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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Ayer vendí mi bote

Ayer vendí mi bote. Pensar que alguna vez fue un sueño. Estoy contento de que haya quedado en manos de un amigo. Una parte mía terminó de morir ayer. No el marinero, que está intacto, sino los sueños de ese marinero, despedazados por la vida, es decir, el río. Solo me queda contar mis historias quiroguianas en algún bodegón del puerto. El bote se llama Oxalá. Y seguirá abrigando las esperanzas -nunca vanas puesto que son parte de toda vida digna- de algún otro enamorado...

viernes, 25 de diciembre de 2015

Pienso cosas y me emociono

Pienso cosas y me emociono. Pero no soy yo quien piensa sino el mundo a través mío. Así, no soy yo sino un poco el mundo el emocionado.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Cómo superar la grieta (publicada como "Tiempo, sensibilidad y paciencia para ver al otro")


Superar la grieta requerirá tiempo y una gran labor educativa y cultural. Solo aprendiendo la lengua del otro podremos tener una conversación que nos enriquezca, pensando los pensamientos del otro a través de modelos de comprensión mutua que no serán fáciles de llevar a cabo. ¿Cómo superarla con quienes creen en la grieta como realización identitaria y que consideran inútil tal conversación? Lo bueno posible se alcanza buscando lo imposible mejor. “Me llamó la atención Macri como alguien que escucha y cambia si le dan buenos argumentos”, dijo Lino Barañao luego de que Macri lo convocara. Si el mutuo reconocimiento y la reunión entre nosotros se interrumpió, Macri y Barañao parecieron reanudarla por un momento.
Debemos ensayar nuevas formas de actuar mientras se ponen en cuestión viejas creencias colectivas. Necesitamos producir esa espontánea suspensión de la duda que constituía para Coleridge la fe poética. Si la cólera es la pasión por antonomasia en la tradición homérica que inaugura nuestra civilización, en el Fedón dice Platón que las pasiones son enfermedades del alma que le impiden el contacto con lo divino. Spinoza afirmará luego que el sujeto las puede convertir en afectos esclarecidos por una razón apasionada. Será importante entonces repensar cómo actúa la cultura a través de la pasión y qué ocurre con nuestra capacidad de ser afectados,  ya que el futuro de nuestra democracia pasa por una exigencia política sin la cual las pasiones serán difíciles de soportar. Precisaremos traducir las tensiones y discordias que nos atraviesan y darles una expresión que permita bordear los precipicios hacia los cuales se deslizan. Ponerse en el lugar de los otros debe ser parte de lo más básico de nuestra educación y para ello es decisivo el papel de los ejemplos. La sociedad toda debería ser convocada para esta tarea y entrenada en humildad y reconocimiento, lo que implicará una tolerancia a la incomodidad convirtiendo el dolor de la incomprensión en el placer de la contemplación, en un dialogismo donde sentirse cautos y precarios. Son significativos los beneficios de una sensibilidad elevada ante la precariedad de la comunicación.  El Estado tiene la responsabilidad de enmendar la grieta y modificar el clima emocional y todos debemos aprender a revisar estereotipos y prejuicios.
Dicho esto, ¿no estaremos en posición de debilidad con respecto al fanático que impone por fuerza la división? Montesquieu había evocado esa paradoja a propósito de la tiranía sufrida por las mujeres quienes, con mayor humanidad, menos querían tiranizar a los hombres a quienes, entonces, les era más fácil tiranizarlas. Pero la noción de debilidad puede ser una forma que revista la responsabilidad.
Este desafío requiere cambios culturales profundos. Necesitamos políticas que ayuden a la sociedad a superar sus limitaciones. Hará falta sensibilidad y paciencia. Más que afirmar identidades y dirimir supremacías,  debemos seguir buscando consensos.
No faltan los que pretenden continuar la grieta que no podrá superarse si se la considera necesaria. La seguridad es amiga de la indiferencia y una identidad demasiado sólida solo se construye a base de negaciones violentas de otras. Necesitaremos una mirada creativa y no desprovista de humor, opuesta al melodrama cómplice de la violencia.

Es fácil argumentar la dificultad de superar la grieta y no debemos olvidar que solo podemos encontrar salidas dentro de aquello que ya somos y no engañosas ilusiones. Por eso será necesario también desnudar la verdad de lo ocurrido en estos años. Porque dentro de la vida falsa no puede albergarse la vida justa y porque comprender no significa aceptar lo inaceptable: una sociedad sin ideales ni justicia es la mejor garantía para el deterioro moral de una nación.

Heridas sobran, resentimientos también. Pero como escribiera Borges en “Los justos”, el que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho y aquel que prefiere que los otros tengan razón, entre otros, ignorándose, están salvando el mundo. Por suerte Barañao ya no reconoce a Macri como la encarnación del mal y a este último le pareció importante convocarlo. Es un tímido pero auspicioso comienzo cuya potencialidad aún desconocemos. Dependerá de cuánta impostura, cálculo u honestidad haya en esos encuentros.

sábado, 28 de noviembre de 2015

La tentación del autoengaño (publicada como "El autoengaño te fortelecerá")



Nos mentimos a nosotros mismos para engañar mejor a los otros y para sentirnos bien, afirma Robert Trivers en La insensatez de los necios. En el caso de la política, se utiliza el autoengaño por su poder manipulador y aglutinante aunque no sin otras consecuencias: no hay mejor receta que no tener conciencia de la realidad para que ésta se nos venga encima de manera inesperada y dolorosa. El engaño fomenta el autoengaño e impide la evaluación crítica, atacándola o destruyéndola ya que resulta amenazante.
Las narraciones históricas falsas son mentiras que nos contamos acerca de nuestro pasado histórico y cuyo objetivo es justificarnos y glorificarnos. Sugerir que somos especiales, que también lo son nuestros actos y que lo fueron los de nuestros antepasados, es un relato histórico falso que acaba en un autoengaño social cuando buena parte de la sociedad lo cree. Una gran mentira para cambiar el mundo, decía el astrólogo de Roberto Arlt. La construcción de un relato épico patriótico que fomentó la cohesión grupal y la autocomplacencia ha servido para racionalizar las acciones del gobierno. El vocablo “gorila” solía referirse a alguien que odiaba a los peronistas; luego pasó a referir a quienquiera que los peronistas odien; un caso sencillo de negación y proyección. Igualmente pasó con el concepto de “golpista”, que solía referirse a quien promoviera un golpe y luego pasó a referir a quienquiera que los kirchneristas quisieran que desearan y promovieran un golpe.
Los relatos históricos falsos son defendidos con ferocidad y sirven para justificar cualquier acción. Está el que miente a sabiendas pero, una vez creada, esa mentira constituye el autoengaño del grupo en cuestión. El autoengaño es un factor importante en la guerra. Y Trivers dice que son cuatro las causas de las decisiones militares erróneas: se confía excesivamente en las propias fuerzas, se subestima al enemigo, se pasan por alto los informes de inteligencia y se desperdician recursos. Una vez que el autoengaño entra en juego, la mente consciente no quiere oír nada que la contradiga, aún cuando los datos provengan de nuestros propios agentes cuya misión específica es proporcionar esa información. De hecho, la antigua regla era fusilar al mensajero que era portador de malas noticias.
El autoengaño fomenta además la guerra. La tendencia a autoensalzarse de la presidenta habla de un mecanismo de evaluación defectuoso que ha hecho más probables las agresiones y más costosos los conflictos. La guerra es llevada adelante por personas que tienen una óptima opinión de sí mismas, una confianza excesiva y la ilusión de que controlan las situaciones. El prejuicio de creerse superior a otros tiene que ver con el afán de emprender guerras: quienes hacen la guerra son los poderosos. Y quien está en una posición de poder ve disminuida su inclinación por contemplar el punto de vista de los otros, infieles o no iniciados.  Algunas religiones pregonan el amor dentro del grupo y el odio genocida hacia afuera, como ocurre con todo grupo considerado el “pueblo elegido”, la medida de lo que es bueno, con una visión totalizadora y privilegiada del universo. Su causa es considerada justa de modo que sus acciones no pueden ser malas porque las realizan en nombre de tal causa. De igual manera se ha avalado siempre la corrupción e incluso la muerte en la historia.  En el caso extremo del ISIS estos días, los creyentes tienen el deber moral de matar al infiel, y, al hacerlo, son los verdugos de la causa o, en los casos religiosos, de Dios. Podemos pensar que buscamos la verdad cuando solamente estamos desarrollando nuestros prejuicios y creencias.  Y sin verdad no hay justicia.

