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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de diciembre de 2004

Serafín, el perro de Lucía

Hace unos meses leí un libro profundo, actual, ágil. Se llama “El niño pez” y lo escribió Lucía Puenzo. Es su primer novela.

Tiene un comienzo que preanuncia algo bueno: “Pudo haber sido peor, créanme”, es la primera oración del libro y de un párrafo inicial que termina con “un perro moribundo con una erección”. Luego el perro narrador se come las páginas de un escritor y las baja con el agua del inodoro. Pero, como bien éste señala, “eso fue mucho después”. Un perro que quisiera llamarse “Vómito” en lugar de Serafín, con quien todo se experimenta (recordaba mientras leía la novela a Coetzee y a Peter Singer) en una novela con llantos para dormirse y el agua (“Lucía Puenzo y Lucrecia Martel, las dos con el agua”, pensé y pensé en Céline), el lago, la pecera, el caldo.

Serafín, perro que “hace lo que tiene que hacer”, conoce al asesino y conoce lo que realmente pasó aquella noche en la casa (el resto estaba borracho o drogado). Al final del capítulo, "así fue como quedamos solos". Luego la novela nos presenta las corridas escaleras arriba y abajo de Serafín que acaba hablando como el mono de Kafka en "informe para una academia".

Hay un veterinario crupier y Serafín que se salva al ver que creen en él. Y un Socrates así, sin acento, junto a los juegos sexuales de Serafín y Ofidia, los gestos perrunos, el maquillado comisario Mastrangelo, la cita de Coelho en boca de la tía de Lala, la chica de San Isidro aburrida por lo marginal y por el “conchetaje” con Serafín convirtiéndose en protagonista y dándose cuenta de que su misión perruna es como telón de fondo. Además la novela presenta una reflexión sobre el tiempo y los lugares que nos tocan y a los que pertenecemos, las posibilidades de salir de esos lugares y los huevitos Kinder del entrenador-mascota.

¡Qué cuidados que están comienzos y fines de capítulos! Impresiona la contundencia de los mismos.

Y la referencia al alemán comehombres de nuestros días, el "Sin rumbo" de Bronté como el de Cambaceres, la comisaría que es set de filmación de telenovela cuando Lala quiere confesarse culpable de asesinato, la desubicación en este mundo, la extranjeridad, el azar, la actuación, lo que se pierde, lo que no se sabe, y la sensación de que hay algo que no se entiende, que no puede comprenderse, que no se encaja, y que es sólo uno el que no encaja.

Luego Thalia y Shakira, los dos perros inmundos con problemas de aprendizaje, el cuerpo que pone Lala no sólo ante el entrenador, la idea de que la aparición del pasado trae augurios.

En esta novela se mezclan el guaraní y los dialectos de los dobermans, la lucidez rabiosa y la angustia, el miedo como paralizante y como arma, lo posible, lo imposible, la libertad, los mundos inventados, los protagonismos, las voces, lo humorístico y lo terrible.

Tiene un final tan impecable como el comienzo. Esa pregunta y respuesta “¿vas a nadar conmigo? -Hasta el fondo- dijo la Guayi” son lo último antes de ahogarse en el sueño, con todos dormidos cuando llega el micro al campo en un sueño colectivo. Las reflexiones sobre lo familiar, lo extraño, el amor y el aire cargado de inconscientes, de "ecos de un sueño en los otros" y todos soñando lo mismo, son algunas de las tantas presencias de este libro tan complejo como llevadero, tan real como soñado.

 

sábado, 13 de noviembre de 2004

Las lenguas mueren en silencio

Según los expertos, numerosos idiomas nativos de América Latina, de los que hay alrededor de 950, corren serio peligro. La Unesco ha alertado sobre este desastre cultural: con la muerte de cada uno de ellos se apaga un universo simbólico irremplazable.

En 1492, en el prólogo a la primera gramática castellana, el humanista Antonio de Nebrija advertía qeu siempre la lengua fue compañera del imperio. Mientras que muchas lenguas desaparecen, otras invaden, conquistan tierras y se instalan. Pensemos en el griego, el latín, el árabe, el inglés, el francés, el portugués, el ruso: las grandes lenguas siempre han ocupado territorios a la par de los ejércitos y el comercio. Esribimos en lenguas invasoras y esribir es sobrevivir. No es exagerado afirmar que una lengua sin Estado es una lengua en peligro.

Pero la unificación política de regiones, las invasiones y epidemias, las grandes migraciones y el colonialismo son algunas otras causas de la extinción de voces. Además del poderío económico y militar de una nación, hoy día el número de publicaciones y su producción simbólica son variables tan importantes para medir la fuerza de un idioma, como cuántos lo hablan.

Según la Unesco, que en 2001 publicó el Atlas de las lenguas en peligro de extinción, más del 50% están hoy en riesgo y el 96% son habladas por sólo el 4% de la población mundial. Más allá de la simpatía por lo que perece, hoy se está investigando la relación entre biodiversidad y diversidad cultural y linguística. 

Se considera que una lengua está amenazada uando un 30% de los niños de su comunidad no la aprende. Los factores principales son el número absoluto de hablantes, la proporción de hablantes en la población total, dónde, con quién y de qué se habla en la lengua, la respuesta de ésta a nuevos dominios y medios, y los materiales existentes para la alfabetización en la lengua en cuestión. Pero las más amenazadas son aquellas habladas sólo por personas de mediana edad.

La muerte de las lenguas se ha acelerado en los últimos siglos y el continente americano ha sido uno de los más afectados. Cada lengua corrió sus avatares históricos. Tomemos el caso de la comunidad náhua (o náhuatl) de México. De acuerdo con el Códice de Florencia, fuente básica sobre la conquista de México, este idioma cuyos más conspicuos hablantes eran los aztecas o mexicas contaba con escritura establecida al llegar Hernán Cortés. Pero no se trataba de una escritura alfabética ni fonética, sino de un menú muy complejo de glifos, sistema silábico y dibujo de personajes. Tras la conquista, en 1521, su escritura desapareció bruscamente debido a la destrucción física de los códices y su reemplazo por el alfabeto europeo. Hoy cerca de 1.000.000 de habitantes hablan una variedad muy influida por el español. Han quedado para siempre, incrustadas o trasfundidas, palabras propias de la región, como chocolate, tomate y ajolote. Un caso opuesto es el idioma de los yámanas, pobladores de la costa sur de Usuahia. Debido a la lejanía, su lengua permaneció casi intacta hasta el siglo XIX y fue entonces que la registró el misionero Thomas Bridges en su diccionario yámana-inglés. Este anglicano consignó la riqueza de una lengua que hasta tenía diez palabras diferentes para el acto de morder. Pese a sus lujos de exactitud y su acervo de mitos, el yámana no tenía escritura. Se extinguió en pocas décadas con sus hablantes, ante la llegada de los colonos.

Según Colette Grinevald (de la Universidad de Lyon), existen cerca de 950 lenguas de una enorme diversidad en el continente americano. Según la Unesco, en Perú hablan quechua unos 4,4 millones de personas (el 14,7%, según Leclerc, en un país de casi cien idiomas autóctonos). De acuerdo con Lecler sólo un 43% de los bolivianos tiene el español como lengua materna: el quechua (36,4%) y el aymara (22,5%) dominan en el altiplano. En Bolivia, que tuvo un presidente aymara entre 1993 y 1997, las listas electorales tienen representación étnica. Un país limítrofe, Paraguay, presenta rasgos únicos. Se hablan allí 21 lenguas: el guaraní es hablado por el 95% de la población. El país es bilingüe en los centros urbanos y unilingüe guaraní en un 52% en el campo. No hay más de un 6% de unilingües hispanófonos, caso único en el continente. A pesar de las casi 300 lenguas mexicanas, generalmente se cuentan alrededor de unas 60 debido a las variantes dialectales que sus hablantes no reconocen como familiares. En la Universidad de Chiapas el 47% de los estudiantes que ingresaron en 2003 declararon ser hablantes de una lengua indígena. Cabe destacar que el español no figura como lengua oficial en la Constitución Mexicana. En Colombia la Unesco registra 65 lenguas. En Ecuador, que cuenta con la mayor proporción de población indígena -cuya mitad habla quechua-, hay 12 lenguas aborígenes. Sobre Venezuela, la Unesco indica que perviven 38 idiomas indígenas y Leclerc registra una cincuentena en Guatemala, con la gran presencia de la cultura maya, que aún atraviesa duras luchas por su libertad.

