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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

viernes, 31 de octubre de 2008

Abandono

            A todo el mundo le llega su mandarina. Todo cambió y pensé: a lo mejor Martín no se murió, o a lo mejor ya estaba muerto. Como si la historia no existiera, como si los porotos no se desperdigaran por el piso. Después de tantos padecimientos, debemos recibir corteses un certificado de defunción. Si la vida mata y la muerte vive, sentimos por fin la angustia del abandono.

            –No existimos, quiere decir–, explica Gamin.

            Blackhole es una licuadora de polvaredas, una moledora de blancos, una picadora de ficciones. Esta hoja, por ejemplo, es más real que Martín. Aún aquí dentro. Pasamos en un breve instante de la ausencia a la muerte. Esta hoja ya es más real que Roberto, quien en este momento puede estar muerto. Todos, cualquiera menos yo, están, cada uno, personalmente, para mí, como muertos.

            Por eso Martín improvisaba sin cesar un mundo en torno suyo. Cada uno de los instantes le permitía una percepción ilusoria de una cierta estabilidad. Pero ahora la ilusión ya no es posible porque la realidad tampoco lo es. No hay nada más eterno que la ausencia ni nada más infinito que la soledad. Otros testimonios nos aseguran que lo vieron ese mismo día avanzando por el patio, mirando a su alrededor, con angustia temblorosa, en busca de alguien a quien decirle alguna cosa. ¿Qué era lo que necesitaba y no podía decir Martín?  Es difícil hoy imaginar esas palabras nunca pronunciadas de esa especie de rata cósmica de los andenes, enigmáticamente indiferente, inexplicablemente raro a todo lo que le rodeaba.

jueves, 30 de octubre de 2008

Preguntas

            ¿Por qué me hacés esto? Yo me quedé un rato tomando un café en el bar de la esquina. Promesas, deseo. ¿Y si hubiera un malentendido? Es imposible integrarlo a un milagro espectral ya que se sitúa en la deformación: estrategia de liquidación, de indiferencia de lo social. Uno no sabe a quien creerle, uno no sabe bien quien dice la verdad y quien miente. En medio del funeral, Fabián intentaba rascarse sin que se le notara, por ejemplo. No se trata aquí de disculparlo.

            –Piense algo, debe haber alguna solución–, le decía Antonio al Motú.

            Si Diosblo tuviera una inteligencia similar a la nuestra y además gozase de un conocimiento perfecto de todas las fuerzas que animan a la naturaleza, y de la posición mutua de los seres que la componen, para él nada sería incierto, fácil sería encontrar alguna solución. El porvenir, al igual que el pasado, estarían presentes ante sus ojos. ¿Qué deberíamos hacer, entonces?

            De algo Mario estaba seguro. No quería repetir aquellas humillaciones. Miraba cara a cara al viento como si éste fuera su adversario personal, como si quisiera averiguar sus ocultas intenciones y adivinar la dirección y la fuerza real de su empuje. Por su parte, Martín esperaba con ansiedad que esta situación cambiara. Esperaba inmóvil, en silencio.

            –Mirá la hora que es. Así no vamos a llegar nunca, Martín–, le decía Yoshiaki. –¿Podríamos cambiarlo de lugar? ¿Y si cambiamos nosotros de lugar?– Yo tan sólo atinaba a silbar una melodía. Y me dije, respondiendo para mí a la pregunta de Yoshiaki: –Cuando termino esta canción salgo.

            Lo más terrible sobre esta tierra es que todos tienen sus razones. Blackhole las conoce todas, presencia además todos nuestros olvidos mientras afila sus acantilados carnívoros. Y todos terminan cansados por esta historia sin sentido. Blackhole se cansa, los dioses se cansan, los pájaros se cansan, las heridas se cansan, penosamente.

            –Quédense en sus mesas y escuchen. No, mejor no. Ni siquiera escuchen. Esperen solamente. No, no esperen tampoco. Quédense piolas, queridos radioescuchas. Quédense solos y en silencio. Blackhole habrá de desenmascararse–, solía predicarnos el Motú desde su frecuencia.

            Lo decisivo era la impotencia ante esta situación. ¿Y si nos vamos y lo otro llega durante nuestra ausencia?  Había que dejar que las cosas ocurran. No había otra cosa que hacer sino mirar, recolectar, testimoniar, preservar. Una angustia así solía enfermarlo a Walker, lo esquizofrenizaba. Hacía que se preocupase mucho por sí mismo, que no se creyera a sí mismo. Pero ahora no podía perderse, todos los caminos habían conducido al muro.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Ambición

Juan y Eva Perón seguramente eran personas bastante rudimentarias, como lo son los militares. La ambición mayor del general Galtieri era parecerse a Perón. Es imposible imaginar una ambiión más modesta, ¿verdad?
Jorge Luis Borges

Amnesia


¿Credulidad? Nada de eso. La memoria descansa al final. Martín no puede reencontrarse. Uno se pierde en un laberinto sin recuerdos. Lo que imaginamos es también lo que recordamos. El había dicho que no lo iba a hacer y después lo hizo en los cumpleaños o en fiestas tan tradicionales como navidad y fin de año, día de la madre y del padre. Aquel día fatal habíamos salido por la mañana con Vallejo y Martín a buscar las nuevas heridas. Pensábamos que podría servir para bautizar millones de mensajes perdidos por distintas causas, frustrando seres en una grotesca mirada, en un paisaje envuelto en una soga. Pero el espíritu de Martín, su alma, su sed, se eleva tan solo ahora, en el momento de su olvido. Una herida de katana le había atravesado el corazón. Podríamos, junto a los pájaros, olvidar la trampa de su asesinato. Pero la trampa no puede olvidarnos. Tan sólo algunos días después de su muerte, frente al pelotazo que me habría de dar en plena boca, habría yo de comenzar a olvidar aquella noche en que, sin su padre ni su madre, lo llevaron a conocer el miedo. Hoy ya no recuerdo tan bien. La amnesia ha comenzado a tener un efecto directo en mí, empezando por el olvido de los nombres propios, llevándome a trastocar y trastornar frases, como es habitual. Y también por los recuerdos bien recientes:

–¿Dónde mierda puse el sobre con los recibos? ¿Qué estaba diciendo cuando dije esto?

