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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 4 de abril de 2024

Volver a partir


Lo bueno es que la vida no deja de sorprenderme.

Ayer me presenté a mi trabajo en el Ministerio de Justicia (concretamente en la Dirección de Relaciones con la Comunidad Académica y la Sociedad Civil) y personal de seguridad/policial me impidió el ingreso. Estaba en una larga lista de gente a la que había que impedirle entrar. Nadie me había avisado nada (aún hasta hoy incluso) de que me despedirían. Ni un correo electrónico, una conversación, una llamada telefónica, un telegrama, nada. Yo soy uno de los tantos contratados en el Ministerio via ACARA, un ente cooperador que contrata a muchos trabajadores que de hecho trabajan para el Estado pero a través de un convenio que éste tiene con los entes. Le escribí a un asesor del Ministro en cuanto esto pasó ayer por la mañana para ver si había un error, me dijo que no sabía nada y que se iba a fijar. Porque mi contrato no tenía fecha de vencimiento (como el de otros compañeros a quienes les vencía el 31/3). Pero luego no tuve noticias. Fui a ACARA y me dijeron que estoy en una lista de personas “en proceso de desvinculación”, pero que todavía no hay nada concreto ni ellos despidieron a nadie formalmente aún. Simplemente no nos dejaron (a mí y a otros tantos) ingresar a trabajar. Yo les pedí a los de seguridad si me dejaban pasar para ver si había recibido un mail en el correo oficial (que solo veo en mi computadora de la oficina) con un despido o algo. Me dejaron pasar pero con un personal policial vestido de civil que amablemente me acompañó (pero yo no soy un delincuente que necesita custodia). Fue inútil: el acceso biométrico mío ya estaba cancelado así como mis privilegios de acceso a mi computadora (por lo que no pude recuperar mis archivos, algunos de ellos personales) y mi cuenta de correo laboral. Unos abogados me dijeron que mande un telegrama laboral contando lo ocurrido y pidiendo se aclare mi situación, lo que hice en horas de la tarde.
Entiendo que el Estado tenga que hacer recortes pero creo que esta no es la manera. Se habla con las personas, no se les impide sin aviso el ingreso al trabajo. No es la forma de finalizar un vínculo laboral: la considero inhumana, brutal. Yo ayer estaba muy triste, no por haber perdido eventualmente el trabajo (aunque eso no deje de ser un problema) sino sobre todo por la forma en que esto está ocurriendo. Había una señora llorando en la puerta. No hace falta decirles que yo era el personal de mi oficina con más formación y trayectoria académica y el único sociólogo en la Dirección de Relaciones con la Comunidad Académica y la Sociedad Civil. Y el único con un doctorado. Estaba preparando en estos momentos una capacitación en retórica y oralidad para los nuevos formatos de juicios (mi doctorado y maestrías son en letras en español y portugués). Pero parece ser que todo eso no importa...
Me cansó la Argentina. Me fui muchas veces y siempre terminé volviendo. Es la primera vez en mi vida que sufriría un “despido” (muchas veces he renunciado a distintos lugares, por mis valores), y de esta cruel manera. Luego de vivir en seis países (y siempre volver), buscaré partir nuevamente a mis 59 años. Los jóvenes calificados se están yendo, a mí siento que me están echando. La última vez volví cuando todos se iban, en el 2003, dejando una oficina con vista al mar y a las montañas por un país al que pensaba tenía que darle una oportunidad más. Sobre todo para estar cerca de mis viejos. Pero ya no va más. Ya no puedo permitirme ser tan ingenuo. Ya no quiero soportar más tanta humillación cotidiana. No me lo merezco. Y las formas hablan, revelan, dicen mucho.
Un abrazo de tango, ojalá el último sea en París o en cualquier otra ciudad del extranjero. Lejos, muy lejos de aquí.

sábado, 23 de marzo de 2024

Palabras enfermas, cansadas...

 "Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados". 

Palabras pronunciadas por Julio Cortázar en un discurso dado en París.

martes, 5 de marzo de 2024

¿Cómo se forman las "castas"?