La especialista Grinevald es alarmista sobre la situación en toda América: las comunidades amazónicas son expulsadas de sus territorios, las lenguas mayas de Guatemala se encuentran en peligro de extincion y el yucateco, el tzotzil y el tzetal no están siendo aprendidos por los niños, todo ello con independencia de las dimensiones de sus poblaciones

Según las fuentes, habría en América entre 250 y 306 lenguas amerindias en peligro de extinción. Al menos 14 lenguas mexicanas están en serio peligro o ya moribundas y otras cuatro o cinco corren riesgo terminal. No sería la situación mejor en Perú, pese a un presidente quechua. En Brasil se estima que cerca de 133 de las 170 lenguas existentes están condenadas al silencio.

En cuanto a la Argentina, somos el español que hablamos en una amplia mayoría. Sin embargo, podríamos ser también el aymara, el guaraní, el mapuche, el mocoví, el quechua, el tehuelche, el toba, el wichí, todos ellos hablados con las marcas qeu les dejaron la conquista y la inmigración. Según Leclerc, sobrviven alrededor de veinte lenguas autóctonas. La lengua mocoví es aún hablada por cerca de 4.000 personas y el toba tiene alrededor de 15.000 hablantes. Pero los indígenas constituyen cerca del 2% de la población del país.

Es llamativo hasta qué punto este cataclismo linguístico, que también es cultural dado que cada lengua supone una particular visión del mundo, se produce y aumenta en medio de una gran indiferencia. Si la patria es la lengua, hay patrias dentro de la patria, con lenguas que se tocan, se aparean y también se matan o mueren.

Como llevar la patria a cuestas

La inmigración latinoamericana ha transformado a EE.UU., que hoy debate su futuro de país bilingüe. El boom del mercado discográfico y el spanglish -para algunos, un idioma pleno- son apenas dos aspectos de su poderosa irradiación cultural.

La patria es la comida que comíamos de niños, dicen los chinos. Pero ¿qué chinos?, hay muchos chinos dentro y fuera de China. Como sea, esa patria se llevaría a cuestas o, mejor, en el estómago. Y también se dice que la patria es la lengua desde que la linguística nos ha conquistado. ¿Entonces cuál es la patria de los millones de inmigrantes de América Latina que trabajan y viven en inglés? Las migraciones han sido siempre uno de los orígenes del encuentro o choque de lenguas y el motor de grandes cambios.

Según el censo de 2000, hoy en EEUU viven 35,3 millones de hispanos (38,8 según últimas cifras), el 12,5% de la población total, pasando a ser la primera minoría y desplazando a los afroamericanos. No sorprende que esto impulse allí un enorme mercado educativo, comunicacional y discográfico en el que el español se ha convertido en un recurso económico de gran volumen y un polo de irradiación cultural. En lo que respecta al mercado educativo, nuestra lengua es la más solicitada. Unos 650.000 estudiantes universitarios la estudian cada año y el Instituto Cervantes cumple una función importante en su promoción. En lo que hace al mercado comunicacional, los hispanos son una audiencia a conquistar. Hay un significativo avance de los medios en español, con más de 500 emisoras radiales, grandes cadenas de TV y periódicos en cada gran ciudad.

De acuerdo con el estudio de la NAHP US Hispanic Consumer & Media Study, en 2002, si bien los hispanohablantes son rápidos en adaptarse al inglés, no abandonan el consumo de medios en español. Según Hispanic Opinion Tracker 2002, existe una relación entre la cantidad de medios, la afirmación del idioma y la demanda de medios en español. A pesar de ésto, otros expertos sostienen que los cambios demográficos son aún más relevantes para la persistencia de una lengua. El futuro de ésta dependería menos de la influencia de los medios y más de las vicisitudes migratorias.

Sin duda, es en la arena de las industrias y la producción de cultura donde se mide la proyección del español en los Estados Unidos: entre ellas, el mercado discográfico, con Miami como centro, funciona como una poderosísima avanzada. EEUU es hoy el mayor consumidor de música en español. George Yúdice (New York University) llega a llamar a Miami  "capital cultural de América latina", donde también las revistas en español y las artes plásticas experimentan un boom. En El Recurso de la Cultura (Gedisa, 2002) afirma que de todas las ciudades al sur del rio Bravo, Miami es la única de la que puede surgir una identidad latina global. Desde luego, esta posibilidad causa gran escozor en el mundo político y cultural de cualquiera de las capitales latinoamericanas y tal vez explique por sí sola que la lucha contra el bilingüismo naciera en Miami.

Como reacción frente al avance del español, algunos "states" eliminaron la "enseñanza bilingüe” y, en su último libro, Samuel Huntington anuncia el peligro de los hispanos como grupo que no quiere asimilarse, que supone mantendrá su lengua y que acaso provoque un bilingüismo parecido al de Canadá. El movimiento  del "English only" teme que se le dispute el poder político. Pero también están los temores opuestos  de quienes ven al inglés poniendo en peligro al uso del español. Es cierto que los grupos hispanos usan más el inglés según aumenta su estancia en el país y cambian las generaciones. Por otra parte, se sabe que la "tercera generación" de emigrados suele perder el idioma materno. Pero la inmigración no parece detenerse aún y existe hoy una estructura mediática que ayuda a mantener viva la lengua. A pesar de ello, es imposible evitar la presión de la poderosa lengua franca mundial, el inglés, a través de la cual las industrias culturales de EEUU aún globalizan una visión monolingue de la cultura.

En su último libro, Diferentes, Desiguales y Desconectados (Gedisa, 2004), Néstor García Canclini ejemplifica esto con el cine: en EEUU ha descendido el número de salas que proyectan cine en español mientras se multiplicó la población que lo habla. El antropólogo ha señalado la existencia de identidades híbridas, de las cuales podemos considerar como una manifestación el spanglish, cruce del español con el inglés. Mientras algunos estudiosos han calificado este fenómeno de la lengua como "una mezcla deforme y alterada", otros, como el catedrático mexicano Ilán Stavans, lo han presentado como lengua "en pañales" con una literatura y diccionario propios. Es momento de recordar que el inglés se convirtió en la lengua que es hoy sólo después de haber importado un enorme porcentaje de su vocabulario del francés (tras la conquista de los normandos, en 1066). Y en cuanto al español, el vulgo nunca dejó de hablar su latín hasta que un día se había convertido en el castellano que hoy conocemos. La lengua es un espacio de hijos bastardos y mestizaje, de corrupción y degeneración. Para Francisco Moreno, Director del Instituto Cervantes de Chicago, se trata de una polémica falsa y reduccionista: "La trampa está en pensar que los detractores del espanglish son (todos) unos puristas recalcitrantes, que odian y persiguen con el dedo en alto cualquier manifestación que se escape de los cánones académicos, cada vez, por cierto, más abiertos y consensuados. También es falaz pensar que los defensores del spanglish son unos desleales, renegados, autistas,libérrimos, amantes del mal gusto y completamente irrespetuosos".