            Las cartas de Martín, harto escuetas por cierto, evidencian la tremenda fragilidad que lo abrumaba, su absoluta puntería para elegir lo incorrecto, lo inseguro. Herido en el centro de su ánimo, Martín Walker, que nunca ha de restablecerse, palpaba el azúcar derramada sobre las baldosas sucias y abiertas, olía a vulnerabilidad, rozaba crucigramas de un pasado que ya no recuerdo, que tal vez no quiera o no pueda recordar.

            Martín se tragaba su propia sed, buscaba el olvido. El querer el olvido es un problema antropológico: desde siempre, el hombre sintió el deseo de reescribirse. El querer el olvido era, para Martín, mucho más que la tentación de una trampa: era la posibilidad del reino del absoluto, de lo absolutamente absoluto.

martes, 28 de octubre de 2008

El primer trabajador

Perón se designó a si mismo como "el primer trabajador" y reunía a miles de personas que estaban obligadas a cantarle "Perón, Perón, qué grande sos". Una persona que actúa así debe estar loca.

Jorge Luis Borges

"El Usurpador"

            Difícil augurar los tumultos, los silencios, los muertos. Ayer la vi a Catalina sin mucha gente en la calle. Parecía que estaba por caerse mientras caminaba como una equilibrista por el mismo cordón de la vereda por el que Gamin se había escapado. Era otra. Las gallinas de la casa de Mario Vallejo cacareaban unánimemente a sus espaldas. Pero el ruido no venía solo de allí. En realidad, los disturbios en la calle lo generaban, discusiones que parecen haber comenzado bastante espontáneamente junto con otros movimientos terrestres. Una vez opacados, quedaba la exasperante sensación espacial. El número de personas involucradas podía ser cualquiera. Todos se parecían y, de cerca, te decían cosas y te miraban, esos niños perpetuos de rituales paternos. A fin de cuentas, Blackhole, mi isla después de todo, es famosa por su alimentada y protestona población mendiga, llena de suposiciones.

            Las suposiciones, ¡ah!, ¡las suposiciones! Y veo personas que corren de a miles, parlotean con lenguas muertas de niños medio atropellados por ver, por ser los primeros en acercarse a eso que parece un tren pero es un tranvía: la llegada de una fiesta, de un campeonato de canasta con té y champagne, un tranvía ilegal que se llama...a ver...ahora sí, “El Usurpador”.

            Hay mucha gente que no durmió anoche para ver al tranvía. Los miembros de la Asociación Varones Anónimos, por ejemplo, que no son aunque sean, aún, aunque sean números fijados, figurados en las páginas de un barrio perdido. Yoshiaki estaba con ellos con el aria de quien se encuentra molesto y quiere volver pronto a su casa. Y eso que había llegado a todos los lugares comunes. Las sensaciones se perdían, hasta el pensamiento se desvanecía. Todo se confundía en una única corriente. Ingenuo, George perdía, de esa manera y para siempre, la posibilidad de estar en el centro tormentoso de fuerzas atípicas, antagónicas, comprendiéndolas.

            Lloramos al nacer porque venimos a este inmejorable y enorme escenario de demente, desmesurado torrente. Aquí tocan las damas y a las damas, tocan las campanas y los sonajeros. La rueda del tranvía no tiene memoria ni conciencia y, alrededor de éste, la multitud se apretuja, se estruja en los callejones. Aquí, en Blackhole, vive la mayor sociedad tribal del universo. Tal vez aquí nació el universo, es decir, la palabra. La única, la irremplazable. Y yo, que ni siquiera era un espectador en mi ciudad, percibía como aquel tranvía había entrado en Martín, quien ahora vagaba con una sonrisa en sus rieles.

            –Es preferible que entre antes de que te pise, Martín–, yo le había dicho unos días atrás, antes de que muriera, seguro de que me estaba engañando.


Dignidad

A veces es mejor quedarse solo mientras se pueda estar acompañado de la propia dignidad.

Sergio Joselovsky

Penetración

           Para preservar la tranquilidad, los habitantes de Blackhole recibían llamadas telefónicas que les estaban destinadas. La estabilidad era lo fundamental en esta isla. Una vez estables, han dejado de ser y se arrastran por los rincones más miserables de la desesperación, de la incertidumbre más fugaz. El tiempo se volvía, de esta manera, cultura, respiración, resignación, desarraigo, cárcel.

            La nochebuena llegaba así cargada de espías, de incertidumbre, de terrorismo mental. Diosblo, que ha hecho de la duda su reino, de la incertidumbre su hogar, penetraría en la ciudad y entraría en su campanario.

            –Habría que ver como funciona. Hasta un año se lo puede soportar. Pero mucho me temo que no sea así y termine complicándose la situación. Es muy probable que al final partan o reconozcan la guerra y el caos como constantes inevitables, y hasta deseables–, decía Yoshiaki.

–Aunque el diablo sea malvado siempre es torpe–, sentenciaba a su vez el Motú desde su cabina.

–El diablo de la incertidumbre es perverso pero también es estúpido–, agregó Gamin. Se nos informa entonces a todos que no existe un peligro inmediato. Antonio lo aseguraba, y parecía convencido.

            –Eso no lo sé–, llegó a pensar Martín. Y la Asociación Varones Anónimos escuchaba, a los padres que no tienen sus miembros consultaban. En algo se parecían todos ellos como en algo siempre se parecen una hora a la otra. Ahora bien, ahora ya, en las dos horas, no se sabe más si es hora de manchar o de pintar.

A Martín se lo veía últimamente como perdido y algo avergonzado. Iba casi siempre vestido de negro, pero no como Gamin, y llevaba los zapatos sucios como dos puñados de congoja recogidos del cordón de su vereda. Cuando la realidad comenzó a descomponerse para él, comenzó a mirar con mayor interés a la gente parada en la plaza central, quedándole poco lugar para lo inexplicable.