De los presidentes que hemos tenido, un poco menos de la mitad fueron abogados (y casi llegan a dos tercios si solo contamos los elegidos por el voto). Los cambios políticos en nuestra historia casi siempre han tenido a esta profesión como protagonista. Nuestro presidente actual no es abogado, pero cita recurrentemente a Alberdi y a la generación del 37, cuando se buscó en el estudio del derecho el desarrollo de una filosofía política que guiara a la nación: los abogados debían filosofar más que conocer la ley. Si bien Alberdi los consideraba actores necesarios del proceso de construcción del Estado Nacional, también subrayaba una sobrevaloración de los mismos en desmedro de los "hombres prácticos" (ingenieros, científicos, comerciantes, industriales) que serían los verdaderos constructores de la Nación, quizás lo que Milei llamara en su discurso “las fuerzas productivas” de la misma. Allí se inscribía la crítica de Alberdi a una educación excesivamente humanista que a su juicio contribuía a pasiones que la industria y el comercio debían aplacar.

Otros también vieron en el exceso de abogados en la Argentina un obstáculo para la transformación de la realidad. Emilio Becher denunciaría en La Nación en 1906 la existencia de una oligarquía integrada en buena medida por abogados. Consideraba inadmisible que ese título sirviera “para desempeñar el gobierno, para regir la cancillería, para opinar en el Parlamento, para escribir volúmenes”, señalando el peligro de tener un número excesivo de abogados en una sociedad de escasa cultura, contaminando “las letras, la ciencia y la política”. La intervención de los juristas en las funciones directivas del país era y aún es demasiado notoria. Por ello en aquellos días Leopoldo Melo pedía limitar el número de los que se graduaban en esta profesión dado que luego “se asilaban en los cargos públicos” gravando de manera “innecesaria” el presupuesto del Estado.

Subestimar a los políticos en sus capacidades y logros es tarea fácil: basta con ver el país al que nos han conducido y cuáles son sus bienes personales. En ese sentido, siempre la creencia de que el estudio del derecho traería una cierta seguridad económica jugó un rol importante a la hora de elegir la carrera y además, al menos hoy (como para tantas otras profesiones), no requiere demasiada inversión de tiempo ni demandas intelectuales considerables mientras que, a la vez, constituye una casi monopólica puerta de entrada a la justicia y, consuetudinariamente, al poder.

En su discurso del viernes 8 de marzo nuestro presidente dividió al país en dos grupos sociales: por un lado un establishment de los políticos y sus amigos y, por el otro, los argentinos de bien amparados por las fuerzas celestiales y guiados por él que, como “outsider”, nos anuncia que no va a jugar el “juego mediocre de la política”: no viene a negociar. Dice que hay un camino del conflicto que no eligió pero al que no le escapa. Sin embargo los políticos podrían decir que eligió ese camino si no viene a negociar, ya que la política supone negociación y administración de conflictos: abogados en su salsa.

Nuestro presidente es pesimista al respecto: dice que no tiene muchas esperanzas en los políticos porque  “la corrupción, la mezquindad y el egoísmo están demasiado extendidos”: uno podría pensar que cuidan a cualquier costo sus propiedades privadas.

Por otra parte, quiere que le muestren que la política puede ser más que lo que es. Este reclamo es interesante y necesario. Pero cuando se llama a los gobernadores a firmar un preacuerdo junto con un “paquete de alivio fiscal” esa convocatoria podría sospechosamente parecerse al "juego mediocre de la política” en el que la negociación, el cálculo y el interés particular priman y no son precisamente dejados de lado.

Medidas como la eliminación de agencias gubernamentales desprestigiadas, vehículos oficiales y vuelos injustificados, jubilaciones de privilegio y burocracias sindicales, así como absurdos beneficios y derechos de condenados, son seguramente bienvenidas por muchos. El Estado y sus funciones se han convertido en muchos casos en una farsa y el presidente supone que eso es por la misma naturaleza del Estado. Pero años de experiencia estatal pasada y presente muestran que no siempre ha sido el caso.

