Siger de Brabantia, profesor de filosofía en la Universidad de París, averroísta, fue uno de los principales intelectuales censurados en 1277 cuando 219 tesis subversivas enseñadas en la Sorbona fueron condenadas por la jerarquía religiosa. Libros de Averroes, Avicena y averroístas como Siger se quemaron entonces públicamente. El mismo habría visto cómo quemaban sus libros en la calle. Al parecer fue entonces huyendo de la Inquisición que buscó refugio cerca del Papa en Orvieto donde moriría unos años más tarde apuñalado por su secretario presa de un ataque de locura. Se dice que éste usó una pluma como arma asesina aparentemente porque había hecho tanto daño con la misma que, según sus más despiadados críticos, eso era lo que se merecía. Ya anteriormente habría sucedido esto con John Scotus Erigena (810-877), cuya obra De Divisione Naturae intentó fundir las doctrinas cristianas y neoplatónica y reconciliar fe y razón, también condenada por sus tendencias panteístas y eventualmente puesta en el Index por Gregorio XIII en 1685. Y la tradición dice que, habiéndose vuelto Abate de Malmesbury, fue apuñalado hasta morir por los académicos con sus lapiceras, “por tratar de hacerlos pensar”.
Pero volvamos a Siger. El averroísmo era controvertido entonces porque enseñaba a Aristóteles sin reconciliarlo con la creencia cristiana. Siger fue así acusado de herejía, especialmente en conexión con los Impossibilia, donde se discute como luego veremos la existencia de Dios. A pesar de esto, es curioso que Dante lo ponga en el Paraíso junto a Tomás de Aquino e Isidoro de Sevilla (Chant X, v. 133-138):
Essa e la luce eterna di Sigieri Che, leggendo nel vico degli strami, Sillogizzo invidiosi veri.
La figura de Siger (1240-1282) ha estado rodeada de leyenda. Se desconoce la fecha y lugares exactos de su nacimiento aunque asume que habría nacido cerca de 1240 en el Ducado de Brabant. En sus escritos buscó entre otras cosas resolver las varias aporías dejadas por Aristóteles y las características de diferentes impossibilia pueden verse en la colección escrita entre 1266 y 1276 ... tal vez, y al decir “tal vez” comienzan aquí las connotaciones borgeanas de esta historia, y por que no también en la violencia sufrida por este intelectual, por el averroísta Siger de Brabant.
Definamos primero someramente de qué hablamos cuando hablamos de los impossibilia. Un impossibile era una proposición, sugerida por un sofista, que violaba los dictados del sentido común y no podía ser demostrada pero que podía ser defendida por una serie de argumentos "lógicos". El propósito de estos ejercicios era dar a los estudiantes la práctica en reconocer y refutar falsos argumentos. En los impossibilia de Siger las refutaciones están incorporadas al texto, del cual forman la parte principal. Estos ejemplos deben haber sido familiares a los universitarios del siglo XIII en adelante en la Edad Media, en tanto a las llamadas disputationes se les daba un lugar importante en el currículum universitario.
Pero en las Impossibilia Sigeri de Brabantia no sabemos exactamente que tenemos. Podemos tener un escrito dejado por Siger de Brabant o una refutación de algunas tesis atribuídas a éste. Cierto sofista, dice el preámbulo, habiendo convocado a los sabios de la escuela de París, les propuso probar que era imposible demostrar un gran número de cosas. Su primera tesis era ésta: “Dieu n'est pas". Al corto preámbulo se suceden los argumentos producidos tal vez por Siger en apoyo de su tesis. Pero quizás no tengamos el verdadero texto de los argumentos de Siger sino un análisis poco fiel, siendo tal vez el autor de este análisis el adversario que se ha propuesto refutarlos. Esto nos recuerda que también conocemos a los sofistas por el retrato que tenemos de ellos de sus enemigos. El título exacto sería en este caso Impossibilia Sigeri de Brabantia refutata. Pero el único manuscrito que nos queda está incompleto. Por otra parte, como dijimos, se había supuesto que Siger de Brabant había sido uno de los maestros citados frente al sínode del año 1277 y forzado a desaprobar proposiciones supuestamente contrarias a la fe.
