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Dramatis Personae
- Daniel Scarfò
- Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.
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martes, 24 de septiembre de 2013
domingo, 22 de septiembre de 2013
En vilo ante el futuro de la cultura
¿Si no tuvieras miedo, qué harías? (Grafitti)
Preferiría
no hacerlo
Bartleby
Introducción
El
futuro está en la posibilidades que inventamos hoy, en nuestras
acciones cotidianas. Sucede ahora, es una puerta que existe ahora. Y
como en el relato “Ante la ley”, de Kafka, luego se cierra. El
problema no es tanto pensar cómo seguimos sino quiénes seguirán.
Es una pregunta sobre la acción social, sobre las nuevas formas de
actuar, las aún no inventadas, aquellas que están ensayándose
mientras se ponen en cuestión viejas creencias colectivas.
No
tengo certidumbres: Ni siquiera estoy seguro de que todo sea un
sueño. Lo veo como una posibilidad, o como esperanza. Jorge
Luis Borges
La única certeza que pareciéramos tener es la de la incertidumbre. ¿No somos ya capaces de certezas que nos permitan operar de manera más firme en el mundo real? Hace ya varias décadas la obra “Esperando a Godot” de Beckett resaltaba esa situación: tiempo, lugares, nombres, identidades en duda. Esas dudas podrían ser sin embargo hoy lo mejor que hay en nosotros. Desencantados del Leviathán, precisamos de lo oscuro, su variedad, sus sorpresas, su emotividad. Lo que no significa que no necesitemos saber lo que hacemos ni qué es lo que nos mueve. Todo lo contrario. Es necesario pensar pero, sobre todo, apreciar lo que mueve a los otros en una sociedad que ha cambiado, en la que no sabemos a ciencia cierta qué es apropiado y qué no lo es. En vilo ante el futuro, tal vez sea el tiempo de la imaginación más que del programa.
Necesitamos
aprender a caminar sin saberlo todo. El aprendizaje creativo se
produce aprovechando las decepciones, en terrenos inestables,
dudando, preguntando, como Richard Feynman:
Y
no tenemos por qué tener una respuesta. Y mucho menos cuando la más
inmediata es la violencia.
Mi
primera reflexión literaria sobre la violencia llegó a partir de la
lectura de Jorge Luis Borges. En sus relatos los intelectuales y,
en palabras de Hegel, "los hombres de corazón tierno"
terminan con frecuencia asesinados. Si lo primero con que se
enfrentan un intelectual y un poeta es con la violencia,
ahí estaba Borges, frente a los estrangulamientos del tiempo y la
palabra. En seguida extendí ese pensamiento a través de mis
lecturas de Beckett y Céline quienes, de muy diferentes maneras,
representaron también en el siglo XX el desamparo, la violencia y el
derrotero del ser humano en un universo sacudido. Pound percibió
también esa situación y sus escritos habitan esa decadencia. De
allí hasta American
Psycho,
de Bret Easton Ellis, ha transcurrido un sinuoso camino en la
historia de las representaciones literarias de la violencia. En ese
sendero la contemplación de lo atroz ha podido, como lo viera Susan
Sontag, fortalecernos, volvernos más insensibles o hacernos
reconocer lo irremediable.
Fue
más tarde que descubrí que en la literatura argentina la violencia
se hallaba presente desde El
Matadero,
el Martín
Fierro
y Juan
Moreira,
pasando por Roberto Arlt, profeta de la misma en la ciudad, hasta
llegar hoy al personaje de Violencia Rivas en la televisión, cuando
no esperamos ni preguntamos mucho más. Cuando solo queda la fe ciega
y el cuchillo afilado:
La representación sensacionalista de la violencia siempre gozó de popularidad, desde el circo romano a las hazañas de bandidos. Las ejecuciones públicas se suponía fueran instructivas y frenaran el crimen. La “cotidianización de la violencia” y la permisividad por el bienvenido rechazo a la censura generaron, a su vez, una insensibilización. Si bien el espectador siente que hay algo decisivo para comprender la naturaleza humana cuando la vida está en juego, y la visión de un lugar como Cromagnon en llamas o la de un hombre acercándose a nosotros con un cuchillo no deja de recordarnos nuestra vida y su importancia, los relatos irónicos de la violencia en películas del éxito de Los perros de la calle, Pulp Fiction o Asesinos por Naturaleza revelan una mirada entretenida pero apática, sutil pero impiadosa, desencantada pero fatal, mirada que ya está en la sociedad pero que tales visiones y relatos reproducen y potencian en el cine al menos desde Un perro andaluz, si no me equivoco primer película en incorporar la agresión como componente estructural. La violencia se aprende:
Y
se genera:
Falta
de Sentido
De
allí que haya que salir con cuidado de la incertidumbre. Los cambios
culturales que atravesamos presentan enormes desafíos políticos:
está en juego el sentido mismo de lo humano. Difícil es mantener el
rumbo en una época que ha dado la espalda a su cultura crítica como
brújula orientadora en un mundo desolado de sentido, y ha adoptado a
cambio una cultura de prótesis en la que la medicina a menudo nos
enferma, la escuela con frecuencia nos embrutece, el transporte casi
siempre nos inmoviliza y las comunicaciones usualmente nos vuelven
sordos y mudos.
