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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Animalidad y vida social: entrevista a Frans de Waal (publicada en Revista Ñ como "La moral como instinto")

El primatólogo Frans de Waal fue escogido este año como uno de los cien más importantes científicos y pensadores del mundo por la revista Time. Director del Living Links Center en Atlanta, comenzó estudiando a los primates hace más de tres décadas, siendo éstos desde entonces su principal modelo animal para sus estudios de reciprocidad social y resolución de conflictos. En Chimpanzee Politics compara las luchas de poder de los chimpancés con las de los políticos humanos, adscribiendo tácticas maquiavélicas a los animales cuando se suponía que no se podía hablar de intenciones o emociones en los mismos. Pero de Waal se preguntó: ¿Por qué debe haber diferentes estándares para especies con tanta historia evolutiva compartida ante conductas similares? Recientemente (Primates and Philosophers), de Waal se ha interesado en los orígenes biológicos de la moralidad y la justicia en la sociedad. Y en Our Inner Ape explora esas relaciones tan cercanas con dos sociedades tan diferentes como la brutal y guerrera chimpancé, por un lado, y  la erótica y pacifica bonobo, por el otro, viendo a nuestra propia naturaleza como un matrimonio entre las dos.

D.S.: ¿Qué puede decirnos sobre los orígenes de la moralidad y la justicia en la sociedad humana? Usted afirma que muchos de los trazos que definen a la moralidad –empatía, reciprocidad, reconciliación, consuelo- ya pueden encontrarse en los animales, sobre todo en los primates. ¿Pueden los verdaderos pilares de la humanidad ser encontrados en otros animales? ¿Es la moralidad anterior a la humanidad?

F.d.W. Yo no estoy afirmando que los animales son morales de la misma manera en que nosotros lo somos. Pero la moralidad humana no se desarrolló de la nada. Una entera psicología la apuntala, incluyendo la capacidad para hacer y seguir reglas, la capacidad de empatía y simpatía, de cooperación y reciprocidad. Por ejemplo, nuestra regla de oro es una regla de empatía y reciprocidad (no le hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti, etc...). Toda esta psicología básica puede ser encontrada en nuestros parientes primates, por lo que hay de hecho una continuidad entre el comportamiento de estos primates y la moralidad humana, como ya Darwin había sugerido.

Acorde a de Waal, hay moralidad, simpatía y altruismo en los primates, y en particular la empatía está esparcida entre los animales, capaces de imaginarse las circunstancias de otro, cualidad ya presente en los bebés humanos cuando lloran al escuchar a otros bebés llorar. La conciencia de sí y formas más elevadas de empatía habrían emergido juntas en la rama evolutiva que conduce a humanos y simios (otras dos especies en donde esto también se ve son los elefantes y los delfines). La vieja visión kantiana de que arribamos a la moralidad mediante la “razón pura” es una concepción bastante problemática para de Waal. Ya el escandinavo Edward Westermarck, siguiendo los pasos de Darwin a principios del siglo XX, había entendido cuán poco control ejercemos sobre nuestras elecciones morales. Y, antes que Darwin y Westermarck, Hume en Escocia y Mencio en China habrían expresado ideas similares.

Nada es más obvio, afirma de Waal, que el hecho de que nos juntamos cuando se trata de luchar contra un adversario: la hostilidad hacia fuera del grupo habría reforzado la solidaridad interna al punto de hacer surgir la moralidad, con la ironía de que ésta sería el resultado de la guerra, convirtiéndose en la primer herramienta para reforzar el tejido social. Por eso solemos tratar a los enemigos de maneras inimaginables dentro de nuestra propia comunidad y lo contrario continúa siendo un desafío.

La moralidad, entonces, estaría más enraizada en el sentimiento que en la cultura o la religión, más vinculada a la empatía del bonobo o a la reciprocidad del chimpancé. Sería un producto del mismo proceso de selección que formó nuestro lado competitivo y agresivo, que es capaz de destruir el medio ambiente y otros seres humanos, y al mismo tiempo posee reservas de amor y empatía más profundos de los que se había visto antes.

D.S. ¿Esencialmente qué paralelos pueden trazarse hoy entre la conducta primate y la conducta humana? ¿Por qué estudiar el comportamiento animal puede ayudarnos a estudiar el comportamiento humano? ¿Qué separa a los humanos de los simios? ¿Qué es común y continúa en nuestra especie?

