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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 2 de agosto de 2001

Al que le quepa el (en)sayo que se lo ponga

Al que le quepa el sayo que se lo ponga. Aunque este sayo fue diseñado en primer lugar para mí mismo y para mis colegas argentinos. Este es un sayo que pretende alertar sobre el abismo entre la vitalidad del viejo ensayismo latinoamericano y la timidez de los responsables por preservar su tradición, entre la exhuberancia de los primeros y la torpeza de los últimos.

Este sayo (a la manera del capote de Gogol) es sobre la agonía de un estilo peculiar de mirar el mundo. El ensayo esta aprisionado en un sayo: algo llamado Simposio sobre el ensayo. Y este ensayo no puede sino ser sobre esa agonía y prisión del sayo. Por lo tanto, no soy feliz escribiéndolo. El riesgo de perderse uno mismo en los viajes de la escritura del ensayo es sólo suavizado si lo vemos como una posibilidad de recuperar identidades perdidas. El temperamento libertario, aristócrata, voluntarista y lúdico del ensayista se conjuga con una percepción nómade, parcelaria, incompleta, en el viaje a la identidad que caracterizara a buena parte de la ensayística latinoamericana.

Sin duda la mayor dificultad ha siempre residido en la administración del deseo de ser enciclopédico y sintético al mismo tiempo, en el desprestigiado deseo ensayístico latinoamericano de ir a todas partes, de no perderse nada, de construir un mundo. Pero nuestra era, en contraposición, solo ha  respondido ofreciendo fragmentos de corto alcance.

La separación entre el ideal científico y la tentación literaria que ha marginado a la tradición ensayística es bastante reciente, al menos desde la ilustración y quizás solo desde la era de la universidad contemporánea que tanta ignorancia ha sembrado. Aquellos con un buen conocimiento de las ciencias duras y de los clásicos nunca serán engañados por las tonteras de turno. Este tipo de entrenamiento en las ciencias y en la escritura ha desaparecido dando lugar al reino exclusivo de las ciencias sociales. El desarrollo de las ciencias sociales y su influencia en la literatura ayudaron a ignorar y destruir la tradición del ensayo: los carreristas de hoy aseguran inclusive que nuestros ensayistas eran sexistas, racistas y hasta explotadores. Una vez que la terapéutica y las ciencias sociales entraron con fuerza en la universidad, el ensayo se debilitó. Estos cambios significaron también cambios en el la ética/patética por un lado, con consecuencias en la escritura en lo que refiere al ritmo, la repetición y el flujo literario. Pero sin duda las consecuencias más graves las ha heredado la universidad, donde hoy deberíamos hablar de la necesidad de deseducar.

El matrimonio entre el capitalismo de mercado y la libertad democrática esta barriendo nuestras casas de estudio ofreciendo lo más banal de nuestra cultura. Para empezar, la mayoría de los estudiantes en las universidades desconocen los orígenes e historia de su propia cultura. Y ni hablar de las ciencias. Todos deberían tal vez tomar al menos un semestre de matemáticas para menguar un poco la tendencia al énfasis en uno mismo por cierto inevitable en las ciencias sociales y humanidades. Hay una razón por la que los estudiantes de matemáticas o ingeniería son los mejores en las clases de literatura, mucho mejores que los de sociología, y por la que no son tan narcisistas como los de literatura que han crecido con tanta auto-identificación.

