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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 14 de junio de 2012

No tenía paredes.



No tenía paredes
Ensayo sobre nuestra educación
Era uma casa muito engraçada

Não tinha teto, não tinha nada
Ninguém podia entrar nela, não

  Porque na casa não tinha chão
Ninguém podia dormir na rede
 Porque na casa não tinha parede
Ninguém podia fazer pipi
Porque penico não tinha ali
Mas era feita com muito esmero
Na rua dos bobos, número zero
Vinicius de Moraes, “A casa”

Nos encontramos desorientados y en peligro. En educación una catástrofe está en marcha. Los costos, en términos del empobrecimiento de nuestras posibilidades, son incalculables. Hay algunas claves para entender lo que ocurre: el valor depreciado del esfuerzo, el arrebatado derecho a la evaluación, el sentido perdido de la labor educativa y los radicales cambios que se están produciendo en las formas de comunicarse, acceder a la información, aprender y socializarse.  Un giro cultural extraordinario ha tenido lugar en relación a la mirada social sobre estas cuestiones que están en profunda crisis y que ningún cumplimiento o aumento de horas de clase solucionará per se. Estamos viviendo tiempos de grandes transformaciones que el sistema educativo no acompaña. Derrumbadas las paredes no hay casa donde refugiarnos, más allá de la parafernalia de los relatos pedagógicos oficiales.

El árbol del conocimiento
Sin curiosidad, sin inquietudes, no hay destino posible.  Cuando las familias respiran en una sociedad el desdén hacia el mundo de los saberes y la intrascendencia de la reflexión, el espacio del conocimiento pierde su lugar y se oculta en las profundidades de una vieja cultura cuyo prestigio se pierde frente a la fuerza de las nuevas tecnologías.  Mientras tanto, la pobreza de nuestras expresiones y su reducción a un lenguaje televisivo de frases hechas nos ponen en peligro y limitan nuestra comprensión, de los otros y de nosotros mismos.
Nuestra relación con los saberes y nuestra posibilidad de acceso a ellos ha cambiado de manera radical. Con frecuencia, cuando se habla de estos problemas se piensa en una reforma del currículum educativo. Craso error: tal currículum es parte sustantiva del problema. Un currículum prescriptivo como el que exhibe, por ejemplo, la provincia de Buenos Aires, inhibe el desarrollo del conocimiento en el siglo XXI. Un sistema educativo que atrasa cuarenta años es incapaz hoy de llevar adelante su responsabilidad principal. La institución educativa y la llamada “patria pedagógica”, de la que hablaremos luego, son parte esencial del problema sin cuya desestabilización no hay horizonte promisorio.
El conocimiento degradado que se transmite en el sistema vale poco. Hoy no se aprende en la escuela prácticamente nada que no pueda aprenderse en otra parte. La cantidad de cosas que sabemos porque las hemos leído en un libro ha disminuido enormemente en los últimos 30 años. Sabemos muchas cosas que no hemos leído en ningún lado sino que hemos simplemente visto o escuchado… y no es descartable que cambios neurológicos acompañen estos procesos. En el presente de nuestro árbol del conocimiento las neurociencias son una referencia ineludible en educación. Pero en la Argentina, donde hay diez veces más estudiantes de humanidades que de ciencias, hacemos oídos bastante sordos a los desarrollos en este campo en cuanto a su potencialidad educativa. En una Argentina donde no tenemos ingenieros pero nos sobran psicólogos, la ya vieja demanda por espacios de la llamada “tercera cultura” se vuelve imperiosa.
La manera en que hoy se organiza, se transmite y se valora el conocimiento ha sido alterada radicalmente y nuestra relación con éste cambia hacia una práctica no organizada en disciplinas y limitada por instituciones específicas. Mientras el Conicet y sus mandamases temáticos mantienen absurdas definiciones y controles sobre lo que se entiende por cada área discipilnaria, cruzar esos límites  y desarrollar miradas transversales se vuelve tan o más importante que la posesión del conocimiento de una especialidad.
Sin embargo, no es esto lo que vemos en los currículums como tampoco encontramos principios de estrategia para afrontar los riesgos y lo inesperado, ni una educación para los mares de incertidumbre. El aprendizaje y el conocimiento dependen de esos trayectos y de la diversidad de opiniones: principio del conectivismo y profunda convicción de mi andar por las aulas y el mundo.
Más que materias específicas obligatorias para todos, nos es necesario aprender qué mejora nuestra calidad de vida. Sin duda lo harán la capacidad de leer, escribir y la aritmética básica, pero podrían sumarse otras habilidades como, por ejemplo, la capacidad de montar proyectos locales o de experimentar en un contexto donde el fracaso sea bienvenido.
Pero difícil que ocurran cambios sustantivos en este sentido ya que lo más grave es que “la patria pedagógica” no sabe que no sabe. Esta “inconsciencia feliz” tiene repercusiones impensadas en la sociedad. No hay autonomía sin pensamiento y no hay pensamiento sin trabajo sobre uno mismo, algo que las burocracias resisten como pocos otros actores sociales.

