma de la comunicación, o viceversa, se “comunica” inmunización (Espósito 2005:70). En ese modelo, acorde a Espósito, nos alejaríamos de la represión violenta de la comunidad en el sentido de Benjamin, o del sacrificio de la víctima en el modelo de Girard. Nada existiría fuera del sistema (los medios son parte de la sociedad) y, entonces, el sistema no podría sino comunicar, inmunizándolos, más que sus propios componentes: el exterior es interior, el conflicto es orden, la comunidad es inmunidad, todo sería comunicación, inmunización. (Espósito 2005: 70-75). En este marco lo que debería preocupar es la falta de cesura y de censura, ya que sin censura no hay imaginación (Virilio 13) y hasta podríamos pasar a disfrutar del espectáculo de la violación de los derechos humanos (que Sieberberg calificaría de “pornografía de izquierda”).[4] Los medios se dirigen con sus representaciones de violencia a la masa violenta que contribuyeron a crear. Pero si crimen, belleza y entretenimiento son lo mismo, no habría salida.[5]

Suprimir la distancia mata, afirmaría Rene Char.[6] Es inventar al enemigo, es iniciar la guerra y la política como cuestión de fuerza y confrontación entre dos bandos: los que están con nosotros y los que están contra nosotros. Como revela Pizarroso Quintero (2004), no hay medios sin propaganda y no hay propaganda sin primera guerra mundial. “Hablar de seguridad” es “hablar de guerra” (41). En ese marco, hoy el Pentágono ha extendido a la internet y a los sistemas de telefonía una política de control social, reformulando las bases del pensamiento sobre la seguridad, la cultura informativa y la doctrina del derecho a la información (75). El superhéroe de las historietas ya revelaba el estado de excepción del que habla Agamben y una cultura de la violencia donde no son claros los límites entre lo lícito y lo ilícito, lo decible y lo indecible, lo visible y lo invisible, cultura que atrae a individuos e instituciones de moral escasa e interesadas económica y políticamente en escenarios de guerra (Einstein).

En última instancia, nos encontramos nuevamente con una recurrencia de dos de los “tematas” de Holton (1973): el modelo conflictivo (Io social como superación de un conflicto de base) frente al cooperativo (lo social como “continuidad sofisticada de las interacciones cooperativas”),[7] con su énfasis en la empatía (en su sentido de coordinación de sentimientos) como motor de la acción individual (Aguado Terrón 261-5).[8] En este segundo modelo encontraríamos “la extensión del deseo propio al deseo del otro, es decir: el deseo del deseo del otro”(265). Bajo este modelo, y de acuerdo con el planteamiento de Maturana, toda practica de negación del otro (y en este caso algunas prácticas mediáticas de cobertura de violencia delictiva) es una practica antisocial (ELEP 1992).

Interesantes son en este sentido las estrategias de autolegitimación de los periodistas cuando su actuación revela un papel que deja bastante que desear en lo que refiere a la negación del otro, como ocurriera aquí durante la dictadura militar o en los años de gloria del neoliberalismo[9]. Pero no tenemos por lo general conciencia de la dimensión que tuvo y tiene el periodismo en la formación de la identidad de una comunidad. Los medios son un instrumento fundamental de mantenimiento del orden simbólico y, repitiendo a Bourdieu,

la violencia simbólica, es una violencia que se ejerce con la complicidad tácita de quienes la padecen, y también a menudo, de quienes la practican en la medida en que unos y otros no son conscientes de padecerla o de practicarla (1997:22).

Según informa la Unesco, si bien la violencia siempre fue un tema de la cultura popular, la preocupación por su influencia en la vida pública y sus consecuencias para el control social en general es más reciente, y su causa hay que buscarla en “la producción masiva”, la “disponibilidad de los medios y las imágenes de violencia y terror” en los mismos, “con los consiguientes problemas de conflictos, miedo y poder que se introducen en la estructura de las sociedades”(Gerbner 1990)[10]. El relato de la violencia se convierte muchas veces en una narrativa apocalíptica de anomia social y es raro entontrar allí críticas a la modernidad y su lógica mercantil (Reguillo 2004). Este manejo de la información con sus énfasis injustificados y manipulaciones se mimetiza con la opacidad de los hechos delictivos. Dar cuenta de su carácter es relevante para estudiar el manejo de información sobre los temas de seguridad y encontrar estrategias diferentes de tratamiento por parte de comunicadores y periodistas. Porque la posibilidad de que tales tratamientos sean negativos para la sociedad “es significativamente alta en la representacion mediática de la violencia”; los medios “deberían ser capaces de representar la violencia delictiva de modos tales que minimicen los posibles efectos negativos y maximicen los posibles efectos positivos” de tal representación (Teijeiro, Farré, F. Pedemonte 122). Pero para que esto ocurra:

se necesita tanto de una reflexión rigurosa acerca del papel de los medios y de sus efectos, como de la decisión empresarial y periodística de actuar como “cooperadores sociales”, entendiendo por ello -y en este caso específico- el papel de correctores simbólicos de la violencia y promotores de la paz (Álvarez Teijeiro, Farré y F. Pedemonte 122-3).