Hay en toda vida social fuerzas del engaño y el autoengaño, sostiene Trivers. Por las ventajas inmediatas que nos proporciona este último los argentinos con frecuencia lo practicamos. Tener conciencia del engaño y el autoengaño sufridos nos permitirá, sin embargo, defendernos y combatir en nosotros mismos esas tendencias, ser más perspicaces con respecto al mundo que nos rodea, los gobiernos y las ficciones que, muchas veces sin saberlo, nos contamos a nosotros mismos y a nuestros familiares, amigos y conciudadanos, con los que hay que volver a compartir la mesa.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Esta foto me asusta


Esta foto me asusta. Porque soy yo hamacándome a mí mismo. En realidad es mi padre quien me hamaca, pero su perfil con esas entradas, nariz, cejas, son exactamente las mías. Y sin embargo yo estoy en la hamaca, feliz, inconsciente de estar siendo hamacado por mí mismo. Mirando a la cámara. Hoy recuerdo el cochecito de bomberos y el metegol, entre sus regalos navideños. La primera vez que me llevó a la cancha a ver a Independiente y el gol olímpico de Balbuena a Millonarios de Colombia. El abrazo interminable cuando el Bocha hizo el gol de cucharita luego de una triple pared con Bertoni que nos hizo ganar la copa intercontinental. Todos los partidos que siempre me ganó al tute y al truco (imbatible salvo en ocasiones donde adrede se distraía). La infinidad de veces que me llevó a jugar al tenis a distintos clubes. Los viajes en avión que solamente hizo para ir a verme a mí al exterior (caso contrario no lo sacabas ni loco del trayecto único Ramos Mejía-Mar del Plata). Nunca entendió de qué se trataba la sociología, carrera que yo inicialmente elegí y terminé. Yo tampoco, pero lo supe mucho después que él. Recuerdo hoy la sedería y, como no alcazaba con eso en los días como estos previos a las fiestas, también vendía juguetes en la puerta de la sedería sobre improvisadas mesas de madera. Y luego las golosinas. Salir juntos en la madrugada a buscar los caramelos Mu-Mu a la fábrica para luego venderlos a los kioscos. Lo mismo hicimos luego con los alfajores Guaymallén (pocas cosas más ricas gue un Guaymallén de dulce de leche recién salido del horno a las 5:30 de la mañana). Le gustaba ir al Casino de Mar del Plata y, si ganaba, había pulloveres comprados en Mar del Plata para todos. Nunca perdió hasta que mi madre le tiró el saco blanco con el que siempre -por cábala- jugaba. Porque entonces se iba al casino de saco. Un hombre simple, bueno, muy bueno, demasiado bueno. Toda la gente que pasó a despedirlo hace unos días lo recordaba así. Toda la gente con la que me sigo cruzando en Ramos Mejía lo recuerda así: bueno, sensible, familiero. Las cosas se pusieron difíciles y no pudo más, no quiso más. Era demasiado complicado para él, inentendible. Así se fue yendo: no escuchando primero, con problemas de sordera. Luego no hablando. Más tarde, con el alzheimer, desvirtuando la misma realidad que lo desafiaba. La vida debía ser más simple y no lo era. Te voy a extrañar hoy y siempre, papá. Que es casi como extrañarme a mí mismo...

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Where lies your voice?

Where lies your voice? Is it resting from the rumble of language? Is it reserved for prayers? Where does its sound hide? Is its color melting?

lunes, 16 de noviembre de 2015

Cena con Sócrates

Hoy invitaría a comer a Sócrates y le diría en medio de la cena:
"Me gustaría ser un famoso cantante, pero no hay vida perfecta. Yo canto todos los días para mí y, a veces, para los demás, pero ya no tengo 20 años. Y ya sé que me voy a morir. Tenemos eso en común, aunque a vos ya te tocó. Algo, al menos, tenemos en común. Eso se lo agradezco a la vida. No así no haberlo aprendido antes."
Le contaría asimismo que ella es mi recuerdo más preciado y también mi recuerdo más terrible.
A esta altura ya seríamos amigos y hablaríamos de nuestras madres, no sé nada aún de la madre de Sócrates y me intriga. Y seríamos vergonzosamente honestos, hasta acabar llorando como si se quemaran nuestras casas.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

¡Si parece un baile de disfraces!

En buena medida la política tal como ha sido concebida en los últimos años ha resultado en el el aguantadero estatal de una banda de miserables, incapaces, turritos variopintos, barrabravas, ignorantes, arribistas, pícaros, farabutes, falsarios, aprovechadores, todo en el sentido más argentino de estas palabras. Justifican cualquier chanchullo e inmoralidad y a eso le llaman "hacer política". Creo en un Estado que tenga una burocracia calficada antes que ser altanero refugio de inútiles y parásitos de eso que se sigue llamando, no sin desvergüenza, "política". Yo he votado y votaré a aquellos candidatos que estén más cerca de hacer algo, y que hayan hecho algo, poco o mucho, por devolverle dignidad a la palabra política y la saque de la boca sucia de quienes nos la han usurpado, mequetrefes de barrio metamorfoseados en funcionarios a los que les queda muy grande el saco. Si parece un baile de disfraces!

lunes, 2 de noviembre de 2015

Frente a frente, dos tradiciones argentinas




En el siglo XIX había dos formas de civilidad posible para quienes gobernaran la Argentina: la Civitas clerical de la España católica y la civilización de la Ilustración. Atrapado entre ellas y los indígenas, Martín Fierro no tenía dónde ir. A comienzos del siglo XX Lugones creyó en la supremacía cultural de ese gaucho, insistencia que lo llevó al nacionalismo fascista. A esa visión se opuso la mirada de Borges, quien discutió la interpretación lugoniana del Martín Fierro como épica de los criollos. No se trataba de una épica, sostuvo, entre otras cosas porque el personaje tenía poco de ejemplar: era un asesino y un desertor y, por tanto, contaba más con las cualidades contradictorias de un personaje novelesco. A la propuesta lugoniana, que deseaba fijar la identidad argentina en el pasado, Borges opuso una visión dinámica de la nacionalidad y nos urgía, como Sarmiento, a mirar hacia el futuro. 
Del nacionalismo lugoniano y su meta de una sociedad conducida por un caudillo se apropió el peronismo. Sus principios derivarían de la doctrina social católica y los valores criollos tradicionales. Pero luego llegó la pelea con la Iglesia. 
Poco quedaría de la potencial herencia política y cultural del criollismo ilustrado de Borges, de la que se apropió la “libertadora”. Quizás el gobierno de Alfonsín fue el último intento digno de continuidad con esa visión ilustrada.  
Con Francisco, el nacionalismo católico peronista recobró fuerzas frente al nacionalismo de la izquierda peronista. Pero no parecen ser suficientes, porque en las elecciones pasadas se vio que la tradición cosmopolita y liberal no está muerta y se enfrentará al nacionalismo conservador una vez más. 
En el ballotage, la tradición de Gálvez, Lugones y Ricardo Rojas se enfrentará nuevamente a la de Agustín Álvarez, Carlos Bunge y José Ingenieros. Para la primera siempre ha sido necesario ir por todo puesto que no concibe pactos posibles con el enemigo, de allí que Juan Moreira mate al inmigrante, en la novela de Eduardo Gutiérrez. La segunda, por el contrario, ha confiado en que la propia cultura se enriquece abriéndose al mundo y es crisol de civilizaciones diferentes. Es cierto que ni Scioli es verdaderamente un nacionalista y ni Macri está cerca de ser un liberal ilustrado. 
Pero esas dos grandes tradiciones culturales argentinas se están alineando de uno y otro lado, no sin dificultad en ambos casos, pero cada vez más con la convicción de que sus posibilidades de supervivencia, en un país devastado, pasan por esas dos veredas respectivamente, por más que Scioli haya sido funcionario de un gobierno neoliberal y Macri se haya opuesto a medidas consideradas progresistas en el congreso. Las tradiciones que representan los exceden en demasía, para bien en el caso de los que los apoyan y para mal en el caso de los que los denostan. 