La visión de la realidad, que muchos creen se ha vuelto ya insoportable, invitaba a los agujenses a dormir una buena siesta y a dejar que el Motú se encargue de comprenderlo todo gracias a sus capacidades infrahumanas. La mayor astucia de Diosblo, suponía el Motú, era la de hacer creer a muchos que no existía, imperando en la ambigüedad, nutriéndose de las vacilaciones de la inseguridad, porque los agujenses no podían dejar de pensar que cada paso podría ser un error; que es probable, de hecho, que lo sea. Si el lenguaje aquí en Blackhole es tan irregular siempre estamos frente al riesgo de que todo el universo se halle desequilibrado. ¿Y por qué no pensarlo? Si las palabras no concuerdan, no tienen posibilidad alguna de éxito las gestiones de Antonio en su oficina; y si no tienen éxito los asuntos del gobierno no se puede, aunque se quiera, ser justos ni saber como moverse, y la vida se nos escapa entonces dudando de nosotros mismos, vacilando entre situaciones pendientes como aros de grafito.


sábado, 25 de octubre de 2008

El diablo V

De la imperiosa necesidad del dogma nace, luego, en su defensa ciega, la arbitrariedad y, con ésta, la cadena sin fin de los justificativos y las perversiones que promueven todas las violencias.

El diablo, Santiago Kovadloff

Atraso

            Martín lo quería entonces, aunque no haya estado en lo cierto, aunque haya actuado como un imbécil. Era mejor ser espectador regocijado que víctima rencorosa. Pero no había lugar para sentarse, había que abrirse paso a codazos entre el aire acondicionado, esquivándolo, venciéndolo. Los parlantes lamentaban mensajes esquizoides, olía a hígado y se sentía en la nuca como una video-raqueta con encordado de tripa. Y, entre tanto, los otros llegaban, se disputaban el paso para ser los primeros, ávidamente, se adelantaban en la carrera a Martín, sin saber lo que le sucedería, caminante de las márgenes, sin preocuparse por él. Y así, lo dejaban atrás como lo dejan ahora atrás, atrás de todo, atrás de las puertas. Muchos ahora no encuentran un lugar y se vuelven apáticos de repente, pasando ligeramente de la risa al llanto.

            Martín entremezclaba pensamientos y dolencias, y los miraba desaparecer allá al fondo, con ideas que aún lo exaltaban como a un tablón de cancha, perplejo, con libros leídos y muchos que quedaron por leer, y la miseria del desterrado, violado por desgarradoras dudas, propias del que huye de la vida. ¿Y si se hubiera equivocado realmente? ¿Si hubiera sido tan sólo un hombre común al que le tocó por derecho sólo un mediocre destino? En los sillones de paja del corredor, o en los cuadrados del comedor manchados se permitía entrever este pensamiento produciéndole, sobre todo, bastante dolor de cabeza.

            Martín creía y seguía creyendo que se equivocaba realmente. O, mejor dicho, había tanta fe en sus equivocaciones que luego le resultaba fácil convertirlas en aciertos. Hubo un tiempo de cuestionárselo todo como, por ejemplo: ¿Por qué me vine?  ¿Por qué no me quedé allá? ¿Por qué no me volví antes? A menudo Martín pensaba de manera tan equivocada porque pensaba como si le hablara a otro. A mí, por ejemplo. Como si yo fuese toda la gente y aquella gente no. Su maestro de música clásica solía decirle:

            –Si cometes un error, no te detengas; conviértelo, tanto como puedas, en una parte de lo que estás ejecutando.- Pero sus compañeros “habían sido más rápidos”, pensaba Martín. Y tampoco había que excluir la posibilidad de que fueran realmente mejores; esta podría también ser la explicación.

viernes, 24 de octubre de 2008

El diablo IV

Me reverencian los vacilantes; los que de pronto se sienten inseguros y caen en el remolino fecundo y fecundante del cuestionamiento sin pausa.
El diablo, Santiago Kovadloff 

Ilusión

            Martín esperaba, finalmente. Al iluso lo doblegaron sin encontrar mucha resistencia. Ahí está ahora, marchito y triste, como un novio desengañado. Vagabundo de los aires, se hacía ilusiones, creía tener aún una inmensidad de tiempo disponible y había renunciado así a la lucha menuda por la vida cotidiana. El placer era el instante único cuya ilusión lo mantenía en vida. Y ha caído. A veces el que ha caído también se ríe: contra la lastimadura, contra la burla, contrafrente. Porque aún caído también se vive, ya sin ningún vínculo con el tiempo mecánico que ha perdido y, sin embargo, por eso mismo, sin haber perdido nunca su sentido, ganándolo al haberlo perdido, el sentido de los angelitos negros que llegan del más allá.

            –Quién sabe...en el curso del tiempo algo puede cambiar–, solía decir, perdiendo el tono muscular y el aire de su voz. Su ilusión ya se desvanecía, pensando con el tiempo, pensando en su cuerpo, pensando en nada.

jueves, 23 de octubre de 2008

El diablo III

Algunos hubo que me oyeron y sus vidas estuvieron a mi servicio, al menos en momentos decisivos: Moisés, durante las horas soportadas en lo alto del Sinaí; Sócrates, cuando sabiéndose ya elegido por el oráculo, vacilaba aún en interrogar a sus conciudadanos, Jesús, en el instante supremo en que, crucificado, cuestionó la conducta de su padre.

El diablo, Santiago Kovadloff

Kojiro, Yoshiaki, Seiji

            Lo único ahora es la exclusión. La imponen en los litigios fronterizos. Yoshiaki es su hijo más ilustre, tanto en tiempos de paz como de guerra.

            Candidatos, asesores, expertos, deambulan siempre en los pasillos, representantes de todo lo que sucede. Martín no quería saber nada de política, recuerdo.

            El estómago es sectario y, casi en todas partes, la riqueza de los que no tienen que  pensar en él ni siquiera una ínfima parte del día tiene como origen principal el valor de las empresas financieras, el calor de las acciones en las empresas comerciales mediante los productos de consumo masivo, la banca, las finanzas, el petróleo, el software.

            Entre ellos, el juez Kojiro nunca había ocultado su preferencia por su hijo menor, Yoshiaki, hombre de acción si los hay, al que decidió adiestrar en los secretos de la vida empresarial, prácticamente haciendo a un lado al romántico Seiji quien, desesperado, improvisaría un mundo en torno suyo como un simple corazón que contempla.

