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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

viernes, 1 de febrero de 2008

La vida con los otros



El cultivo del individualismo, las dificultades consiguientes para el reconocimiento del otro y la aceptación de las diferencias, los fenómenos de desintegración socioidentitaria ante la crisis de la educación, el trabajo y el viejo Estado, la crisis de los valores del humanismo en un contexto post-existencialista, la fragilidad institucional, la aceptación del enfrentamiento y la violencia como modo de resolución de conflictos y de realización identitaria, la mecanización de la existencia, una cultura paranoica y de  inseguridad social, son todas realidades que nos acosan día a día. Ante ello, es necesario crear climas de convivencia e integración, promoviendo soluciones alternativas y no violentas de conflictos, buscando el logro de la “buena vida” en comunidad y la creación de una cultura del diálogo.

La filosofía, naturalmente dialógica, nos recuerda que es posible confrontar posiciones y recoger  “lo mejor” de cada una de ellas, disciplina siempre abierta socráticamente al encuentro y a la escucha del otro. Por ello no está de más recordar un acto político-filosófico que recrea la sociedad: el reconocimiento. A mayor reconocimiento, mayor convivencialidad. Los ideales sociales continuarán siendo una utopía mientras no sustituyamos la instrumentación del otro por la convivencialidad.  Es necesario, para ello, trabajar en pos de una moral comunitaria centrada en el respeto mutuo y potenciar las formas de solidaridad y cooperación que hacen posible que sigamos llamándonos una “sociedad”.

Generar espacios que ofrezcan ámbitos de reflexión e investigación sobre lo que nos une y lo que puede unirnos es comprometerse con la construcción de una cultura plural, de diálogos y consensos. Estos espacios pueden fomentar un clima de convivencia de ciudadanos y saberes, ciencia y cultura, que promuevan una integración social dinámica de la ciudad.

La formación de recursos humanos en este sentido, la investigación y la asistencia técnica deberían ser objetivos centrales, en especial desde la perspectiva de las necesidades y requerimientos de las diversas organizaciones sociales y de la ciudad. Si la ciudad de Rosario sigue siendo la abierta posibilidad del encuentro con un horizonte de esperanza, es bueno recordar para qué nos juntamos.

El diálogo, el consenso, la cooperación, son herramientas vitales en el juego del encuentro, para el que es esencial la recuperación de espacios públicos y la reflexión sobre las nuevas tecnologías. Pero debemos promover esto último a través de un pensamiento ecológico integrador de naturaleza y ciudad, técnica y civilidad.

Después de años terribles en los que no se le permitió hablar, la sociedad argentina ha dejado en buena medida de escuchar. Hoy tenemos que volver a aprender a escuchar. Hegel respondió una vez a la pregunta “¿Qué es la cultura?” diciendo que es la capacidad de pensar realmente una vez los pensamientos de otro. Es decir, haciéndolo valer y, a su vez, haciéndonos valer de otra manera, al escucharlo.

Se trata de aprender a escuchar y comprender. Lo que somos se construye en nuestras conversaciones acerca de nosotros mismos. Por eso el hecho de sentir, de ver, de escuchar, de compartir la experiencia tenía para Aristóteles un significado político.

Los síntomas de anomia social que pueden percibirse en Argentina reflejan esencialmente problemas de integración y cooperación social. Una sociedad fragmentada en buena medida no ha sido capaz de engendar actores sociales y políticas sustentables centradas en la noción de bienestar colectivo, más allá de los loables esfuerzos realizados en Rosario en este sentido.

Una cultura fuertemente individualista es una fuente importante de anomia: cuando lo público no es lo propio sino lo de otros, se explican más fácilmente los numerosos juicios contra el Estado, la contaminación, la suciedad y el deterioro de los espacios públicos. Nuestra sociedad posee aún problemas serios de integración social: débiles sentimientos de pertenencia a un todo y empobrecidos lazos de solidaridad que hacen que la desconfianza hacia el otro se generalice. Esta realidad exige un trabajo de investigación, reflexión y debate considerables. No hay perspectiva de superar la debilidad del Estado sino se fomenta el surgimiento de fuerzas sociales con el poder suficiente para ir en esta dirección y el convencimiento que de que sólo articulándose, esto es, generando sólidas alianzas, es posible generar poder suficiente para vencer la anomia social.

De una cultura del simulacro a una cultura del encuentro con el otro: éste sería el camino a recorrer. El primero deja poco espacio para la transformación de lo social y desacredita utopías colectivas. Y toda interlocución, o toda reflexión con el otro, se nos presenta como un paso al abismo, una pérdida de control ante lo que se desea y se teme. Pero sin esta interlocución sólo se genera lo mismo. Sólo pensamos donde no somos.

Por ello queremos recordar aquí que el acontecimiento viene con la apertura hacia lo otro, con la escucha del otro, y que nos debemos entonces la construcción de nuevos modelos compartidos de escucha, de apertura, de paciencia, de espera, de comprensión. La comprensión es premisa de justicia. Pero comprender no significa justificar ni aceptar lo inaceptable. Una sociedad sin ideales es la mejor garantía para el deterioro. Contra ello, para escuchar, comprender y no aceptar lo inaceptable, la maltrecha educación debería seguir siendo la posibilidad de capacitarnos para la vida social, es decir, a vivir con los otros.