sábado, 31 de octubre de 2015

Potencia para la transformación

 


Fin de Fiesta



Más allá de algunos últimos estertores, la guerra y su fiesta podrían estar llegando a su fin y la mesa de la cultura  enfrenta un gran desafío político: recomponerse ante el fallado experimento social, reconstruir la convivencia, alentar el comportamiento virtuoso. Porque la llamada grieta ha generado una cultura de guerra con imágenes y representaciones sobre las cuales se han construido identidades de la violencia, aquellas cuya explicación se articula sobre el recurso a un conflicto como único origen y constante, y que atrae a individuos e instituciones de moral escasa e interesadas económica y políticamente en escenarios de guerra. Tras esta herencia, nuevos líderes culturales deberán inventar lo que se puede hacer y modificar la manera en que vemos esas posibilidades. Si es parte de lo político intentar definir el “sentido común” que integra la pluralidad de intereses y opiniones, esa definición ha entrado en crisis.
La cultura cruza todas las dimensiones del capital social de una sociedad como la confianza y el comportamiento cívico y hay una reserva cultural de valores, percepciones, imágenes, formas de comunicación que definen la identidad de las naciones que no cambian tan fácilmente con un relato. Los valores, en particular, juegan un rol crítico en determinar si avanzará la confianza en un régimen político. Y la sociedad argentina no olvidó su cultura crítica y el arte de plantear preguntas.
Es preciso que las fuerzas políticas tengan muy en claro la importancia de la cuestión cultural como la tuvo el kirchnerismo, que sabía lo que hacía y de allí la presencia activa de los intelectuales, del sistema educativo y de los medios de comunicación. Porque una política cultural se valora según su potencial de transformación, su capacidad de generar experiencias e imaginarios que le permitan a la comunidad ampliar sus posibilidades de acción. De eso trata la política considerada como trabajo cultural: crear el nosotros que queremos llegar a ser y la casa que queremos tener. En esto han fallado, afortunadamente. Porque no queremos ser esto que somos ni nos gusta esta casa tal como está. Ningún Estado llega a gobernar muy firmemente los sentidos, con lo que muchas veces el sentido se vuelve contra sí mismo y las instituciones creadas obstaculizan sus fines. 
El mutuo reconocimiento y la reunión entre nosotros se interrumpió. Reanudarlos es un acto político imprescindible para recrear una nueva sociedad y un nuevo tiempo. Porque a mayor reconocimiento, mayor convivencialidad. Se trata de pasar de una cultura del simulacro a una cultura del encuentro. La cultura debe enseñarnos a ponernos en el lugar del otro, haciéndolo valer y haciéndonos valer de otra manera, al escucharlo y compartir la experiencia.  Porque cuando lo público deja de pertenecer un sector y pasa a ser un bien común, vuelve a aparecer la cultura como hogar de todos.  

El kirchnerismo fue incapaz de construir un nuevo consenso acerca de quiénes somos y a dónde vamos, creó justamente un disenso al respecto, hizo lo opuesto del trabajo cultural a realizar. No bastó con intentar convertirnos en audiencia de perpetuas cadenas: su obsesión con los medios ha sido una proyección de su deseo. Un política cultural exitosa ayuda a construir sentido pero nunca lo define del todo. Mucho menos las viejas instituciones y relatos en las que el kirchnerismo cultural puso énfasis en su nostálgica visión del mundo, no ya aptas para esa tarea en el largo plazo.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Quiero a esos seres cerca de mí

Estrellas apasionadas, orgiásticos del sentimiento, desaforados pensadores, salvajes entusiastas: quiero a esos seres cerca de mí.

lunes, 26 de octubre de 2015

Causes et conséquences

Dieu se rit des hommes qui se plaignent des conséquences alors qu'ils en chérissent les causes" 

                                                                                                                               Jacques B. Bossuet

No tengo certidumbres

"No tengo certidumbres: Ni siquiera estoy seguro de que todo sea un sueño. Lo veo como una posibilidad, o como esperanza." 

                                                                                         J. L. Borges

sábado, 24 de octubre de 2015

La visión habitual de la grandeza

Whitehead definió la educación como "la visión habitual de la grandeza". No conozco mejor definición de la educación tal como yo la concibo.

sábado, 10 de octubre de 2015

The best lack all conviction

The best lack all conviction, while the worst Are full of passionate intensity. 

                                                                                                                  Yeats, "The Second Coming"

Siempre hay un revolver en tu cabeza

Siempre hay un revolver en tu cabeza, una razón, un deseo, una necesidad, un amor, un dios. El revolver es tu cabeza. Disparate un disparate

martes, 22 de septiembre de 2015

Then you win

"First they ignore you, then they laugh at you, then they fight you, then you win". 

                                                                                                                            Mahatma Gandhi

sábado, 29 de agosto de 2015

Estiercolero burgués

"En el estiercolero burgués, arrastrarse es vivir"

                                                                                                             José Ingenieros.

sábado, 8 de agosto de 2015

Un alma triste

Un alma triste puede matar más de prisa que un germen 

                                                                                                                 John Steinbeck

jueves, 6 de agosto de 2015

La desgracia de ser sociólogo

La gran desgracia de ser sociólogo es que cualquiera que no se rompió el culo estudiando durante décadas, primero como estudiante y luego como docente e investigador, los hechos y procesos sociales, sociología política, historia social, sociología de la cultura, economía política, filosofía política y social, filosofía de la historia, política social, etc., se cree con derecho a discutirte de igual a igual, sin el más mínimo respeto, lo que pasa en el país y en el mundo. Yo trato de no hablar, y mucho menos en voz alta, de odontología por más que me duelan los dientes. Pero éste es el país de los opinólogos y los chantas de café. Así nos va en esta tierra de altaneros, ignorantes, patoteros y simuladores. Bastante bien nos va, improvisadores de barrio que somos.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Derrumbe de la lógica hegeliana

Anoche conocí una serbia de nacimiento que vivió muchos años en Stuttgart (Alemania) y ahora vive en Bruselas (Bélgica). Su familia sufrió la terrible guerra de la ex-Yugoslavia y encontraron refugio en Alemania. Por suerte no tuvieron víctimas familiares (salvo el perro), aunque se les destruyó todo lo material. Pero no se quedó en Palermo, cruzó la General Paz. Y fue hasta Manzanares. Está azorada. Le habían dicho que Buenos Aires era la París de América Latina. Nunca vio tanta pobreza, ni tanta suciedad...no sé cómo consolarla...Le conté lo que había dicho Aníbal, que en Alemania había más pobres que en Argentina. Los ojos se le salían de las órbitas. De repente se le derrumbaba toda la lógica hegeliana.

domingo, 26 de julio de 2015

Es peligroso escuchar

Es peligroso escuchar. Se corre el riesgo de que te convenzan. 

                                                                                                                   Norbert Wiener.

miércoles, 8 de julio de 2015

Un país más cómodo para todos y todas

Viaje en el 21. Luego de esperarlo 40 minutos y morirme de frío (yo estoy tratando de salir de un cuadro bronquial, pero también había bebés y gente mayor esperando, y quien sabe otra gente enferma), le pregunto qué pasa que siempre tarda tanto. Me dice "Y yo qué sé, no sé, faltan unidades, el que tenía que pasar no vino flaco". Subo y tarda dos horas y media (de pie, lleno de gente, era imposible respirar) para ir de Tigre a Liniers. En medio de una discusión entre un pasajero y el chofer, el chofer lo insulta. El pasajero le dice: "No me falte el respeto, por favor". Y el chofer le contesta en un transporte público lleno de gente de toda edad: "Te falto el respeto todo lo que se me cante la poronga?". Situación vivida hoy (como otras similares en otros momentos) en un transporte público de un país más cómodo para todos y todas, tal como nos dijo haber legado nuestra presidenta.

domingo, 7 de junio de 2015

La mala sangre

¿A quién alquilarme? 
¿Qué bestia hay que adorar? 
¿Qué santa imagen atacamos? 
¿Qué corazones romperé? 
¿Qué mentira debo sostener? 
¿Entre qué sangre caminar? 

