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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 27 de junio de 2009

Luz

Cuando Yoshiaki, enérgico y emprendedor, sale del túnel, queda cegado por la luz del sol. Es la luminosidad que no cesa. Los pájaros saludan la salida del único sol con un éxtasis fácilmente reconocible, traslúcido. Incluso algunos organismos unicelulares conocen la manera de nadar hacia el astro rey. En este caso se trataba tan solo de un punto de luz discreto. Luz y fuerza.

jueves, 25 de junio de 2009

Los cambios culturales de la sociedad y el perfil de los candidatos


Los desafíos políticos actuales provienen de los cambios culturales que está atravesando la sociedad. Están cambiando nuestras maneras de vivir juntos y las representaciones que nos hacemos de dicha convivencia, y esto tiene consecuencias en la política. Por ejemplo: hay un fuerte miedo al conflicto porque, entre otras cosas, la sociedad no está confiando en sus capacidades para manejar conflictos.

Entre estos cambios, el cultivo del individualismo, los fenómenos de desintegración socioidentitaria ante la crisis de la educación, el trabajo y el viejo Estado, el tambalearse de los valores del humanismo, la fragilidad institucional, la mecanización de la existencia y los nuevos pánicos sociales son todas realidades que nos acosan día a día. Estos cambios se afianzaron en los años noventa junto a problemas serios de integración social: débiles sentimientos de pertenencia a un todo y empobrecidos lazos de solidaridad que hacen que la desconfianza hacia el otro se generalice.

Es en este contexto quisiera recordar que hace pocos días se cumplieron 20 años de la renuncia de Alfonsín a la presidencia de un país que se le había vuelto ingobernable. Poco tiempo atrás había sido derrotado por un hombre que inspiró confianza en los votantes, la misma confianza que reclamaba al decir simplemente “Síganme”.

Sin confianza es imposible la sociedad y muy difícil reconstruir un país y un Estado. No hay perspectiva de superar la debilidad de este último si no se fomenta el surgimiento de fuerzas sociales con la confianza y el poder suficiente para ir en otra dirección y el convencimiento que de que sólo articulándose, esto es, generando sólidas alianzas, es posible generar poder suficiente para vencer la anomia social.

Es en ese marco que debemos distinguir entre las frases y las figuraciones de los candidatos de la actual campaña y los intereses reales que representan, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son, en un enfrentamiento político que se desarrolla con muy pocas ideas, prácticamente sin debates y con la televisión como mediación entre la corporación política y la sociedad.

Al gobierno ya lo conocemos. Nos puede gustar más o menos, podemos querer un afianzamiento de ciertas tendencias y prácticas políticas o un cambio de las mismas. No tiene que vendernos nada. Del lado de la oposición hay muy pocas propuestas concretas, pero hay quienes sostienen que la “profundización de los cambios” de los que hablan los intelectuales de Carta Abierta serían más viables con ciertos candidatos no oficiales en el Congreso. Otros los ven como palos en el barroso camino de la construcción política que en la Argentina ha requerido históricamente de liderazgos fuertes.

¿A quiénes votarán los argentinos? Son poco persuasivas la mayor parte de las teorías que conozco acerca de los determinantes estructurales del voto: no sabemos muy bien por qué la gente vota lo que vota o, deberíamos mejor decir hoy, a quién vota. Porque lo que parece cierto es que seguimos pensando en personas. Y de ellas, ¿es la honestidad un valor que tenemos en cuenta, su capacidad de transformación de la realidad, o son otras las cosas que importan? ¿Queremos a aquel que anuncia un fortalecimiento de las instituciones o a aquel que ve en las instituciones lo viejo a derrumbar? ¿Era Alfonsín parte de la corporación política en crisis que necesitábamos que se vaya? ¿O es la política que lamentablemente se nos fue? ¿Debemos seguir buscando consensos o afirmar identidades y dirimir supremacías? ¿Liberalismo político universalista o personalismo populista nacionalista? Por momentos parecemos querer seguir en esa vieja y gastada encrucijada. Como si no pudiéramos pensar más allá. Hablando lenguajes a los que no se corresponden realidades. Como podría haber dicho Martínez Estrada, Menem era más real que Alfonsín, quien reflejó mejor aspiraciones que realidades. Alfonsín representó a una Argentina que se fue y que era mejor que ésta. Por eso conmovió su muerte y recibió un reconocimiento tardío, cínico, perverso, propio de la ausencia de la gigantesca reforma cultural que esperaba.

La política requiere sensibilidad, angustia, conciencia, prudencia, paciencia, coraje. Si poco sabemos de sus proyectos o si ya poco nos importan o creemos en sus plataformas y votamos personas. ¿Qué candidatos encarnan esas cualidades?

miércoles, 24 de junio de 2009

Complot

La cosa es secreta y complicada. El nuevo presidente, Patricio Parada, colérico, muere víctima de un complot. Es una trampa creer y no podemos dejar de caer en ella. El poder es un arte que exige continuas transacciones y continuas creencias para ser exitoso. Por eso tiene su éxito garantizado.