Una cosa es este Estado y otra cosa es el Estado y su historia. Basta recordar lo que hizo el Estado con la ley 1420 por la educación en la Argentina y lo que ocurre  hoy cuando efectivamente los chicos en la escuela no entienden lo que leen ni pueden resolver problemas de matemática básica. Pero no sabemos aún si el presidente puede resolver ese problema nacional ni cómo piensa hacerlo: que la gestión educativa esté a cargo de las provincias no lo exime de su responsabilidad en este campo. Y si bien las familias tienen un rol fundamental que ocupar en la educación, podría discutirse que sean solamente las mujeres amas de casa y mucho menos en tal condición las que tienen “la enorme tarea de educar a nuestras generaciones futuras”.  Dicha tarea, que es responsabilidad de todos y que hoy ocurre en muchos lugares, podríamos imaginarla comenzando desde el ejemplo presidencial y habiendo comprometido en la historia a figuras con las que simpatiza el presidente como las de Alberdi o Sarmiento, polemizando entre ellos pero educando al soberano. 

Tiene razón nuestro primer mandatario cuando dice que “hay una crisis de horizonte”. Ni el estudiante promedio de abogacía es hoy aquel pensador de la generación del 37 ni la “patria educativa” está a la altura de su tarea.  Por ello y dada la relevancia que probablemente sigan teniendo en tal horizonte las profesiones del abogado y del educador en nuestra vida política y cívica, no estaría mal preguntarse en esa clave por la formación de esas otras “castas” que presiden desde hace tiempo la administración y la educación en nuestro país.

Finalmente, me quedé pensando en por qué seríamos, como anunció nuestro presidente, por historia, y mucho menos por derecho, “uno de los países más importantes del mundo” y en cuándo fuimos o por qué volveríamos a ser  “un faro de luz para Occidente”. Y noté que, como su denostado Alfonsín otrora, también Milei nos habla ahora de “bisagras” en la historia. Cuidado: Don Raúl aprendió duramente que las mismas no existían.

 

domingo, 3 de marzo de 2024

Los dioses

"Los dioses van por entre cosas pisoteadas, sosteniendo

los bordes de sus mantos con el gesto del asco.
Entre podridos gatos, entre larvas abiertas y
cordeones,
sintiendo en las sandalias la humedad de los
trapos corrompidos,
los vómitos del tiempo.
En su desnudo cielo ya no moran, lanzados
fuera de sí por un dolor; un sueño turbio,
andan heridos de pesadilla y légamos, parándose
a recontar sus muertos, las nubes boca abajo,
los perros con la lengua rota,
a atisbar envidiosos el abismo
donde ratas erectas se disputan chillando
pedazos de banderas."
Julio Cortázar (Argentina, 1914-1984)

miércoles, 28 de febrero de 2024

Sin el viejo tango ni aquel rock and roll

A partir de los años 90 las políticas culturales coincidieron con un mercado de ideas que comenzaba a ser dominado por la corrección política. Apropiándose de la misma en este siglo la izquierda y normalizándola, hoy la desafiante incorrección política y linguística domina en algunas figuras presidenciales: allí pareciera haber terminado el rock como movimiento contracultural.

En los años 70, en Los usos de Gramsci, Portantiero nos hablaba del contenido ético del Estado con el que la clase dirigente obtenía el consenso de los gobernados. Cuando el autor italiano se refería a la “reforma intelectual y moral” su organización debía ser el pilar de la acción política conducente a una nueva civilización.  Paradójicamente hoy parecería ser alguien en las antípodas ideológicas quien busca representar una nueva moral de una sociedad hastiada de las formas de dominación vigentes y para lo que movilizó componentes culturales presentes en la vida popular. Pero ¿cómo hacerlo si se basa en aquella vieja ficción de la sociedad como un agregado racional de voluntades libres? Ya Durkheim se hacía esta pregunta para la reconstrucción de una moral cívica y la fundación de la solidaridad en tiempos de zozobra, y la respuesta estaba en la indagación de otros elementos culturales que permiten el contrato social: habría un papel importante de la dimensión ética en la integración de la sociedad.