Es la hora de jugar
El esfuerzo vinculado con el aprendizaje parece hallarse en su ocaso aunque haya cosas que son difíciles de aprender, complicadas, que requieren un tiempo que excede el del zapping y el videogame. Aprender a veces es incómodo pero no está permitido incomodar a un estudiante al que se supone hay que prepararle clases “fáciles” y “divertidas”. Nadie duda de que el juego puede ser efectivo para el aprendizaje. De hecho, el aprendizaje basado en los juegos ha sido visto de otra manera desde que James Gee comenzó a describir su impacto en el desarrollo cognitivo. Los juegos permiten la experimentación, la exploración de identidades, el fracaso y el éxito, la capacidad para resolver problemas y colaborar con otros, en fin, contribuyen ampliamente al aprendizaje. Cuando son desafiantes, de final abierto y  colaborativos, tienen un gran potencial para la educación a todos los niveles y pueden comprometer a los estudiantes de una manera en que otras herramientas y acercamientos no pueden.  Dicho esto, adolescencia y juventud no deben ser terreno para el facilismo y la complacencia. El afán por “contener” y no “exigir”, la “educación para la expresión” como la definiera Beatriz Sarlo, estrecha el camino al perfeccionamiento. Porque el juego y la diversión aparecen en el marco de una sociedad que transmite a sus hijos que el estudio, el esfuerzo y el trabajo importan poco para triunfar…económicamente, que es lo único que importa.
El aprendizaje puede pero no debe ser divertido. De hecho, hay momentos en que es difícil que lo sea, ya que la disciplina, la responsabilidad y la atención pueden ser emotivas pero difícilmente sean divertidas. Aprender requiere de trabajo, que no siempre divierte, y demanda sacrificios y esfuerzos, ambos hoy culturalmente desprestigiados.
Enseñanza y entretenimiento no son ni deben ser inseparables.

Violencia y límites
En nuestros días la escuela se configura en un espacio de relativa anomia que explica la indisciplina en su seno. Históricamente mantuvo la violencia fuera de sus aulas, al no admitir o expulsar a aquellos que pudieran generar actos de ese tipo. Pero hoy esto ha cambiado así como también los alumnos son menos temerosos a la sanción que nunca llega, en tanto padres y docentes tienen miedo de ejercer la autoridad. Los chicos lo perciben junto a un mensaje social que dice: “todo se negocia”. Porque no son solo los alumnos los que no cumplen las reglas sino que tampoco lo hacen los docentes o la directora. La ley y la autoridad tienen un espacio difuso en la escuela como lo tienen en la sociedad.  Pero, como ya dijimos, el orden de la escuela no puede ser el orden de la calle.  Al “abrir la escuela a la vida”, se la abrió a una vida degradada. Y se olvidó que los niños son en buena medida lo que logran construir también en función de las dificultades con que se enfrentan y de las obligaciones que se les imponen. Cuando desaparecen ambas nos encontramos con profesores amenazados o atacados. Una ideología que transfiere el “poder” de los maestros a los alumnos, en una especie de pedagogismo igualitario compasivo, propone que los errores no se corrijan y privilegia la vaguedad del conocimiento. Este laissez faire resulta disparatado en la educación, una actividad que, en esencia, precisa de ejemplos. No bastan el amor o la libertad, se requieren reglas y no renunciar a cumplir las sanciones correspondientes cuando aquellas no se cumplen. Sin un mayor compromiso y responsabilidad por parte de padres y docentes en este sentido será muy difícil prevenir la violencia en la escuela. Sin una educación en deberes además de en derechos, continuará ocurriendo lo que afirmó Platón hace mucho tiempo ya en La República:
Cuando los padres se habitúan a dejar hacer a los niños (…), cuando los maestros tiemblan frente a sus alumnos y prefieren halagarlos, cuando los jóvenes desprecian la ley porque no reconocen nada más allá de ellos mismos, entonces es el comienzo de la tiranía.

La evaluación en jaque
Cada vez evaluamos menos. Los docentes, temiendo pobres evaluaciones sobre ellos o litigios, ofrecen fáciles elogios en vez de evaluaciones críticas. Hoy no hay razón para asumir competencia en un graduado.  La tradicional importancia de las titulaciones está menguando y los millones invertidos no alcanzan para mejorar los resultados escolares porque no hay, entre otras cosas, una política de evaluación sistemática: de los alumnos, de los docentes y de las escuelas. Claro que hay resistencia de las escuelas: muchas no quieren saber si están bien o mal.  En el país no existe una cultura de la evaluación y la información que se genera sobre la situación del sistema educativo termina debajo de la alfombra o adulterada, puesto que no queremos ver que los resultados no son los esperados.
Se vuelve así urgente restaurar a la evaluación a su rol vital en la enseñanza y el aprendizaje. Es necesario identificar a las instituciones que no están funcionando para poder mejorarlas y alentar los experimentos exitosos en enseñanza y aprendizaje, monitoreándolos,  evaluando sus resultados y diseminando las buenas prácticas innovadoras.
La calidad educativa está cayendo aceleradamente en nuestro país. Más dinero invertido no ha significado mejor calidad.  La disminución de las exigencias y la responsabilidad, la ausencia de una cultura evaluativa y del esfuerzo sin duda han colaborado para esto. En este marco, casi a todo lo que se convoca a los docentes es a cumplir con el calendario escolar. Acorde a las evaluaciones Pisa, en ningún lado la calidad ha caído tanto como en la Argentina mientras que los mejores sistemas escolares consiguen proveer de educación de alta calidad a todos los estudiantes, independientemente del medio ambiente del que provienen o de la escuela a la que asisten.