                                                                                              Arthur Rimbaud, “La mala sangre”.

domingo, 31 de mayo de 2015

Borrajear un argumento breve

"Borrajear en los escombros de una fábrica de caretas un argumento breve". 

                                                                                       Jorge Luis Borges, La lotería en Babilonia.

viernes, 29 de mayo de 2015

La identidad en fragua. Literatura, inmigración y sociedad en la Belle Époque (1880-1920)

La identidad en fragua. Literatura, inmigración y sociedad en la belle époque (1880-1920)


Los sociólogos sabemos que cuando un tipo de sociedad comienza a nacer todavía el otro no termina de morir. Exactamente eso ocurría en la Argentina en los años correspondientes a la llamada Belle Époque, cuyo final alrededor del año 1920 ya mostraba una población predominantemente de orígenes inmigratorios de una o dos generaciones y, junto a ella, un mundo aristocrático en descomposición. Por la misma razón los extranjeros que habían gozado de la posibilidad de una alta movilidad social en los tiempos previos a 1870 la perderán luego al restringirse la misma a familias de otras élites latinoamericanas o europeas.1

En tanto, en la literatura, las obras marcaban el relativo éxito que los pícaros y advenedizos podían conseguir por entonces en sus propósitos, lo que se percibe en En la sangre (1887) de Eugenio Cambaceres, Irresponsable (1889) de Manuel Podestá y La bolsa (1891) de Julián Martel. Las novelas del Cambaceres representan las primeras manifestaciones del naturalismo en el Río de la Plata. Toman partido por las clases acomodadas y desaprueban la inmigración del último cuarto del siglo XIX ya que ésta no encajaba, supuestamente, con el proyecto de país soñado por esos sectores.

Juan Agustín García y José María Ramos Mejía destacaron la ausencia en Buenos Aires de una aristocracia con prosapia como las de Lima o Chuquisaca.2 Acorde a Losada, la genealogía y la composición de la alta sociedad, sumadas a la movilidad social y la consolidación de una lógica capitalista que hacía de la riqueza el principal pilar de la posición social, hacían cada vez más difícil que se pudiera hablar de aristocracia en Buenos Aires. La transformación estructural que estaba recorriendo a la sociedad permitía avizorar a Daireaux que:

…poco a poco, se reconstituirá una aristocracia muy distinta de la antigua en la que no bastará ser descendiente de una patricia de vieja estirpe criolla, de un prohombre de la Independencia o de tiempos más modernos, ni aún de persona conocida; solo la posesión de una fortuna inmobiliaria permitirá su acceso”3

Una renovación cruzó a las elites políticas, económicas e intelectuales de 1880 y 1920 como consecuencia de la transformación de la sociedad y de la recomposición poblacional debida a la inmigración que fue una de las metas privilegiadas del programa modernizador de la segunda mitad del siglo XIX. Pero con las primeras huelgas de comienzos del siglo XX el entusiasmo y optimismo iniciales con respecto al papel del inmigrante fueron decayendo hasta llegar incluso a ocupar éste la posición del indeseado, del culpable de todos los “males” que comenzaban a aquejar las tierras argentinas. Los “males” de la modernización eran convertidos en “males” de la inmigración. De allí que se creyó que mediante regulaciones como la Ley de Residencia, por ejemplo, y persecuciones al “elemento foráneo” que controlaran la presencia de éste en el país, los “males” desaparecerían.



Cuando se discutió en el Congreso el proyecto de esa ley que autorizaba a expulsar del país a cualquier extranjero que se crea “compromete la seguridad nacional o causa disturbios en el orden público”, pocos congresales, entre ellos Carlos Pellegrini (hijo de inmigrantes), protestaron por las implicancias que una medida tal tendría: desaliento a la inmigración, abandono de la tradición liberal.
En enero de 1919, luego de un retorno violento de la ola inmigratoria, se produce la gran huelga metalúrgica en la que casi todos sus participantes eran inmigrantes y que culminaría con la famosa “semana trágica”. Estos hechos constituyen un ejemplo de lo que se estaba gestando en el imaginario social: el cosmopolitismo liberal comenzaba a generar un fenómeno de signo opuesto, el nacionalismo conservador. Cada vez que aparece uno en la historia argentina, reaparece el otro. Y los nacionalistas se proponen incluso como modelo alternativo de modernización argumentando que el criollo, el “hijo de la patria”, tiene condiciones laborales y culturales harto superiores a las del inmigrante. Y que éste último probablemente haría “retardar” las áreas rurales.

El cuento de Horacio Quiroga El hombre artificial (1910), nos introduce a dos inmigrantes: el ruso Donissoff, que llega a Buenos Aires en 1905, y el italiano Marco Sivel, arribado un año antes. Junto a un argentino nacido en la capital, Ricardo Ortiz, montan un laboratorio con máquinas e instrumentos encargados a los Estados Unidos. El experimento a realizar puede leerse como la construcción de la nación. Un ruso, un italiano, un criollo, y el instrumental norteamericano. El argentino, Ortiz, es pesimista al respecto: “¡No se puede, Donissoff, es imposible!”, señala. Y podemos decir que hay dos “criaturas”. Una es Biógeno: el hombre artificial, y la otra es el mismo Ortiz. Los experimentadores buscan implantarle dolor a Biógeno. Es lo que éste necesita para ser humano, para ser un país: tener la experiencia, haber vivido. Para vivir se necesita haber vivido. Pero son dos los que no han vivido, porque Ortiz no ha sufrido aún. Entonces tiene que ganar ese sufrimiento torturando. Ortiz duda y finalmente mata a Donissoff, lo que permite que llore, que sufra. Pero, al mismo tiempo, su sufrimiento era el fin de toda ilusión utópica: “Todo estaba concluido”.

Este pesimismo con respecto a los resultados de la inmigración puede hacerse extensivo a buena parte de América Latina e incluso a los Estados Unidos donde, en 1917, el Congreso promulgaba una ley -por sobre el veto presidencial- prohibiendo la admisión de los extranjeros que no pasen un test de lectoescritura: otra de las figuras privilegiadas de la modernización junto con el problema de las simulaciones que estudiaría Ingenieros y que harán más adelante decir a Haffner, el personaje de Roberto Arlt: “Soy un civilizado. No puedo creer en el coraje. Creo en la traición”.4