La crisis del Estado como combinación de coerción y consenso y articulación entre sociedad civil y política hoy se ve en aquellas instituciones a través de las cuales se ha buscado ejercer una hegemonía (familia, iglesia, escuelas, sindicatos, partidos, medios de comunicación) nunca completada, entre otras cosas, por la falta de sacrificios de la clase dirigente para que esto sea posible: no bastaba para Gramsci con una hegemonía estético-política.

Muchos han “usado” a Gramsci de la manera más vulgar, pero pocos recuerdan que sus ideas dieron a las ciencias sociales la posibilidad de una respuesta a aquella pregunta de Durkheim. El estado de anomia en que se encuentra la Argentina se proyecta hacia toda la sociedad como fuente de desmoralización general. ¿Y qué ocurrirá si el Estado fuera, como Gramsci suponía, al menos por ahora, justamente aquella instancia que nos permitiría participar de una moral cívica elevándonos con respecto a una moral profesional o corporativa y éste fuera poco a poco destruido? A la vez, reconstruir los lazos comunitarios pareciera imposible en un mundo de creciente aislamiento, burocratización y racionalidad formal e impersonal: Max Weber había visto ese otro problema en ciernes.

Gramsci subrayaba el papel de la dimensión ética en la integración de la sociedad y suponía que el Estado educaba dirigiéndola. Pero aquí la lucha por una nueva cultura no tuvo en cuenta las densidades de largo plazo de la misma: la voluntad colectiva estatal ha entrado en tensión con la voluntad popular. No hubo reforma intelectual y moral y nunca el momento político superó al momento corporativo en la Argentina. El juicio moral apela a las capacidades de discusión, intercambio y confrontación de puntos de vista en situaciones problemáticas, y demanda una atención particular al trabajo del lenguaje, y todos vemos día a día lo que ocurre en estos dominios.

Terry Eagleton señaló la paradoja de que sea en tiempos filisteos que la cultura pase a ocupar un lugar preponderante: hablamos así de las diferencias pero no de las injusticias y el capitalismo, afirmaría, resaltando asimismo que la diversidad, además de no ser siempre beneficiosa, era compatible con la jerarquía. Señaló también que algunas diferencias merecen ser borradas, que la exclusión no tiene nada de malo, que algunos marginales debían seguir siéndolo a cualquier precio y que se corría el riesgo de olvidar el dolor entre tanta hibridez y pluralidad.  El colapso de las jerarquías culturales en su mayor parte era efecto de la forma mercancía, observaba, más que de un espíritu democrático.

Cómplice del poder, el vínculo de la cultura con la política se ha desgastado. No en vano se ha intentado incorporar valores culturales de agendas globales en el contexto de una cultura mediática en la que los gestos de subversión cultural y política frente a lo dado se incorporan hace tiempo a la oferta de entretenimiento. El mismo presidente ha reconocido en estos días que se requiere un poco de show. Como veía Gramsci, las cuestiones políticas revisten formas culturales. Seguramente el destinatario de su legado no es el que imaginó y que haya dado como resultado una política que expresa la cultura de masas en una forma mediáticamente exitosa: la derecha política habla contra Gramsci pero tal vez se haya apropiado de él.

También el pensamiento gramsciano quizás se haya presentado en la Argentina primero como tragedia y luego como farsa. Se hace necesaria una comprensión más compleja e integral de la cultura que se haga cargo de las mutaciones sociales que nos atraviesan en sus potencialidades tanto revolucionarias como enajenantes. Nuestras culturas han sido en buena medida transformadas en mercancía, vaciadas de su significación social, recolocadas y reconceptualizadas para responder a necesidades económicas, culturales, políticas e ideológicas que no siempre son las nuestras. Se ve bien con lo que ocurre con el tango. Como dijera Néstor García Canclini, tampoco queremos verdades caseras, pero tanto en los flujos culturales transnacionales como en ciertos políticos triunfantes en el mundo prevalece un monolinguismo inquietante en cuanto a la omisión de la diversidad de experiencias, rutas cognitivas y discursivas. Rendidos al mercado de la cultura y hoy a lo política y linguísticamente incorrecto, cuando solo queda el mero interés y éste adquiere una dimensión utópica, cuando de derecha a izquierda no se visualizan otros sueños (sometidos muchas veces a la irresponsabilidad de la clase política, a lo que hoy se entiende penosamente por política, a la pobreza de la formación muchos de de sus principales actores), algunos de esos políticos acaban siendo reyes de esos territorios y quizás los mejores representantes de aquello en lo que nos hemos convertido, sin el viejo tango ni aquel rock and roll.