Los docentes
¿Alcanza hoy con un docente por aula? ¿Y qué docentes? Personas sin actitud ni aptitud, aferradas a sus regímenes de licencias, no son hoy una clara minoría frente a las aulas. El ausentismo voluntario pasó a ser algo muy preocupante. No sólo se fingen enfermedades para obtener licencias pagas sino que no son pocos los que se toman licencias diarias o se excusan. En la provincia de Buenos Aires el ausentismo llegó al 40%. Algunos podrán ver en esto un delito, también se podría interpretar como tácticas de resistencia social que aumentan en un marco social en el que la ética del trabajo está desapareciendo. Si el empleo no satisface sus expectativas (la docencia pasó a ser simplemente un empleo, lo que es también parte del problema), utilizan el trabajo pero dan muy poco.
Acorde a un estudio realizado recientemente, la mayoría de los directivos coincide en que la principal causa sería la falta de control del gobierno provincial. Pero decir esto es como decir que la principal causa del robo es la ausencia de policías. Esa falta de control o incluso connivencia con este fenómeno es evidente. Pero es necesario estudiar más profundamente las causas de ese ausentismo, tal vez conectado a específicas formas de relacionamiento y, como decíamos, a resistencias de los sujetos con sus lugares de trabajo y, en particular, con el empleo público, cuando el trabajo ha dejado de tener el lugar privilegiado que tenía como espacio de constitución de identidad -todo esto inscripto en la historia de las relaciones de los trabajadores con el Estado y su percepción de este último. En esa línea yo arriesgaría algunas hipótesis para entender el 40% de ausencias por enfermedad en la provincia y en su mayoría los días viernes. Y, en todo caso, importa menos la denuncia moral de que los docentes “abusan” de las garantías del estatuto que preguntarse por qué esto ocurriría, en qué historia de abusos se inscribe, y cómo se soluciona.
La educación necesita de más educación, maestros ansiosos del saber. Muchas veces no es el caso. Hay estimaciones que indican que solo un cuarto de los docentes serían muy buenos en su tarea. Es extraño que no se invierta más en mirar cómo se desempeñan los buenos maestros y en incentivar a los otros para que aprendan o mejoren. Es necesario ver qué funciona y qué no, pero nunca hacemos esa inversión en la escuela publica. En Finlandia hacen esa inversión en las escuelas de educación antes de que la gente se convierta en maestros, y reclutan un grupo muy selecto de gente para la profesión. Una vez en ella tienen revisiones y se les indica en qué son buenos y en qué no. Si en un período de tiempo determinado uno no mejora, entonces deben cambiar de profesión. La educación es demasiado importante para dejarla en manos de cualquiera que encuentre allí una fácil salida laboral sin poder mostrar su excelencia en la tarea. Es necesario pensar un buen sistema de evaluación que permita decirle a un maestro lo que esta haciendo bien y lo que no.  El problema es sindical pero sobre todo político: si uno comienza a mejorar a los maestros hoy el país no verá el beneficio en menos de quince años, y ningún político está dispuesto a esperar tanto.
Los mejores sistemas educativos, como el finlandés recién mencionado, jerarquizan al máximo la carrera docente y buscan atraer hacia ella a los mejores graduados universitarios. En Corea del Sur, uno de los países con más avances en calidad, los maestros son considerados los "constructores de la nación". En Canadá, otro líder en la materia, es una de las profesiones que tiene más credibilidad entre los ciudadanos.  En todos ellos, por otra parte, la enseñanza de las ciencias sobre la base de metodologías de avanzada, a diferencia de lo que ocurre en nuestro país, ocupa un lugar muy destacado.
Mientras tanto, la secretaria de Educación de la Nación destacó que uno de los temas centrales que contribuirán al mejoramiento de la enseñanza es la extensión de un año de los planes de estudio de los profesorados para los niveles inicial, primario y secundario. Esto no soluciona nada. Y lo empeora la declamación gozosa en la provincia de Buenos Aires de que “el sistema está en expansión”. No es un problema de cantidad sino de retomar el sentido de la enseñanza. Hay docentes que son heroicos e inspiradores en esta tarea, pero nadie puede sostener el sistema con héroes aislados. Tampoco alcanza con querer modificar la actitud de los maestros frente a los alumnos, ni de tener recurso a un material pedagógico, electrónico o no.  
Se hace necesario realizar cambios en la política educativa que afecten la carrera docente que van mucho más allá de agregar un año. Se requiere un modelo distinto de formación docente y atraer y mantener a los más talentosos y mejor motivados. Estos son esenciales para la tarea de reparación social que nos urge. Si no los atraemos, no debería sorprendernos que la profesión no esté entre aquellas cuya actividad más valora la sociedad:  el 40% se inclina por la de los empresarios, seguido por la de los modelos publicitarios, animadores de televisión y deportistas. Cierran la lista el maestro, con el 1,2% de las menciones, y el profesor universitario, con el 0,4%. La sociedad no aprecia a las personas a las que confía su educación ni cree que el conocimiento esté representado en ellas. Por eso no es tan aventurado pensar que las instituciones educativas, tal como las conocemos, estén comenzando un proceso radical de mutación en una sociedad que está dejando de valorarlas como son hoy y que duda de que las habilidades y conocimientos que supone se adquirirán mediante su asistencia a ellas merezcan ser aprendidas.