            Seiji no le cree a su hermano Yoshiaki, piensa que es un inmoral, un explosivo. No escucha los sermones de su padre, sus mentiras. Presume que nadie es decente y se resiste a la hipocresía difícil. Aunque sea la indiferencia la que le abra una puerta.

            –Correte, salí de acá encima–, eran palabras frecuentemente escuchadas por Seiji emanando de la boca de su padre y dirigidas hacia su persona. Correrse. Para que se pueda ver.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Giovanni y Patricio

            En una recepción de gala, en medio de un suntuoso salón, Giovanni conoció al joven suboficial Patricio Parada. Giovanni se divertía esa noche, como en otras tantas, dejándose llevar, entreteniéndose con los múltiples juegos de palabras propuestos. Muchas cosas se han dicho, delimitado, marcado entre ellos.

             Balbucientes, la razón los vuelve disolventes. Ninguno se ha preocupado por el autor del homicidio de Martín Walker, ninguno dejó espacio para las dudas. No pueden hablar de uniformes. No pueden olvidar tampoco las entradas envolventes, el intercambio de favores, el desprecio todo amontonado esperando, viviendo de los fondos desproporcionadamente. Los hombres que terciaban en la conversación no discutían el destino. Están siempre. Giovanni no recuerda, no sabe, y le hablaba de los anteojos negros. Después hay que horrorizarse ante sus perpetuas maneras, frente a sus imposibles, impasibles afirmaciones. Giovanni no improvisa, no. A Patricio Parada le gusta una palabra que escucha de él: “conciliábulo”, además de todas las videofilmadoras puntillosas.

            –Sí, mintió Parada, poniéndole una mano en el hombro. –Todo se va a arreglar.

            Giovanni se acordó entonces de su colegio, de los partidos de rugby y las fiestas de interminables sacos azules cruzados, fiestas hasta castigar a los débiles sin gomina, hasta destruir embajadas con corbatas automáticas y fulminantes medias grises.

            –Bueno, ahora andáte, le espetó con demasiado desdén.

            Pero Patricio Parada era como de muerte, como un poderoso geiser.

            –Está bien, me voy. Pero el que llega primero gana.

            –No se ponga puritano. ¿Qué dicen allá de nosotros?

            –Bueno, mire...no sé, en realidad no sé. A mi no me consta nada. Usted...¿Qué es exactamente lo que quiere saber?

            –Quiero saber si hay trabas.

            –¿Usted sobre que tipo de limitaciones me pregunta?

            –...

            –Bueno, mire...sí, claro.

            Ambos son capaces de desnudar a cualquiera. En Singapur o en Corea dicen que también es así: hay gente de bien en los barrios bonitos, un alambre de púas que divide la ciudad y al otro lado los desaforados que no entienden. Ambos son, al fin y al cabo, inseguros: lo único que los perturba, los tortura, es su propia e inevitable muerte. Matan para sacarse la muerte de encima. Para que mueran otros y no ellos, para saciar al insaciable universo.

            La policía mañana se llevará preso a quien siga disfrazado. La cuestión para ellos no es la de ser santos o herejes, sino que lo importante es poner clavos. Eso hizo Bugis. Por eso lo crucificaron. Estos tipos saben que esos son los mejores casos, los suculentos días. A pesar de todo, Giovanni y Patricio Parada seguían separados. Ya estaban preparados los disquettes. Quienes manipulan demasiado dinero pueden demostrar mucha generosidad no inspirada por esas relaciones. Es, en ese sentido, como si todavía fueran desconocidos. Sin embargo, y a pesar de sus diferencias, hay una coincidencia semántica y de objetivos.

            –Aparte de la rutina del deber no parece entender ni la mitad de lo que decís–, susurró Antonio a los oídos de Giovanni quien, después de todo, era hijo de un anarquista ruso.

            –Le agradezco tanto que haya venido, Seiji–, exclamó Giovanni al verlo parado en la puerta.

            Seiji era un soñador y un amante de las artes. Cuando lo vio, la cara de Parada era la de una masa informe. Ante tal mirada, Antonio notó como Seiji no podía caminar, no conseguía entrar en el salón.

            –A mí no me molesta que la policía me pida documentos–, le decía Antonio a Seiji. Ni que me ponga contra la pared. Porque yo soy inocente. Cuando la policía hace eso y habla duro es porque el delincuente se pone nervioso y se descubre, y esa es la policía que queremos.

            Patricio Parada observó los documentos de Seiji y dijo:

            –La situación está bajo control. Espere aquí.

            Hacer esperar: prerrogativa constante de todo poder, crucigrama eterno del universo.

            –¿Vos sabés con quien estás hablando?, dijo Antonio.

            –¿Quién se cree que soy yo?, le espetó Giovanni.

La aventura

Una sociedad que suprime la aventura hace que la única aventura sea la supresión de esa sociedad.

Jerry Rubin

martes, 21 de octubre de 2008

La tarea revolucionaria

La tarea de los revolucionarios no es "hacer" la revolución. Esta sólo es posible si el pueblo todo participa en un proceso de experimentación e innovación orientado a la transformación radical tanto de la vida cotidiana como de la conciencia. La tarea de todo revolucionario será, entonces, provocar y promover ese proceso.

Murray Bookchin

Origen


Extraño rito, sin duda. La actitud frente al mismo representaba, sin embargo, lo maravilloso. –¿Qué tiene? ¿Qué le pasa?, preguntó Antonio al ver al Motú inmóvil. Esta historia ha llegado a ser en cierta forma una encarnación. De allí las variadas paradojas de la moral: sin ir más lejos,  la libertad se identifica cuando muere. Todas las víctimas son víctimas de un malentendido y del absurdo. Y no es ilógico sino asustador. El solemne funeral de Martín se había transformado en un sueño eterno. Y no hay descanso en paz.

–Nombráme, le pidió, le imploró Fabián, llamándolo a la FM. Es una urdimbre de cuervos. El Motú, cuya actividad mental era incesante y rápida, le contó y nos relató a todos el trágico origen del nombre de los baulés:

–Cuando el niño Achanti se estableció en torno a Kumasi, en Ghana, una parte de la población fue expulsada por las disensiones familiares que esto causara.

Cuando el Motú me habló de apelar a cualquier recurso frente a la situación actual juro que no me imaginaba que iba a contar esto.