En el revés del spanglish hay otra pregunta: ¿en qué porcentaje los anglófonos de los EEUU cruzarán al español? Doris Sommer, catedrática de Harvard invitada al Congreso de Rosario, sostiene que estética y política se desarrollarían a través de la interferencia de lenguajes, amenazando la coherencia pero aumentando la flexibilidad. En su reciente libro Bilingual Aesthetics: A new sentimental education (Duke U. Press, 2004), escribe que una segunda lengua nos entrena en humildad y reconocimiento en un mundo acosado por mandatos de limpieza y conquista.

Así, en los bordes del bilingüismo entender implicaría una tolerancia a la incomodidad, inclusive hasta una temporaria humillación. Del bilingüismo, dice, se podría esperar una ambivalencia de códigos que ayuden a detener conflictos. En vez de la agresión existiría una opción estética ante lo extraño, un cauto dialogismo sin fin.Pero Sommer también cree que la tolerancia a la irritación es difícil de adquirir. Perderse entre voces nos acercaría a aquellos hábitos del corazón que Alexis de Tocqueville añoraba para la democracia. Si América siempre fue políglota y barroca, puede volver a vivir una irritación que ejercite sus lenguas, saberes y sentires. 

sábado, 16 de octubre de 2004

Ritmo musical y ritmo del pensar

La cátedra es un lugar perverso y una discordancia, de allí el rechazo que a veces genera. Pero es también una experiencia de pasión y resistencia. Una cátedra habla de lo ausente que habita una extraña región incompleta e inconsistente. Es una manera de traicionarnos, obligándonos a introducir otras identidades. Es que la cátedra añora lo que está por fuera de ella forzando al docente a socavar sus afirmaciones para permanecer fiel a su vocación. Por eso el docente tiende a irse y detestar la cátedra, el cautiverio que se presenta como pretensión de libertad de quienes confunden el pensar con una parada de malevaje. Si aprender supone leer la diferencia entre vida y lenguaje, enseñar es casi imposible sin tormentosas nubes interponiéndose en el camino. Mis cátedras, en ese sentido, pretenden ser una ansiedad de lecturas compartidas entre náufragos menos seguros, más sensibles ante lo ilegible. El conocimiento necesita tensión, ironía, apertura al lodo de la historia y la cultura. El profesor sabe que no hay descanso en esa paciente tarea donde una nota fuerte encuentra alivio en una débil y donde la intensidad musical puede inhibir el habla. Leer entonces es también poder pensar como la música nos hace y beber de los temores y temblores de las notas buscando una continuación de esas notas con las palabras. Para ello es que les pedimos bises a los músicos y ellos me piden, como profesor, que repita lo que dije. Así buscamos qué decir, qué tocar, como romper el tedio del discurso contínuo de la cátedra. La música, por su parte, amenaza con la continuidad del ritmo, de allí la importancia de una reflexión junto a ella. Pero la música es también conocimiento, una resistencia al habla, un lenguaje de lo intraducible. De allí que a veces no puedan leerse ciertos textos o tocarse ciertas partituras. El conocimiento de esas imposibilidades es el punto de partida y la oportunidad que ellos y yo tenemos en la cátedra para construir juntos canciones y saberes sobre los abismos de nuestro país.

lunes, 4 de octubre de 2004

La batalla entre el tiempo y el espacio

El devenir de la militancia política en la Argentina está marcado por una batalla entre el espacio y el tiempo, está atado al devenir de nuestra democracia, está marcado por los tiempos de la Argentina y del mundo.

Para militar hace falta una creencia: en la revolución, en la democracia, en la humanidad, en la ética, en la libertad, en la justicia, o en otras palabras de ese estilo, es decir, hace falta creer en la palabra. Más tarde la fuerza, el coraje y el emprendimiento de los militantes suelen declinar y crece el deseo de una vida fácil y tranquila.

Por eso militar es creer que el espacio puede vencer al tiempo. El símbolo máximo de esa virtual victoria del espacio sobre el tiempo es el guerrero: guerrero que se convierte en asceta, guerrero desterrado, guerrero de convento, guerrero del terror.

Cuando el valor por el que se guerrea se hace dogma o polvo, el militante se queda atrás o va más allá olvidando los derechos y aceptando la desaparición, la trepidación.

En el caso de la democracia, queda enfermo de democracia, del fuego de la democracia, de la muerte y el amor democráticos, ante la ley. Y ante eso, el arte de la supervivencia y la desesperanza como aliado alado de la muerte, que ahoga. De allí el odio a las palabras inútiles. O, entonces, las palabras del odio, evocando lo imposible frente a la técnica y la lógica democráticas. Y  la desesperanza genera una salida leve o excesiva, destructora, apasionada, fanática.

La historia nos enseña a esperar, de vez en cuando, lo inesperado. Podemos prever anomalías y sorpresas. Pero para que todos los horrores contradictorios que vivimos puedan juntarse en una sola doctrina ésta tendría que ser extrañísima y excepcional. Chesterton creía que esta doctrina era el cristianismo. ¿No la tendremos los argentinos en el peronismo? ¿Cuántas veces los antiperonistas acusaron (no sin alguna razón desde sus lugares de observación) al peronismo de ser una religión? El argentinismo es un cristianismo de inmigrantes que en este siglo conjugó políticamente el peronismo, con sus horrores, con su extrañeza, con su excepcionalidad, con su arte. No casualmente buscamos siempre la espada y la cruz. Occidente la busca. Por eso Bush no se cansa de decir que su cruzada no es contra el Islam. Porque lo es, aunque él no lo sepa o no quiera que sea así su militancia del petróleo.

El islamismo, por su parte, fue desde sus comienzos una religión de guerreros conquistadores del mundo, una orden caballeresca de cruzados disciplinados que sólo carecían del ascetismo sexual de sus contrapartes cristianas. Para Hegel el Islam había quedado atrás, en la comodidad y pereza orientales que Sarmiento ligaba a nuestra barbarie y que llega hasta la militancia en hoyos de golf que, en el mundo del militante, pueden convertirse en cavernas, de Platón a Bin Laden, lugar donde la tensión perdura. “La luz penetra en la caverna, reaccionando contra las brumas” (Juan I, 5).

Un presidente nuestro pudo haber sido un punto de encuentro entre las dos tradiciones pero el tiempo venció una vez más al espacio. El tiempo, que nos sobrevuela con sus aviones, y lo que percibimos debajo, en el espacio, son potencias esenciales. Camus decía: “El murmullo de los árabes continuaba por debajo de nosotros”. Y yo agregaría: como el ronroneo de un animal. La barbarie y la tragedia. Al-mutámid teniendo que pedir ayuda a otros bárbaros para protegerse de los bárbaros cristianos. Guerra y política. ¿Qué es la militancia política, en estas condiciones? Un pensamiento del desastre, donde el desastre es el mismo pensamiento diría Blanchot.

Y entonces, para calmar nuestro desasosiego, las religiones nos alcanzan un vaso de agua. Las de tradición semítica ven al mundo como campo de batalla entre el bien y el mal. El Islam, sabemos bien, está muy ligado históricamente al judaísmo y a la cristiandad: muchos elementos se comparten. Ese vaso de agua permite soportar el abismo de la experiencia del hombre enajenado de su animalidad que “está en el mundo como el agua dentro del agua” (Bataille), sin nunca recuperar su pertenencia a ese mundo.