La Patria Pedagógica
Con ese nombre se conoce a la burocracia educativa argentina, responsable de una enorme anarquía administrativa y un espeluznante despilfarro fiscal, entre otras dolencias. Mientras las redes sociales e internet van alterando la sociedad, la enseñanza y el aprendizaje, el sistema educativo permanece casi incólume. Resistir los cambios está en el corazón de su alma. Teóricos y activistas como Freire e Illich han reclamado y marcado la urgente necesidad de cambios estructurales en los sistemas educativos desde la década de 1970, mostrando cómo los existentes no estaban a la altura de los desafíos del presente. Y ese presente era ya el de 40 años atrás.  A esos reclamos se les suman los que acompañan las tendencias tecnológicas, los impactos de la globalización, los avances en las teorías del aprendizaje y las neurociencias. Pero la gran mayoría de los que toman decisiones importantes en la patria educativa apenas conoce lo que es internet.
En el mundo las organizaciones burocráticas clásicas están siendo reemplazadas por nuevas formas que requieren diferentes mecanismos de administración y coordinación de los existentes. Pero en el establishment educativo la ignorancia está institucionalizada. Las viejas jerarquías y centros de poder se resisten a ceder terreno mientras no cumplen con las funciones de cuidado, enseñanza, socialización y selección, necesarias para una sociedad. Eso sí: reparten computadoras en las escuelas. Lo que está muy bien, sobre todo si se hace como se hizo en Uruguay, pero no sin un trabajo que acompañe lo que esa innovación significa, sobre todo en términos de la transformación del aula y la capacitación de los docentes.
Hace rato que las autoridades políticas educativas se hallan extraviadas. Cada día que pasa hay una distancia mayor entre lo que tuvimos en educación y lo que tendremos. Celebran, como dijimos, la expansión de un sistema centralizado y corrompido (más docentes, más escuelas, más institutos, más cursos, más capacitación, más horas de clase) que será cada vez más difícil de revertir. Más no siempre es mejor ni ataca el corazón del problema. Estamos, incluso, haciendo el problema más grande, siguiendo el modelo del siglo pasado, ni respondiendo ni anticipándose al cambio de época.
¿Qué sentido tiene hablar de innovaciones cuando una burocracia conservadora no permite  la emergencia de otros formatos de socialización cognitiva? No es un problema ni tecnológico ni pedagógico, sino político. Los avances alcanzados en la universalización de la escolaridad se han producido en el contexto de un incremento de la desigualdad social y educativa.  Hoy para los pobres la única alternativa es permanecer en un sistema que no crea condiciones para el acceso efectivo a una educación de calidad: las condiciones de exclusión y desigualdad se han transferido desde afuera hacia el interior del mismo sistema escolar.
El problema político es aún mayor: somos incapaces de construir un nuevo consenso acerca de quiénes somos y adónde vamos. No podemos desprendernos del imaginario de pensar lo público como único y estatal y nos cuesta darles poder a directores y maestros para generar sus propios proyectos. Se hace necesario un esquema más horizontal y participativo, que asigne mayores derechos a los actores. La gestión actual va en la dirección opuesta y a los actores tampoco les gusta asumir mayores responsabilidades por esos derechos.
Parecemos más preocupados por saldar deudas del pasado que por construir un futuro. Y no hay sistema educativo que pueda construirse sin una idea de futuro. La crisis educativa argentina es en buena medida nuestro fracaso como sociedad. Los sistemas de educación pública se convirtieron simplemente en burocracias que llevan en sí mismas su propia justificación sin dar examen ni rendir cuentas a la comunidad.
El desafío es enorme e incluye responder a la pregunta sobre el conocimiento y el aprendizaje necesarios y deseables para el mundo de hoy. Pero el sistema cruje con estas preguntas. Diseñado hace 150 años,  apenas ha cambiado y necesita de una nueva estructura. Hoy es un museo de fósiles envueltos en una politiquería de salón. No será fácil hacer esos cambios: los gobiernos han creado grupos con intereses creados en el control del mundo escolar, que hacen buen dinero con su gestión, se reacomodan en cada cambio de gobierno y disfrutan de innumerables privilegios. Como decía Cicerón, la dirigencia “hace más daño con el ejemplo que con el pecado mismo”. Nuestros dirigentes son el Quién que hoy falta. Por eso el problema es político.
También los sindicatos son en buena medida burocracias que han colaborado fuertemente con todo esto. Nadie recordará estos años por la excelente capacitación docente, un sistema de evaluación de profesores o los incentivos a la excelencia. Los sindicatos solo discuten seriamente salarios. Y por ese motivo todos los años las clases comienzan con huelgas o amenazas de huelgas. En la provincia de Buenos Aires hay hoy más de 800.000 docentes. Una cifra abrumadora que curiosamente es un problema más que una oportunidad.

Cultura para todos
Es necesario pensar en una cultura de la educación que nos permita también aprender de quienes no tienen instrucción formal. Mientras somos testigos de la demanda de nuevas formas de trabajar, vivir y aprender fuera de la escuela, y vemos la emergencia de nuevas formas de interacción mediadas por las tecnologías digitales, necesitamos preguntarnos si lo que enseñamos y cómo lo enseñamos es todavía adecuado para nuestra cultura.
Los valores de la ilustración están en crisis y no sabemos lo que viene: somos generaciones en transición. La cultura del consumo ha contaminado la educación en todos los niveles y esos mismos viejos valores en crisis, con raíces en la vieja cultura, juegan un rol crítico. Tanto alumnos como maestros son hoy también más víctimas que actores de una transformación cultural que los excede. Bastó con convertirnos en audiencia y en entretenidos perpetuos. 

Comunidad y sociedad
O cambiamos el curso de la educación o fracasaremos como sociedad.  La sociedad ya no confía en la escuela o en los docentes. Vivimos en una especie de simulacro pedagógico en el que los profesores se educan como niños con bajas expectativas de aprendizaje. Difícilmente todavía se “da clase” o “toma examen” mientas fuera de las escuelas se va creando en las redes sociales una comunidad global.
Las formas de conocimiento y aprendizaje valoradas están cambiando velozmente. Diez años atrás no había Facebook, Twitter o Google. Desde la visión de redes de aprendizaje de Illich en 1970, la sociedad se ha ido acercando progresivamente hacia un mundo interconectado donde el contenido y las conversaciones están continuamente en la punta de nuestros dedos. Esto nos permite imaginar un orden social en el que los objetivos y métodos de aprendizaje son diferentes de los actuales. Nuevas habilidades y competencias emergen junto a grandes cambios demográficos y los procesos globalizantes: el contexto de aprendizaje cambia.
Las preguntas básicas “¿Quién soy?” “¿Y a qué comunidades pertenezco?” precisan de otras respuestas. Hoy existe un país Facebook. En esta sociedad del aprendizaje continuo y en las redes sociales se ve que los estudiantes invierten tiempo y energía en construir relaciones alrededor de intereses compartidos y comunidades de conocimiento. La irrelevancia o ineficacia escolares son parte de una crisis mayor de las formas de educación, formación y cuidado de la modernidad. Y la crisis pone en duda, entre otras cosas, la validez de la profesión docente como fuera ejercida hasta hoy.
Finalmente, el capital social influye en el rendimiento educativo de los niños. Los valores predominantes en un sistema educativo, en los medios de difusión masiva y otros ámbitos influyentes de formación de valores, pueden estimular u obstruir la conformación de capital social lo que, a su vez, tiene efectos de primer orden sobre el desarrollo de un país. Casi el 70% de nuestros niños y jóvenes no comprende lo que lee en los libros, pero comprende muy bien lo que lee en la sociedad. Ignoran lo que predicamos e imitan lo que practicamos. Los más inteligentes son los primeros en aprender que resulta mucho más importante seguir lo que la sociedad enseña implícitamente con sus acciones y a través de sus estructuras de recompensa que lo que predica la escuela en lecciones y discursos sobre el recto comportamiento.
La escuela, que puede y debe ejercer una función de liderazgo, está condenada a perder frente a una sociedad que a cada instante la desautoriza y a la que ha sido llamada a mimetizarse. Así la educación no hace una diferencia. Nuestra sociedad, que honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, celebra el materialismo, tolera la corrupción, cultiva la superficialidad, desprecia el intelecto y adora el poder adquisitivo, pretende luego dirigirse a los jóvenes para convencerlos , con la palabra, de la importancia del conocimiento y las bondades de la cultura.