–Nosotros públicamente y por medio de comunicación masiva perdimos, digo, pedimos, el perdón divino, interrumpió en el programa Mario Vallejo.

Pedimos nuestra sangre. Piden nuestra sangre. Un día, un programa radial, podía bien ser el escenario previo de una epopeya o de un melodrama.

–Podrías prender la hornalla cuando no querés. Decirle que estás dispuesta a todo, le sugería Seiji a Catalina.

–Vos sola tenés este problema. Los otros no tienen estos problemas, querida. No les pasa nada porque son disciplinados, se interpuso Parada.

La violencia de Parada era una violencia simulada, anticipada, aguardada. Hay que estar muy anticipadamente seguro de uno mismo para superar la prueba de desnudarse frente a los espejos criminales, iluminado por despiadadas columnas iridiscentes, separado del mundo por una leve claraboya de tela y en pleno ataque de nervios. Los espejos, indudablemente, no se conmueven. Y desde la pantalla de una computadora se puede ver el destino de los millones de seres humanos que habitan en papeles como éstos. Mientras tanto, el tape  sobrevive, avanza, sin prisa, sin pausa.

–¿Qué quiere esa mujer?, inquiría Yoshiaki.

–Tal vez un espejismo, un abrazo queriendo expresar el ser: Narciso consumiéndose frente a su imagen, respondía el Motú quien quería volver a su historia pues de ella se alimentaba y por ella moría, como Catalina.

            Los participantes de este encuentro de personalidades se enfrentaban a los hechos con un rostro lacónico en el que ya estaba escrita toda la desesperanza de la ciudad. Bugis, el marinero náufrago, los había engañado. Bugis los había traicionado, les había mentido con sus cuentos de altamar. Hoy el periódico traía noticias de varios asesinatos, menos del de Martín Walker.

            Finalmente, el Motú lanzó un chillido y consiguió continuar, aunque muy brevemente, con su relato:

            –Pokon y su pueblo fueron frenados en su huída por un río. Silenciosamente, el pasado yace sobre sus espaldas como un peso muerto. Las armas miran atrás–. A Martín no le había  sorprendido en lo más mínimo que un profesor (que sí es distinguido miembro de la Society y del American Institute) eligiese ese camino: “Si ganamos por un lado perdemos por el otro, así que no es fácil saber a simple vista cual disposición nos conviene”, decía.

            –Nada encoleriza más a la gente como decirles que no pueden obtener al mismo tiempo diversos fines-, sentenció en un paréntesis el Motú. No queda otro remedio. Algunas decisiones parecen adecuadas hasta que se las lleva a cabo.

            –¿Cómo deciden los hombres y mujeres de carne y hueso? –le preguntó Guillermo al Motú.

            –¿Y es sensato contabilizar las pérdidas antes que las ganancias? –se preguntaba Giovanni. Hubo, por suerte, otro puente, más silencioso.

            –¿Y si a partir de ahora todo fuera un eterno estremecimiento al borde de un abismo, con toda la bajeza y miseria erigiéndome hacia el altar y esperándome allí delante?, solía pensar Martín.

            Partícipes de esta aventura, los hijos mestizos de la inundación buscan hoy en soledad su lugar entre los hombres, su destino en el tiempo. Las primeras veces que el Motú contó esta historia se sintió culpable, como si tuviera que disculparse por algo mórbido que lo llevaba a relatarla, como si fuera un diario muerto. Después lo tomó como algo normal.

            –Yo le puedo hablar del que murió, insistió Bugis ante el desinterés del resto. El Motú continuaba, gracias al altavoz y a su prestigio, por encima de las otras voces:

            –Para poderse salvar, el oráculo exigía un sacrificio: que la reina arroje a su único hijo a las aguas pobladas de cocodrilos.

            El oráculo tiene pocas ideas, bastante sangre de la que depende y espera –justo, dogmático y omnisciente– el innombrable o el sin nombre. Martín, que había escuchado el programa, todavía no aprendía a ver en la panza del muerto su panza. Ni siquiera hoy. Las muertes son diferentes de uno, accidentales, oscuras, limpias.

            Mientras tanto, el perro del Motú, fiel, trazaba un laberinto arbitrario de lugares comunes con su ladrido, jugando como los demás a disimular la indiferencia, como una flor frágil, fétida. El último llamado al programa fue el de Seiji:

            –¿Qué queda de nuestro amor?, casi gritó por radio.

            Los dioses son caprichosos en la venganza y el perdón, e imitan a los mitos. El mismo Martín Walker había sentido que era una trampa estar obligado a querer a alguien. Pero no le había quedado otro camino.

            –Entonces, continuaba el Motú, en la orilla opuesta un gran árbol se doblegó para servir de puente a los fugitivos–. Viviendo de la muerte de Martín, muriendo de su vida, Catalina y Luis ahora lavaban sus ropas en el río Tuerto. Después de un rato se oyó el estallido, un estallido único, tan fuerte que Catalina se cayó al agua del repentino estruendo. En ciertas ocasiones, todos los seres de Blackhole habían deseado la muerte de las personas que amaban. Pero Catalina no esperaba esto. Había una gran distancia entre una cosa y la otra. La historia de los grandes acontecimientos de Blackhole acababa por ser una historia de crímenes.

            Y, por fin, el Motú conseguía acabar:

            –Todos pudieron pasar, pero la reina, desgarrada luego de su crimen, se volvió hacia el río y gritó ¡Ba uli!, es decir, el niño ha muerto.

            A lo largo del río Tuerto las medias colgadas en los quinchos empapaban el aire, lo escupían, lo chorreaban, hasta inundarlo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Poder

El poder es tolerable sólo con la condición de enmascarar una parte importante de sí mismo. Su éxito está en proporción directa con lo que logre esconder de sus mecanismos.

Michel Foucault

Descubrimiento


Los colores fueron el origen de las diferencias aluvionales, repetitivas, fundacionales. Era importante entender, desde el comienzo mismo, este saqueo coherente, integral y dietético. Aquí lo tenemos.

Los especialistas tienen aquí credenciales poco confiables, como toda credencial. Aparentemente, en una época había sido atractivo venir a esta isla, pero el abismo siempre fue infantil, un hueco siempre acechado y negado por los representantes reforzados de la memoria esforzada.