El conocimiento necesita tensión, lectura. Atacan los ensayos latinoamericanos y su tradición casi sin leerlos. Y los acusan de idealistas y conservadores. Y encima no hay derecho a exigir cierto rigor intelectual. La ignorancia que predomina en la profesión académica tiene que ser denunciada si nos interesa rescatar la independencia intelectual y la independencia de nuestro país. Fue paradójicamente una alegría escuchar al presidente De la Rúa anunciar nuestra dependencia en el día de la independencia. Como diría Martínez Estrada, es hora de descorrer los velos que ocultan la realidad profunda. No se trata de ser excepcionales sino de ser independientes. El país , como el ensayo, es la producción de un pensamiento. ¿Debemos entonces escribir ensayos? Riesgos: Cuando la impotencia carece de ingenio, se vuelve quejumbrosa. A pesar de que hay muchísimo que hacer, mucho más de lo se que puede expresar con necesarios manifiestos y protestas. Y también hay muchísimos escritores quienes, lejos de la petulancia de querer ser la “conciencia de la nación”, se dedican a las degradadas “nimiedades” de la democracia y la política. Los banqueros, los contadores, los profesores. eran esclavos en la antigua Grecia. El verdadero mal de la esclavitud en la antigüedad era una virtual no existencia en la vida política de la comunidad, algo mas amargo para cualquier griego que lo que es concebible para nosotros.

Muchos de los pocos que emergen de los doctorados han tenido otras “nimiedades” de las que ocuparse. Han hecho exactamente lo que les dijeron, leído precisamente lo que se les asignó, y se han modelado a sí mismos copiando a sus directores. Y están ansiosos por publicar. Pero frecuentemente saben muy poco de literatura. Y algunos no sabrían distinguir con claridad qué es un ensayo. Nadie parece en la academia preocuparse demasiado tampoco por la relación de esta ignorancia con los otros millones de ignorantes afuera de los doctorados. ¿No están ligadas ambas ignorancias? Tantos nuevos acercamientos, tantas nuevas teorías, tantas charlas de títulos inteligentes como ésta, libros, artículos, mesas redondas. Tanto esfuerzo para tan pocos, tan poco para tantos.

La mayor parte de nosotros corremos de una presentación a otra e intercambiamos chismes académicos. ¿Cómo nos distanciamos tanto de aquellos ensayistas  en quienes en algún momento nos inspiramos? Insisto: Es muy importante que el 9 de julio del 2001 hayamos declarado la dependencia en la casa de Tucumán. Ahora se trata de escribir los ensayos de nuestra independencia. Y para eso hay que empezar por una autocrítica. Si queremos entender la falta de ética en nuestros lideres políticos, por qué nuestros doctores, abogados, políticos, periodistas, empresarios ven al conocimiento como una acumulación de datos y desconfían del ensayo, tenemos que mirar a quienes les enseñan y les dan los títulos. Y mirar los muertos. Si nuestros jóvenes no tienen valores, cultura ni ética, entonces hay que ver qué se les enseño y qué no.  ¿Podemos asombrarnos de que no sepan que es la política, la democracia, la ética, el ensayo?

La erosión de la palabra escrita y hablada, la falta de compromisos, la rendición al presente: Eso nosotros lo hicimos, hasta con cierta arrogancia intelectual en algunos casos.

Hoy apenas sabemos qué tenemos que hacer si queremos resucitar estas cosas y el ensayo ligado a ellas. Todo está destinado al fracaso sin un gran renacimiento argentino. Ninguna reforma universitaria de ocasión puede deshacer décadas de educación familiar y escolar arrasadas por dictaduras y transformarlas en productividad y conductas éticas. Sin embargo, creo que el estudio de nuestros propios ensayos y de nuestra historia como puntos de partida para la recreación de un sentimiento nacional o regional no deberían perturbarnos. La ignorancia de los estudiantes y de muchos profesores argentinos sobre sus propias tradiciones históricas es vergonzosa.

Sin país y, en el caso de los que nos fuimos, no pudiendo vivir en ninguna parte, estamos muy obligados a comenzar un proyecto. Perdidos y con tormenta,  tenemos la necesidad de construir una balsa consistente, y proveerla de herramientas, abrigos, y de las reflexiones de nuestros ensayos históricos, pasando del frío al calor, enfrentando la desgracia y la gravedad de los acontecimientos, buscando un estilo propio. ¿No consisten la filosofía y nuestros ensayos en tal serie de mejoras domésticas?