En esa línea ya han sido recomendados y en algunos casos llevado a cabo monitoreos de información, defensorías del lector, debates públicos, análisis de casos, observatorios de medios, veedurías ciudadanas, consejos de lectores y proyectos de ley que reemplacen la vetusta ley de radiodifusión[11]. Ya se están organizando congresos y eventos que reunen a policías, legisladores, académicos, periodistas y expertos en estas cuestiones, puesto que es necesario reunir en la discusión a todos los que participan como actores en la representación de la violencia delictiva. E ir más allá de la definición de los medios como negocio o entretenimiento, puesto que eso significa hoy desentenderse de fenómenos que tienen que ver, nos guste o no, con la educación pública.[12] Hay una responsabilidad social de los medios con respecto a lo que publican y sus mensajes que puedan atentar contra la convivencia.[13] Es necesario que haya debates sobre todas las violencias que nos atraviesan, cómo las hemos contado y las contamos.[14] No puede condenarse tan fácilmente la violencia delictiva en una pantalla en la que pregona el éxito a cualquier precio y la degradación del trabajo y la honestidad.

Es importante asimismo desnaturalizar el modo en que los medios representan identidades sin historia. Para ello se hace necesario volver prioritarias las hace tiempo relegadas políticas culturales y comunicacionales que nos ayuden a lidiar mejor con estos fenómenos. Y recordar a la hora de elaborarlas que nuestras representaciones de la violencia delictiva no son ajenas a la propiedad de los medios que las crean ni a lo que somos como sociedad (lo que limita a esas mismas políticas).

Los grandes medios no inventan la realidad pero pueden colaborar en la construcción de una necesidad de represión ante el incremento de la violencia delictiva. Y frente al pedido de más cárceles o policía, es inusual escuchar reflexiones periodísticas del siguiente tino:

¿Cuántas más cárceles quieren dónde para meter a quiénes que hacen qué? ¿Con cuál policía aspiran a reprimir un auge delictivo que es producto de qué cosa? ¿Van a hacerlo con una mafia de uniforme autonomizada que es gerente del propio delito?[15]

Hoy la tv ocupa un lugar de responsabilidad social como un hospital y una escuela, y sus justificaciones de ciertas violencias y sus condenas de otras merecerían una revisión en este sentido.[16] ¿No tienen una responsabilidad al respecto? Insistimos con la metáfora porque si bien no se le puede prohibir al dueño de un hospital que elija a sus doctores hay que exigirle que elija doctores probos. Si un maestro no enseña o un doctor comete malapraxis ese profesional debe ser reemplazado. ¿Por qué no pueden pensarse los medios con la responsabilidad social que tiene una escuela o un hospital? ¿Por qué los medios privatizados no tienen que cumplir con requisitos para funcionar como una escuela privada si cumplen una función pública? Claro que puede decirse que tales requisitos existen (e igualmente deberían ser revisados) pero no parece preocupar demasiado su cumplimiento. La discusion de fondo aquí es sobre si la información es un bien público (como la salud o la educación) o si es mercancía.

A pesar de que existen resquicios, especialmente en la radio y la gráfica, para elaborar hoy en la Argentina un discurso diferente con respecto de la violencia, no hay un debate sobre las corporaciones mediáticas o sobre la formación periodística.[17]

Pero tal vez el principal problema sea que no hay una percepción social de los medios como lugar de poder donde se construyen significaciones culturales imaginarias sino que, más bien, hay una concepción de los medios como el único lugar donde se escucha a la sociedad, lo que no deja de ser una parte de la verdad pero tal vez no la más importante, ya que el conocido “periodismo independiente”, promocionado como tal, no suele ser tal sino que supone ideologías, avisadores, empresas, grupos propietarios.

Entonces nos preguntamos ¿Qué se puede hacer desde un medio para crear una cultura del diálogo? ¿Qué se hace? Están quienes dicen que es imposible el diálogo entre los periódicos La Nación y Pagina/12, por ejemplo. Están quienes creen que ese diálogo no sólo es posible sino necesario, entre los que nos contamos, y de hecho ese diálogo a veces existe aunque no con la necesaria frecuencia. ¿Pueden encontrarse el secuestro extorsivo de Blumberg con los secuestros de la dictadura? Por lo general a quienes les han preocupado unos no les ha importado demasiado los otros, a pesar de que tienen una historia común que los enlaza.