F. d. W. Los humanos son animales, los humanos son primates. Ciertamente nos parecemos anatómicamente (tenemos pelo, peones, corazones, pulmones, manos que pueden asir, y ADN como los otros primates), lo suficiente como para decir que somos uno de ellos. Pero también mentalmente hay una enorme similaridad, tal como estamos descubriendo. Entonces, somos primates, pero quizás primates especiales. Tenemos nuestro lenguaje, por ejemplo, que realmente es la GRAN diferencia. Entonces, tanto aquellos que quieren destacar las similaridades, como yo, tenemos un argumento, y también lo tienen aquellos a quienes les gusta destacar las diferencias.

Las observaciones de de Waal nos instan a ver el comportamiento humano a la luz evolutiva. No sería por accidente según él que la gente se enamore en todos lados, sea sexualmente celosa, conozca la vergüenza, busque la privacidad y figuras paternas además de maternas, y valore las companías estables. Hasta los “salvajes” hedonistas de Malinowski tenían una tendencia a formar hogares exclusivos en los cuales tanto hombres como mujeres cuidaban a los niños. El orden social de nuestra especie se desarrollaría alrededor de este modelo de familia nuclear que le dio a nuestros ancestros una fundación para construir sociedades cooperativas a las cuales ambos sexos contribuyeron y en las cuales ambos se sintieron seguros.

A su vez, cada animal tendría su propia historia para contar en relación a nuestra especie. Cuando las relaciones entre las sociedades humanas son malas, son peores que entre los chimpancés, pero cuando son buenas, son mejores que entre los bonobos, sostiene de Waal. Y sabemos, por otra parte, que los primates adoptan todo tipo de comportamientos y habilidades los unos de los otros. Los primátologos por ello cada vez hablan mas de variabilidad “cultural”. El comportamiento observado en la naturaleza también es un producto de la cultura, y ni los primates mas agresivos ni nosotros necesitaríamos ser así para siempre.

Pero dados el uso y abuso populares de la teoría evolutiva, no sorprende a de Waal que el darwinismo y la selección natural se hayan vuelto sinónimos de competición sin limites a pesar de que el mismo Darwin fuera cualquier cosa menos un darwinista social. Por el contrario, Darwin creía que había espacio para la amabilidad tanto en la naturaleza humana como en el mundo natural. Y en ese marco nuestros parientes primates nos recordarían que la compasión no es una debilidad reciente sino un poder formidable, tanto una parte de lo que somos como las tendencias competitivas que intenta superar.

De Waal nos recuerda la historia: Primero eran las herramientas lo que nos separaba de los otros animales. Cuando vimos que hasta los cuervos las fabrican, se dijo que era el lenguaje. Cuando vimos simios con lenguaje de signos se puso el énfasis en la sintaxis de nuestros lenguajes. Sin duda en parte nos separa una mayor conciencia de sí, pero ya no tenemos la imagen tradicional de una naturaleza violenta, resalta de Waal, en donde debilidad significa eliminación. Hoy sabemos que los animales sociales disfrutan de una considerable tolerancia y apoyo.

D. S. ¿Por qué estamos entrenados para evitar hablar de intenciones o emociones en los animales? ¿Cómo lidia usted con eso? ¿Por qué tenemos diferentes estándares para diferentes especies, tan cercanas las unas a las otras?

F. d W. Esto comenzó con el conductismo norteamericano, una escuela de pensamiento acorde a la cual sólo podemos conocer el comportamiento animal, y no deberíamos hablar de las vidas interiores de los animales. Los conductistas no niegan que los animales tengan emociones, pero dicen que en tanto no podemos conocerlas no deberíamos hablar de ellas. Si lo que quieren decir es que no podemos sentir lo que un animal siente, tienen razón, pero esto no es razón para evitar toda discusión sobre emociones animales. Sabemos en los casos del miedo, la agresión, el afecto, que las mismas áreas cerebrales son afectadas en humanos y ratas para obtener las mismas respuestas, por lo que todo indica que los mecanismos cerebrales subyacentes son los mismos. Si eso es así, ¿por qué deberíamos evitar llamar a estas respuestas con los mismos nombres?

D.S. Nadie había mencionado antes la posibilidad de reconciliación en los animales...¿Por qué pensó usted que la reconciliación y la reciprocidad social eran temas prometedores de estudio? Usted se pregunta si les enseñamos a nuestros niños a defenderse por sí mismos o a encontrar soluciones mediante acuerdos, si les enseñamos derechos o responsabilidades...