A partir de 1880 Buenos Aires fue abandonando claramente su perfil de ciudad peatonal y criolla. En 1884 Lucio V. López publicó La gran aldea, libro que escribió pensando en dos ciudades paralelas aunque no simultáneas: la Buenos Aires todavía colonial de 1860 y la de 1880, en cuyo desmesurado crecimiento se mezclaban orígenes, lenguas y culturas. En 1899, Eduardo Wilde publica Prometeo y Cia, con estampas y crónicas de donde emergen imágenes de una ciudad cambiante que el autor recorre con escepticismo. Y en lo que refiere en particular a la mezcla de lenguas, Ernesto Quesada insertó su crítica en los debates centrales para la década de los ’90 sobre la identidad de la lengua y, por ende, del argentino frente a la llegada las masas inmigrantes.5 Para Quesada la lengua considerada “nacional” era la de la gente culta y la de los escritores (no las “jergas” o la de los extranjeros) y reflexionaba cómo hacer de la lengua española, heredada, una propia. Pero sucedía que durante el siglo XIX la inmigración italiana a Sudamérica había superado a la destinada a Norteamérica, y ésta empezaría a dejar su marca en la lengua. A su vez Italia fue el país que aportó, en números incomparables con respecto a los de otros países latinoamericanos, mayor cantidad de inmigrantes a la Argentina. Uno de estos inmigrantes italianos es el padre de Genaro, el personaje principal de la novela En la sangre (1886), de Eugenio Cambaceres. Este relato, basado en las nociones de darwinismo social prevalecientes en el fin de siglo, nos muestra al inmigrante como aquel que ocupara la posición de lo peor de la sociedad. El inmigrante es visto allí efectivamente como el deshecho social de donde sale Genaro, hijo de inmigrantes que odia a las élites liberales y que, de acuerdo con David Viñas, reaparecerá más adelante en Mustafá y en Giacomo, de Armando Discépolo.6 Su primer desprecio es hacia la institución liberal por excelencia: ¿Para qué la escuela? La universidad aparece custodiada por un gallego ignorante y Genaro, nacido de un napolitano degradado y ruin, se enfrenta a las eternas leyes de la sangre, transmitidas de padre a hijo. Pero él “no había nacido en Calabria sino en Buenos Aires, quería ser criollo, generoso y desprendido como los otros hijos de la tierra”. Así, intenta encontrar un consuelo en el vituperio al criollo y al español:
¿Quiénes habían sido su casta, sus abuelos? Gauchos brutos, baguales criados con la pata en el suelo, bastardos de india con olor a potro y de gallego con olor a mugre, aventureros, advenedizos, perdularios, sin Dios ni ley, oficio ni beneficio, de esos que mandaba la España por barcadas, que arrojaba por montones a la cloaca de sus colonias; mercachifles de sus padres…El era hijo de dos miserables gringos, pero habían sido casados sus padres, era hijo legítimo él, había sido honrada su madre, no era hijo de puta por lo menos”.7
Y el odio y el desprecio lo llevan a endeudarse, a perder la fortuna de su mujer, hija de criollos, a quien termina amenazando con la muerte: “…te he de matar un día de estos, si te descuidas!”.8
En Irresponsable (1889), libro que ya hemos mencionado de Manuel Podestá, encontramos la posición inversa: aquí los inmigrantes son vistos como dadores de vida y los “malos de la película” son los criollos. El autor era el hijo profesional de un inmigrante que construyó como héroe a un judío errante de la universidad. Los inmigrantes son pintados aquí como “seres sin rumbo”, “rondando por las calles como pájaros sin nido”, “parias” que llegan a una ciudad cosmopolita que todo lo improvisa, en donde todos hacen fortuna sin gran esfuerzo. Con la marca judaica, los inmigrantes son aquí la caravana en busca de una tierra de promisión.

Mientras tanto y en paralelo a estos procesos, entre algunos miembros privilegiados de la generación del 80 se destacará la figura del escritor dandy, con su estilo característico pletórico en digresiones, que encontrará un molde apropiado en las charlas literarias o causeries, como las llama Mansilla. Entre los escritores “charlistas” se destacan también Eduardo Wilde y Miguel Cané. En todos ellos, son sus relatos de viajes literaturas clave: Una excursión a los indios ranqueles (1870) de Mansilla, Viajes y observaciones (1892) de Wilde y En viaje (1884) de Cané. La charla distinguida y refinada se definía por la moderación, actitud esperable en las conductas decimonónicas consideradas apropiadas.9 La conversación en los salones era así una escuela de las llamadas conductas civilizadas. De Lucio Victorio Mansilla, causeur paradigmático de su generación, es importante Entre nos. Causeries del jueves (1889-1890), sus charlas, editadas por él mismo y que surgen en el marco de las actividades del salón de su hermana Eduarda en Buenos Aires. Sus relatos abundan en anécdotas de la vida privada de hombres públicos que conocía y frecuentaba. Cultiva a los concurrentes con su palabra ingeniosa y su apostura enhebrando recuerdos, anécdotas, opiniones, construyendo una figura singular con el aura de la elite liberal. La fórmula coloquial que da título a la obra remite a un público de pares demarcado por personajes ilustres capaces de captar guiños, sobreentendidos e ironías y comprender las citas en francés. Pero otros textos eran los que narraban la ciudad y lo que sucedía en ella. Buenos Aires desde setenta años atrás (1881) de José Antonio Wilde, Memorias de un viejo (1889) de Víctor Gálvez10 y Las beldades de mi tiempo (1891) de Santiago Calzadilla, construyen una imagen nostálgica de la ciudad aldeana de la que fueron testigos, y recordaban entonces desde su reciente modernidad.

El mundo intelectual de esos años, en un clima general de confianza en el “progreso”, privilegió los “hechos” y la búsqueda de leyes objetivas de la sociedad, según las teorías de Comte y Spencer. Orientó el estudio de esa sociedad y de sus representaciones atendiendo a la psicología de masas y al positivismo social, con una preocupación por homogeneizar la población acrecentada numéricamente por la inmigración. A su vez, y sin estar esto desligado de lo antedicho, se dará una creciente relevancia a la cuestión “moral” vinculada con los “efectos no deseados” del proyecto de modernización de la generación del ’80. La preocupación moral no estaba ligada solamente a la cuestión inmigratoria: eran evidentes el fraude electoral así como la búsqueda de un rápido enriquecimiento a través de la especulación financiera por sectores importantes de la clase política gobernante. Será en las obras de Agustín Álvarez, Carlos O. Bunge y, sobre todo, de José Ingenieros, que se podrán apreciar las reflexiones más destacadas al respecto, habiendo sido Agustín Álvarez el precursor de esta orientación moralista.11 En Nuestra América (1903), Carlos O. Bunge describe la pereza, la tristeza y la arrogancia, que suponía derivadas de las sociedades indígenas, negras y españolas, como enfermedades de la política hispanoamericana. En El hombre mediocre (1913), Ingenieros distingue al “idealista”, rebelde e inadaptado, del “hombre mediocre”, simulador y fácilmente domesticable, y en Hacia una moral sin dogmas (1917) llevará al primero hacia una ética solidaria.

Ingenieros mismo era uno de esos extranjeros que habían llegado a la Argentina. Y en los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX, en la prensa, en el congreso, en las obras literarias pero también en la calle, se discutían los cambios que la inmigración provocaba. Había plena conciencia de la importancia de las transformaciones culturales que se estaban produciendo. Para algunos, como Miguel Cané, devastadoras para el país, llegando a decir que miles de “criminales” y “locos” estaban llegando a la Argentina destinados a llenar nuestras prisiones o a ser un lento veneno para nuestra sociedad. Imágenes estereotipadas de inmigrantes criminales comienzan a aparecer en muchos artículos publicados en los Archivos de Psiquiatría y Criminología, donde los sociólogos acompañaban a los escritores en la calificación vituperiosa.

Miguel Cané fue una figura central en este proceso. Desde el Senado y en sus escritos propugnaba la prohibición de la entrada a los inmigrantes indeseables y la expulsión de los que ya se hallaban en el país. Sostenía que la preservación nacional debía estar por encima de las políticas liberales de inmigración. De allí que introdujera en el Senado el Proyecto de Ley de Expulsión de Extranjeros el 8 de junio de 1899. En su momento el proyecto chocó con la fuerte malla de una tradición de medio siglo que postergó su promulgación, aunque por unos pocos años.

Entre los sociólogos que empezaban a afirmar que los argentinos eran superiores a los inmigrantes -que incluso en ciertas nacionalidades heredarían tendencias fuertes al crimen- se hallaba Juan Bialet Massé, quien en su Informe sobre el estado de la clase obrera en la Argentina (1902) defendía el trabajo criollo por sobre el extranjero luego de un viaje promovido por el gobierno a través de todo el país.

Pero la posición de los inmigrantes no era sólo la del desecho y el mal. El problema era que el desecho y el mal ya comenzaban a ser la mayoría. Entonces, en la visión del nacionalismo, estábamos frente a un proceso que parecía irreversible, en un país lleno de inmigrantes cargados de virus en la sangre, un “cuerpo social” envenenado, enfermo, que hacía peligroso vivir en él. Había que huir al menos de las ciudades, núcleos de la modernización y la inmigración masiva: ese sería el fin de la ciudad liberal.

La posición del inmigrante se cruzará entonces con la del delincuente y con la del simulador. El mismo José Ingenieros, uno de los primeros inmigrantes triunfadores, entenderá a esos simuladores. Simuladores y delincuentes que podrían, como el chacarero de Laucha o el pulpero de Juan Moreira, no pagarle al trabajador honesto lo adeudado. En el caso de El casamiento de Laucha (1906), de Roberto Payró, escuchamos al personaje central decir: “Le cobré dos jornales al chacarero (…) que me raboneó unos cuantos centavos como buen gringo”. Aquí el inmigrante también es un paria que “andaba como bola sin manija” (en el caso del pulpero gallego que se había acriollado), o es el vivo que viene a “hacerse la América”, como el cura. Y Laucha tira todo lo ganado con el trabajo, arruina la pulpería, “pero también, ¡qué farra!”.