La alternativa es simple con nuestra escritura y nuestra sociedad: o elegimos la distancia, y es el frío, pero evitamos las heridas; o preferimos la proximidad, y nos lastimamos, pero escapamos al frío. Volvemos a la vieja dicotomía que ha cultivado nuestra ensayística en Latinoamérica entre el mundo latino y el mundo anglosajón, hoy más viva y entrelazada que nunca. Me parece que hay que volver a discutir estos modelos. Repensar la raza cósmica de Vasconcelos, de una actualidad que asusta.

Del lado del frío llegamos al mundo profesional, académico, de tesis y doctorados.

Pasamos del amateur-ismo del ensayista al frío y entrenado profesionalismo del escritor académico emancipado, “liberado” como escritor, virtuoso académico que espera un tratamiento preferencial. De su lado, el saber canonizado. Del otro, el ensayo tolerado e incluso explotado, a condición de que se quede por fuera, del lado del sueño.

Y también hay corrupción en la academia. El ajuste no ha llegado a la academia, plagada de revolucionarios en teoría que en la escritura y la práctica social son bastante tradicionales, carreristas y elitistas. Prima la irrelevancia, la incoherencia y la autopromoción profesional. Hemos perdido vista de cualquier objetivo intelectual o educacional y, con ellos, la pasión por explorar, por ensayar.

Necesitamos profesores que puedan enseñar cursos centrales de varias disciplinas. Y entonces la amplitud, profundidad y curiosidad serian los primeros criterios a considerar en un profesor y no las artificiales y burocráticas especializaciones de instrucción e investigación. Las ambiciones de la academia de hoy son demasiado estrechas. Y, en otro sentido, demasiado amplias: se pretende la escritura de una tesis. En lugar de la tesis doctoral los alumnos deberían escribir cinco o seis ensayos largos en base a amplias preguntas sobre la literatura. Estos ensayos deberían ser leídos por todos los profesores y luego no ser publicados.  La capacidad del estudiante para manejar las fuentes, para construir un argumento claro, para usar una buena prosa castellana (o argentina), la originalidad e imaginación en la escritura deberían ser los únicos criterios para dar un titulo de doctorado. Toda la facultad debería examinar los ensayos y someter extensos informes. Debería también leerlo un miembro de otra disciplina y un carnicero o un carpintero para certificar un interés amplio en la comunidad.  La publicación vendrá mucho después cuando se haya vivido un poco más, cuando te hayan pisado un poco, cuando se te hayan muerto tus viejos.

La idea de la escritura del ensayo del viejo estilo puede solo retornar si se alteran los mecanismos de investigación y regresamos al ensayo filosófico. Un ensayo filosófico es distinguible de un ensayo académico. El ultimo, cargado de citas y notas, nos impone su erudición y muestra sus credenciales. El ensayo filosófico está desnudo, indefenso, no intentando ser exacto pero abalanzándose hacia nuevas intuiciones. Nos habla Martínez Estrada con un buen ejemplo: de       

“Valentín Alsina y sus notas prolijas, sopesadas, calibradas y dirgidas certeramente, más que a los puntos vulnerables de la obra de Sarmiento, a herir su amor propio, a quitarle la fe en sí mismo, a traer al primer término de los méritos el de la exactitud documental. Valentín Alsina era un erudito, hombre estudioso formado en las aulas universitarias, mucho mas desdeñoso que Sarmiento de la incultura y la improvisación. Conocía el manejo del instrumental de la hermenéutica y la crítica, en tanto Sarmiento se había formado por sus propios recursos, al azar de lecturas diversas, aunque ansioso de un saber coherente y firme. Los reproches de Alsina, sobre cuestiones en las que Sarmiento se había aventurado sin mapa, guiado por su instinto de rastreador y de baqueano, son su tragedia intelectual, su complejo de insuficiencia. Alsina habria de demostrar, más tarde, que el problema social e histórico del Facundo estaba fuera de su visión; y que Sarmiento estaba en lo cierto”.