F. d. W. Estas son las respuestas “integradoras”. Comportamientos que ayudan a juntarse a las personas, como la reconciliación después de una pelea, cuando las personas se besan y abrazan. O, como los bonobos, tienen sexo después de una pelea. Yo estoy muy interesado en estas “respuestas integradoras”. Son necesarias para mantener la cohesión de una sociedad. Y sí, necesitamos enseñarles esto a los niños. Usualmente no necesitamos enseñarles a pelear, pero sí necesitamos decirles como mantener amigos, como compartir, y como cuidar de los otros y hacer que nos importen.

Nuestra especie, tal como otras según muestra de Waal, descansa fuertemente en la cooperación para la supervivencia. La reconciliación y el compromiso serían tanto parte de nuestra herencia evolutiva como la guerra. Ahora bien, en casi todos los casos, esos métodos de resolución de conflicto se dan entre miembros del mismo grupo social cercano. Por ello para de Waal uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo es extender a los extraños la empatía que sentimos por familia y amigos, lo que llama “ampliar nuestro círculo de reciprocidad”, y nos muestra que hay muchas claves en nuestros ancestros primates para ver como podríamos orientarnos en este sentido.

Hacer las paces sería una habilidad social adquirida en la cultura más que un instinto.

Desafortunadamente, supone de Waal, la manera en que resolvemos conflictos es raramente un tema de investigación. Y los estudios existentes mostrarían, en lo que al género refiere, que si bien las mujeres parecen tener una ventaja del lado del pacifismo, puede no ser por su eficiencia reparando lo que se ha roto. De Waal ve la fuerza de las mujeres en la prevención del conflicto y en su disgusto por la violencia. Pero no serían necesariamente buenas en la difusión de las tensiones una vez que estas surgieron. Esto ultimo sería, de hecho, un fuerte masculino. Con una enorme evidencia basada en su extensa investigación sobre comportamiento primate, de Waal nos explica como evolucionamos de una larga línea de animales que cuidan a los débiles y construyen cooperación con transacciones recíprocas. El perdón incluso, a veces mencionado como únicamente humano, hasta únicamente cristiano, podría ser una tendencia natural para los animales cooperativos. En cuanto los eventos sociales sean guardados en la memoria de largo plazo, como en la mayor parte de los animales y humanos, hay una necesidad de superar el pasado por el bien del futuro, nos dice. Pero la tendencia para reconciliarse sería un cálculo político que varía según la especie, el genero y la sociedad. Y el nivel de agresión diría poco sobre el hacer de paz: el género más agresivo puede ser el mejor haciendo la paz y el mas pacífico el peor.

La reconciliación no sólo existe, dice de Waal, sino que está extremadamente expandida entre los animales sociales. De Waal siente que nuestra única esperanza de vencer la agresión descansa en una mejor comprensión de cómo estamos equipados naturalmente para manejarla. Focalizar la atención exclusivamente en la conducta problemática sería como ser un bombero que aprende todo sobre fuego pero nada sobre el agua, compara.

 La evolución nos habría equipado con impulsos genuinamente cooperativos e inhibiciones contra actos que podrían dañar al grupo del que dependemos. Según de Waal, los tres primates mejores en compartir públicamente –fuera de la familia- son los humanos, los chimpancés y los monos capuchinos. Los tres aman la carne, cazan en grupos, y comparten hasta entre machos adultos, lo que sería lógico ya que los machos hacen la mayor parte de la caza. Si un gusto por la carne esta en la base del compartir, es difícil para de Waal escapar a la conclusión de que la moralidad humana se halla elevada sobre la sangre.

De Waal supone que en la misma forma en que el comunismo sucumbió debido a una falta de conjunción entre ideología y comportamiento humano, el capitalismo inmitigado puede ser insustentable si celebra el bienestar material de unos pocos a expensas del resto, negando la básica solidaridad que hace a la vida soportable, yendo contra una larga historia evolutiva de igualitarismo a su vez relacionada con nuestra naturaleza cooperativa.

 Los experimentos en primates de nuestro autor muestran como la cooperación muere si los beneficios no son compartidos entre todos los participantes, y el comportamiento humano probablemente seguiría el mismo principio. Si pudiéramos ver a la gente de otros continentes como parte nuestra, imagina, trayéndolos a nuestro circulo de reciprocidad y empatía, estaríamos construyendo sobre nuestra naturaleza, en vez de oponernos a ella.