Un problema ético
¿Cómo estimular el arte de interrogarse a  sí mismo y a los demás? Necesitamos liderazgos éticos y examinar nuestras éticas personales y profesionales. La reflexión ética es parte esencial de cualquier educación digna de ese nombre. Difícil practicar este arte en una sociedad anómica en la que los límites entre la buena y la mala conducta han sido borrados en pos de una concepción muy discutible de la libertad.
Antes nadie dudaba de que los padres y los maestros tenían el deber de transmitir un cuerpo de conocimientos y de valores, de introducir a los niños en la cultura y de desarrollar en ellos el respeto por la condición humana. Hoy un relativismo moral y cultural hiere de muerte la autoridad de la familia y la escuela, y esta autoridad se ha transferido a los individuos. Todos, incluso los niños, nos sentimos autorizados a ser nuestro propio juez moral. Todos debemos expresarnos aunque no sepamos hablar. Pero en realidad, no pocas veces se aprende a hablar callando, escuchando, leyendo.
El efecto de esta tendencia en las aulas y en los hogares ha sido devastador. Hablo de la escuela, pero igual abandono de toda preocupación pedagógica y valorativa existe en el seno de la familia, del medio social, de la empresa. Y así como los niños están siendo abandonados por sus padres y mayores, los dirigentes traicionan a la sociedad porque dejan de ser los referentes ejemplares para el resto de los ciudadanos. Fomentan la violencia cuando rompen descaradamente las normas y renuncian a valores como la verdad, la justicia, la honestidad y la solidaridad. Frente a este auténtico “piedra libre”, el ciudadano se siente cada vez más legitimado para ser agresivo con un entorno desprovisto de fuerza moral.

Palabras viejas: obediencia, disciplina, vergüenza, autoridad, respeto.
Hoy tenemos libertad para no creer en la autoridad y para declarar que no creemos. Nos impresiona y restringe menos que nunca hoy la autoridad de una ley, un padre, un maestro, un jefe, un empleador, un gobierno. Los cánones de obediencia se desvanecen. Y es que la autoridad tal como la conocíamos desaparece de la cultura occidental. Estamos entrando en sociedades no disciplinarias. Foucault fue el primero en detectar que estábamos saliendo de ellas. Ya no tendrán los maestros autoridad por usar un delantal (que ya no usan), ya no detentará autoridad ese delantal. Pero tampoco la tendrán los padres o el médico.
El imaginario del mercado y del consumo ha reforzado la imagen del individuo indisciplinado, al mismo tiempo que contribuyó a socavar diversos tipos de autoridades y el rol de la educación formal en la transmisión de un acervo cultural compartido. Ningún maestro está en condiciones de enseñar si tiene que luchar por ser respetado. Ni la sociedad otorga ese respeto ni las instituciones lo garantizan. Lo mismo ocurre con muchos padres en el hogar. La autoridad es hoy una palabra vieja como lo son los conceptos de “niños bien educados” o “buenos alumnos”, o la palabra “jerarquía”. Y el respeto y el reconocimiento escasean a menos que se trate de una figura televisiva.  Una transformación radical se está llevando a cabo en la ecología atencional de los jóvenes y en las dinámicas del reconocimiento.
El aprendizaje y el conocimiento dependen de esas dinámicas y de la diversidad. Lo que está en juego es el poder constituyente de la empatía. Es fundamental desarrollar la empatía y, como bien hoy sabemos, nuestras neuronas espejo. Ponerse en el lugar de los otros, ser capaz de sentir y vivir la situación de los otros, debe ser explorado y entrenado. Pero para ello es necesario un ambiente protegido en el que debe imperar el respeto y no la ley de la calle. Los alumnos deberían percibir que la escuela es ese ambiente. Difícil en tiempos de mimetización de la escuela con la sociedad y cuando la voracidad por la información, el entretenimiento y el consumo hacen desaparecer la reflexión sobre nuestras vidas. 