Ya vemos como obra nos remite a una ficción literaria borgeana: El Padre Mandonnet en su edición crítica de las obras de Siger de 1911 (Siger de Brabantia y el Averroísmo latino en el siglo XIII) sostuvo que los Impossibilia serían el fruto de una disputa escolástica real. Mandonnet imagina la presencia de un “sofista” autentico, que habría ido a defender sus paradojas frente al público parisino. Y podemos imaginar el texto como un informe de un sofista real revisado por Siger o, como sostiene Von Steenberghen, como la misma redacción del autor (Von Steenberghen MSB93). Siger, sostuvo el epistemólogo e historiador de la filosofía Fernand Von Steenberghen, podría haber puesto en escena ficcionalmente a un sofista que se presenta en la Universidad de París y que pretende sostener las proposiciones siguientes en enumeración borgeana: 1) Dios no existe; 2) todos los objetos que se nos aparecen no son sino quimeras y sueños, si bien no podemos tener certeza de la existencia de alguna realidad; 3) la guerra de Troya no ha acabado aún; 4) un cuerpo pesado encontrándose en un lugar suficientemente elevado no se caería, aunque no le fuera impedido hacerlo; 5) entre los actos humanos, no existe acto que deba ser prohibido en razón de su malicia o por el cual se deba ser castigado; 6) resulta que alguna cosa es y no es al mismo tiempo y que atributos contradictorios se implican mutuamente y son predicados de un mismo sujeto (Von Steenberghen , MSB 21).
La personalidad y la obra de Siger casi no han dejado trazos durante más de cinco siglos. ¿Cómo explicar este destino para quien dirigiera de una de las principales escuelas del siglo XIII, al que un documento de la época llama “Sygerus magnus de Brabantia”, adversario de Alberto el Grande y Santo Tomás de Aquino? La carrera de Siger fue interrumpida prematuramente por la condena de 1277. Pero quizás no habría sido olvidado si hubiera pertenecido a una de las grandes órdenes religiosas ligadas a la Universidad de París. En las corporaciones poderosas y disciplinadas, el espíritu de cuerpo y el culto de las tradiciones son antídotos para el olvido, aún para personajes cuyas doctrinas se hubieran expuesto a censuras canónicas. Siger pertenecía al clérigo secular; cuando llegaron días difíciles, se encontró solo y recogió lo que sembró.
En 1878, Potvin, anteriormente a la edición completa de Mandonnet, publicó fragmentos de los Impossibilia, convencido de que el escrito era de Siger. En 1898 Baeumker edita todo el texto que poseemos (Von Steenberghen, ODSB 8-11): es la primera vez que una obra completa de Siger es editada, pero Baeumker la atribuye a un autor desconocido, que refutaría los sofismas de Siger. (Von Steenberghen, MSB 178). Luego vendría la edición crítica de Mandonet. Pero Baeumker vio en los Impossibilia la refutación, por un autor desconocido, de algunos de los errores profesados por el mismo Siger. Era atribuir a este último las tesis contradictorias a aquellas que él efectivamente ejercía. Siger podría ser, sin embargo, un espíritu que en pleno siglo XIII niega la existencia de dios, la realidad del mundo exterior, la sucesión temporal, la gravedad, la distinción del bien y del mal y el principio de contradicción. (Von Steenberghen MSB 20-1).
En 1892 Hauréau creyó percibir que los Impossibilia eran simplemente “una refutación de algunas tesis atribuidas a este doctor”(Mandonnet CXL-CXLI, mi trad.). Baeumker aceptó la teoría que consiste en ver en los enunciados de los sofismas de los Impossibilia una representación de las ideas filosóficas de Siger, mientras que sus refutaciones serían la obra de un adversario. Se pueden presentir las borgianas consecuencias de una inversión que conduce a atribuir a un autor las tesis opuestas a las suyas. ¿Qué idea por otra parte debe hacerse de un filósofo del siglo XIII que, como dijimos, habría sostenido que Dios no existe, que la guerra de Troya aún dura, y que el principio de contradicción es falso? (Mandonnet CXLII-CXLIII). Los Impossibilia de Siger podrían no ser otra cosa que una serie de sofismas propuestos y resueltos por el maestro en una disputa pública (Mandonnet CXLV). Pero Baeumker se ha preguntado si estamos en presencia de una verdadera disputa o de una simple ficción literaria, y se inclina por la segunda hipótesis, comparando el pequeño prólogo de los Impossibilia con el escrito de Raimundo Lullio contra los Averroístas (Mandonnet CXLVI), que bien conocía Borges.
Hay otros argumentos que nos llevan a ver en los Impossibilia ejercicios de sofística del mismo Siger (Mandonnet CXLVI-CXLVII). En efecto, el primer título “Impossibilia Sygeri de Brabantia” testimoniaría que estamos en presencia de una obra de Siger y no de una refutación de sus teorías. Resumiendo: estamos frente a una obra incompleta que no sabemos a quien pertenece, si a Siger o a alguien escribiendo contra Siger, y en cualquiera de los casos si es defendiendo o condenando las impossibilia. Se trata, sin duda, de un precursor de Borges, creado por él.