lunes, 22 de enero de 2024

El infierno de los días

 https://www.clarin.com/opinion/infierno-dias_0_JzLYENyL6B.html

Hay días que parecen infernales. Entonces recuerdo que hay un propósito en el viaje de Dante al infierno: entender las profundidades de la degradación en la cual podemos hundirnos. Beatriz quiere exponerlo a los horrores de aquel para que esté ansioso por regresar a la bondad y al amor. 

La selva oscura en la que se halla perdido sin saber qué hacer simboliza la confusión política y moral en su vida y para comprender y purgar el mal es necesario conocer el infierno. Al entrar se le pide abandonar toda esperanza, pudiendo solo continuar por su fe no en la iglesia sino en Virgilio: el papado era uno de los principales factores disolventes por entonces y Dante sentía horror ante la dislocación del sistema de ideales de su espíritu. 

 Ese mismo horror se traslucirá tiempo después en las grandes tragedias de Shakespeare que reflejarían la decadencia y corrupción política de la corte. Hamlet había revelado que algo estaba podrido y su desesperación emergía de una falta de fe en el lenguaje y en sí mismo, de allí su incapacidad para actuar. Habiendo visto la esencia de las cosas, su náusea lo inhibía de una acción que nada cambiaría. 

¿Cómo pedirnos arreglar un país y un mundo desencajado? El conocimiento mata la acción que requiere de los velos de la ilusión y, como intelectual, muere. La conciencia de la catástrofe espiritual de un país se vuelve intolerable para un alma sensible que, más tarde en tiempos románticos, será sujeta a agitaciones tormentosas con el Werther de Goethe imposibilitado de adecuarse al mundo que lo rodeaba o el Frankenstein de Mary Shelley aprendiendo sobre la sociedad criminal en la que se hallaba, sintiéndose excluido de ella y acabando también él buscando su propia muerte. 

Ya en siglo XX, si bien en América Latina las pesadillas de la violencia y el desasosiego de los hombres víctimas de la peste del poder fueron maravillosamente retratadas por su literatura, quisiera evocar hoy aquí al infrecuentemente recordado Lezama Lima quien señaló el potencial político de la poesía como reino actuante contra la corrosión de los tiempos, fundando eras imaginarias contra una historia vulgar. 

Según Lezama (como también Camus lo haría en Francia de otra forma), había que propiciar la cópula de la historia y la poesía y recuperar “la plenitud humanista frente a las potencias innominadas, los organismos inferiores, el frío caos”: se trataba de resguardar un mundo premercantil en el que sobreviva el diálogo entre las personas. 

 Para ello, la poesía era el único hecho integrador donde no era posible grieta alguna. Aquí la política no era guerra sino encuentro espiritual, por eso Lezama soñaba con que en su isla pudiera comenzar su historia dentro de la poesía gracias a un vivir “refinado y misterioso”. Frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en una imagen reconstruida del ser humano. 

No podremos recuperar lo perdido sin una conciencia política y poéticamente liberadora y soñadora en tiempos de tinieblas. Atormentados por la esterilidad cotidiana, una vida buena solo reaparecerá recreando el lenguaje y nuestro mundo con nuevas expresiones que nos permitan una salida (al menos pero tal vez no solamente imaginaria, dado el poder creador de la poesía) de esos días que nos parecen infernales y su penosa entropía

viernes, 5 de enero de 2024