La caída decae, produce cinismo, pesimismo, frivolidad, cuerpos que se consumen. Pero siempre podemos recordar la noción de la naturaleza cíclica de la historia de John Glubb, altamente influenciada por el pensamiento de Ibn Khaldun cuyas obras filosóficas tenía Saddam en su última choza y tal vez leía pensando en su lugar en la curva del ciclo del imperio o, como diría Vinicius de Moraes, de la ola. El libro de James Dale Davidson y William Rees-Mogg, The Great Reckoning, considera la posibilidad de un ciclo de siglos, señalando que cada quinientos años parece tener lugar un evento que cambia el curso de la historia: la invención de la pólvora, la caída de Roma, el nacimiento de Cristo. Y los puntos críticos de viraje estarían frecuentemente marcados por impresionantes avances en la tecnología. Hoy viviríamos en uno de esos puntos críticos terminando el ciclo iniciado con Colón. 

Sin saber todo esto, yo a los 18 años acababa de dejar la carrera de turismo para entrar en sociología pensando en cambiar la Argentina. Había ido a escuchar a un político, el primero de mi vida, a un cine de Morón. Me convenció y decidí militar en el barrio en vez de viajar. Militar era asistir a unas charlas y a los actos, cantar cantitos, ir a hacer pintadas, repartir folletos, y tratar de convencer a la gente para que se afilie al partido. Yo leía todo lo que se habia escrito sobre el partido y sobre la historia argentina. Quería discutir y, eventualmente, convencer. Ganó Alfonsín y no hice más nada, pero acompañé apoyando al gobierno hasta las felices pascuas.

Después la casa y la militancia se derrumban. Comencé a percibir esos días que ya estaba agrietada mucho antes y yo no lo había visto, cuando me contaban que algunos entre los que hacían el periódico de los estudiantes en un colegio secundario se quedaban con parte de la guita recaudada para el mismo, cuando un militante en la universidad se robaba la guita de las fotocopias del centro de estudiantes.

Yo queria estudiar y no militaba en la universidad sino en el barrio. La universidad era para mí un lugar para estudiar. La militancia estaba en el barrio, con todo tipo de personas, en la calle. Nunca creí y sigo sin creer en la militancia estudiantil, ese oxímoron de café. Hoy la universidad no es siquiera en muchos casos un lugar para estudiar, el tiempo también ha vencido al espacio allí.

Luego empecé a ver militancia rentada en la universidad. Y, como diría el Lole, vi algo que no me gustó. ¿Estaría legitimada la corrupción en las mismas voces críticas de la universidad? Milita y te llevarás guita. O en el barrio: Ven al acto y te doy de comer pasto. De ahí a las coimas en el senado hay un pasito. Pero hay sólo otro pasito a las coimas a la policía. Pensamiento coimero. No se puede sobrevivir de otra manera, dicen en el barrio.

La coima implica cierta confidencia, amistad incluso. Esto ayuda a entender el resultado de algunas elecciones y la elección de la coima misma como método. Cuando se dice “afana pero hace” eso es lo que está por detrás, como con la mafia. Afana pero me sonríe. La ley, en cambio, tiende a ser fría e impersonal.

 Mi pregunta es la siguiente: ¿Es posible una democracia cálida y amistosa sin corrupción? ¿Está en nuestra corrupción nuestra posibilidad de salvación y nuestra condena, en nuestra humanidad? ¿Hay pueblos que no tienen tan desarrollada esa posibilidad, condenados a la frialdad de sus leyes, a la predeterminación de sus actos, al miedo que les impide pensarse a sí mismos, a su éxito comercial-institucional? ¿Cuál es la dosis de miedo necesaria para no volvernos locos pero que no nos haga coimear? ¿Cuál es la dosis necesaria de ley, de libertad, de institución, de pensamiento, de justicia?

El devenir de la militancia política no es muy diferente al de la vida de los pueblos. Como dijo Kirchner, donde se toca sale pus. Hay corrupción en la calle. Hay corrupción en la universidad. Hay corrupción en los medios que denuncian la corrupción. Hay una legitimación cultural de la corrupción política, por detrás y más fuerte que la indignación, que he visto en todos lados. La política no es una esfera autónoma de lo social. Y la corrupción es la resistencia innoble de lo humano, demasiado humano, frente a la burocracia de la norma, la rigidez de una moral, la imposición de un Dios de Saddam o de Bush, la tentación del mal.

La corrupción es una forma de rebeldía, es un cagarse en todo antes de que se caguen en mí o porque ya se han cagado en mí. Es una acción desesperada, es decir, del que no puede ya esperar. Se nos ha enseñado a no esperar, a pensar que no hay tiempo cuando, en realidad, es casi lo único que hay. Nos hace falta un espíritu especial, recuperar una creencia (con el costo correspondiente en términos de la inocencia que toda creencia implica, pero eso es lo que nos vuelve precisamente “inocentes”, es decir, “no culpables”) para evitar la corrupción. Si no la recuperamos, es decir, sin saberlo pero sufriéndola, la corrupción continuará en estos niveles. Y si la recuperamos sufriremos mucho, pero el tiempo se detendrá y con él la corrupción misma (que es el tiempo). Necesitamos creer, al menos en la honestidad. Necesitamos esperar. Necesitamos utilizar lo que se nos impone (la espera) para nuestra propio anhelo. Como un jugador de tenis utilizando la fuerza del golpe de su adversario.

¿Dónde hay un militante? Hoy los veo en algunos piqueteros, en unos pocos políticos, en algunos maestros,  y en otros que gritan en la calle pidiendo la conversión. Hay uno de este último tipo todos los viernes en la esquina de mi casa. Grita desaforadamente. Y yo lo entiendo, está sacado, loco total. El riesgo es la locura. Pero la locura sin esa militancia puede llegar igual, fruto de la hipocresía a soportar, incluida la propia.

Muchos que escriben sobre la militancia hablan de los años 70. No voy a hablar de los 70, tiempos en que era un niño. Los chinos dicen que la patria es la niñez. A esa niñez, como el tiempo ya venció a ese espacio, no se regresa. Tal vez a la patria tampoco. De allí algunos nostalgiosos entre los que no me cuento. Si a algo hay que volver, es al futuro.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Medios públicos son todos IX

 

¿Quiénes supervisan a los medios? Gobierno, Estado, política y medios

            Los límites y funciones de los medios de comunicación no pueden estar fijados por la ética individual de cada funcionario, periodista o actor. Los gobiernos de turno suelen archivar las buenas intenciones de promover controles públicos o estatales a los medios que resulten en un poder de sanción real. La clase política es responsable de establecer normas para que los medios se rijan con principios éticos y de independencia. Las exigencias de una información completa, plural y objetiva deben ser para todos los medios de comunicación (sobre todo para aquellos que declaman ofrecerla) y también para los profesionales que forman parte de ellos.

 

La historia de los medios públicos es también la historia de la confusión entre lo estatal, lo gubernamental, lo privado y lo público. Como sosteníamos anteriormente, tal vez sea imposible y hasta indeseable que los medios públicos sean en nuestros países totalmente independientes de la política. El periodismo argentino ha estado siempre involucrado en la lucha política. Lo que es imprescindible es cambiar las leyes de funcionamiento de la política, de los medios y de las relaciones entre estas dos esferas. A pesar de esta urgencia y de la clara concepción de los medios como actores políticos, la sanción de una nueva ley no parece ser vista como prioritaria hoy por el gobierno[1]. La crisis de los medios públicos es de naturaleza y responsabilidad políticas en el marco de un aparato estatal que ha intervenido directamente en graves delitos y ha sido con frecuencia también objeto de ellos.