sábado, 13 de junio de 2009

Sacrificio

Su visión ardiente era la de un francés pervertido. Y en la isla se había decidido sacrificar a todos los franceses allí existentes que no supieran pronunciar correctamente la palabra ferrocarril, entre ellos obviamente a Mario Vallejo, confundido con un parisino. Más allá de la mirada materna, fueron muchos otros desencuentros los que fueron arrastrando a Mario Vallejo a la crisis, a un pozo por el que anduvo bajando por años. Un pozo oscuro donde la claridad era una esencia a atesorar. Como este momento en que usted lee, oscuramente, como si pronunciar la mitad de las notas de la escala fuera sagrado y pronunciar las restantes fuera profano.

viernes, 12 de junio de 2009

La ética es práctica

“Nosotros hacemos” reza la campaña del gobierno, frente a lo que se define nuevamente como “la máquina de impedir”. “Mejor que decir es hacer”, decía Perón. ¿Pero qué hay detrás de estas frases en tiempos que, al igual que en los comienzos del Estado, se trata de dar arraigo a instituciones de acción política efectiva que puedan rivalizar con fuerzas económicas globales? Voy a detenerme exclusivamente en la crítica moral al “hacer” de la política.

En un mundo global no pueden separarse la responsabilidad moral y los intereses de la supervivencia: por eso la globalización ha sido definida como un desafío ético. Y, sin embargo, hoy se habla mucho de la “declinación de la ética”, queriendo decir que ha caído la observancia de ciertas reglas. ¿Sucede esto porque no nos importa la ética o las reglas se han estado rompiendo porque obedecerlas en ciertas circunstancias no ha sido recomendable? Por eso con frecuencia se dice también que la ética está muy bien en la teoría y no tanto en la práctica. Pero no podemos quedarnos contentos con una ética que no nos sirve en nuestra vida cotidiana. Si alguien propone una ética tan noble que vivir bajo ella sería un desastre para todos, entonces esa ética no es tan buena. La ética es práctica o no es realmente ética. Y recordemos que Eichman dijo que vivió acorde a los preceptos morales de Kant, cumpliendo su deber.

Vivir una vida moral requiere actuar con un tipo de modestia sobre los propios juicios morales. Actuar mientras se reconoce la propia falibilidad moral de uno parece ser una condición necesaria para desarrollar una buena personalidad moral. En tanto vivir la vida moral tiene que ver con actuar bien, la persecución de esa vida se da en la esfera de la acción, en contraste con la de contemplación, devoción u otro tipo de actividad. La vida moral no se consigue bien aislados de las dinámicas sociales.

Y es la imperfección del carácter la que hace posible la preocupación por la moralidad. Que los personajes políticos tengan fallas morales y deban actuar con ellas es lo que provee la posibilidad de interesantes y problemáticas decisiones en el mundo real. Porque vivir una vida ética reflexiva no es un problema de observación estricta de un conjunto de reglas. La vida es demasiado variada para ello y todos tenemos derecho a pensar por nosotros mismos sobre la ética.

La ética es práctica o no es realmente ética. Vivir éticamente es actuar y reflexionar, incrustados en la vida, sobre cómo uno vive. El gobierno posiciona su discurso como el de los que “hacen”, a pesar de todo, frente al “no harás” tal o cual cosa de los mandatos kantianos o de las tablas de la ley. Y si recordamos que es en el habla donde acontece el fenómeno del liderazgo y que los líderes transforman el mundo, no debemos olvidar que para hacer esto deben desarrollar una narrativa sobre el mundo en el que viven. No pueden ser como el príncipe Hamlet, cavilador enamorado de sus propios pensamientos. El “hacer” se le demora al príncipe a quien le es imposible seguir soportando la corrupción de su tío pero tampoco puede matarlo ni suicidarse, puesto que está prohibido por la Iglesia. Su ética le impide actuar y cuando finalmente consigue hacerlo lo hace desesperadamente, desencadenando la tragedia. Del país terminan aprovechándose los de afuera, como podría llegar a decir el Martín Fierro de Fortinbrás, a quien le es fácil ocupar tierra arrasada. Por ello hay que ser cautelosos cuando se emplean palabras como “ética” sólo por su valor de posición política, como símbolos protectores que se adhieren a sus objetos con tanta tenacidad cuanto menos se está en condiciones de comprender su significado, usando las metáforas comunes de los medios y, por tanto, como diría Nietzsche, mintiendo “según una convención establecida».

La ética se constituye en otro lugar, en la preocupación por las consecuencias que tienen las acciones. Lo social es un espacio ético y las preocupaciones éticas jamás van más allá del espacio social donde surgen. Es desde la convivencia social que la ética surge y tiene sentido. Por eso no puede plantearse como exigencia, porque la exigencia niega al otro.

Hemos tenido muchas ilusiones previas y expectativas desmesuradas acerca del cambio que parecía prometer la acción política con el advenimiento de la democracia. Con ella “se comía, se curaba y se educaba”. Ello dejó muchos ciudadanos desilusionados también porque el quehacer diario de la política tendió a ser bastante más «sucio» que los ideales «limpios» que motivaron la entrada a la arena política y porque no se le han podido poner “bisagras a la historia”. Pero la retirada en busca de la felicidad privada tampoco ha dado resultados. En esta encrucijada, el compromiso con “público” y con el “hacer” de la política ha de ser defendido y promovido para potenciar la conversación social, único escenario que podría depararnos otro futuro más “ético”.