Roberto Payró que había defendido tanto la inmigración, llega en 1909, en sus Crónicas, a rever esa posición, sosteniendo que como resultado de la llegada masiva de extranjeros ahora “todo es anárquico, indeciso, nebuloso, inseguro”. En la revista Caras y Caretas del 12 de junio de ese mismo año, en un artículo titulado “Inmigración peligrosa”, se funde a los inmigrantes con los anarquistas, hablando de éstos como aventureros “cambiantes y sin principios”, que sólo buscan “crear problemas donde sea”.

En 1911 se suspende la inmigración italiana por un plazo de catorce meses. Y es que Italia no quería aceptar la orden argentina de inspección sanitaria a los barcos que desde allí llegaban. La generosidad para con el inmigrante perdía su desinterés -si alguna vez lo tuvo. En los Estados Unidos los periodistas, intelectuales y políticos veían también a la inmigración como el origen de los problemas sociales urbanos.

En síntesis, entre 1880 y 1920 el país cambiaba a un ritmo vertiginoso. El poder político comenzaba a pasar de una elite a una clase media que se estaba configurando en parte gracias a la integración de esos inmigrantes. En ese contexto aparecen los poetas modernistas, liderados por Rubén Darío. Sin embargo, el más descollante para la Argentina fue Leopoldo Lugones, quien dictará las famosas conferencias de 1913 en el teatro Odeón (reunidas en 1916 luego bajo el título de El payador) en las que canonizará al Martín Fierro “para proveer al país de una épica propia como tiene cualquier nación civilizada”.

Que la figura del gaucho se convirtiera en los primeros años del siglo XX en el símbolo de la tradición nacional -cuando hasta entonces había sido una representación emblemática de la resistencia a la autoridad y de la barbarie criolla- favoreció que los humildes orígenes de importantes franjas de la alta sociedad pudieran enaltecerse: tener orígenes “gauchos” dejaba entonces de ser signo de una ascendencia rudimentaria para reflejar una íntima vinculación con las raíces de la nación.12 Las prédicas nacionalistas, tanto ésta de Lugones cuanto la de Ricardo Rojas, buscaron en la construcción de la historia cultural y literaria argentinas oponerse al europeísmo e instalar los rasgos de una tradición propia.

Pocos años antes, del otro lado de la tradición cultural, en 1905 los hermanos Podestá habían llevado al escenario del Teatro Rivadavia Marco Severi, un drama de Payró, en el que se oponía a las ideas xenófobas de los hombres de su generación. En ella atacaba la ley de extradición y residencia de los extranjeros en el país. Marco Severi es la historia de un inmigrante que ha cometido un delito en su tierra de origen pero que lleva una vida honesta en la Argentina. Y un año antes, cuando Gregorio de Laferrère ponía en escena ¡Jettatore! y Roberto J. Payró, Sobre las ruinas, Florencio Sánchez estrenaba La gringa, que postulará la síntesis final armoniosa entre el gringo y el criollo que se enfrentan en el campo: sus hijos se unen en matrimonio. Las mezclas de lenguas, el habla argentina alejada de la norma castiza y los conflictos locales provocados por la miseria económica y la corrupción política son ingredientes favoritos de las compañías teatrales y del público. Florencio Sánchez lo entiende y sigue satisfaciendo esa demanda en sus obras.

El sainete criollo será producto de esto con su costumbrismo y el conventillo como lugar de encuentro, de cruce de extranjeros y compadres, donde se condensan hábitos caricaturizados y jergas, no sin humor. En el sainete festivo Tu cuna fue un conventillo (1920), de Alberto Vacarezza, por ejemplo, el público se ríe “con” los personajes que logran superar problemas sociales o amorosos en el patio del conventillo, verdadero “crisol de razas”.13

Vemos entonces como los inmigrantes como comunidades bilingües trazan fronteras y provocan un debate alrededor de las inclusiones/exclusiones en la sociedad. Del gran optimismo de 1853 se fue pasando, a principios de siglo, al pesimismo y a las crisis de 1919 y 1929/30.14 El inmigrante que había ocupado el lugar del ideal en el Facundo en 1845, la figura del “convocado” en la Constitución de 1853, el niño mimado de la generación del 80, poco a poco se convirtió en el “feo e inquietante advenedizo” de Las multitudes argentinas de José María Ramos Mejía, el “peligro embozado” de la Ley de Residencia de 1902, y el violento y execrable anarquista de 1919.

Hay otro personaje central en estos años que no hemos aún incluido en este relato. Se trata de Eduardo L. Holmberg, prototipo del hombre de la generación del ’80 que no solo se encargo de propagar el darwinismo, el positivismo y los adelantos de la ciencia en el país, sino que además fue precursor de los géneros fantástico, policial y la ciencia ficción en nuestra literatura.15 En su Viaje Maravilloso del Señor Nic-Nac (1875) la figura del inmigrante nos llega acompañada de una “contrafigura”: la del criollo o “tipo nacional” que se muestra “absorbido, devorado por el torbellino de un cosmopolitismo inexplicable”. Si bien la disminución del lugar de la figura de lo nacional ante el peso de la inmigración será un tópico muy frecuentado a partir de 1880, ya constituía el marco de la conversación entre Seele y Nic-Nac en la segunda parte de la novela.

De cualquier manera, el personaje por excelencia que caracterizará la figura de lo nacional por estos años será el Juan Moreira (1879-1880) de Eduardo Gutiérrez, el gaucho que lleva consigo el anatema de ser el hijo del país, aquel al que le cuesta conseguir trabajo porque en la estancia prefieren el del extranjero; que mata a un inmigrante por más que no valga la pena, por más que tenga que huir del pago. Porque no hay pacto posible con su contrafigura, este era un hombre de negocios y Moreira dice no tener “cuero para negocio”.16

El conflicto entre criollos e inmigrantes encontrará una solución literaria en la ya citada La gringa (1904), de Florencio Sánchez, en donde como dijimos aquel se supera mediante la fusión de las razas que se han necesitado mutuamente, tal como Carolina también le decía a Laucha en la novela de Payró: “Lo que yo necesitaba era un ‘coven’ como usté”.

En el año 1909 Ricardo Rojas publicará La restauración nacionalista, texto que articuló la más aguerrida polémica, aparecido meses antes del del primer Centenario. En este libro, Rojas alerta acerca de los peligros que supone atraviesan la familia, la lengua y todo el país debido al cosmopolitismo imperante, proclamando: “No sigamos tentando a la muerte con nuestro cosmopolitismo sin historia y nuestra escuela sin patria”.17 El 17 de noviembre de ese mismo año, en el funeral de Ramón Falcón, jefe de policía asesinado por los anarquistas, una serie de ciudadanos distinguidos habla en contra de los inmigrantes concluyendo que “el cosmopolitismo de nuestras leyes nos ha llevado al borde de la desorganización social”.18 Los nacionalistas sostendrán también que la inmigración destruye el carácter argentino y el patriotismo, despotricando contra la música extranjera y el tango, visto como “música repugnante, híbrida, desafortunada” y “símbolo lamentable de nuestra desnacionalización”. Gálvez, Rojas y Lugones fueron algunos de los principales abanderados de la contrafigura gaucha, criolla, tradicional, para enfrentar al cosmopolitismo y la inmigración. Y José Ingenieros acotaría a este debate en Sociología Argentina (1913) con una ironía: los hijos de los extranjeros casi siempre se vuelven patriotas. La figura se vuelve contrafigura. El escenario del festejo del Centenario se vistió para la ocasión de paisanos, domas, yerras, pero los uniformes prusianos y el público integrado por familias inmigrantes insinuaban que los aires autóctonos eran solo un decorado ofrecido a las delegaciones extranjeras en medio de una etnografía y arquitectura marcadamente europeas.