No será posible, sin la participación y un compromiso conjunto de los medios, generar cambios que permitan reducir el nivel de violencia y de delito existentes en nuestra sociedad. Si se insiste asimismo en no regular la aparición de modelos de relación violentos en los medios masivos, bajo el argumento de no traspasar la frontera de la libertad de expresión y de que los medios son como la sociedad que retratan, los que no dejan de ser motivos de cuidado y obvias realidades, seguiremos en manos del mercado.

Y si esto continúa ocurriendo, los relatos periodísticos de violencia delictiva que exhiben “el eterno conflicto del hombre con la ley” (Delgado), herederos del gótico y apertura de las fábulas[18], hoy con una importante presencia en la escena televisiva en distintos formatos[19], pueden banalizarse en medios cuyas voces son escogidas por inescrupulosos empresarios.

Afirmamos entonces con Bauman (2004: 219) que no podemos responder completamente a la pregunta sobre qué hacer con los medios sin poder saber que hacemos con el mundo (muchas veces reducido al “mercado”) en particular, con un mundo que ha asesinado la empatía[20], un mundo urbano en particular en el que perdemos nuestra capacidad de discriminación ante el exceso de oferta[21] en lo que Hannah Arendt llamara un “siglo de espectadores”:[22]

La violencia de la comunicación excesiva aniquila a su interlocutor forzando los tiempos, llevando al extremo la dramatización de los tonos, “pretendiendo imponerse como un ultimátum, mientras que cada comunicación auténtica sería "gradual, prudente, respetuosa del otro” (Bettetini y Fumagalli 226).

Poco importan las consecuencias políticas de esas representaciones porque seríamos, coincidiendo con Virilio, mas contemporáneos que ciudadanos, aunque mantengamos “trucos de la ilustración” y camuflaje militar” (64). Como prisioneros de guerra, no sabríamos donde empieza y donde termina una realidad contada por grandes diarios que pueden estar financiados por traficantes de armas. Hay matanzas, sostiene nuestro autor, que no se hubieran producido sin una prensa... convertida en “complejo militar informacional” (85). Junto al narcocapitalismo crecería una narcoeconomía comunicacional computadorizada. Y a través de esa prensa se aprende que ciertas formas del delito y de la violencia son actitudes aceptadas, por encima de cualquier regla de civilidad y cortesía. En una sociedad donde “la escuela no puede educar y la familia ya no sabe como educar” (Saramago), tampoco podemos delegar en los medios lo que estos no pueden hacer y lo que tampoco hace la universidad, sometidos medios y universidad a las lógicas de las “audiencias” y el “rating”. Pero sí podemos imaginar y cultivar formas del ejercicio del periodismo que no defiendan crímenes ni se regodeen con la crueldad, como las ha habido en la historia, formas de la vida intelectual que no desemboquen en el elogio de la violencia y la fascinación por la brutalidad.

Hay una voluntad de “shock” en el periodismo y no es casual que usemos esta palabra inglesa. Una voluntad de “shock” que nos provee una visión en el horror de la violencia. En medio de ese horror, las víctimas hablan por lo general en los medios a través de las voces de los otros que los representan o cuando no están aún listas para hablar. ¿Cómo podemos saber todo lo que un medio nos “hace” con sus precipitadas ficciones, con sus representativos lenguajes? Los medios de comunicación son la evidencia de un juego vertiginoso. Su vértigo (el estado de una persona que no sabe más donde está) busca ser fijado y fijar el vértigo es detener el tiempo en la obsesión de una mirada.[23] El vértigo anticipa una caída, revela el horror de una situación violenta. ¿Y cómo liberarnos de la prisión de un lenguaje, vertiginoso y violento, si no es con las mismas armas de esa prisión?

Mientras crece la intensidad de la reflexión sobre un hecho de violencia delictiva los mismos contenidos del texto participan en su humo abrumador. ¿Cómo determinar quien es el narrador, el criminal, el escritor, en la historia de Cromagnon? ¿Cómo relatarla, como contarla, como interrumpir el tedio de una conversación que es también el tedio de nuestras conversaciones previas, y también la interrupción de nuestro propio tedio en el momento de relatarla, para romper el discurso continuo, las flaubertianas “idées reçues” que claman saber de lo que hablan? ¿Cómo evitar la anónima continuidad del ritmo de los medios? La palabra mediática es ese violento sobreflujo que casi siempre produce lo que una sociedad necesita para reproducirse. Y si la reproducción de esta sociedad no nos convence, tenemos entonces que encontrar un nuevo lenguaje para traducir el lenguaje del cuchillo. Y tal vez hay ciertas cosas que no deberían ser vistas, pero no estamos seguros. Vivimos en una niebla perpetua, nunca dándonos cuenta de la situación en la que estamos. Los medios, con su mirada cansada, suelen no ver nada y, sobre todo, no ver que no ven: inmensa cegura producida por un cansancio que lleva al asesinato: la posada del ojo. El conocimiento de nuestras cegueras mediáticas puede ser una oportunidad o un punto de partida para replantear nuevos modelos de coberturas de hechos de violencia delictiva.

