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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

jueves, 17 de enero de 2013

Adorno

"Lo verdadero y lo mejor en todo pueblo es más bien lo que no se ajusta al sujeto colectivo, y que, llegado el caso, se le opone" (Adorno)

viernes, 11 de enero de 2013

Farai un vers de dreit nien

¨Farai un vers de dreit nien: nor er de mi ni d’autra gen, nor er d’amor ni de joven, ni de ren au, qu’enans fo trobatz en durmen sus un chivau”. 

Poema provenzal anonimo.

viernes, 4 de enero de 2013

La pauta que conecta (otra versión fue publicada en el Diario Clarín como "Inseguridad, impunidad y mucho mal vivir")




Es interesante la metáfora musical cuando se dice que algo está “orquestado”, porque se asocia la música al delito. No solemos decir que algo ha sido “orquestado” para hablar de algo bueno. De cualquier manera, fueron tantos los saqueos que necesitamos agregar otras variables a la ecuación.
Otra metáfora que asociamos generalmente con algo malo es la expresión química “caldo de cultivo”, asociando en este caso a los laboratorios (y por qué no también a las amas de casa) con el delito. Más evidente y estudiado es el uso metafórico de la palabra “contagio” en el estado del contexto de nuestra “salud pública”. Las metáforas desplazan, tienen un efecto tranquilizador, lo opuesto a lo que ocurre con la falta de dinero en una sociedad consumista.
Alguien alguna vez se animó y lanzó esas metáforas, seguramente suponiendo que eso no acarrearía riesgos o costo alguno. De igual manera hoy encontramos en la presidenta o en algunos funcionarios osadías lingüísticas propias de escenarios de saqueos. Y este no es un detalle menor ya que la política es pedagogía.
El discurso del poder tiene una enorme influencia en la construcción de la cultura social. Por eso no es banal la reflexión sobre los atuendos de la presidenta, como tampoco lo era otrora la Ferrari de Menem ni lo es hoy el austero estilo de vida de Mujica. La tragedia social y la corrupción en las más altas esferas del Estado marchan juntas en Argentina. ¿Cuál es gravedad de robarse un plasma si un funcionario puede robarse una empresa?
Nuestros expertos en los ministerios de educación deberían saber de qué se tratan todos estos juegos del lenguaje, sobre todo teniendo en cuenta que en los saqueos hubo muchos jóvenes que probablemente no trabajen ni estudien. Pero en esos escenarios de adineradas almas bellas no se piensa en lo que pasará con la Argentina. Lo que nos ocurre es justamente el resultado de la ausencia de proyecto, modelo, ideas y voluntades para reconstruir un país. No niego que hay algunos que quieren llevarlo a cabo y que alardean poseerlo, pero no hay peor ignorancia que la de la propia ignorancia e incapacidad.
Hay otra palabra que el gobierno ha omitido durante mucho tiempo: inseguridad. En el mejor de los casos porque cree –no sin fundamentos atendibles- que hablar de ello aumenta la inseguridad.  Pero no advierte o prefiere no advertir que la indigencia moral y la decadencia cultural aumentan mucho más la inseguridad, y especialmente cuando el discurso que pretende incluirlas es un discurso del resentimiento reinando en un océano de impunidad. Hay una cultura del trabajo y del estudio perdida en un país que prefiere premiar a los aventureros.
El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) aseguró que cerca del 30 por ciento de los niños argentinos son pobres. Pero los saqueos no son el resultado exclusivo de la pobreza, ni del altísimo nivel de empleo en negro -50% en los índices más optimistas-, ni de la inflación, ni de los incumplidos subsidios ni de una organización todopoderosa revolucionaria o contrarrevolucionaria.
En un país arrasado por el ejemplo neoliberal de que cada uno puede hacer lo que quiere (hay un punto de contacto entre la ausencia de ley y la glorificación de la libertad individual que el anarquismo conoce bien, de allí la facilidad con la que se extendió como en ningún otro país el neoliberalismo en la Argentina siendo ejemplo para el mundo: solo fue posible por una fuerte matriz anarquista de nuestra cultura que dio también sustento al peronismo), los saqueadores y Cristina tienen mucho en común. Van por todo, los burgueses, contra la burguesa ley.  Los que se llevaron electrodomésticos actuaron como si estuvieran haciendo la apología de la impunidad. El delito se acopla a las posibilidades de cada uno.
En la Argentina han crecido notablemente las villas miseria, los asentamientos y los shopping centers por igual. En los grandes centros urbanos hay un conjunto de problemas que no tienen necesariamente que ver con el hambre sino con el mal vivir. Y siempre, claro está, cuando existe ese “caldo de cultivo”, la política “mete la cola”. Pero para que lo haga tiene que encontrar pobreza cultural, desintegración social, resentimiento, frustración, y la suposición de que esos actos no tendrán castigo.

La política ejerce siempre, insistimos, para bien o para mal, una pedagogía. Se trata de dar el ejemplo, de educar a través de ese ejemplo. ¿Qué mensaje envían gobernantes que exhiben sus riquezas mal habidas transformadas en propiedades,  que se callan cuando más hace falta su palabra y que cuando hablan mienten descaradamente y avivan el conflicto?

Diciendo que vivimos en el mejor de los mundos se le miente al pueblo. Violencia Rivas lo entendería muy bien. El personaje de Capusotto es una expresión del hartazgo de los maltratos cotidianos en los tiempos que corren. Los que nunca vieron a sus padres trabajar ejercen, como Violencia Rivas, con mano propia, el derecho a ser felices.

Por eso la batalla más dura es la cultural en una sociedad que se ha acostumbrado a lo impresentable como quien se acostumbra a una vieja dolencia. La crisis es política y cultural más que económica. Claro que hay grupos que instigan a otros y que hubo punteros y dealers involucrados. Pero de eso hablamos, de la corrupción enquistada en nuestra cultura a punto de considerar la trata de personas como algo normal.

Escribo sin luz porque se ha cortado, nuevamente. Y busco, en la oscuridad, lo que Bateson llamaba la pauta que conecta.