Vivimos
en una época de perdida de sentido y compromiso, de estándares de
verdad y moralidad que se derrumban. El aliento al interés propio
desnudo ha erosionado nuestro sentido de pertenecer a una comunidad
en
tiempos que Heidegger calificaba como de Unheimlichkeit,
de desazón pero también de “no-sentirse-en-casa”.
Sartre
decía que el sinsentido de la existencia hacía al individuo libre.
Al ser el mundo un sinsentido, no hay razones para elegir una forma
de vida u otra. No hay sentido, bienvenida la libertad. Admitir el
sinsentido de la propia existencia y la responsabilidad por las
propias acciones es lo que Sartre llamó autenticidad.
Sin un sentido que explique la existencia, todo lo que somos resulta
de lo que hacemos, y por esta acumulación sólo uno sería
responsable.
Por ello me atrevo a sostener que los desafíos políticos actuales
provienen sobre todo de los cambios culturales en curso y de nuestra
educación emocional. Como señalara Bauman, el incremento de
libertad individual tiende a coincidir con el aumento de la
impotencia colectiva. A raíz de estas transformaciones culturales
encontramos dificultades en darle inteligibilidad y sentido a nuestro
modo de vida. Hoy en día estamos obligados a reformular qué
significa vivir juntos bajo las nuevas condiciones. Y hace parte de
lo político definir el «sentido común» que integra a la
pluralidad de intereses y opiniones. La pregunta aquí entonces es:
¿Podremos construir una «casa en común» para la diversidad de
actores, valores y hábitos que nos constituye?
En
El
sonido y la furia
William Faulkner retrató el sinsentido del siglo. Y el precio que
hemos pagado muchas veces por lograr el sentido en medio de ese
sinsentido ha sido ser gobernados por el Leviatán de Hobbes, pero
afortunadamente éste nunca llega a gobernar muy firmemente los
sentidos particulares y siempre hay grietas, con lo que muchas veces
el sentido se vuelve contra sí mismo y, de la misma manera, las
instituciones creadas han obstaculizado sus fines.
Discépolo
en la letra de su Cambalache ni siquiera intentaba una respuesta.
https://www.youtube.com/watch?v=AOduUiVaExs
Buena
parte de la obra de John Cage exploró ese interrogante en la música
intentando, en alguna medida, lograr que esa falta de sentido tenga
sentido. No en vano hemos pasado por la influencia del Zen desde el
oriente en las últimas décadas del siglo XX. Cortázar ha sabido
conjugar literariamente esos agujeros (pensemos en un cuento como “El
perseguidor”) en claves lúdicas y mágicas (Rayuela
tal vez sea el mejor ejemplo al respecto).