Para ello se hace necesario recuperar el arte de la conversación que reclama curiosidad, actitud de escucha, comprensión del otro, cortesía, capacidad de expresar las propias ideas sin querer imponerlas. Tal vez sean necesarios “medios de conversación” frente a la seducción vulgar de la violencia televisiva, trivial y retórica. Pero si, acordando con Forster (2005), en el mismo medio universitario muere la palabra, si para presentar un informe de investigación hay que resumir en diez líneas lo hecho en diez años o someterse a modelos de escritura que se plantean como únicos, no podemos acusar a los medios de una degradación que se vive aún en los ambientes en donde supuestamente deberían cultivarse otras miradas. Si aún en la universidad se entiende a la política y el saber como creación de poder, espacios, dinero, compra de conciencias y financiamiento, en lugar de un acercamiento a esas esferas como lugares de fragilidad y vacilación ¿con qué derecho se erige la mano acusadora a los medios por sus representaciones empobrecedoras y limitantes? Son los débiles, como dijera Tarkovski, quienes sostienen el mundo.

Es muy difícil pensar que los grandes medios cambiarán la manera en que representan el crimen sin que cambien todas o algunas de las otras variables mencionadas. Los medios podrían ser importantes para generar conciencia sobre la relación entre la violencia delictiva y un modelo socioeconómico determinado. Pero es difícil imaginar esto bajo el reinado del rating.

Si la violencia es mediática y la puja por el rating elimina los límites, es interesante notar como los medios ponen en juego “técnicas de neutralización” (Baratta) de la gravedad de los delitos discriminadamente, en una sociedad victimizada que tiende a excluirse de la propia responsabilidad de sus actos y a justificar o incluso negar sus ilícitos, distinguiendo en algunos casos lo prohibido de lo inmoral o dañino con las mismas estructuras de pensamiento de un delincuente con el que no aplican tales criterios, acabando en una “negación de la víctima” similar a la del mismo delincuente: no es una injusticia representarlo de esa manera porque no es víctima sino victimario, dice el periodista; no es una injusticia matarlo porque se lo merecía, dice el criminal. Y el que no condene esta mímesis correrá el riesgo de ser calificado de “hipócrita” ya que no entendería que, en lenguaje coloquial, “la policía es corrupta”, que “los maestros son malos”, que “los padres son injustos”, que “el sistema está podrido”, que es “la única manera de sobrevivir”, que la fidelidad no es a la sociedad sino a los pequeños grupos sociales a los que se pertenece, tal como sostiene Baratta en relación al delincuente (76-7).

Si las coberturas informativas siguen la lógica del hecho de violencia delictiva se convierten en lo mismo que critican. Y si no lo hacen pueden ser consideradas insensibles al contexto. Los medios audiovisuales en particular se someten a las lógicas del linchamiento con sus reacciones instantáneas. Hay sin duda además factores culturales. No resulta exactamente igual en países como Canadá o EEUU. donde el tratamiento del delito violento pareciera ser un tanto menos emotivo, un poco más distante, más frío, con el delito en cuestión, la causa y los jueces, mucho más institucional. Y mencionamos también el ejemplo holandés. Pero también el fenómeno de la globalización deja su huella en este sentido. Las lógicas periodísticas también se vuelven trasnacionales y existe una modernidad en común. Por otro lado, sabemos que las empresas trasnacionales no se manejan de la misma manera en todos los países, entre otras cosas porque los controles no son los mismos.

Hay dos grandes dilemas sobre los cuales los investigadores no se ponen de acuerdo en relación a nuestro tema: el primero es si la violencia en los medios genera violencia adicional en la sociedad (aunque los medios son parte de la sociedad), y el segundo es qué hacer ante la proliferación de coberturas y mediáticas que atentan contra la convivencia y la tolerancia. George Gerbner, en ese camino y luego de cuarenta años de investigar el tema decidió dejar la academia y pasar al activismo social. Ese camino, sin llamar aquí al abandono de los claustros, no deja de ser seductor[24]. Gerbner había preparado en 1988 para la Unesco un famoso informe sobre Violencia y Terror en los Medios de Comunicación. Ese estudio informó que

la exposición constante a las historias y escenas de violencia y terror, pueden movilizar tendencias agresivas, desensibilizar y aislar otras, intimidar a muchos y disparar acciones violentas en algunos (...) [17].