–¿Qué estás buscando?, le preguntó alguna vez Macasar a Martín Walker. Martín, sin dudar un instante, mirando el cigarrillo encendido sobre la alfombra, dijo muy rápidamente:

–Las puertas giratorias de un pasado que no condena pero despliega efectos de mariposa.

Al escuchar esta otra enigmática frase, Macasar se preguntaba por dónde empezar a descifrarla. Muchos hubieran empezado por donde se vertía el reflejo de los palacios en las mariposas y en el pasado. Pero no resultaba sencillo en un mundo en donde las figuras no podían petrificarse, y los reflejos nunca terminaban de verterse. Entonces, llegaba a una expeditiva conclusión:

–Esto es una cloaca.

No era, sin duda, la única. También los maoríes, polinesios y navajos habían causado catastróficas destrucciones de especies. Nunca hubo edades de oro. El hombre nunca habría vivido en armonía con la naturaleza. Nuestros antepasados no habrían sido menos rapaces que nosotros, tan sólo menos poderosos. Luchaban en el polvo, con la ayuda de pedos, escupidas y cuchicheos. Como Gamin.

            Ahora bien, aún sabiendo todo esto sigue habiendo algo que no logro entender: ¿Quién tiró esa piedra?

            –A mí que me importa, me contestó Fabián, sin siquiera imaginarse que yo podría no estar preguntándole a él.

            –¿Quién tiró esa piedra?, insistía ahora Antonio.

            Pero, como ya sabemos, no fue un inadaptado y no habrá, entonces, fiesta posible. Si todo se vuelve abajo, se necesita, con un poco de suerte dentro de cien años podrá haber sentido de sentencia, sentencia con sentido. O, tal vez, en una de esas…¿quién sabe, no? Esta reiteración se hace, sin duda, necesaria.

Reconstrucción desde abajo. El pozo sería lo único que se construye desde arriba. El pozo surgió de manera impensada, por eso surgió. Y despojados y asesinados tratan ahora de arremangarse, arrebatar y llevarse todo lo que hay en él enseguida, en una suerte de pillaje con violación de nalgas y domicilios. Blackhole no se demora, a Blackhole no le inquieta: recorta los lienzos, extrema sus efectos sin falta y sin pausa, y de su vientre salen tallarines como cuerdas de neón. Por aquí, por allá, inundando brevemente la boca de sus habitantes.

            Los refugiados deben haberse organizado como pudieron, entre el aullido de los histéricos gatos. Pero era en los niños en donde el asombro mejor se revelaba, hecho piedra, taciturno. Unos simulan creer en la salvación, otros confían en arder en el infierno, algunos luchan por la inmortalidad, muchos no apuestan, pocos se aferran a un tablón sobre el agua de la oscuridad después de esta novela, antes de aquella otra orilla. Yo, por mi parte, ahora voy por el asfalto, atravesando el teatro, y trato de hacerme el desesperado entre mendigos que jamás se ensucian las manos. El camino recorrido a lo largo de esta historia es puro extravío, derrotero estelar sobre el que sólo el mero análisis se lava sus mugrientas manos antes de decir algo acerca de lo que es o no es deseable.

            Siempre hay algo para hacer en Blackhole, y siempre los recursos son escasos. Falta algo, bastante, todo. De cualquier manera, los conocimientos de Max, sus informaciones, sus afirmaciones, sus técnicas, involucraron a otros. Junto a ellos entonces, cavando en Blackhole un pozo de quince metros de profundidad, Max, que como científico decide ocultar su nombre y lo niega así a transeúntes y otros lectores, descubre bajo un buen espesor de tejas, en el pozo que ya de tan grande y extenso se había convertido en una zanja, un depósito de arcilla, al que sucedía una capa de escombros y objetos de piedra tallada que revelaban una ocupación.

            Era casi un juego, una posibilidad distinta de conocimiento y, en este caso específico, sobre todo para Max, una forma veloz o mágica de enriquecerse, ya que es él quien abre el circuito a través de minas, imprentas, mimbres y gusanos de seda. Un circuito de destrucción y horror...lo que los demás podrían haber hecho y lo que Martín había perdido, desperdiciado, porque ahora estaba ido, disipado, irrecuperable. Martín también podría haber obrado así, evitando todo aquello, haber sido audaz donde fue tímido, cauto donde fue imprudente. Max, Martín y yo, por un momento, nos buscamos y nos hallamos. Lo que ellos, Max y Martín, tuvieron en común fue la obstinación y la impaciencia, la fuerza de la indignación y el odio que se infiltra a través de los escombros y ruinas monticuladas.

            Max aconsejaba medir la información por el grado  de sorpresa que producía en quien la recibía. La información habría de ser tanto mayor cuanto menos probable fuera el mensaje. Y la mayoría cumplió la orden arqueológico-informática, como si todo los llevara al pasado. Finalmente, otro sondeo confirmaría la estratigrafía: la capa de arcilla, de más de dos metros de espesor, no podía deberse más que a una gigantesca inundación. Cuestión de perspectivas: Es decir, después de la muerte de Martín quedamos todos hechos pedazos. En cuanto al depósito de arcilla, la explicación más plausible del fenómeno de los otros pedazos allí encontrados parece ser la de Max: Hacia el año 3.500 a.c. un período templado habría provocado el deshielo de los glaciares y la elevación del nivel del golfo de Blackhole.

            Ante tal explicación, Martín se quedaba muy quieto. No entendió ni entendía que era aquello:

            –¿Un lago helado?, se obstinaba en preguntar sin que nadie lo escuche, tieso, con la boca reseca, los ojos muy cerrados. El pecho, que le solía palpitar como el corazón de una paloma, ahora gozaba de una quietud placentera. A veces recordaba la infancia, cuando sus amigos jugaban con la hondera y Blackhole se llenaba de cenizas.

            –¿Por qué se rompe el vaso cuando se cae al suelo?, inquiría Max, como siempre, sin presentarse. Y se respondía el mismo:

            –Si todo es movimiento, todo es al mismo tiempo accidente, y nuestra existencia podría resumirse en una serie de colisiones.