De Waal nos recuerda que las raíces de la política son más antiguas que la humanidad pero también que nuestra tendencia violenta está claramente enraizada en los bien documentados hábitos asesinos de nuestros hermanos primates. La idea del “simio asesino” tuvo un enorme atractivo por décadas y de Waal afirma que somos una especie con un enorme potencial para la violencia, pero a la vez somos también una especie extremadamente cooperativa. Desde Konrad Lorenz a Richard Dawkins, pasando por sus representantes neoconservadores en la política, se nos ha querido condenar a una arena hobbesiana en la cual solo mostraríamos generosidad para engañar a otros. Es famosa la cita del biólogo Michael Ghiselin al respecto: “rasca a un altruista y mira sangrar a un hipócrita”. Todo el siglo XX, recuerda, enfatizó nuestra necesidad de elevarnos por sobre la naturaleza y sobre una supuesta visión darwiniana, aunque Darwin no tuviera nada que ver con ella puesto que creía que nuestra humanidad estaba basada en los instintos sociales que compartimos con otros animales. En 1960 Jane Goodall todavía presentaba a los chimpancés como los nobles salvajes de Rousseau pero ¿cómo podía un animal tan cercano a nosotros no tener sociedad de la cual hablar? Con el descubrimiento del lado oscuro de los chimpancés, Rousseau salió por la puerta y entró Hobbes, sostiene De Waal. Fueron entonces inútiles los esfuerzos por iluminar el lado más gentil de los chimpancés y, como claramente sostuviera Alan Greenspan, “no es que los humanos nos hayamos vuelto más codiciosos que en las anteriores generaciones. Es que las avenidas para expresar la codicia han crecido tan enormemente”.

El estudio de la conducta animal puede no ayudarnos demasiado, supone de Waal, cuando se trata de cosas como el genocidio, pero si nos alejamos de las naciones estado, mirando en vez a la conducta humana en sociedades de pequeña escala, las diferencias no son tan grandes de nuevo. Como los chimpancés, somos fuertemente territoriales y, afirma nuestro autor, valoramos la vida de aquellos de fuera de nuestro grupo menos que las de los de dentro. Inclusive rutinariamente deshumanizamos a nuestros enemigos. Más allá de la identificación con un grupo, extendida en los animales, tendríamos en común con los chimpancés un odio a los de afuera del grupo al punto de una deshumanización (o deschimpancización). Y los chimpancés también pueden matar dentro de su propia comunidad, como nosotros.

La guerra no sería para de Waal un impulso irrefrenable, a pesar de lo antedicho, sino una opción. Pero no puede ser coincidencia, sostiene, que los únicos animales en los cuales bandas de machos expanden su territorio exterminando deliberadamente a machos vecinos sean humanos y chimpancés. Y no todas las poblaciones de chimpancés son igualmente agresivas como tampoco todas las culturas humanas: hay culturas de violencia y culturas de paz. A su vez, de Waal nos dice que las chimpancés hembras tienen muchas menos peleas que los machos, probablemente porque trabajarían mucho para evitarlas. Pero si aparece una pelea, las hembras raramente se reconcilian. Mientras que los machos tienen ciclos entre peleas y reconciliaciones, las hembras tendrían una actitud preventiva hacia el conflicto.

D.S. ¿Desde Descartes que venimos siendo advertidos contra el antropomorfismo? ¿A qué se refiere usted con el concepto acuñado de “antropodenial”?

F. d. W. “Antropodenial” es el rechazo a priori de similaridad entre el comportamiento animal y humano. Si los humanos se besan después de una pelea y los chimpancés hacen lo mismo, los cartesianos nos dicen que es mejor darle nombres diferentes a esas conductas puesto que no sabemos si el comportamiento animal y humano es el mismo. Cualquiera que use los mismos términos para ambas especies –como, por ejemplo, hablar de “reconciliación” en ambos casos- es acusado de antropomorfismo. Pero yo sostengo que no hacerlo –y usar entonces términos diferentes- es una forma de “antropodenial”, una manera de oscurecer similaridades importantes que pueden encontrarse allí, de actuar como si supiéramos que los dos comportamientos son diferentes, cuando es más probable que los humanos y los chimpancés, si actúan de manera similar, estén motivados de manera similar. Por lo tanto, yo sostengo que el punto de partida debería ser para especies cercanamente relacionadas que el comportamiento similar está similarmente motivado. Esta es esencialmente una asunción darwiniana.