De Hudson Martínez Estrada hereda un hacer de la “sensibilidad” una forma del pensar intelectual con no menos exigencias y sastisfacciones que las del  “pensar científico”. Recuerda que Thoreau, doctorado en Harvard, había dicho del capitán John Brown, ahorcado por defender a los esclavos negros en Concord:

“No fue al colegio universitario llamado Harvard, a pesar de la buena Alma Mater que constituye. No fue alimentado por la papilla que allí se suministra. Pero fue a la gran Universidad del Oeste, donde se dedicó asiduamente al estudio de la libertad; y habiéndose graduado de muchas cosas, comenzó finalmente el ejercicio público de la humanidad, en Kansas. Tales eran sus humanidades y no estudio alguno de gramática. El habría pasado por alto la declinación errónea de un acento griego, pero en cambio habría sostenido a un hombre tambaleante.”

También Dante había tenido que abandonar el latín y adoptar el italiano que no era entonces lengua literaria, sino la del “popolo basso”, haciendo lo que los poetas gauchescos y, de alguna manera, lo que John Brown. Nos falta vigor intelectual y plebeyo.

El viaje del ensayo es un viaje a nuestras palabras, a nuestros recuerdos, a nuestros países perdidos, “allá lejos y hace tiempo”, cuando dejamos de contar. El hombre de la acción fracasada y el idealista son mal vistos por los comités administrativos, políticos y literarios. Y la crisis, nos dice Ezequiel, es la derrota del improvisador, del ensayista si se quiere, fracaso de los fracasos. ME no quiere olvidar las derrotas, el inevitable fracaso de toda sofisticación. Detestaba los métodos pedagógicos, las aulas colonizadas. Hudson lo habría ayudado a deseducarse leyendo obras “políticamente incorrectas”. Por otra parte, las escuelas y maestros que Sarmiento formó olvidaron su terror hacia el saber escolástico, académico, de cátedra. Pero Sarmiento, humillado desde su niñez, no habría podido evitar buscar amparo en los laberintos de la política haciendo demasiadas concesiones a la vulgaridad de los doctos. Y tal vez ese sea también nuestro dilema de humillados, si es que estamos a la altura del dilema.

Estos doctores sostienen hoy que nuestros ensayos latinoamericanos exhiben grandes fallas, debilidades y patetismos. Sin duda que hay descuidos de toda índole, sino no podrían haber sido escritos. Pero los ensayistas latinoamericanos saben lo que es el discurso académico. Y precisamente por ello buscaron convertirlo en un terreno de productividad como proyecto vital/social y no sólo profesional/laboral.

Nuestros ensayistas nos recuerdan que hay variadas maneras de saber y de escribir en una academia pluralista. Sin embargo, los académicos fomentaron la idea de que sólo existe un género de crítica, la que se rige por las normas académicas, las del MLA.

Todos esos “papers” tan instruídos en los cuales cada palabra esta flanqueada por un número y cuyas notas al pie atribuyen esa palabra a un dueño son  asombrosos. Cuando uno esta ocupado escribiendo, nada es menos importante que realizar todo ese operativo y  “situarse” a sí mismo. O uno hace eso, lo que lleva una enorme cantidad de tiempo dado el numero astronómico de nombres y bibliografía a incluir, o uno trabaja.