            –¿Traumatismos?, pensó Martín. Yasser le había aconsejado andar con temor y temblor, como si estuviera sobre un abismo profundo, como si caminase sobre hielo. Ir hasta el fondo del pozo no era sólo insistir sino también dejarse llevar. ¿Y si todo, después de todo, no fuera otra cosa que un eterno temblor al borde del abismo vicioso del mundo? Dentro de los ojos cerrados, cerrar aún más los ojos. Entonces, las piedras cobrarían vida.

            ¿Qué insensata intrepidez empujaba a estos hombres llenos de hierro, por dentro y por fuera, por delante y por detrás, a proseguir su búsqueda de aventuras en pleno infierno verde, en el ardor del marrón?


domingo, 19 de octubre de 2008

La escuela

La escuela es el único problema cultural moderno que tomo en serio y que ocasionalmente me excita. En mí la escuela ha destrozado muchas cosas , y conozco pocas personas de cierta importancia a las que no les ocurriera lo mismo. Aprender, sólo aprendí allí latín y mentiras.

Herman Hesse

El Motú y Roberto


Sólo el Motú puede conectar lo que apenas se menciona, sólo el Motú, el animal filósofo. Hacía mucho tiempo el mayor de los secretos, la mayor discreción, habían sido develados. Esto no sorprendió a las mismas fuentes que admitieron la posibilidad del acontecimiento. Sólo impactaba un poco esa imagen del cerdo, indicando que marcar y representar era sobrevivir, como ahora.

El poder era en Blackhole la confianza de la moneda en el bolsillo agujereado. Los habitantes de esta isla han dejado de ser lo que eran para volver a serlo. En medio de juegos de confianza y de poder, van por los rincones miserables de la incertidumbre más fugaz.

–“Hay que matar la creatividad. La creatividad es como la mercancía, como una alcancía, como un chanchito”, mascullaba Seiji en sus últimos días. –“Money makes the world go round, the world go round. Money makes...”, canturreaba Fahri por entonces en su castillo.

Y si a Gamin se le ocurre el regreso…será igual, aunque no pueda ni leer ni escribir. Se quedó ciego a los doce años, y recuerda claramente ese momento cada vez que se extravía, que se olvida, que se detiene. La gente siempre lo había sabido y hablaba, sin ganar o perder dinero por contar o no contar lo que sucediera. Martín a veces le leía por las noches. Gamin siempre recordaba aquella vieja cita del año 1792, que Martín le leyera de una revista de esas que se encuentran en la sala de espera del dentista. La recordaba de memoria, a pesar de su juventud. Porque no es cierto que la memoria se pierda con la edad. Es más bien al revés. He aquí la cita:

 

“Sería pediros demasiado, oh legisladores, rogar que invitéis al menos a los que tienen nuestras vidas en sus manos a que no nos las hagan comprar demasiado caro, a que no traten de enriquecerse demasiado con nuestros despojos, y a que no quieran engordar demasiado con nuestras lágrimas?”

           

Ya no recordaba a quién pertenecía la misma. Pero en esa sala de espera del dentista, en ese espacio sorprendido en el tiempo que era Blackhole, tras esta agitación trasnochada provocada por la muerte de Martín, instantáneamente, también desaparecía la vida en todas sus otras manifestaciones. Era una sensación aterradora. Y lo único importante era quedarse allí, mientras la orgía de predicados permanecía montada sobre nuestros humeantes hombros. Porque Diosblo no es considerado aquí astuto sino idiota: lejos de ser un principio a imagen de Dios o del Diablo, es una mole inerte que brinda una resistencia pasiva, que va diluyéndose hasta casi desaparecer. En ese sentido, sabemos que los grandes modelos miden su éxito por la cantidad de aplicaciones que tienen y por su carácter invisible: la mayoría de los que los usan no saben que los usan.

Gamin conoció al Motú aquí, en Jejab, suponiendo que estaba en otro lado. O, mejor dicho, que Jejab estaba fuera de Blackhole, que había conseguido salir. El Motú le informó en Jejab de su destino fatal, del absurdo de ese pensamiento, y del destino de todos los hombres, todo en una frase enigmática:

–“La fuente sabina que hizo la fortuna de Luxemburgo fue descubierta por un cerdo”.

           

Pero Gamin no podía vivir obsesionado pensando en el significado de esta frase. Roberto me contó de sus jornadas agotadoras intentando develarla, y de toda la ayuda que él, como reinventor de la seda tailandesa y antiguo agente de la ex U.R.S.S., le había dado. Pero luego también Roberto desapareció. Salió a dar un paseo por el bosque y nadie volvió a verlo jamás. De repente, algunas personas, cada vez más, el mundo mismo casi, desaparecía incesantemente, paulatinamente, se esfumaba...y Gamin intentaba, en medio de estos desvanecimientos, buscar un sentido cruzando puentes que no funcionan, que no pueden cruzarse porque son confabulaciones de los traviesos ingenieros de Blackhole. ¿Se había dado cuenta de esto Roberto?  Lo que lo salvaba y condenaba al mismo tiempo era la superficialidad forzada o defensiva de su vida: la forma en que se hallaba reducido a una superficie.

Ahora sí, ya pasó el día. Ayer murió Martín. Y el cosmos no fue descubierto hasta ayer. Ahora sólo existe la vida, la muerte no existe. Y todavía falta mucho aún. Sucede que uno comprende algo después de mucho tiempo de haberlo visto: una intención, un texto, una persona, uno mismo, una mirada de un perro perdido y la belleza de un refrán de abuelo. ¿Pero qué dosis de verdad podemos soportar?