Alguien como Siger o Borges puede elegir cierta oscuridad para lograr ciertos efectos estilísticos específicos. O puede encontrarse compelido a la obliquidad por circunstancias políticas: hay una historia de codificaciones y alegorías en la poesía escrita bajo presión de una censura (la opresión, dijo Borges en algún momento, es la madre de la metáfora). O porque no hay filosofía que valga, según Bataille, sino la que tiene en cuenta una “ausencia de respuesta” y de descanso, como en las escrituras de Siger y Borges, por una puesta en cuestión infinita. La conciencia de lo imposible sería así una “conciencia de impotencia infinita” (Bataille), o Borges podría decir también: “una empresa atroz”, señalándonos que el ejecutor de tal empresa debe imaginar que ya la ha cumplido, como “La busca de Averroes” de Borges (donde Borges intenta “narrar el proceso de una derrota”, de una frustración en la que Averroes es comparado con el dios frustrado “mencionado por Burton”) o como la busca de Averroes que había hecho el mismo Siger en Francia.
Se ha señalado asimismo cómo la estética borgiana es de naturaleza paradojal. A la vez que vuelve ausencia todo lo que toca, como la obra de Siger, sueña con aperturas a una presencia radical. Su escritura nos reenvía a una pregunta esencial: ¿Podemos escapar a los constreñimientos de la lógica y del lenguaje (Mourey, VUF 170-1)? Borges estaba fascinado con la imagen del libro de la naturaleza. Solía resaltar asimismo dualísticamente a la manera de Siger la idea de que la divinidad escribió dos libros, uno de los cuales habría sido el universo y el otro la clave de lo existente y de lo posible.
Paul de Man equiparó la escritura borgeana a una específica tradición francesa: “la analogía literaria menos inadecuada, nos dijo, sería con el conte philosophique del siglo XVIII: su mundo es la representación, no de una experiencia concreta, sino de una proposición intelectual” (MM 3:7), como la de Siger, podríamos agregar.
Y cuando se dice que Borges en sus historias “narra eventos como si no los entendiera completamente” (un artificio que habría aprendido de las sagas islandesas), estaría repitiendo también una estrategia adoptada por los kabalistas en sus escrituras. “Los textos de la Kabbala” --dice Borges en una conferencia-- “buscan la cooperación del lector y estaban dirigidos a un lector que no los tomaba literalmente sino que se esforzaba por descubrir por sí mismo sus sentidos ocultos” (Alazraki, BK 8). En Kabbalah and Criticism, Harold Bloom refirió al principio de la emanación sefirótica, que coincide con la descripción de la naturaleza del acto literario en Borges como es desarrollada aquí. Entonces, podemos decir que un texto buscaría constantemente ser “malentendido”, “releído” o “leído entre líneas”, concretándose esa escritura que recordaría el vértigo pascaliano, los juegos de Asterión, las tribulaciones del bibliotecario o la obra desconcertante de Ménard (C. Florez, L 278). A Borges no le interesa tanto el pensamiento de Pascal como su escritura fragmentaria, hecha de pensamiento e intuiciones contradictorias (el pensar y el sentir pascalianos), como las de Siger, de la sensación de impotencia y de extravío que se experimenta ante la inmensidad e incomprensibilidad del cosmos. De alguna forma, Borges opondría Spinoza (relegado del mundo, pero encerrado en la seguridad de su mente) a Pascal, (celebrado por todos y perdido en el universo). A Borges, quien sin dudas admiraba a Spinoza, le interesaría Pascal como expresión de un hombre que mientras sostiene la grandeza del ser humano se hallaría convencido de su miseria e impotencia (Busquets 305). Ahora bien, ¿cuál es la Francia de Pascal? ¿cuál es la París de Siger? ¿Cuál es la Francia de Borges? ¿La del conte philosophique de Paul de Man? ¿La de Pierre Ménard? No hay “una” tradición francesa para Borges. Decía que no podemos ligarla a un autor como a Alemania con Goethe, a Shakespeare con Inglaterra y a España con Cervantes. Por eso tal vez no sea desacertado pensar aquí incorporar profanamente en esa tradición a Siger, inmigrante brabante averroísta, agitador universitario, profeta asesinado, como un precursor creado por Borges, quien sin dudas se hubiera cautivado con sus impossibilia y sus infortunios.