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Dramatis Personae

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Cartógrafo cognitivo y filopolímata, traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 28 de octubre de 1993

Hombre de ningún lugar

Todo parece un juego. Todo parece una broma. Ponéte cómodo. Ya sé que estás cansado, que tenés sueño. Antes se protestaba mucho, ahora se duerme mucho, se calla mucho. Tal vez no tengan gran cosa que decir. Tal vez apuesten al silencio. Y ponen cara de aprobación para zafar de alguien. Y es que cuando los adolescentes vienen marchando tienen pensamientos de seres libres. Pero ¿hay escapatoria?

Suelen temerle al ridículo porque se sienten de más, un poco intrusos. Por eso escriben poco y contestan las preguntas de las pruebas en dos líneas. No se atreven a tomar la iniciativa. Y es que esperan mucho de los otros el lunes y no esperan nada de los otros el martes. Tenían que llorar o desarmarse a carcajadas. 

Aún están llenos sus corazones en una sociedad en la que éstos se secan, sucumben. Cultura del vértigo y de la almohada. ¡Ay, si lo inevitable pudiera tener salida! Como Mersault, el personaje de Camus, deberían interesarse más por los relatos de ejecuciones, para una improbable (posible) fuga de la muerte ya que "no hay nada más importante que una ejecución capital y es aún la única cosa realmente importante para un hombre". Pero esto no sería un comportamiento, una actividad deseada o esperada por las familias, las escuelas, las instituciones. Se nos educa en la candidez. En toda buena institución el condenado se halla obligado a colaborar moralmente y a disparar él mismo el gatillo.

Pero cada uno de nosotros es responsable de lo que hacemos de nosotros. Y, en este sentido, ellos ya saben que la mayor parte de lo que aprendan se logra saliendo de la escuela. Es en la calle que se aprende a vivir, a hablar, a pensar, a amar, a sentir. Todos somos prisioneros de este sistema escolar, alumnos y docentes. Pero sólo ellos lo saben...o lo admiten. Saben que una verdadera educación es la que prepara para la vida en la vida, la que perturba, la que se propone (aunque sea utópico) un intercambio entre iguales (no entre adulos y adolescentes), un choque de coraznes con alguien que, como se dijo en las pre-jornadas, sea como una moneda corriente.

Una historia: Un anciano retorna a su pueblo luego de un largo viaje. Sus amigos lo saludan y rodean:

-Tú, que has consagrado tu vida a tratar de conocer la luz, háblanos de ella.
-Es cierto que he explorado todo lo explorable tratando de conocerla. Y no sé cuál es. Lo que sí sé es que se ha agotado completamente en mí el deseo de transgredirla.

Intuyen que a quien ven como enemigo es su único punto de partida. Entonces se ríen. Alabada sea la alegría de los adolescentes. No tiene el hombre otro bien sobre la tierra...Pero miren la muerte. Mírenla sin acusar. ¿Pueden agredir sin acusar? La tan mentada vioencia juvenil es la fuerza del "yo quiero" que coloca todo al servcio de un logro, jugarse a una sola carta: lo que los psicólogos llaman inmadurez del deseo, lo que un empresario jamás haría.

Y es que en los adolescentes hay demasiada superhumanidad o niñez. Y lo infantil y superhumano tiende siempre a querer. Y controlar esa voluntad sólo produce frustraciones. cuanto más retenida la manifestación de un impulso vital, menor es su bajaje de elasticidad necesario para relacionarse con los obstáculos. Y ésos no escasean en la vida. Todo aquello que nace demorado, nace exagerado, rígido y explosivo. Y los adolescentes son eso: una cultura de la demora o, mejor, una cultura demorada. Una cultura que quiere demasiado. El riesgo para esas almas harto expandidas es la ejecución. Por eso hay que aprender a mirar, aprender a escuchar. El primer acto de un maestro debería consistir para mí en intentar enseñar a su alumno la idea de que el mundo tal como lo concebimos es sólo una visión, una descripción del mundo. Pero aceptar este hecho parece ser una de las cosas más difíciles de lograr. Nos gusta seguir atrapados en nuesra particular visión del mundo, que nos obliga a sentir y a actuar como si lo supiéramos todo acerca de él.  Hay que detener eso. Los brujos lo llaman "parar el diálogo interno". Otros pueden decir "cambiá un cachito el casette que tenés en el bocho". 

Deambulando entre dos mundos, uno de ellos que se resiste a morir, el otro que presiona por nacer. ¿Dispararán del gatillo y le dirán chau a la fantasía hasta que tengan hijos para empezar a proyectar frustraciones, para volver a jugar un tanto patéticamente "por la nena", "por el nene"?

Nuestra manera de conocer es inseparable de nuestra manera de comportarnos. Y entonces hay una manera de conocer "adolescente" acorde a sus comportamientos tempestuosos. Me gusta esta palabra: tempestad. Resuenan en ella pasiones, vísceras, cuerpos, locuras, misterios, entregas, fluídos, desbordes, caos, comunión. La tempestad del adolescente, ese hombre de ningún lugar que, como en la canción de Los Beatles, está "sentado en su tierra de ninguna parte, haciendo sus planes de ninguna parte (y eso es la palabra utopía -el lugar que no existe) para nadie, sin tener un punto de vista, sin saber a dónde va ¿no es un poco como vos y yo? Es tan ciego como puede (un ciego en una tempestad), sólo ve lo que quiere ver. 

Él es el que logra la utopía, es decir, estar en ningún lugar pero, como Borges, ciego, que celebraba "la magnífica ironía de Dios que me dió al mismo tiempo los libros y la noche", los adolescentes no la pueden ver. Esa es la ironía de su destino.

La adolescencia, un gran invento...un lugar donde se permite la tempestad, la desubiación...por un ratito. La creatividad, la fantasíaa...controladas en ese espacio y tiempo. Después vendría lo serio. Por ahora son casi seres humanos: les falta un cachito, no mucho, de hipocresía y cinismo, para que sean tratados como adultos. Son los primeros cristianos, que propugnaban el amor y la igualdad entre los hombres, hasta que llegan al poder, a la madurez espiritual.

Iguamente no son como yo me los imagino: O son más grandes o más chicos. Son distintos. Uno se decepciona.

Digo: Uno es distinto cuando decide ser una persona. Y esto suele ocurrir muy poco. A muchos, nunca. Yo me lo pregunto todos los días. Tengo que decidirlo todas las mañanas. Tengo que luchar contra ese ser humano que tengo adentro. Y es que creo que hay que volverse niños o superhombres. Y para eso hay que estar dispuestos a sufrir y gozar mucho. Como un niño pero sin depender de nadie. Pero hace falta un pecho donde recostarse. Pero hace falta afecto, es decir, alguien que te escuche. Y acá la cosa se pone jodida. Porque nadie escucha a nadie. Y esa es la principal causa de muerte en el mundo. Uno ejecuta cuando no puede escuchar, no puede amar.

Ustedes y yo nos esforzamos por orientarnos en un mundo absurdo, en un país absurdo. Ustedes y yo estamos hartos de la cretinez e ineptitud de profesores y alumnos. No alcanza con modificar la actitud de los profesores frente a los alumnos o viceversa, ni con mayores recursos pedagógicos, ni con más o mejores computadoras. No alcanza. Es un problema de emoción. Es asumir la tempestad, las ejecuciones, el desarraigo del hombre de ningún lugar.