Las familias y la crianza: el mundo del revés
A la necesidad de un mejoramiento de la profesión docente debe sumarse la imperiosa mayor participación de la familia en el esfuerzo educativo. Es en la familia donde empieza y luego también continúa la educación. Y necesitamos padres que eleven el aprender como la habilidad más importante de la vida. No habrá mejoras en la educación si la sociedad, y en particular los padres, no se comprometen activamente. Pero hoy es como si la educación obligatoria jugara un rol importante para liberar a los padres de la obligación educativa. Y no entienden que la escuela no puede remplazarlos en esa función. La familia ya no sabe cómo educar y delega en la escuela lo que ésta no puede hacer: la escolarización con frecuencia refuerza lo que primero ocurrió en la familia y lo que ocurre en la sociedad. Es por ello decisivo el papel de los ejemplos familiares y sociales. Pero sucede que, como venimos diciendo, los niños y adolescentes están expuestos a realidades familiares y sociales en las que les cuesta advertir los signos de la declamada importancia que decimos dar a la educación y el conocimiento: la tragedia se aloja entre las derrumbadas paredes de nuestras casas y en nuestra sociedad, y refleja fielmente nuestros valores. Por ello cuando tienen cinco o seis años muchos de nuestros niños ya han sido arrastrados por el mercado y su modelo del ciudadano ideal es el de aquel que consume. Y  se van convirtiendo en consumidores maduros mientras sus padres se infantilizan: el mundo del revés.
Los padres tienen que asumir la conciencia de la importancia de decir “no”, palabra esencial para la formación del carácter. La función más importante de los padres no es hacer felices a los niños –y nadie desmerece esto, todo lo contrario- sino ofrecerles la oportunidad de aprender las habilidades que ellos necesitarán cuando no tengan a los padres para hacerlos felices. Aunque los padres sientan a sus hijos como el centro del universo, los niños descubrirán más temprano que tarde que no lo son.
Para poder construir sus biografías personales con patrones éticos y realistas, los niños necesitan que padres y educadores no se coloquen en el mismo nivel que ellos. Pero hoy ambos abjuran de la disciplina concebida como tecnología de poder mientras, paralelamente, someten a los niños a través de la televisión y las nuevas tecnologías al más brutal bombardeo de banalidad y violencia de la historia.
Se está perdiendo el viejo arte de educar que consistía en transmitir los valores y conocimientos recibidos en pos de un incremento de la autonomía de los niños y jóvenes. Algo diferente no empieza aún a nacer.

Aprendí a ser formal y cortés
Estamos en los albores de una nueva ecología del aprendizaje: dónde y cuándo se aprende, qué se necesita aprender y para qué, cómo se aprende y cómo se ayuda a aprender están cambiando. Y estos cambios ponen en cuestión el modelo escolar actual. No es la escuela sino toda la sociedad la que educa, aprender es una actividad inherentemente social y un modelo de aprendizaje futuro debe tener en cuenta el amplio espectro de situaciones de aprendizaje y reconocer el valor de diferentes modos de desarrollo social y cognitivo que tienen lugar por fuera de las estructuras institucionales. Internet es el más claro desafío de la autoridad del aula como espacio de aprendizaje.
La educación es un arte de conversión y, por lo tanto, debe pensarse en entornos personalizados de aprendizaje con aprendices más autónomos acorde a los cambios sociales, capacitándolos para que sigan educándose por sí mismos.  Aprender es la posibilidad de nuevos horizontes tanto dentro como fuera del sistema educativo formal.  De hecho, cada vez se valora más el aprendizaje informal y las diversas y complejas trayectorias de aprendizaje y de vida.
Las viejas instituciones declinan y el sistema educativo no llega a adaptarse a los cambios que ocurren por fuera de él. Espacios de aprendizajes no formales e informales lo desafían al punto tal de que en Europa algunos especialistas prevén el abandono o la marginalización de la educación escolar obligatoria tal como la concebimos hoy. Descubrimientos, memorias y sentidos tienen lugar cada vez más en otros ámbitos y la educación formal ya no constituye la mayor parte de nuestro aprendizaje.
Todo aprendizaje supone una decisión personal irreductible del que aprende. Pero también es necesaria una educación previa para esa decisión. Si un niño no está educado en ese sentido, no puede elegir sus fines de aprendizaje ni decidir qué es importante para él. La dedicación al estudio, el trabajo, la disciplina, la responsabilidad, el compromiso, son esenciales en cualquier contexto, pero el contexto donde estos elementos pueden darse ya no es con frecuencia la escuela.

La tecnología
El uso del software social en educación está todavía en su infancia. Las escuelas no están conectadas entre sí y el enorme gasto en educación está siendo dilapidado ya que, como dijimos, sus consecuencias educativas no han traído ni calidad ni mayor igualdad y equidad. No hay una correlación entre la disponibilidad de las computadoras y el aprendizaje de los estudiantes. Es interesante ver que Finlandia y Suecia los desempeños más altos se dan entre los estudiantes que utilizan la PC de manera moderada.
¿Cómo formar, educar, enseñar y aprender para un mundo donde la información es un elemento central de la productividad, donde el alcance de las acciones y por cierto la responsabilidad sobre ellas es global, donde la experiencia subjetiva está crecientemente poblada de tecnología, y donde las oportunidades individuales y colectivas se juegan en buena medida en las redes a las que se accede? No hay computadora que haga milagros sin una mayor dedicación de los alumnos y una mayor exigencia en las evaluaciones. El motor central del aula sigue siendo un buen maestro, encargado de dar testimonio del valor humano del conocer. Como siempre, la enseñanza es cuestión de ejemplos. Y enseñar a nuestros chicos priorizando las herramientas limita su conocimiento y su futuro.