 “Paper”: siempre hallé esta palabra burocrática un tanto divertida. Hay menos riesgos en las artes menores como el “paper”. Y muchos escritores de “papers” tienen miedo a ser llamados “poetas” si escriben ensayos. Y el miedo a que los malentiendan. El miedo a no ser tomados en serio. El miedo a fracasar. Por eso la antítesis del plebeyo ensayista dispendioso es el asegurado burgués escritor de “papers”. Hay que recordar que el bárbaro es aquel cuyos sonidos articulados no producen sino un conjunto de fonemas incomprensibles. Y aquí las dos ignorancias se juntan, burguesa y proletaria. En el reino de los “papers” estamos también en el reino de los bárbaros. Ajustémosles las notas al pie, que les llegue el recorte a ese medio de recompensar a amigos y castigar enemigos. La corrupción está también en nuestra escritura, en nuestra casa. Los escritores de “papers” somos con frecuencia como Ronsencrantz y Guildersten, damas de companía, privilegiados oportunistas viajando en la corriente de la moda, obedientes a un formato burocrático de corte que Borges ha calificado como “una tristeza, una desdicha”. 

Si uno tuviera que rescribir todo lo que ha leído, esta repetición no haría los libros muy interesantes. Cuando cada texto resume la parte de la biblioteca que le toca entramos en la era de la tesis y de los medios. Tanto como se detestan entre sí, los medios y la academia tienen esta repetitividad en común.

Pero los nuevos ensayos y las nuevas ideas vienen del desierto, de seres solitarios que no se sumergen en el sonido y la furia de la discusión repetitiva. Esta última siempre hace demasiado ruido para permitir el pensamiento. Tenemos demasiados debates. La ciencia necesita discusiones públicas continuas; esto mata a la filosofía. Si estuviéramos practicando una ciencia, tendríamos que pertenecer a una disciplina estructurada en su contenido y en sus instituciones, con rigurosos controles (que a veces llevan a la conformidad), con laboratorios de investigación y publicaciones. La filosofía supone una conducta totalmente diferente: independencia, libertad de pensamiento y soledad. En el ensayo filosófico no se trata de ser excepcional sino de ser independiente. Entonces es necesario dar un salto al costado para evitar ser llevados por la corriente, es necesaria

La gesta del salvaje”

No sin razón

el foso está apartado

en este país salvaje.

Esto quiere decir

que el lugar del amor

no está en las rutas trilladas

ni en torno a las habitaciones humanas:

habita los desiertos.

El camino que conduce a su retiro

es duro y penoso. (extraído del Tristan e Isolda de Gottfried von Strassburg).

 

Y así los ensayistas se acercan a la poesía. Muchos fueron ridiculizados y exiliados por sus colegas académicos. ¿Pero fueron alguna vez discutidos? ¿Puede discutirse una intuición? ¿No están las grandes invenciones basadas en una intuición?  ¡Qué signo de los tiempos en la literatura cuando para criticar a un escrito se dice que es poético! La poesía, como todos sabemos, significa invención, creación. Y lo que necesitamos es inventar conceptos, algo que se obtiene con soledad, independencia, y libertad. La discusión académica es conservadora; la invención requiere intuiciones, bibliografías ligeras y un cierto hermetismo que define la libertad de movimiento del ensayista como vagabundo de los saberes que va estableciendo conexiones, definiendo un estilo y una ética/patética.

Un estilo único llega a partir del gesto, el proyecto, el itinerario, el riesgo. No hay ensayo digno de ese nombre sin la manifestación de un estilo. Producir formas aún con las dudas de un pensamiento que se busca, crear un tono, es ensayar la producción de una obra sin duplicación. Cada paso dado contra el ensayo busca garantizar que no emerjan escritores de carácter con un estilo propio que no venga de ninguna “aplicación”. Las repeticiones de contenido y método no son arriesgadas, mientras que el estilo refleja en su espejo la naturaleza del peligro, inclusive el de un autismo patético. Y de allí entonces la relación con una ética/patética. El ensayo enfrenta un problema ético que no significa evitar la ley sino llevar carne a la ley, a la escritura. El ensayista practica una ética de la altura y la afirmación, una inocencia, una audacia y una vitalidad que hacen de su ética también una estética. Prefiere el estilo y la energía, lo trágico y lo sublime, la elección y la virtuosidad. De allí que los ensayos me gusten menos por lo que fueron históricamente que por lo que permiten en el registro de lo ético. De allí el lazo entre ética y patética. El querer del que opta por la confusión de una ética y una estética, en el diseño de una patética en la obra, encuentra resistencias. Una patética es una estética de las pasiones éticas.