Es decir, muchas cosas pueden pasar. Y aún cuando puede ser menor el riesgo de que la violencia en los medios provoque tendencias agresivas en ciertos individuos y quizás nunca sea probado fehacientemente, tampoco puede ser ignorado como variable en juego ni ser obviado como elemento de juicio a la hora de legislar al respecto. Pero nuevas leyes tampoco sirven de mucho si no hay, repetimos, un compromiso y encuentro de todos los actores involucrados (industria, comunidad, gobiernos) que vaya más allá de llamados a la responsabilidad de las empresas. En especial, se trata de, y nunca insistiremos mucho en esto, enseñar a leer los medios: a entender, discriminar y elegir, a “educar la mirada”.[25] El problema radica en la incapacidad de distinguir fantasía de realidad, es decir, es un problema de “saber y poder leer” y de las representaciones de tales acciones violentas.

En un entorno en que los medios acostumbran a la intensidad fragmentaria, se necesita aguzar esa experiencia de lectura cada vez más. Nuestro gran desafío es reconectar en la lectura la experiencia de lo sublime que aporta el desastre con algún horizonte moral ni consumista ni fundamentalista, que no sea ni mero discurso burocrático ni mero entretenimiento (Yúdice 8). La violencia puede generar

temor, asombro y respeto, en el sentido de la palabra Ehrfurcht, que Kant usa para describir el efecto de lo sublime en su Crítica del Juicio. Para Kant, esta experiencia de lo sublime es acompañada por una intuición de la ley moral; pero es justamente esa intuición lo que se transforma cuando lo sublime se mercantiliza (Yúdice 8).

En nuestro caso, además, tal mercantilización nos llega de la mano del periodismo norteamericano, con sus relatos culturales reclamando simplicidad, llaneza, claridad, división del mundo en blanco y negro, ganadores y perdedores. Ese ha sido el periodismo que ha marcado nuestros medios y hemos empezado a mirar el mundo con esa mirada. ¿En qué medida nos hemos rendido entonces a la aceptación de mundos simbólicos que son mundos que han contenido un momento liberador, develador, enriquecedor, pero no por ello han dejado de ser terribles, menos barrocos (no menos terribles, no menos ciertos) pero también menos latinoamericanos, en lo que a nosotros nos compete? ¿A qué mirada sobre la violencia han contribuido esos modelos? ¿Legitiman un momento particular del proyecto de la modernidad y en tal caso cuál sería éste? La manera de representar la violencia delictiva en el marco de una producción industrial de noticias con ciertos requisitos de escritura ¿no es también parte de una norteamericanización cultural del mundo? Y, yendo más lejos: ¿no se vuelve ilegible el fenómeno de nuestras violencias delictivas cuando uno deja de ser barroco y deja de enmarcarlo en nuestra cultura? ¿Qué operación de ocultamiento genera la simpleza que reclama el periodismo? Los relatos se hacen simples para que sean entendidos pero el resultado es que no son entendidos porque son simples, aunque haya elementos básicos que sí se entiendan. Para argumentar contra lo que acabamos de decir podríamos referirnos nuevamente a los procesos de globalización que no excluyen el delito. Pero, por ejemplo, pocas noticias aparecen sobre el intercambio que está teniendo lugar en nuestros días entre los bancos, estafadores y criminales del mundo. No solo se hace necesario entonces pensar de otra manera las “geografías” y las miradas del delito sino asimismo elaborar códigos de ética periodística que, a la vez que contrapesen el carácter comercial de la información, incorporen secciones específicas sobre cobertura de delitos violentos.[26]