Ya Xenófanes objetaba la poesía de Homero porque trataba a Zeus y a los otros dioses como si fueran gente. Pero De Waal nos señala que aún supuestas características distintivas de la humanidad como la guerra, la política, la cultura, la moralidad y el lenguaje, pueden tener precedentes. A la negación de esto De Waal lo llama “antropodenial”: una ceguera hacia las características de tipo humano de otros animales, o hacia las características de tipo animal en los humanos. No bien admitimos que los animales son nuestros hermanos más que máquinas, el antropomorfismo se vuelve inevitable para de Waal y científicamente aceptable aunque, claro está, no el de Walt Disney o el del mundo publicitario que nos permite entender más de los mismos humanos que de los animales.

El problema de compartir las experiencias de organismos que descansan en sentidos diferentes fue famosamente expresado por el filósofo Thomas Nagel cuando preguntó “Cómo es ser un murciélago?”, respondiendo que no podríamos saberlo. Pero cuanto más cercana es una especie a nosotros, más fácil es entrar en su umwelt o mundo interno. Por eso el antropomorfismo no es solo tentador en el caso de los simios sino también difícil de rechazar sobre la base de que no podemos saber como perciben el mundo: sus sistemas sensoriales son esencialmente los mismos que los nuestros.

Si dos especies cercanas actúan dela misma manera, sus procesos mentales son probablemente los mismos también, deduce de Waal. Y, en última instancia, se trataría de ver qué riesgo estamos dispuestos a correr: ¿el riesgo de sobrestimar la vida mental animal o el riesgo de subestimarla?

D. S. ¿Qué nos están diciendo los bonobos? ¿Por qué no son aún más extensamente conocidos?

Los bonobos son los hippies del mundo primate: pacíficos y sexys. Manifiestan muy poca agresividad y tienen mucho sexo. Creo que son menos conocidos que los chimpancés en parte porque fueron descubiertos mucho después y hay menos de ellos. Pero también porque su conducta no encaja con el pensamiento generalizado de que los humanos somos una especie agresiva. A la gente le gusta pensar que somos “simios asesinos”, y los bonobos no dan pie a esta historia, por ello no han sido tenidos en cuenta.

Es decir, estuvieron ausentes del debate sobre la agresión humana en parte precisamente por pacifistas. Como el chimpancé, el bonobo comparte con nosotros el 98% de nuestro perfil genético y su sexualidad de tipo humana necesitó ser redescubierta en los años 70 antes de ser aceptada como característica de la especie. Separan, como nosotros, sexo y reproducción lo que, acorde a de Waal, les ayuda a mantener la armonía e interviene en la creación de su singular estructura social. De Waal afirma que anhelamos transparencia jerárquica: la armonía requiere estabilidad y ésta depende en última instancia de un orden social bien reconocido. Aún aquellos que creen que los humanos son mas igualitarios que los chimpancés tendrán que admitir, supone De Waal, que nuestras sociedades no podrían funcionar posiblemente sin un orden reconocido.

Lo que vemos en el chimpancé, nos aclara, es una estación a medio camino entre las rígidas jerarquías de los monos por un lado, y las tendencias humanas hacia la igualdad del otro. Por ello para de Waal la democracia es un proceso activo: lleva esfuerzos y luchas reducir la desigualdad. Que los parientes más orientados hacia el dominio y la agresividad demuestran mejor las tendencias sobre las cuales descansa en última instancia la democracia no es sorprendente si concebimos la democracia como nacida de la violencia, como muy probablemente sea en la historia humana. La ironía, marca De Waal, es que probablemente nunca hubiéramos llegado hasta aquí, nunca hubiéramos desarrollado la solidaridad necesaria, si no hubiéramos sido esos animales jerárquicos al comienzo. Nuestras sociedades balancearían hoy ambos tipos, entonces, realzadores y atenuadores de jerarquías.

En resumen, afirma De Waal que siendo tanto más sistemáticamente brutales que los chimpancés y más empáticos que los bonobos, somos de lejos el simio mas bipolar. Nuestras sociedades nunca serían completamente pacíficas, nunca completamente competitivas, nunca regladas por un absoluto egoísmo, y nunca perfectamente morales. Los mamíferos sociales conocen la confianza, la lealtad y la solidaridad, nos recuerda De Waal, y tenemos una historia tan larga de llevarnos bien con otros grupos como la historia de luchar contra ellos. Tenemos tanto un lado chimpancé, que imposibilita relaciones amigables entre grupos, como un lado bonobo, que permite los cruces sexuales y las atenciones al otro lado de las fronteras. Tenemos, como de Waal lo llama, no uno sino dos simios internos.