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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 4 de diciembre de 2004

Serafín, el perro de Lucía

Hace unos meses leí un libro profundo, actual, ágil. Se llama “El niño pez” y lo escribió Lucía Puenzo. Es su primer novela.

Tiene un comienzo que preanuncia algo bueno: “Pudo haber sido peor, créanme”, es la primera oración del libro y de un párrafo inicial que termina con “un perro moribundo con una erección”. Luego el perro narrador se come las páginas de un escritor y las baja con el agua del inodoro. Pero, como bien éste señala, “eso fue mucho después”. Un perro que quisiera llamarse “Vómito” en lugar de Serafín, con quien todo se experimenta (recordaba mientras leía la novela a Coetzee y a Peter Singer) en una novela con llantos para dormirse y el agua (“Lucía Puenzo y Lucrecia Martel, las dos con el agua”, pensé y pensé en Céline), el lago, la pecera, el caldo.

Serafín, perro que “hace lo que tiene que hacer”, conoce al asesino y conoce lo que realmente pasó aquella noche en la casa (el resto estaba borracho o drogado). Al final del capítulo, "así fue como quedamos solos". Luego la novela nos presenta las corridas escaleras arriba y abajo de Serafín que acaba hablando como el mono de Kafka en "informe para una academia".

Hay un veterinario crupier y Serafín que se salva al ver que creen en él. Y un Socrates así, sin acento, junto a los juegos sexuales de Serafín y Ofidia, los gestos perrunos, el maquillado comisario Mastrangelo, la cita de Coelho en boca de la tía de Lala, la chica de San Isidro aburrida por lo marginal y por el “conchetaje” con Serafín convirtiéndose en protagonista y dándose cuenta de que su misión perruna es como telón de fondo. Además la novela presenta una reflexión sobre el tiempo y los lugares que nos tocan y a los que pertenecemos, las posibilidades de salir de esos lugares y los huevitos Kinder del entrenador-mascota.

¡Qué cuidados que están comienzos y fines de capítulos! Impresiona la contundencia de los mismos.

Y la referencia al alemán comehombres de nuestros días, el "Sin rumbo" de Bronté como el de Cambaceres, la comisaría que es set de filmación de telenovela cuando Lala quiere confesarse culpable de asesinato, la desubicación en este mundo, la extranjeridad, el azar, la actuación, lo que se pierde, lo que no se sabe, y la sensación de que hay algo que no se entiende, que no puede comprenderse, que no se encaja, y que es sólo uno el que no encaja.

Luego Thalia y Shakira, los dos perros inmundos con problemas de aprendizaje, el cuerpo que pone Lala no sólo ante el entrenador, la idea de que la aparición del pasado trae augurios.

En esta novela se mezclan el guaraní y los dialectos de los dobermans, la lucidez rabiosa y la angustia, el miedo como paralizante y como arma, lo posible, lo imposible, la libertad, los mundos inventados, los protagonismos, las voces, lo humorístico y lo terrible.

Tiene un final tan impecable como el comienzo. Esa pregunta y respuesta “¿vas a nadar conmigo? -Hasta el fondo- dijo la Guayi” son lo último antes de ahogarse en el sueño, con todos dormidos cuando llega el micro al campo en un sueño colectivo. Las reflexiones sobre lo familiar, lo extraño, el amor y el aire cargado de inconscientes, de "ecos de un sueño en los otros" y todos soñando lo mismo, son algunas de las tantas presencias de este libro tan complejo como llevadero, tan real como soñado.