Las instituciones educativas
Nos creamos a nosotros mismos en ciertos espacios y lugares y lo que somos está ligado a ellos. Nuestra capacidad para aprender está directamente ligada a la naturaleza de nuestros ambientes de aprendizaje. En este sentido, las instituciones educativas pueden y deben ser reconfiguradas. Se hace necesario reinventar el aula.
La escuela tal como la conocimos se está acabando. Hay quienes ya hablan de espacios personalizados emotivos y motivacionales de aprendizaje digital, donde se demuestren, evalúen y certifiquen habilidades y competencias. Sería el fin de la escuela obligatoria en manos de instituciones alternativas más eficaces para el cuidado, conocimiento, comportamiento y socialización de los alumnos.  Hay un nuevo contexto de aprendizaje y los que llevan adelante las políticas educativas tienen que pensar en lo que esto significa, recordando asimismo que el acto político es un hacer fuera de lugar que se realiza fuera de las instituciones, que se origina a partir de aquello que no cuenta en ellas y que está excluido de ellas. Y que no refleja un conflicto de intereses ni de interpretaciones sino que, como explicara Rancière, instaura otra forma de hablar, percibir y sentir.
Por eso ese acto político debe hacer de nuestras escuelas algo muy diferente de lo que fueron cien años atrás y de lo que son hoy. Las escuelas podrían, por ejemplo, convertirse en “bases” para el aprendizaje, no los lugares donde ocurre todo el aprendizaje que pasará a ser más experiencial, comunitario e individualizado. Estamos empezando a ver que se puede aprender en cualquier lado, en cualquier momento, para cualquier fin, con cualquiera.
Las viejas instituciones siguen existiendo pero son cada vez menos significativas. Lo que está en juego es cómo encarar el desafío de construir sentido en un mundo complejo y ellas no son aptas para la tarea. Cárceles, escuelas y hospitales, como todo espacio disciplinario, son instituciones en crisis. Y la crisis es una gran oportunidad educativa. No hay educación sin desplazamientos, sin cultivar el arte del accidente, sin perseguirlo, sin momentos de ruptura, de falta de abrigo, sin pensar contra uno mismo, sin resistir veredictos, sin creación de una audiencia, sin estar perdidos y desorientados. El que dice saber dónde está no está sino en un lugar donde no es posible educarse. Porque la enseñanza tiene lugar a través de una crisis que, si no está, debe ser creada, para poder sentar las bases para la transformación. La enseñanza, entonces, como acceso a la crisis.
Para ello se hace necesario hoy una reingeniería dramática del espacio áulico. El acceso a la escuela para los pobres se produjo en un contexto de empeoramiento de las condiciones necesarias para la permanencia en la institución. Es la estructura y funcionamiento de la escuela la que lo impide. “Perfeccionar” a los docentes, reforzar los horarios, todo eso no ha conducido sino solamente a costos mayores con peores resultados.
Es cada vez más fuera de la escuela que aprendemos a vivir, a hablar, a pensar, a amar, a sentir, a jugar, a trabajar. Mientras tanto, se dice que es necesario que haya más escuelas y somos prisioneros de ese sistema y ese discurso. Quien ponga en duda la decrepitud de estas instituciones será el centro de todos los ataques. Y a la vez todos faltan: alumnos, docentes, padres. Nadie quiere ir a la escuela. Nadie siente que se pierde nada faltando. Da lo mismo estar que no estar.
Cada vez más las aulas son espacios extraños para el alumno. Se han introducido en ellas la superficialidad y el conformismo intelectual a la vez que los modos de aprender han cambiado dramáticamente. La escuela como institución de aprendizaje convencional está acabada a menos que los que la dirigen se den cuenta –ahora y de manera urgente- de la necesidad de cambios fundamentales y fundacionales. Por ahora esos actores actúan como si el mundo no hubiera cambiado irrevocablemente, cataclísmicamente, y precisamente en lo que al aprendizaje refiere. La mayor parte de las instituciones están atrapadas en un modelo epistemológico viejo, aunque se inviertan millones en computadoras.

La universidad
La Universidad actual tampoco tiene cura o salvación.  Las universidades son cada vez más máquinas de emitir títulos y fabricar ignorancia y abandono. Es necesario imaginar formatos y experiencias innovadoras como contrapropuestas a la institución universitaria aunque sin perder el diálogo con ella. Por otra parte, en un país como el nuestro que necesita con desesperación ingenieros, la UBA produce 10 psicólogos por cada ingeniero industrial.  Cambios que van desde lo cognitivo a lo económico, de lo social a lo emocional, están poniendo en cuestión los desastres administrativos, la bajísima tasa de retención de las universidades y lo que dentro de ellas ocurre. Mientras tanto se siguen realizando infinitos congresos de donde nos vamos con las manos vacías porque nadie enfrenta al monstruo de frente. Porque la reinvención de la universidad está ligada a un cambio disruptivo en sus funciones -de allí la dificultad de que esto ocurra ya que, como sabemos, ninguna burocracia actúa contra sí misma. Pero si no encuentran la forma de innovar y adaptarse a los cambios que se están dando en su alrededor serán irrelevantes en una década.

La Secundaria
La lógica de funcionamiento de la escuela media debería hoy estar en fuerte revisión. Solo asistimos, sin embargo, a cambios superficiales, de fachada. Los problemas vienen desde la primaria, claro está, donde a un alumno que no reúne las condiciones para ascender al próximo peldaño no se lo entrena y exige para que lo consiga sino que se recurre al fácil expediente de cerrar los ojos y ascenderlo alegremente a un nivel en donde estará peor todavía. Así llegan al secundario con tantas deficiencias. Y en el secundario se repite el mismo esquema que hace que luego los jóvenes ingresen a la universidad con graves fallas y deficiencias en matemáticas, comprensión de textos y ortografía, entre otras carencias.
La escuela secundaria hoy tiene, por otra parte, pocas posibilidades de satisfacer las necesidades cognitivas, afectivas y vivenciales de nuestros jóvenes. Se necesitan, sin duda, mejores contenidos, prácticas, experiencias, valores y relaciones. Esto ha hecho caer la matrícula del nivel y aumentar la educación de adultos, ya que los adolescentes no hallan en la escuela un valor social acorde como para continuar los estudios, no sienten que los prepara para la sociedad actual. Casi la mitad de los adolescentes que ingresan en el nivel abandonan los estudios por la repitencia reiterada, las necesidades económicas y la falta de sentido de utilidad que reciben de la propia escuela.
La escuela secundaria aparece hoy como el nivel más complejo y que requiere cambios más profundos, no tiene que preparar al estudiante solo para la universidad –cosa que hoy en buena medida tampoco hace- sino que lo tiene que preparar para la vida. Hoy no hace ninguna de las dos cosas. El gobierno nacional destaca tres ejes para mejorar el actual nivel secundario: ampliar el programa Conectar Igualdad, por el cual se dota de computadoras a alumnos y docentes de establecimientos públicos; mejorar la infraestructura; y ampliar el sistema de tutorías para asistir los problemas de aprendizaje. Ninguno apunta al corazón del problema, que es la institución misma. Hay que pensar en escuelas diferentes, experimentar con prototipos.
El secundario público de hoy no asegura ni calidad ni retención. La escuela media tal como la conocemos no tiene futuro: no solo no enseña sino que genera desigualdad. Es necesario pensar en una verdadera nueva secundaria para no degradarla más y construir una institución que incorpore a los chicos a un efectivo diálogo con la cultura contemporánea.