 

¿Cómo se reacciona ante un régimen mediático, se pregunta Umberto Eco, visto que para reaccionar sería necesario tener ese acceso a los medios de información que el régimen mediático precisamente controla?[2] No hay una política para los medios públicos porque no hay Estado en el sentido estricto o estrecho de la palabra, o el Estado siempre fue el gobierno de turno. El Estado ha sido el gobierno y lo privado lo exclusivamente mercantil. Y quienes más han protegido lo estatal han sido muchas veces las mismas burocracias políticas, militares y sindicales que gracias a ese Estado viven. O sea, lo han protegido muchas veces los mismos que han contribuido a su hundimiento.

 

La reducción de lo público a lo estatal, y de lo estatal a lo gubernamental, ha facilitado la discrecionalidad del poder de turno en el manejo de y las relaciones con los medios públicos.  En este marco se hace necesario evitar la degradación de la información política: es decir, luchar contra los intereses cortoplacistas que suspenden el debate serio y de largo plazo.  En la Argentina los medios han nacido con funciones de persuación política y fueron botines de gobierno, como lo fueron la Corte Suprema y  otros organismos que se supone estatales, independientes y que, en cambio, respondían al gobierno de turno. Ese es un problema. La posible desaparición de los medios públicos y de la percepción de todo medio de comunicación como medio público es el otro.

 

Se hace imprescindible entonces enfrentar una historia de burocracias sindicales, de intervenciones militares, de despilfarros financieros, de ausencias de políticas de largo plazo, de improvisaciones y provisionalidades institucionalizadas, de fracasados intentos renovadores, de superficilidades e irresponsabilidades, de baja calidad institucional, de ausencia de regulaciones, de intereses comerciales y negociados que son reflejos de nuestro país, de sus irregularidades, de su violencia e inestable administración y corrupción. Sin un abordaje corajudo, ético y profesional continuará, entre otras, una historia de impunidad e incompetencia en los medios públicos, que lo son todos, y en el país del cual son expresión, más allá de que los tibios aires de renovación y reconstrucción siempre nos reconforten temporariamente.


[1] Frente a una situación de desequilibrio entre el poder nominal y el real, el tema de los medios se ha vuelto para los gobernantes tan importante como intratable. El secretario de la presidencia, Oscar Parrilli, reconoció que la sanción de una nueva Ley de Radiodifusión es “una deuda pendiente de este gobierno”, aunque admitió que no es un tema prioritario en su agenda actual. (Diario Página12, Bs. As., 14-9-2004).

[2] Unberto Eco, “Los ojos del Duce”, Diario El País, 26 de enero de 2004

Medios públicos son todos VIII

Crónica de una muerte anunciada

 

Los medios “públicos” siempre sufrieron la suerte y la impronta de los gobiernos de turno. En esa discontinua historia de infinitos interventores una continuidad, decíamos, fue garantizada, algo fue preservado. Y señalábamos que lo que sobrevive no siempre es bueno por haber sobrevivido, y tal vez sufra el trauma de esa supervivencia de y en mundos irregulares.

 

Al tratarse de la distribución de contenidos simbólicos, los gobiernos y los grupos económicos siempre han querido y no en pocas ocasiones han logrado controlar el funcionamiento de los medios a lo largo de la historia argentina. Desde su creación éstos estuvieron sometidos a todo tipo de vaivenes políticos, estilísticos, estéticos, económicos y jurídicos, reflejando lo que sucede en el país y el modelo de Estado vigente: hemos tenido medios populistas, progresistas, dictatoriales, timberos, obscenos, con las variantes que marcaran las diferentes internas políticas. Todos llevaban su muerte anunciada en las limitaciones de sus Estados, reproduciendo un discurso que los regeneraba y justificaba en cada temporalidad.

 

La historia de la radiotelevisión argentina muestra que el sector burocrático-estatal normalmente abanderado de lo “público” y el privado se han trabado el uno al otro, en un dualismo que ha condenado al país. Nos ha resultado difícil pensar los medios más allá de un juego estratégico de intereses que ponga a nuestros antagonistas de ocasión en una situación comprometida. Y el problema es que las prácticas de las fuerzas sociales que operan en el campo de la comunicación social masiva tienen una importancia político-social fundamental para nuestra socialización, nuestra identidad y nuestra democracia[1].

 Septiembre, 2004.



[1] Germán Yances, en “La Televisión, un bien público y un papel social” sostiene que la televisión comercial “siempre intenta negar su función social”. 

Medios públicos son todos VII

¿Quiénes deben estar al frente de los medios públicos, que lo son todos?

           

Sin duda profesionales responsables, creativos, honestos. Casi siempre falta un personaje en el recuento de la tragedia nacional: los mismos medios y los periodistas. Muchas personas capaces se han ido de esos escenarios (como de la política, de las aulas, o del mismo mundo) voluntaria e involuntariamente. En nuestro país (y tal vez en muchos otros países) con frecuencia han sido los honestos los que renunciaron, los que han desaparecido. Por eso, insisto, no es sólo un problema de discontinuidad sino también de continuidad de quienes siempre se han quedado en pantalla, al aire o en la página, sobreviviendo a las más diversas administraciones. El problema de quienes habitan con continuidad los medios de comunicación y gozan de sus micrófonos, altoparlantes y columnas, no es muy diferente del problema de quienes habitan con continuidad otras áreas de lo público en un país de vaivenes como el nuestro.

 

Necesitamos profesionales criteriosos, con capacidad lingüística y reflexiva, responsables en el tratamiento de la información. Es necesario generar una ética periodística que ponga límite a quienes no pueden dar cuenta de profesionalidad, criterio o capacidad de reflexión y que, sin embargo,  “forman” nuestras opiniones junto a otros que sí han cultivado la palabra, son profesionales, y reflexionan con criterio. Pero estas voces más autorizadas o responsables frente a una audiencia masiva muchas veces quedan fuera de los medios de comunicación donde nos encontramos con algunos gritones locutores o conductores de pobres recursos linguísticos en programas que oscilan entre la chabacaneria y la superficialidad.

 

Se necesitan personas idóneas y sin amiguismos espurios para rediseñar los medios a partir de lo que es clave en ellos: quién programa, quién produce, quién conduce.  Y requerir calidad profesional e intelectual para una organización de servicio público, como lo es todo medio, público o privado. Es necesario en ese sentido atraer a personas de confianza pública e intachable trayectoria para las voces de los micrófonos, voces que no tienen por que no ser entretenidas sin ser embrutecedoras o siniestras.
 

Medios públicos son todos VI

Sueño con serpientes

Se espera mucho de los “bienes simbólicos” que los medios pueden redistribuir. En ese sentido, E. Fox ha señalado que

 

Ante el fracaso de esquemas de desarrollo político y económico para alcanzar la democracia, la cultura y la comunicación han llegado a ser vistas como la última avanzada de la diversidad y la libertad.[1]

 

Pero hay un modo de interacción social, una construcción del conocimiento, en el lenguaje y ritmo de la comunicación audiovisual que nos lleva a replantearnos nuevamente en qué consiste ser sujeto:

 

 ¿Cómo pasar de los sujetos simulados por el populismo mediatico y político a la construcción de escenas ciudadanas verosímiles donde muchas voces confíen duraderamente que vale la pena hablar y escuchar a los otros?

En un mundo donde las decisiones anónimas –del mercado, de las siglas transnacionales- empeoran las condiciones de vida de las mayorías es peligroso que la tecnocracia económica ahogue a los actores políticos y reduzca las ocasiones de que existan sujetos a las escenas imaginarias de los medios (G. Canclini 211-212).

 

Jürgen Habermas vio con preocupación la caída del discurso público sin cuya reconstrucción no era imaginable el progreso. El consenso genuino sólo se podría construir si todos los participantes en el diálogo tienen una justa parte en el discurso y se les permite libremente afirmar o cuestionar cualquier declaración, pudiendo expresarse sin ser dominados, material o ideológicamente, por otro hablante.[2] De allí la importancia de una concepción pública de los medios.