Los ensayistas son acusados hoy de inapropiados, irrelevantes, imprácticos, inmorales, o viejos “guitarreros” elitistas, pedantes, viejos hombres con tiznes blancoeuropeos y con marcas de clase. Y quienes los acusan escriben protocolos de agendas impuestas pidiendo por la igualdad de géneros, razas y orientación sexual. Pero nadie se preocupa demasiado en la academia literaria por los millones de chicos abandonados, la falta de hogar y de trabajo, el asesinato, la drogadicción. Sucede que es un riesgo acercarse a esas calles. Como a los piquetes. Pero no imagino filosofia sin el ensayo comprometido que la permita frente a la complicidad de los pensadores oficiales que, entre la academia y los medios, borran todo lo que podría representar un riesgo. Frente a esta escritura oficial de profesores y medios persiste la posibilidad de una escritura radical. Muchos temas importantes han sido tratados, escritos y discutidos por ensayistas muertos, mucho más agudos y mejor educados que muchos carreristas de hoy. Hay que revisarlos.

Puede aplicarse a nuestro ensayista la definición del escritor de Martínez Estrada: un hombre que agita,

“vikingo de mares incógnitos, un viajero que sueña en continentes desconocidos, el más fecundo proveedor de materiales de fermento para la cultura  filosófica; un hombre en rebeldía, como lo llamó Camus, un hombre que hace en su persona entera el experimento de ensayar otras formas superiores e inéditas de vida” (En torno a Kafka y otros ensayos).

 

Finalmente, el ensayista ha leído todo pero actúa como si no lo hubiera hecho. El académico ha leído poco pero actúa como si lo hubiera leído todo. Porque el ensayista se familiariza con todo y luego comienza a olvidarlo para ponerse a pensar. El académico se familiariza con poco y luego lo reproduce para evitar pensar. El ensayista amante de la filosofía va del conocimiento a la suspensión del juicio, el cuestionamiento. La filosofía no insiste en este balance entre todo y nada. Una obra filosófica contiene todo comenzando de nada, a través de una novedad obtenida mediante el salto al costado del que hablábamos. 

Nuestros aprendices de ensayistas, trovadores del conocimiento, aprenderán sobre la desgracia en todas las áreas y las calles. Desgracia: palabra de la que tanto se huye en una academia pasteurizada por las ciencias sociales. La sabiduría trágica del ensayista consiste en conservar la noción de que no se construye un estilo, un país, sino sobre abismos. Por lo grave que se nos escapa. Por el conocimiento que sólo puede aparecer a través de la escritura personal y no puede separarse de ella, y que tiene que ser precoz. Frente a estas desgracias, frente a lo grave, no podemos sino negar algunas narrativas institucionales. Es hora de dejarnos de engañar si queremos hacer algo frente a las horas que nos tocan vivir. El ensayista sabe de antemano que no hay tiempo para descansar, porque sabe que no hay descanso en la comprensión. Sospecha que hay siempre algo que falta. Y a veces el escritor cuanto más controla más se pierde: una mirada agotada no ve nada. Y ese cansancio produce una ceguera que lleva a la entrega o el apresuramiento para salir de una situación: la posada del ojo. Así que ojo con el ojo, con nuestros cansancios.  El ensayista usualmente esta sólo y su frenesí lo socava. Por eso hay que desconfiar también del ensayista.

Necesitamos hoy mucho mas que una moralidad y corrección política, como se predica ahora. Necesitamos, por lo menos, una religión. Tal vez una religión argentina. Tal vez una religión latina. Sobre esto alguien debería proponer un nuevo ensayo. Al que le quepa este (en)sayo que se lo ponga.