Obligatoriedad
Por otra parte, no necesitamos que los niños vayan “más” a la escuela, lo que necesitamos es que “aprendan” más. Y esto puede ocurrir cada vez más en cualquier momento y en cualquier lugar.  ¿Por qué continuar imponiendo más de diez años de educación obligatoria a los jóvenes? Sabemos claramente que la eficiencia en el aprendizaje es mucho mayor cuando el aprendizaje es voluntario y por motivación personal y reducida en el caso contrario. Hay formas de generar aprendizajes e instituciones alternativas que pueden no pasar por la educación obligatoria, pero esto cuestiona sistemas de inmensa inercia y poder. Y son las propias comunidades, tal vez a nivel municipal, las que deberían estar al frente de la organización de esas instituciones. Los Ministerios de Educación Nacional y provinciales deberían ocuparse de sostener económicamente el cambio: el pasaje de la administración de grandes escuelas a la provisión de recursos a las comunidades, asegurándose a su vez de que los programas de formación sean apropiados.
Mientras tanto y para lograr la retención de los alumnos se les permite faltar todo lo que quieran, se llevan poco confiables registros de matrículas e inasistencias, se les permite volver a la escuela en cualquier momento del año después de abandonar, aprueban sin cumplir requisitos mínimos. Solo importa que pasen por la escuela y, si son problemáticos, que pasen lo más rápido posible, aún “regalándoles” el año: es decir, una escuela que no cumple con las tareas educativas básicas.

Lenguas y educación sentimental
Vivir en más de una lengua facilita una nueva educación estética y sentimental.  Como bien viera Doris Sommer, arte, política y filosofía se desarrollan a través de la interferencia de unos lenguajes con otros.  El bilinguismo amenaza la coherencia nacional o personal pero aumentan la flexibilidad política. Los precarios puntos de contacto de los desencuentros entre lenguas y culturas son la sangre vital de la democracia así como el estímulo para la estética y la filosofía.
Hacer lugar para más de un lenguaje en nuestras vidas expresa el amor a un mundo contingente y cambiante. Por lo tanto, el bilingüismo debe ser promovido no como instrumento de trabajo sino por las posibilidades que abre a la vida pública. En primer lugar, debemos apropiarnos de la riqueza de nuestra propia lengua materna con su memoria histórica y poética. Y en segundo lugar, de las otras en tanto contribuyen a modelar la riqueza de nuestras identidades.
Una  educación bilingüe y sentimental puede entrenar en humildad y reconocimiento, implicando una tolerancia a la incomodidad y una temporaria humillación, convirtiendo el dolor de la incomprensión y la inseguridad en el placer de la contemplación y brindando una ambivalencia de códigos que ayuden a detener conflictos, un dialogismo donde sentirse cautos y precarios.
Son cualitativamente significativos los beneficios de una sensibilidad elevada ante la precariedad de la comunicación.  La educación emocional es una parte fundamental del proceso de maduración de una persona. A la voluntad de cometer errores y trabajar con malentendidos debe sumarse el sentimiento de extrañeza que es bueno para uno mismo y para la sociedad.
Es el entretejido de los lazos emocionales e intelectuales el que confiere un tono y textura a la enseñanza y el aprendizaje. La escuela no debe construirse a semejanza de la vida. Por el contrario, debe ser una resistencia a la vida: tiene una responsabilidad ante el mundo que no consiste en aprobarlo tal como es sino en enmendarlo.
Si bien, como venimos diciendo, se imponen con urgencia nuevos ámbitos de aprendizaje y formas de instrucción, siempre el maestro conservará la responsabilidad en la creación del clima emocional del aprendizaje. Un estudiante aprende cuando comprende que su maestro es una persona auténtica, cálida y curiosa, cuando puede comprender su vida. De allí la importancia de la función cognitivo-empática de la literatura. Sin curiosidad no hay destino posible.

Conclusiones
Todos los países del mundo están hoy tratando de reformar su educación pública. Un título universitario ya no es una garantía y en muchos casos tampoco un deseo. El actual sistema educativo fue diseñado para una época diferente. Hoy nuestros niños están viviendo el período de estímulos más intenso de la historia mientras las escuelas aún están organizadas como fábricas y acorde a una mentalidad de línea de producción y de estandarización. La gradual separación del aprendizaje y la escolarización, la reorganización de los procesos educativos, el aprendizaje de competencias básicas de lengua y matemáticas a través de medios y entornos alternativos a la escuela, la adopción de trayectorias individualizadas de aprendizaje, van a contramano de la vetusta rigidez del sistema escolar y su retraso. La escuela es hoy una olla a presión que tiende a explotar. El costo del sistema, en muchos sentidos, es creciente. Muchos docentes siguen haciendo esforzadamente su tarea, como saben o pueden, con mucho esmero, pero la patria pedagógica los hace trabajar, sin paredes, en la calle de los bobos número cero.



jueves, 7 de junio de 2012

Age of anxiety

"Our age of anxiety is, in great part, the result of trying to do today's jobs with yesterday's tools". McLuhan.