 

Hannah Arendt, por su parte, distinguió a los reinos privado y público como “la distinción entre las cosas que deberían estar escondidas y las cosas que deberian mostrarse” (72). En las últimas décadas en Argentina hubo mucho para esconder, lo que salía a la luz se esperaba quedase oculto y nos quedamos sin territorio público salvo el que asumieron para sí los medios privados de comunicación a donde recurrían los ciudadanos desamparados por lo público. Así la denuncia periodística fue una manera de esperar que los medios se hagan cargo de nuestras palabras y actúen por nosotros. Si “hoy la política y los políticos se construyen en la televisión”[3] es porque la televisión es una nueva forma que ha asumido el espacio público. Y

 

toda construcción social de una nueva instancia del espacio público interviene en una redefinición de las relaciones políticas entre la ciudadanía y los institutos de poder del estado e, inclusive, en las formas mismas que debe entonces adoptar el régimen de gobierno (Caletti 82).

 

El impulso vital que caracteriza un espacio público era para Simmel, “un impulso de vitalidad contenida”, un horizonte de paz pero con dos límites aterradores: la identificación (que no deja espacio para la libertad) y la invasión (por ser un espacio de reserva y recados). El horizonte del espacio público es entonces hoy un frágil horizonte de paz en tiempos oscuros de sociedades fragmentadas, privatizadas, en retirada:

 

Un número continuamente creciente de hombres en los países del mundo occidental donde, desde fines de la antigüedad, la libertad de no hacer política se concibió como una de las libertades fundamentales, hace uso de esta libertad y se retira del mundo y sus obligaciones…Con cada retiro de este tipo se produce una pérdida casi demostrable; lo que se pierde es el intervalo específico y habitualmente irremplazable que habría debido formarse entre ese hombre y sus semejantes (Arendt, VP 13).

 

Todos somos de alguna manera inmigrantes de ese espacio, siempre pensando en la posibilidad de volver a hacernos cargo hoy del babelismo cultural de lo público y sus problemáticas interacciones donde todo debe recomenzar siempre (Joseph 146). La misma historia de la cultura pública es la historia de las pérdidas y recuperaciones de confianza en la capacidad de la comunicación. ¿Y desde qué basamentos se recupera esa confianza, se funda la solidaridad, se reconstruyen un tejido ético y una moral cívica en tiempos de zozobra? Podemos imaginar a los medios, forzando a Durkheim a una historia que no conoció, como instrumentos de influencia, responsables de tareas de asistencia, educación, vida estética y recreación: sueño con serpientes de recreadas y recreativas corporaciones mediáticas colaborando hacia una concepción de lo público y lo político que no las deja afuera.


[1] En Muraro, Heriberto.  La comunicación masiva durante la dictadura militar y la transición democrática en la Argentina 1973 – 1986, en http://members.fortunecity.es/robertexto/archivo/comunic_masiva.htm

[2] Habermas, The Philosophical Discourse of Modernity, 1985.

[3] Sarlo, B. “Estetica y politica, la escena massmediatica”, en Schmucler, H. Y Malta, M. C. (coords.) Politica y Comunicación, Catalogos, Bs. As., 1992.

Medios públicos son todos V

¿Qué modelos queremos para los medios públicos, que lo son todos?

¿Cuáles son los intereses de los ciudadanos con respecto a los medios públicos, a su programación? ¿Hay que seguir esos intereses al pie de la letra? ¿Qué significa “que sea de interés para la comunidad” cuando una comunidad se halla resquebrajada? ¿Cuál es ese interés? ¿Quién lo define? ¿Cuál es el “beneficio de la comunidad”?

 

La oferta también construye una demanda. Limitarse a seguir el interés de consumo de la audiencia puede ser tan peligroso como ignorarlo.  Hay cosas que la opinión pública prefiere ignorar, no ver, noticias indeseadas y noticias deseadas. Y en nuestra historia

 

ambos, audiencias y medios, construyeron la nave demencial en la que las mayorias se embarcaron para navegar por las aguas turbulentas de la noticia deseada aunque corriera sangre por ello (Wiñazki 166).

 

E insiste Wiñazki:

 

La noticia deseada es una construccion uteromórfica plural, un sistema de representaciones sin articulación empírica en que la sociedad se inserta como quien se sumerge en aguas uterinas como protección contra la realidad misma. Con los ojos cerrados, el pulgar en la boca y los sentidos adormecidos por la situación no objetal, prenatal, en la que se encierran, las masas infantilizadas encuentran sus úteros masivos (225).

 

Hay que tener cuidado con la expresión “lo que la gente quiere”. El uso de la misma expresión “gente”, tan mediática en estos años, precisaría ser revisada en lo que anula. No hay “gente” sin medios que co-construyan su voluntad en un país que ha preferido no ver, donde muchas veces no se quiere saber, tal vez porque lo que hay que ver y saber es muy terrible de enfrentar o no puede ser enfrentado. Y allí aparecen los medios para hacernos sentir “gente”. Tal vez se trate de no ser más exclusivamente “gente”, “aburridos” o “divertidos”.

 

¿Cómo recuperar la concepción de la comunicación como un bien público?[1] Se ha naturalizado una noción de comunicación privada comercial cuando la comunicación es un bien público que nos atraviesa y conforma como sociedad. Una nueva legislación al respecto es una necesidad tan clara como poderosas las fuerzas que han postergado esa instancia[2]. Pero también sabemos lo limitado del peso de las leyes en nuestra sociedad, con lo cual no alcanza con legislar aunque este soporte sea imperioso y fundamental para una recuperación de la comunicación como actividad que se desarrolla e impacta en el mundo de lo público[3].

 

Pero ni siquiera es claro hoy qué es un medio “público”. Tibios y bienvenidos debates se han iniciado ante la ausencia de una política clara al respecto[4] de parte de un Estado que ha estado hasta hace poco tiempo en retirada de su misma esfera de competencia[5]. Carlos Gabetta nos recuerda que en Francia

 

 "y en circunstancias parecidas a las nuestras de hoy, el entonces presidente Mitterrand armó una comisión pequeña, con gran capacidad técnica, nula burocracia e integrada por una periodista independiente, legisladores y sindicalistas, que en seis meses hizo una serie de propuestas sobre los medios públicos abiertas a la opinión pública".[6]

 

Pero esta ha sido una salida francesa. Las circunstancias pueden ser parecidas pero la historia de sus medios y organizaciones de la sociedad civil no lo es, salvo en las marcas directrices del proceso civilizatorio y del derrotero del Estado capitalista que afectan de manera desigual a los diversos países.

 

En América Latina en general los medios combinaron características de los modelos europeos y norteamericano pero con preponderancia de este último.

En muchos de los países europeos occidentales, la radiodifusión, definida como servicio público quedó, en un principio, en manos del Estado. Y si con el tiempo se otorgaron licencias a empresas privadas se le impusieron a éstas obligaciones propias de una actividad pública.[7]  En Estados Unidos, en cambio, la radiodifusión ha sido concebida fundamentalmente como un negocio comercial de libre competencia. A pesar de ello, allí el Estado reservó una parte también para el sector público.[8]

 

En la Argentina está pendiente un tratamiento de una nueva ley para los medios públicos y privados y más de veinte años de democracia no han sido suficientes para materializarla. De ello los mismos medios son también responsables como actores fundamentales de la vida cultural, política e institucional de nuestro país.