Una obra interesante a este respecto escrita en el año del Centenario es Los gauchos judíos, de Alberto Gerchunoff, testimonio de un proceso por el que un extranjero opta por ser ciudadano argentino. El autor es así vocero de una experiencia que constituye una de las características de la construcción de la nación argentina desde la década del ’80: la mezcla de razas y culturas en un país en que se necesitaba poblar el espacio para poder gobernar, como bien había visto años antes Juan Bautista Alberdi.

La cuestión nacional había llevado a la mesa de discusión sobre la identidad la figura del gaucho, ahora cargada con valores positivos y presentada como una respuesta a la inmigración pero, por otro lado, aparecía con igual fuerza el extranjero. De un lado el conflicto hace pensar a nacionalistas como Lugones, Rojas, Manuel Gálvez y Joaquín V. González y del otro a algunos hijos de inmigrantes que, en la Facultad de Filosofía y Letras y en revistas como Nosotros, ven con beneplácito la incorporación del componente foráneo a la formación del ser nacional. Entre estos se encuentran los ya menciondos Gerchunoff, Payró, el italiano Roberto Giusti, Rafael Arieta y Arturo Marasso, defensores del cosmopolitismo, la convivencia de dialectos y el socialismo. No buscan el pasado ni la reivindicación “voluntarista” del indígena o del gaucho sino el futuro de la mano de la inmigración.19

Del lado nacionalista, el proyecto para inventar la identidad del país iniciado por J. V. González con La tradición nacional (1891) se completa con otros dos libros: El juicio del siglo (1910) y Mis montañas (1923). El escritor advierte en ellos sobre la necesidad de reflexionar con seriedad acerca de las leyes que deben orientar el progreso de la sociedad argentina, teniendo en cuenta la ola inmigratoria, la inminencia de los movimientos de masas, las relaciones entre nuevas clases y la apertura económica hacia el mundo.



Hasta entonces muchos argentinos ignoraban la literatura gauchesca. Y es que el gaucho era desdeñado como obstáculo a la civilización. Pero con el rebrote tradicionalista y nacionalista, los gauchos se embellecen y los gringos se afean, se vuelven grotescos por su muchas veces fracasada avidez, generando un nuevo conflicto ya mencionado en este juego de figuras y contrafiguras: padres inmigrantes e hijos criollos.

Resumiendo, cuando aparece la inmigración, aparecen los rebrotes nacionalistas. Este juego está en el centro del proceso de modernización que se constituye, primero, dejando a los gauchos de lado, y luego excluyendo a los mismos inmigrantes en la recuperación (sólo simbólica) de los primeros.
El refinamiento cultural cosmopolita seguirá siendo después de 1920 una marca indeleble de identidad, pero ahora entroncado con una revaloración del acervo criollo, impensable en las últimas décadas del siglo XIX. En alguna medida esta fusión también la condensó en la literatura el Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Guiraldes, cuyo personaje –a diferencia de lo que ocurriera en el Martín Fierro-va a convivir mansamente con él sin preocuparle mayormente su existencia.

Las mezclas marcaron entonces estas décadas: momento de experimentación en laboratorios como el que vimos en El hombre artificial y probetas que harán que se mezclen muchas cosas: la sangre, el lenguaje, las naciones y finalmente las clases para crear lo que Ramos Mejía llamará el “guarango” en Las multitudes argentinas (1899).20

En la ya citada La gringa, de Florencio Sánchez, los hijos de Nicola se han acriollado, los inmigrantes ceden ante la casi fatalidad de la exogamia en tierra extraña. El final optimista -”De allí va a salir la raza fuerte del porvenir”- humaniza a ambas partes que se comprenden en la fusión. Y en el también ya mencionado El casamiento de Laucha se habla napolitano, gauchesco, culto, la lengua de la provincia, todas las lenguas en un relato que a su vez es mezcla derivada de dos géneros: la gauchesca y la picaresca. Laucha, sujeto de clase media criolla, pícaro, sabe leer y escribir y hace una alianza con los dos inmigrantes, Carolina y el cura. Con ambos falsifica. Simulador, quiere llegar a la capital y usa cualquier medio. Cuando habla con el pulpero español se mezclan sus vidas, como se mezclará por esos años también la música para dar lugar al tango.

La pasión por el enriquecimiento ligada a la posición de una doble identidad europea-americana está en la historia de nuestra literatura latinoamericana desde la conquista, con Garcilaso, hasta el inmigrante italiano que no sólo se desdobla en su nacionalidad sino aún en su profesión: el maestro de escuela lleva también las cuentas de diversas casas de negocios; el zapatero vende billetes de lotería; el tipista tiene una sastrería; el almacenero vende de todo; artes y comercios se combinan en los inmigrantes que pueden ser varias cosas al mismo tiempo, siempre confiando en esa dimensión utópica de América.

Identidades dobles entonces pueblan el período; el personaje de Marco Severy siendo criminal en Italia y hombre honesto en la Argentina, como tantos “convertidos” en la historia de los viajes de Europa a América, o como se observa la novela autobiográfica Las dos patrias (1906), de Godofredo Daireaux. En todos ellos encontramos un deseo del inmigrante por sobresalir, rastreable desde las crónicas y narraciones de la Conquista hasta José Ingenieros, inmigrante exitoso pero también simulador que se cambia el nombre para ascender y constituye el nuevo gran argentino que todos soñaban ser. Todos parecen querer triunfar, volverse famosos o ricos, lo que redundaba en la multiplicación de las identidades, incluso laborales. De allí que sea tan difícil decir qué somos los argentinos. Quizás eso: un deseo.


1 Ver al respecto Losada, Leandro. La alta sociedad en la Buenos Aires de la Belle Époque. Buenos
Aires, Siglo XXI, 2008.
2 Ver Ramos Mejía, José M. Rosas y su tiempo. Buenos Aires: Emecé, 2001 y Juan Agustín García, La ciudad indiana. Buenos Aires: Hyspamérica, 1986.
3 Daireaux, E. “Aristocracia de antaño”, citado por Losada, Leandro (2008:336)
4 Arlt, Roberto. Los siete locos. Los lanzallamas. San José: Universidad de Costa Rica, 2000, p. 440

5 Ver Quesada, Ernesto. El problema del idioma nacional, Buenos Aires: Revista Nacional Casa Editora 1900.
6 Consultar al respecto Viñas David. Grotesco, inmigración y fracaso: Armando Discépolo. Buenos Aires: Corregidor, 1973.
7 Cambaceres, Eugenio. En la sangre. Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2008, p. 108. Se advierte en esta definición el sesgo peyorativo que recubría a los orígenes gauchos en los años 1880. Apuntes similares se encuentran en las Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, de R. Payró, publicadas en 1910.
8 Cambaceres, op. Cit. p. 154
9 Ver al respecto Elías, Norbert, El proceso de la civilización. México: FCE, 1988 y Sennett, Richard, El declive del hombre público. Barcelona: Anagrama, 2011.
10 Seudónimo de Vicente Quesada.
11 En South America (1894), ¿Adónde vamos? (1904) y La creación del mundo moral (1912)
12 Ver al respecto Losada, Op. Cit.
13 De aquí luego saldrá el grotesco -previo paso por el sainete criollo- con El organito (1925), combinándose con la picaresca en Armando Discépolo. Sostiene David Viñas al respecto “en el grotesco-pícaro de Armando Discépolo se resumen las figuras de la ciudad liberal, y si hasta aquí se repetía a Cambaceres, quizás a Payró o a Fray Mocho, a lo del coetáneo Arlt, con este ‘manicomio’ donde el arrinconamiento y la penumbra como totalidad predominan, la escenografía moral es lo que materializa el deterioro. Del optimismo previo a 1919 se había pasado al pesimismo cauteloso, al escepticismo; pero ahora se bordea el cinismo: al mal no se lo conjura ni se lo justifica, se lo asume y también se lo ‘interioriza’“ (Viñas:1973). Si bien conserva los clisés del sainete -amor contrariado, simulación, celos, tensiones entre los extranjeros y los nacidos en el país- en el grotesco criollo aparecerán novedades como el escudriñar sobre las relaciones humanas, el pesimismo de los hombres y la hipocresía.
14 Viñas sostiene que entonces quedaban siete alternativas para el “indigno” inmigrante: inventar, robar, prostituirse (prostitutas, mantenidas, proxenetas, delatores o sirvientes), enloquecerse (“o sumergirse en toda la gama de la imbecilidad”), suicidarse, huir (“concretamente con la variante espiritual de entrar a un convento”) o desquitarse del viejo inmigrante, de los padres (Viñas olvida la variante del ejército). Pero la figura del inmigrante sólo puede ser leída como figura del fracaso si se la lee con candor. No se trata de invertir el lugar del mal. Si bien el “mal” no eran los inmigrantes tampoco estaba éste por fuera de la constitución de sus subjetividades en el proceso de modernización.
15 Holmberg fue un precursor en la Argentina de lo que C. P. Snow recién a mediados del siglo XX bautizaría como “tercera cultura”, que afirmaba la ventaja de ser científico y literato ya que creía que eran dos maneras de mirar el mundo no opuestas sino complementarias. Fue asimismo uno de los fundadores de la Revista Literaria (1879), órgano del Círculo Científico Literario, publicación que agrupaba a hombres de ciencia con escritores.
16 Gutierrez, Eduardo. Juan Moreira. Barcelona: Red Ediciones, 2012, p. 207.
17 Rojas, Ricardo. La restauración nacionalista. Bs. As.: Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1909, p. 347-8.
18 La Nación, Bs. As., 17-11-09
19 En 1911 Giusti edita Nuestros poetas jóvenes. Revista crítica del actual movimiento poético argentino, donde fundamentalmente se despacha contra Rojas, especialmente respecto de La restauración nacionalista, sosteniendo que son los extranjeros quienes harán la historia.