Podría proponerse aquí repensar la misma profesión de periodista, lo que sin duda excede también el alcance de este trabajo[27], pero hay muchas otras cosas que pueden hacerse y que se han hecho en relación directa con el problema de la violencia delictiva desde los medios. La Asociación de Radiodifusores de Canadá lanzó en 1994 la Campaña Nacional en Contra de la Violencia, a la que destinó 10.6 millones de dólares canadienses en tiempo de radio y televisión; en 1996 y 1997, los mismos medios llevaron adelante una campaña denominada “Violencia: Usted Puede Hacer la Diferencia”, con anuncios en radio y televisión y “Sugerencias para la acción contra la violencia”, con información para ser empleada por trabajadores de los medios, legisladores y profesores en escuelas de comunicación, que evite avalar, promover o “maquillar” la violencia (T. Delarbre 27-8). Asimismo Dahl (1985) ha descrito el movimiento que redujo la presencia de la violencia en los medios en Noruega.[28] Pero también una telenovela colombiana ha sido elaborada en el marco de una campaña contra la trata de blancas (como la realizada con el apoyo de la ONU).[29] No menos considerables han sido experiencias como la Campaña de sensibilizacion a favor del desarme” hecha en El Salvador por el PNUD durante el 2001, involucrando a los medios durante tres meses del año 2002, el “Programa Desarrollo, Seguridad y Paz, DESEPAZ de la Ciudad de Cali”, que desarrolló comerciales de televisión al respecto (1992-1994), la creación de la “Rede Viva favela” (2001), con el objetivo de la formación de una Red Nacional de Radios Comunitarias, la experiencia “Geração de Paz” llevada adelante por la TV Globo en colaboración con varias instituciones, fundaciones y el gobierno de São Paulo (2002), la “National Citizen’s Crime Prevention Campaign” en EEUU (1979), utilizando material para televisión, radio, gráfica, publicidad e internet, y el programa Safer Hart, en el Distrito de Hart en Inglaterra (1998).

El diálogo sincero y desprejuiciado es el mejor antídoto contra una prensa sensacionalista y una cobertura pobre de las “olas” delictivas. Pero, tal como se sugiere en el último libro de Mastrini (314), si la sociedad civil no comienza el debate sobre los medios forzando a los responsables politicos a asumirlo, será muy difícil que este proceso surja por mera voluntad de la clase política. En lo que a la comunidad académica se refiere, los trabajos entre otros de Stella Martini y Damián Fernández Pedemonte, los estudios del Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana de la Universidad de Chile, el Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana de la Universidad Cándido Mendez de Río de Janeiro, las investigaciones de Rossana Reguillo en varios países y, modestamente, este trabajo, sin duda buscan contribuir a tal debate.

Es necesario recordar nuestra responsabilidad por el otro. Sólo una cultura de la paz permitirá otro tratamiento mediático de la violencia delictiva, en el marco de la recuperación de una crítica de la cultura de masas:

Así como la Escuela de Frankfurt adolecía del defecto de que sus miembros eran demasiado ajenos a la cultura que examinaban, los críticos actuales parecen tener una dificultad opuesta: inmersos como están en su propia cultura, casi enamorados de su objeto, con frecuencia parecen incapacitados para tomar la necesaria distancia crítica de él. El resultado es que pueden terminar escribiendo involuntariamente verdaderas apologías de la cultura de masas y abrazando la ideología de esa cultura (Morley 61).

La cultura de masas acarrea consigo una tradición de representación de la violencia lejana a la purificación catártica de la tragedia griega que viera Aristóteles, y que pretendía comprender antes que condenar. Muchas veces la violencia cotidiana impacta en la conciencia con su dolor pero, otras veces, cuando no es explícita es “retenida, pendenciera, rencorosa, bravucona, resentida, patologizada, más allá de los disfraces que adquiera” (Casullo), formas de la que no están exentos medios donde se cultivan miradas burocráticas y autoritarias.

Sabemos que son momentos difíciles pero a la vez propicios para la elaboración de políticas nacionales. Somos concientes de que sólo podemos actuar dentro de las narrativas históricas que ya somos y dentro de las cuales es necesario encontrar salidas (que las hay, siempre) y no engañosas e idealistas soluciones. Aquí se vuelve central entonces el eterno debate entre estética, ética y política, libertad y seguridad. Es necesario crear otras palabras, textos y tiempos para la reflexión. Y aún con las dificultades mencionadas en nuestro texto, sabemos que es construíble otro régimen de visibilidad por el simple hecho de que los regímenes de visibilidad son siempre construidos. Necesitamos incluír más claramente en la discusión de lo comunicacional las condiciones políticas y económicas que hicieron posibles nuestras representaciones y su relación con el tejido de la dominación política, reclamarles a los medios su responsabilidad, pero todo con menos crucifixiones y mayor comprensión e, incluso, compasión.

Lo fundamental, sin embargo, de un modelo de prevención de la violencia, insistimos, es que debería enseñarnos a leer. Tampoco sería responsable proponer ni pretendemos elaborar una propuesta cerrada o más articulada luego de tan sólo un año de investigación sobre el tema. Por eso todas estas palabras han sido tan entusiastas como arriesgadas. Sin embargo, algo más se nos presenta claro: la necesidad de una nueva educación sentimental (Sommer) y de una lluvia que, en palabras de Spinetta, “borra la maldad y lava todas las heridas del alma” (No es gratuito este final poético-musical. La violencia, después de todo y acorde a Freud, era el resultado de una incapacidad creativa y de la pobreza de nuestra imaginación, es decir, de nuestra visión, de nuestras pobres y limitadas imágenes del mundo).