 

La apertura y ampliación de la escena mediática que llegaron con la democracia multiplicaron las voces del espacio público pero, al mismo tiempo, se produjo una concentración en la propiedad creándose grupos multimedia que dominan ese espacio y cuya puerta fue abierta por las modificaciones realizadas a la legislación de medios en los años 90. Como resultado, existe hoy una preocupación en torno a la concentración en el suministro y la distribución de la información por parte de los multimedios privados o con una influencia política del gobierno en el caso de los medios estatales. Los sucesivos decretos emitidos con la esperanza de generar un cambio en estos últimos son una muestra del fracaso hasta hoy en lograr un marco diferente[9]. 

 

Soledad Gallego Díaz, columnista de El País de Madrid,  abordaba hace unos días la suerte de RTVE, Radio Televisión Española, cuyo futuro también está en debate:

Para mejorar RTVE no hace falta que sus respectivos responsables sean unos genios, capaces de arreglar cualquier problema en menos de dos meses. Lo que hace falta es que, dirija quien dirija los medios de comunicación de propiedad pública, estén obligados a seguir unas determinadas normas de funcionamiento y se les pueda exigir su cumplimiento escrupuloso, bajo pena de cese.[10]

 

Con excesiva frecuencia aún la pobre legislación existente sobre medios ha sido burlada. El comportamiento de éstos también depende de las características estructurales del sistema político vigente en el país donde operan, del poder o debilidad de sus audiencias, de la autoridad y capacidad de acción de sus partidos políticos y asociaciones civiles.  En ese contexto, se hace necesario repensar lo público desde lo regional, lo local y lo comunitario; repensar los medios y una mentalidad sobre el Estado y lo público concibiendo todos los medios como medios públicos, algunos privados y otros estatales.

 

Pero aún dentro de la concepción restringida de lo público como estatal también mucho es lo que puede hacerse. En Italia ciudadanos organizados a través de distintas instituciones académicas y políticas están tratando de repensar el sentido de los medios públicos hacia una concepción social y participativa. Y en Colombia, acorde a Jesús Martín Barbero:


lo que estamos pidiendo al canal público es una identidad de marca, para competir con la identidad de marca de los privados, de esta sociedad de mercados; hasta lo público tiene que tener su rostro, su propia identidad (…) toda la televisión pública necesita su identidad de proyecto nacional en términos de tener imaginación para recoger de los viejos géneros y nuevos géneros todo aquello que permita una participación cada vez mayor de actores sociales (…) hay que pensar en serio una integración (…) de la programación que permita hacer una carpa gigantesca a People a Discovery Channel a los programas de geografía, de historia del mundo, que pueden ser vistos por la mayoría de colombianos que jamás podrían suscribirse a televisión por cable (…) esos canales pueden ser comprados y pueden ser puestos en la televisión publica posibilitando a la mayoría de los colombianos ver lo mejor del mundo desde los canales comunitarios, desde señal Colombia y desde los regionales[11]

 

En Europa, como dijimos, se adoptó en su momento una estructura de servicio público precisamente para que el Estado garantice la libertad de expresión, siendo éste también uno de los argumentos que se ha utilizado en el contexto latinoamericano para su privatización. Pero, como ya señalamos, la tradición pública europea es distinta de la Argentina por lo cual es peligroso importar modelos nacidos en otras culturas públicas. La pregunta es: ¿Cómo se cambia una cultura pública? ¿Cuánto tiempo y que tipo de continuidades y discontinuidades son necesarias?

 

En cuanto a las vinculaciones con los gobiernos, éstas siempre existen. No se puede pensar en un sistema completamente independiente del poder político ni tampoco hay porqué pensarlo como medio de propaganda de este último. Ese es también el caso de los medios públicos en Gran Bretaña y los países escandinavos y, con mayor claridad, los casos de Francia e Italia. Siempre hay presiones con mayor o menor grado de influencia.  Un caso interesante es el modelo sueco donde entre los accionistas privados de las corporaciones hay movimientos sociales y aquellas se hallan bajo claras estructuras de regulación y control público. Otro ejemplo a considerar es el de la subasta de espacios anuales de televisión en Gran Bretaña por parte del Estado que juzga los productos.

 

La historia de los medios y del Estado en la Argentina ha también continuado en parte las tendencias globales en el capitalismo occidental. A mediados de los años 40 los medios públicos constituían una pequeña y acotada corporación en casi todos los países. Luego de la guerra, la necesidad de consenso para la reconstrucción de la sociedad europea redujo las diferencias y facilitó la elaboración de políticas de Estado para los medios, tan necesarias hoy en la Argentina. La aparición en los ’70 del cable, las grandes estaciones satelitales y la FM  restringieron la idea de un monopolio estatal lo que, sumado a una fuerte crisis económica, derrumbó el consenso mencionado. Las radios libres europeas crecieron junto a un uso comercial de las FM y ante un modelo que perdía legitimidad. Y allí las cadenas y productoras norteamericanas vieron el negocio junto a las grandes agencias de publicidad que encontraron un territorio virgen que se abría con capacidad de consumo. La prensa ya concentrada percibió posibles inversiones en el sector con un mercado de lectura de diarios ya saturado. Pero además se había consolidado la empresa multinacional que no iba a defender sistemas nacionales opuestos a la internacionalización y apertura de los mercados. Así desde 1980 en adelante se llevo a cabo una privatización de algunos servicios públicos mientras otros han logrado mantenerse en la diferencia. 

 

Pero al mismo tiempo, en esos diversos países europeos, en los Estados Unidos, Canadá y en algunos países de América Latina (Colombia y Chile, por ejemplo) se han creado comisiones o consejos encargados de la temática de la radiodifusión. En Gran Bretaña existen varios organismos encargados de la materia.[12] En Francia, una ley puso el conjunto de las redes televisivas y radiofónicas francesas bajo la autoridad de un organismo administrativo independiente, como existe también en Estados Unidos (Federal Communications Comission - FCC)  y Canadá, denominado Consejo Superior de lo Audiovisual y encargado, entre otras cosas, de controlar con poder de sanción el respeto de los medios de sus obligaciones legales, velar por la protección de la infancia y defender la lengua francesa. En Argentina tenemos el COMFER, que depende de la presidencia de la Nación, y cuyas regulaciones no han sido siempre suficientes o eficaces para evitar los problemas que se han presentado. Por ello, debe llevarse a cabo un cambio sustantivo.  Sosteniendo esto último y pensando en el caso peruano, Samuel Yupanqui afirma que

 

Resulta indispensable crear un Consejo Nacional de Televisión, ajeno al gobierno

encargado de conceder y revocar las autorizaciones y licencias y verificar las faltas

cometidas, como sucede en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Colombia, Chile, etc. Su composición, forma de designación de sus miembros, y competencias, deberá garantizar su autonomía frente al gobierno (12)

 

El problema es que, como Valerio Fuenzalida ha sostenido, la definición de lo que se entiende por servicio público es una definición local. Por eso,

 

no hay un solo concepto de TV pública. Éste ha ido cambiando y se acabó esa idea de que los conceptos europeos eran los vigentes[13]

 

Por lo general, medios “públicos” han sido sinónimos de medios estatales e injerencia política. Esta relación es hoy controversial en la Italia de Berlusconi, en España (donde el nombramiento de la cabeza de TVE, como en Argentina, depende del presidente de turno)[14] o hasta en la novedosa experiencia chilena, donde sería igualmente el “cuoteo” entre los partidos el que determinaría la selección de los miembros del directorio.[15]

 

De cualquier manera y acorde al devenir del Estado capitalista, en muchos lugares los medios públicos en su versión estatal vienen atravesando una crisis que ha llevado a replantearse su misma existencia generando acuerdos con los canales privados. En EEUU todas las redes de cable con mas de 3500 abonados fueron obligadas crear un canal estatal y un espacio televisivo a disposición de cualquier grupo o individuo que quisiera transmitir mensajes no comerciales[16]. En Canadá, los operadores de tv cable deben ofrecer un canal comunitario (Radakovich, 19-20)

 

En ese sentido puede pensarse que el futuro de los medios va a depender de los consensos entre los ámbitos “público” y “privado” que puedan lograrse en el ámbito político de cada país, consenso que de manera interesante tiene como escenario de posibilidad las voces dentro de esos mismos medios. Y entonces el facilismo de la exhibición de un modelo europeo exitoso puede contrastar con la realidad de las necesidades, posibilidades y tradiciones locales.