20 En cuanto a la mezcla de idiomas, un artículo publicado en Caras y Caretas en 1900 titulado “Modificaciones al idioma” sostenía que la confusión de la torre de Babel no es “nada comparado con lo que está pasando en nuestro idioma”. Y de nuevo Cané en “La cuestión del idioma” (La Nación, 5-10-1900), afirmaba que ninguna gran literatura podía salir de la devastación del lenguaje.

jueves, 21 de mayo de 2015

Lo verdadero y mejor en todo pueblo

Lo verdadero y lo mejor en todo pueblo es más bien lo que no se ajusta al sujeto colectivo, y que, llegado el caso, se le opone. 

                                                                                                             T. Adorno.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Relato salvaje

Entro a tomar un café en una estación de servicio. No hay nadie en la caja. La chica finalmente viene. Le pido un café. Se pone a hacerlo. Le pregunto, para ir sacando la plata, cuánto es. No me contesta. Le vuelvo a preguntar, tampoco me contesta. Un par de minutos después aproximadamente y luego de teclear en una máquina me dice cuánto es. Dejo el dinero arriba de la bandeja. Me dice que no tengo por qué tirar el dinero en la bandeja. Le digo que no tiré el dinero. Sí, lo tiró. Insisto en que no. Me dice que no es educado tirar el dinero así. Yo le digo que lo que no es educado es que ella no me conteste cuando le pregunto cuánto sale el café, y que le pregunté dos veces. Me dice que yo tengo que esperar a que ella me conteste, que tiene que fijarse. Yo le digo que salvo que no trabaje usualmente allí no puede ser que no se acuerde cuánto sale un café. Me dice que usualmente ella carga nafta, no sirve café. Le digo que eso no la exime de responderme que espere un segundo, que no sabe, que se fija y me dice. Me dice que yo tengo que esperar. Le digo que no tengo que esperar nada, que es educado responder cuando a uno le preguntan y no dejar a la otra persona esperando, que al menos debería responder que no sabe, carajo. Me dice que soy un maleducado que digo carajo. Yo le digo que la maleducada es ella. Me cobra pero no me da el recibo de la compra. Se lo pido. Lo emite, lo hace un bollo y me lo tira en el cuerpo. Le digo, ves que sos vos la maleducada, esta misma respuesta tuya lo está confirmando. Me dice que así no se trata a la gente. Le digo, harto y sacando lo peor de mí, que tal vez ella no sea gente, la gente responde cuando le preguntan. Devolveme el café, me dice, me arranca la bandeja con el café para sacármelo -como si la estación de servicio fuera de ella y ella decidiera quién toma y no café en su estación-, la zamarrea y voltea todo el café, la tacita y el plato se caen y se rompen. Me dice que me vaya. Le digo que me devuelva la plata. La saca de la caja y me la tira. Me dice que me vaya o llama a la policía. Le digo que la llame. Sigue gritando lo mismo frente a la mirada impasible de tres personas que esperaban para ser atendidas atrás mío y que no hicieron nada ni pronunciaron palabra alguna. Recojo mi dinero y me voy porque ya había perdido mucho tiempo y se me hacía tarde para el teatro. Relato salvaje, pequeña delicia de la década ganada.

martes, 28 de abril de 2015

Políticos románticos o clásicos


Los políticos, como el resto de los humanos, pueden ser más románticos o más clásicos. Y eso explica sus posturas, sus entusiasmos y sus preocupaciones. Los más románticos son más intuitivos y los más clásicos son más analíticos. La vieja frase “el peronismo es un sentimiento”, mucho dice al respecto de la política y la intelectualidad romántica a la que, a su vez, le gusta el lenguaje oscuro y barroco puesto que lo esencial es para ellos prácticamente inexpresable: basta con leer los escritos de “Carta Abierta”, por ejemplo. Los más clásicos, por otra parte, desconfían de sus propios sentimientos y  son partidarios de la claridad en el lenguaje puesto que creen en la transparencia de la que el romántico abjura.
A los más románticos no les importan demasiado los problemas de la enseñanza y la instrucción formal puesto que creen más en la espontaneidad y en lo que la vida misma va enseñando. Para ellos la educación puede ser, de hecho, un problema. Los clásicos creen, por el contrario, que el entrenamiento es vital. Por eso es más preocupante para un político más clásico la calidad educativa y le preocupa más que cualquiera sin formación ocupe la función pública.
El político más romántico no cree en las formas y burocracias que impiden llevar a cabo lo que realmente importa, por eso descree de las instituciones. El más clásico, por el contrario, tiene a las instituciones precisamente como aquello que puede preservarnos, no le interesan solamente los gestos y las victorias simbólicas.
El más romántico es idealista y entonces fácilmente se desilusiona y enoja cuando le hablan de un mundo que no es el de su mente y que, por tanto, muchas veces ni siquiera puede ver ya que vive en la caverna de Platón. Por su parte, el político más clásico está pensando en qué puede salir mal y, por ende los altos ideales lo ponen nervioso.

Los políticos más románticos no creen en cómo son las cosas. Su atención está puesta en cómo deberían ser acorde a lo que ellos piensan. Y les caen muy mal las ironías de un periodista como Pagni, por ejemplo, por considerarlas derrotistas. Los políticos más clásicos suponen, por el contrario, que un estado de ánimo más risueño es mejor para enfrentar la vida sin desesperación.

El más romántico se rebela ante lo ordinario y no le gusta lo realmente popular sino su idea de lo popular. Precisan, por el contrario, de héroes y mártires que son únicos. Por otra parte, o estás completamente con él o eres su total enemigo. Y si estás con él debes perdonarle todo como él todo a ti. Ni siquiera perdonarles, porque no habría fallas que perdonar ya que te parece bien todo lo que él hace. El romántico, por otra parte, no acuerda, siente la atracción de la causa perdida. Y es muy importante que piense que tiene razón, no puede permitirse pensar lo contrario. Para el político más clásico, por el contario, pocas cosas y ninguna persona es enteramente buena o mala. Cree siempre que algo puede aprenderse de ambas partes.


No hay políticos completamente clásicos ni completamente románticos, y a veces detrás de la máscara de un clásico se esconde un romántico, y viceversa. Y no es completamente bueno o malo ser más de una manera o de otra. Dicho esto, es pertinente sin embargo recordar que las actitudes románticas han sido predominantes en nuestra imaginación intelectual y, por tanto, en la política occidental desde mediados del siglo XVIII. ¿Será el tiempo en este momento de la historia para políticos más clásicos?