En las miradas del Motú hay palabras que sólo soporta y comprende el alma del sabio. Lo que comprendemos y amamos en nuestros días de entusiasmo desaparece luego. Llega un momento (más que temprano) en nuestras vidas en que nos convertimos en extranjeros aún entre la gente que nos rodea y ama. A pesar de escuchar al Motú en la FM (y esto no va en desmedro de toda su sabiduría), todos los que viven en Blackhole tienen miedo de esta noche, la noche después y, en general, de muchas noches. Saben que se trata de una tontería pero, a menos que sea una noche sin luna, el temor arrecia. La vida no tendría así secretos.

sábado, 18 de octubre de 2008

Precaución metodológica

"No sé si soy pesimista. Tengo esta precaución metodológica, ete escepticismo radical, pero sin agresividad ni amargura, que tiene por principio el de no tomar el punto en que nos encontramos como resultado de un progreso, mantener respecto a nosotros mismos, a nuestro presente, a lo que somos, al aquí y ahora, ese escepticismo que impide esa forma de racismo que consiste en creerse autorizado para decidir qué es lo mejor, o qué es más."
Michel Foucault

El broche de Tara


No era que le pasara siempre a Martín. A todos ellos les ocurría. Sólo ellos podían entenderlo. Pero él no lo había hecho en cualquier lugar, sin estar preparado. Entonces, lo que pasó es lo que los ciudadanos ya sabían...y él tuvo problemas. Sucedió lo que sucedió. Ahora solo restaba suspirar, y tropezar con azorados acorazados.

Gamin no era un mal alumno pero solía olvidarse de sus padres y sus mandatos. Era un muchacho alto que, a pesar de su altura, ya no podía hacer lo que había hecho alguna vez: pasar la noche en un departamento o en un hotel. Lejos de esas especulaciones vanas, la muerte de Martín era apenas otra mala noticia de una vida sin techo ni horizonte.

Cuando Gamin me habló de apelar a cualquier recurso no me imaginé lo que luego haría. Aún hoy hay algo que no me logro explicar, que no logro entender:

¿Quién tiró esa piedra?  Lancé la pregunta al aire.

–“¿Y a mí que carajo me importa?”, me contestó Giovanni.

Sin duda que no fue un inadaptado. Y, entonces, no hay fiesta posible. Todo se viene abajo, se necesita. Con un poco de suerte, recién dentro de cien años podría haber algún tipo de sentencia. Pero…¿quién sabe? En una de esas…

Así salí de allí no sólo agotado, hundido, arrepentido, sino también con un talle de menos, con una religión de más. Gamin, nada expresivo ni permisivo, había tenido un percance en el colegio y, sumado esto a la noticia de la muerte de Martín, decidió huir a Jejab, la ciudad de Blackhole donde sólo cuentan los diamantes. Allí fue donde encontró en la arena el broche de Tara, de más de mil años de antigüedad.

La solución fue crucificarlo socialmente. La plenitud del universo presentó acuerdo para la medida. Hubo algo de patético en ese adiós anticipado a Gamin. Adoptar decisiones complejas puede asimilarse a un mero arte de salir del paso, como el de un mal estudiante que se presenta a “robar” el examen confiando en que, en una de esas, lo aprueben.

Gamin inició el viaje optimista, exuberante; lo acabaría perplejo, malherido, a oscuras, atado al puente de los malos recuerdos. Es un lugar común decir que la libertad y la salud se aprecian cuando se han perdido. Pero es así. Cuando por fin la polvareda se asiente y el tiempo se encargue sólo de ir recobrando lo que sobra, entonces todo lo absurdo que ha pasado desde aquel fatídico día –en que una voltereta grotesca, un mal chiste, un malentendido, lo arrebató del mundo– quedará sumergido en el olvido.

El trayecto no era casual. En el fondo, lo enorgullecía su soledad: la gozaba como un operador seguro de su estrategia, afirmado contra la heladera con freezer de sus ideas y atacando precisamente a todos los fantasmas, ídolos y refranes populares. Todas las circunstancias adversas, pensaba, podían vivirse de modo favorable.

–“Somos pasajeros náufragos a la deriva de un planeta condenado”, acostumbraba a sentenciar Martín.

            –“La única propuesta que encuentro viable es la de desaparecer, ir hundiéndome de a poquito, sin finalidad, en un abismo donde no quiero caer. Como si ya no participara de esta realidad. Lo mejor es irme”, le contestó Gamin la última vez que hablaron, sin dudas resentido.

Aquella noche de invierno y de niebla, de espaldas a los cucuruchos de la heladería, junto a sus amigos en el miedo, Mario Vallejo también había comprendido que se cansaba de ser humano, demasiado humano, de sus cuarenta y cuatro años.  Sus propios ojos le seguían por detrás mientras se alejaba, poco a poco, hasta que no quedaran de él más huellas que las de su madre patria y las de sus próceres, las huellas del sueño del capitán y boxeador latinoamericano contenidas y resguardadas hoy tan sólo en la memoria de un aparato de televisión.

¿Y la justicia, entonces?  Dormía, seguía en el mismo aparato o, a veces, en el estómago de las sandías. ¿Había que despertarla? Mario Vallejo se preguntaba esto porque, suponíamos por entonces, habría presenciado el crimen impune. Su crimen habría sido ver el crimen de otro.

Miles de millones atraviesan hoy las fronteras a velocidades electrónicas. En medio de ese flujo, Gamin estaba ávido de identidad, de diferencia en la ciudad que se incendiaba una vez más, ya que olvidó su vida en el placard como una plancha encendida, sus cenizas de buey, sus diamantes de fresa inmaduramente marrón. El viaje que comenzaba exigía tallar algunas indiferencias en su rostro apabullado por el llanto. Gamin era un desertor de la vida, de sus fundamentos, de su sentido sagrado cósmico. Pero era inútil correr. Como dicen las viejas, el incendio iba con él. Sin embargo, no dejaba de sentir el chasquido sordo del agua casi inmóvil rasgada inútilmente por los remos, le estallaba el resplandor jocoso –perla y cristal– de las arenas que hace bailar a los cangrejos en las orillas blancas de Agujero Tuerto.

No sabemos si hay un destino, pero sí hay decisiones. Ahora Gamin había decidido ser el tiempo. No sólo la ciudad entera, el mundo entero, como fuego, tomaba parte ahora mismo de la decisión. No había historia mayor que ésta. Y su fuga, siendo el tiempo, era como la llegada de una botella perdida en el mar. Cantaba:

 

“Quem tentar seguir seu rasto,

                        se perdera no caminho,

                        na pureza de um limão

                        ou na solidão do espinho.”

 

Cansado más tarde de la canción, predicaría luego en sus últimos días: “Somos santificados cuando la mano del Señor nos mueve hacia donde él quiere que vayamos”. Y se preguntaba: ¿Cómo es posible convertir una teja en una joya?