[1] Así como para Blanchot (1980) pensar el desastre era el desastre del pensamiento.

[2] Puede haber coberturas mediáticas de hechos de violencia delictiva que sean más profundas sin dejar de entretener. Despues de todo, toda verdadera tarea intelectual es humorística.

[3] Mares, M, & Woodard, E. H. “Prosocial effects on children’s social interactions” en Singer, D.G. y Singer, J.L. (eds.) Handbook of Children and the Media. Sage Publications, 2001., referido en Torres, Conde y Ruiz (2002).

[4] Ver el film de Hans Jürgen Syberberg's Hitler: una historia alemana, 1979.

[5] Paul Virilio lo afirmaría para el crimen y la belleza (29-30).

[6] "Supprimer l'éloignement tue"...

[7] Ver al respecto las obras de Maturana, Varela y Morin.

[8] Hobbes señaló entre los delitos que dificultan el contrato a aquellos producidos como resultado del odio, la lujuria, la ambición y la codicia.

[9] Interesante es en ese sentido el texto de Zelizer (1997) sobre los periodistas norteamericanos y sus estrategias de autolegitimación despues de la muerte de Lee Harvey Oswald.

[10] Ver el informe de Gerbner (1990). Por otra parte, Gunter (1996) ha mostrado como “la preocupación sobre la violencia mediática tiene sus raíces en el malestar que se ha expresado cada vez que ha hecho su aparición una nueva forma de entretenimiento o de medio de comunicación de gran atracción de masas. En el siglo XIX se registró una fuerte reacción ante la aparición de las novelas populares románticas y de aventuras y de nuevo se repitió el efecto ante la creciente popularidad de las producciones cinematográficas en la primera parte del presente siglo”. Si entre 1880 y 1909 nace una cultura sensacionalista internacional, hoy nos encontaríamos ante un momento similar. Y es que no habría modernización sin violencia, ni violencia sin sensacionalismo. En ese informe la Unesco también estudió como las televisiones japonesa y estadounidense contienen una frecuencia similar de actos violentos, y como las tendencias registradas en ambas no guardan ninguna relación con las tendencias de las estadísticas sobre la delincuencia.

[11] En el año 2004 en la Argentina representantes de un variado espectro de mas de 1000 organizaciones vinculadas a la comunicacion y a los derechos humanos acordaron la iniciativa Ciudadania por una Ley de Radiodifusion para la Democracia. ¿Pero qué ha pasado con ello?

[12] Las experiencias brasileñas de TV Comunitaria y TV Roc (de la favela de Rocinha en Río) en Brasil, por ejemplo, han demostrado que algo puede ser espectáculo, negocio y acción social al mismo tiempo. Así puede potencialmente evitarse que los miembros de las favelas sean tratados por las imágenes como naturalmente sospechosos de criminalidad o que nadie cuente porque puede llorarse la muerte de un traficante, tal como muestran Luiz Eduardo Soares MV Bill y Celso Athayde en Cabeça de Porco. Rio, Objetiva, 2005).

[13] El Comité de Canadá de estudio sobre estas cuestiones ha concluido que, aun cuando puede ser menor el riesgo de que la violencia en la tv provoque tendencias agresivas y antisociales en ciertos individuos y posiblemente nunca sea probado de manera concluyente, tampoco puede ser ignorado. Y sugiere que el problema de la violencia en la tv debería ser enfrentado de manera cooperativa por parte de todos los actores. Ver Standing Committee on Communications and Culture (1993).

[14] Lo que incluye el debate abierto por Oscar del Barco (2004). O las últimas reflexiones de Beatriz Sarlo sobre el valor de verdad de la memoria y el testimonio (2005).

[15] Editorial radial de Eduardo Aliverti, “Piquete Fashion”, 28-8-2004.

[16] Especialmente cuando, como marcábamos antes, un programa promueve la noción de que ganar millones de dólares es lo que cuenta y que no es precisamente el trabajo lo que a ello te lleva.