 

De la misma manera, si bien hay quienes plantean un modelo latinoamericano de medios públicos (específicamente para el caso de la televisión) las diferencias regionales latinoamericanas ya mencionadas tampoco facilitan la adopción de un modelo único. La reforma estructural que necesitan los medios en Argentina y en otros países de Latinoamerica no puede ser saldada con modelos europeos modernos ni con americanos precolombinos o norteamericanos donde el sector privado realiza un aporte interesado e interesante a la esfera pública.

 

La tendencia mundial de cancelación de proyectos públicos ha tenido diversos efectos y se ha materializado de diversas maneras según las tradiciones e historias políticas de cada país, como era de esperar. Por ello lo que es saludable para un país en términos de políticas públicas puede ser y ha demostrado ser devastador para otro donde los derechos y controles sociales sobre la producción y circulación de la información y el entretenimiento en manos privadas no pueden materializarse, donde el Estado ha agonizado ante la mercantilizacion de la vida social y se ha limitado por la transferencia de sus poderes a instancias trasnacionales.  

 

¿En qué se van convirtiendo entonces el espacio público y la política como gestión de la sociedad? Mientras el ciberespacio se convierte en una nueva instancia de la vida social y del espacio público, más allá del todavía dominio de la televisión en este sentido (espectacularizando lo público y reduciendo el papel de la vida social), a la ”retirada del Estado” ha correspondido una “retirada de la ciudadanía”, definiéndose el espacio público argentino hoy por su mismo desequilibrio y descontrol. Hoy vivimos una confusión entre la vida privada y la pública. En algún momento “público” solía significar “bien común”, “abierto a la observación general”. Y “privado” quería decir “privilegiado”. Lo público también ha significado limitaciones a la expresión, cuidados a la infancia, promoción de la civilidad. Hoy esa vida pública parece abandonada.


[1] La Constitución colombiana señala que “el espectro electromagnético es un bien público inenajenable e imprescriptible sujeto a la gestión y control del Estado” (artículo 75).

[2] Esta legislación podría entre otras cosas promover que se declare de interés público y comunitario a los pequeños y medianos medios de comunicación, lo cual es una reivindicación promovida por Fetracom (Federación de Trabajadores de la Comunicación). Vre http://www.enredando.org.ar/noticias-rytics.shtml?x=11791

[3] Ver Washington Uranga, “La ley de radiodifusión”, Diario Página 12, 28 de septiembre de 2004.

[4] El mismo Alberto Fernández ha reconocido que “falta una política para los medios públicos”. Diario Clarín, 29/05/04. En  cuanto a los debates, la FETRACOM ha decidido abrir conversaciones con sectores sociales, culturales, educativos, gremiales y estudiantiles para discutir también qué tipo de periodismo y trabajadores de la comunicación son necesarios en una etapa social y política como la actual.

[5] Enrique Albistur, secretario de medios de la Nación, afirmó que “durante muchos años se preguntaron para qué tener un medio público, de qué servía”. En esa misma entrevista los senadores Latorre y Conti manifestaron la necesidad de reafirmar “el carácter público de la comunicación”. Ver http://www.rt-a.com/86/06-86.htm

[6] En “Canal 7. Debate sobre Medios Públicos. En la vuelta de “Los siete locos”, 28-4-2004. Como interesante punto de partida en este sentido existe en nuestro país un documento titulado "Una radiodifusión pública para la democracia. Principios básicos sobre el funcionamiento de la Radio y Televisión", elaborado por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), Poder Ciudadano, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA), la Asociación Periodistas, con el aporte de periodistas, personalidades de la cultura, intelectuales y expertos en radiodifusión.

[7] En el Fórum Barcelona 2004 «Por una redefinición de los medios de comunicación públicos», el director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV), Joan Majó, afirmó que «las empresas privadas también tienen obligaciones de servicio público». Jerry Starr, representante de la BBC sostuvo que «las ondas hertzianas son públicas y deben estar reguladas». Por su parte, el director general de la Radio Televisión de Andalucía, Rafael Camacho dijo que los medios deben garantizar ciertos derechos y que, por tanto, «es necesaria una redefinición de su modelo».
Ver http://www.barcelona2004.org/esp/actualidad/noticias/html/f042054.htm

[8] En 1967, la Comisión Carnegie para Televisión Educacional de Estados Unidos, propuso un sistema de radiodifusión que fuera capaz de servir como "foro de debate y controversia, proporcionando voz a aquellos grupos de la población que de otro modo no serían oídos, para así poder ver los Estados Unidos en toda su diversidad". Ver documento “Una radiodifusión pública para la democracia” en http://www.cels.org.ar/Site_cels/documentos/a_docs_trabajo/7_acceso/acceso_pdf/Radiodifusion.pdf

[9] Decretos:      - 1/2001, se disuelve ATC SA y TELAM SA y se crea el Sistema Nacional de Medios Públicos Sociedad del Estado

- 2/2002, Se intervino el SNMP. Por  180 días hábiles se declaró interventor a Marcelo Simón para auditar y reestructurar alas sociedad por irregularidades.

- 9/2002, Por dificultades operativas planteadas por el interventor se otorgó una prorroga de 120 días más.

- 8/2003, Subsisten los motivos de la prórroga por lo tanto se designa un nuevo interventor, José Paquez.

[10] En Susana Reinoso, “Canal 7 y un modelo ausente”. Se ha visto enormemente afectada nuestra capacidad de exigir, de demandar el cumplimiento de normas y de esperar ciertos comportamientos en un mundo que ha decidido justificarlo y aceptarlo todo, donde el mal –como claramente señalara Hannah Arendt- se ha banalizado, donde la indignación se ha vuelto un valor anacrónico.

[11] Jesús Martín Barbero, “Lo que no puede faltar en la legislación de televisión”, cit. en bibl.

[12] La Independent Televison Commission (ITC) regula la televisión privada, regional y local, otorga licencias e impone sanciones incluyendo la revocación de las licencias. La Broadcasting Complaints Commission (BCC) decide acerca de los reclamos por tratos injustos y por violaciones a la intimidad en la programación. Su financiamiento corre a cargo de los entes de televisión. Y la Broadcasting Standards Council (BSC) elabora estándares en materia de sexualidad, violencia, gusto y decencia a los cuales deben sujetarse las emisiones de televisión; supervisa las emisiones que proceden del exterior y que pueden ser recibidas en el Reino Unido. Ver Yupanqui , Samuel B. Abad. “Derechos fundamentales y regulación democrática de la televisión” cit. en bibl.

[13] En “Chile: La tarea pendiente”, 

http://www.quepasa.cl/revista/2004/03/19/t-19.03.QP.CYT.TVN.html

[14] En “Chile: La tarea pendiente”, 

http://www.quepasa.cl/revista/2004/03/19/t-19.03.QP.CYT.TVN.html

[15] Horacio Brum, “Chile: ¿A quién representa TVN?” en http://www.portaldelpluralismo.cl/interno.asp?id=2253

[16] Radakovich aclara que esta reglamentación ha variado a lo largo de los años