[17] ¿En qué medida los periodistas están hoy preparados para dirigir la voz de un lugar en donde una sociedad encuentra, además de entretenimiento, una redefinición de su identidad, de sus valores y una redención de la violencia? En 1996, la publicación Nieman Reports de la Universidad de Harvard dedicó un número (Vol L. n. 3) a tratar de responder algunas de las mismas preguntas que nos hacemos aquí: “¿Comprenden verdaderamente los medios el problema de la violencia? ¿Están equipados los periodistas para informar sobre la violencia, las víctimas y el dolor de modos que ayuden a la comunidad? ¿Están capacitados para ofrecer un contexto significativo a las informaciones que publican al respecto? ¿Están preparados para ayudar al publico a aprender sobre estos temas?”. El nivel de pasantes desesperados y sin capacitación trabajando en radio y en televisión es tan preocupante como el nivel de vértigo y de incapacidad de procesamiento analítico en función de las necesidades de producción de los medios, situación que hoy lamentablemente la academia también mimetiza.Como nos dijera un prestigioso periodista:”Con la excepción de algunos estadios bajos e intermedios, es decir, cuerpos de redactores y movileros iniciados, algunos productores, y entre los intermedios, algunos conductores de radio y tv de programas más bien ligados a la testimonialidad periodística pero no a la opinión de peso, de la dictadura para acá no hubo un recambio periodístico. Muchos pibes trabajan en estos medios como pasantes y mano de obra gratuita”.

[18] Según Vladimir Propp (1998) la fechoría da inicio a todas las fábulas.

[19] Fueron contadas 18 horas de policiales semanales en distintos formatos.

[20] Ver Clarkson, Petruska. The Bystander. Whurr Publishers, 1996, cit. por Bauman (2004).

[21] Ver Simmel (1986), donde caracteriza a la ciudad como un lugar en el que la libertad individual se combina con un fuerte sentimiento de indiferencia, derivado entre otras cosas del embotamiento que produce el exceso de estímulos.

[22] Citada por Zygmunt Bauman (2004: 269).

[23] La sensación de vértigo encuentra su raíz en los tiempos preconcientes donde el ser aprendió la posición y movimiento vertical, donde tuvo su primer experiencia de la caída: del árbol, del útero.

[24] Gerbner fundó en 1996 el Movimiento por el Ambiente Cultural, en cuyo consejo consultivo participan varias docenas de los más destacados investigadores de la comunicación de masas en todo el mundo

[25] Título de Seminario Internacional citado en la bibliografía. Por otra parte, John Ruskin propuso en su momento sustituir el servicio militar obligatorio por una especie de servicio lector, es decir, que reclutasemos, instruyesemos en la lectura, mantuviesemos dandoles un sueldo, bajo un alto mando capaz, a ejércitos de pensadores. La literatura, tal como la viera Sontag, como extensión de la simpatía hacia los otros o, como la viera Monsiváis, la respuesta perfecta a la estupidización televisiva.

[26] El Poynter Institute confeccionó en 1999, por ejemplo, una guía para la cobertura informativa de toma de rehenes, motines y acciones terroristas, lo opuesto de lo hecho por los medios en Ramallo (F. Pedemonte 2001). García Silberman y Ramos Lira afirman, a su vez, que hoy parece haber una tendencia internacional a la creación de códigos éticos para los medios. Como ejemplo, mencionan el Código Ético Catalán (1992) que incluye: “Tratar con especial cuidado toda la información que afecta a menores, evitando difundir su identificación cuando aparezcan como víctimas, testigos o inculpados en causas criminales.” “Actuar con especial responsabilidad y rigor en el caso de información u opiniones con contenidos que puedan suscitar discriminación por razones de sexo, raza, credo o extracción social y cultural, así como incitar al uso de la violencia, evitando expresiones o testimonios vejatorios o lesivos para la condición personal de los individuos y su integridad física y moral.” Hay mecanismos similares en otros países como Francia e Italia.

[27] Podría suponerse la necesidad de transformar su rol en función del lugar que tienen que ocupar hoy éstos en la sociedad, propuesta que no careció de una perpleja comprensión entre los periodistas consultados y ha sido visto como una necesidad reconocida públicamente por algunos de ellos. ¿En que medida los medios no necesitan hoy profesionales que no sean sólo “gente de los medios”, ya que hoy también allí se “vende pensamiento”, según la expresión utilizada por un periodista entrevistado? El periodismo ha sido visto como campo en vias de extinción (según la expresión utilizada por Osvaldo Tcherkasky en el encuentro Desafíos del periodismo real: los diarios en la encrucijada del Siglo XXI. Buenos Aires: MALBA, 6 y 7 de julio de 2005), profesión en crisis, no menos que otras, con una falta de asunción de los periodistas de la responsabilidad que les toca.

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[28] Dahl, A. G. “Norwegian Statement on Violence in the Media”. Mecanografiado, 1985, citado en en Gerbner (1990: 11).

[29] “Todos quieren con Marilyn”, 2005.