El
auxilio de la magia y los juegos
Tenemos
que usar el lenguaje de un modo que no es habitual, buscando una
música (…) para ejecutar algo para lo cual el lenguaje no ha sido
pigmentado. Para consolarnos, los escritores podríamos pensar que el
lenguaje empezó siendo mágico. Eso no es imposible. ¡Pero hace
tanto que dejó de ser mágico! Jorge Luis Borges
Desde la prehistoria las danzas guerreras eran una especie de embrujo para vencer en la batalla u obtener la fertilidad. Pero para que hoy nosotros creamos en la magia se hace necesario producir esa espontánea suspensión de la duda que constituía, para Coleridge, la fe poética. El surrealismo sin dudas se hizo cargo de eso negando los límites “razonables” de la lógica y el determinismo. Como decíamos, Cortázar en la Argentina bebió de esa tradición haciendo del juego una forma productiva y revolucionaria de percibir y reconstruir lo real. Si la parte juguetona de la experiencia humana nos ha sido ocultada, a pesar de ello repetidas veces en el transcurso del siglo XX el pensamiento fue trastornado por estallidos lúdicos: el dadaísmo, el surrealismo, el movimiento hippie, mayo del 68. El juego como tentación de olvidar lo peor, como posibilidad libertaria de recuperar nuestro tiempo y la preeminencia del instante, desde entonces nos está reclamando otra ética y otras epistemologías.
Solo
en el juego podremos recuperar la confianza en nuestro vivir
contemporáneo ya que en él se celebra la incertidumbre. Tal vez por
ello Herman Hesse hizo girar en El
juego de los abalorios
todos los contenidos y valores de la cultura. En el juego y mediante
el juego creamos otra temporalidad, en un paralelo mundo mágico.
Los
modos de vivir en el tiempo, no contra él
Ars
longa, vita brevis. Virgilio
The
lyfe so short, the craft so long to lerne. Geoffrey Chaucer
Vivimos como si fuéramos inmortales. William Blake decía que “el tiempo es la dádiva de la eternidad” y, remontándose a Platón, agregaba: “el tiempo es la imagen móvil de la eternidad”. Schopenhauer, como Keats, separó el mundo real del tiempo y decadencia del mundo ideal de la eternidad. Borges, heredero del primero, fatalmente era Borges. Y en esa fatalidad se nos dice disponemos de 10.000 instantes presentes de seis segundos en un solo día. En un año podríamos contabilizar 3.650.000 instantes presentes.
El
tiempo es el único recurso que no puede ser guardado o fabricado.
Tampoco es renovable. Y en vez de ir hacia la prometida sociedad del
tiempo abundante hemos llegado al lugar opuesto: el tiempo siempre
faltante. Y el existente, veloz, sin destino claro que no sea el de
su empleo para el cronófago consumo. El tiempo es tan misterioso
como la eternidad…y, sin embargo, no lo apreciamos lo suficiente.
El
tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que
me arrastra, pero yo soy el río; es un tigre que me desgarra, pero
yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. J.
L. Borges, Otras
Inquisiciones
Celulares
y tabletas ponen el poder del instante al alcance de cualquiera y son
hoy parte esencial de la revolución cultural en marcha en la que
estamos matando el llamado “tiempo perdido” para evitar la
sensación de este cadalso:
Los
lugares y el tiempo sagrados se encuentran en estrecho contacto en la
melodía de la inmortalidad. Ya no hay tiempo para esperar a Godot
porque el tiempo no para...
https://www.youtube.com/watch?v=TrADo_p3nYU
El
tiempo es la sucesión, el fluir, el problema de lo fugitivo, del
río, de aquello que no se detiene...
“El
reloj de arena”, Jorge Luis Borges
Está
bien que se mida con la dura
Sombra
que una columna en el estío
Arroja o con el agua de aquel río
En que Heráclito vio nuestra locura
El tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se parecen los dos: la imponderable
Sombra diurna y el curso irrevocable
Del agua que prosigue su camino.
Está bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra substancia halló, suave y pesada,
Que parece haber sido imaginada
Para medir el tiempo de los muertos.
Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo ceniciento
Del alfil desparejo, de la espada
Inerme, del borroso telescopio,
Del sándalo mordido por el opio
Del polvo, del azar y de la nada.
¿Quién no se ha demorado ante el severo
Y tétrico instrumento que acompaña
En la diestra del dios a la guadaña
Y cuyas líneas repitió Durero?
Arroja o con el agua de aquel río
En que Heráclito vio nuestra locura
El tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se parecen los dos: la imponderable
Sombra diurna y el curso irrevocable
Del agua que prosigue su camino.
Está bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra substancia halló, suave y pesada,
Que parece haber sido imaginada
Para medir el tiempo de los muertos.
Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo ceniciento
Del alfil desparejo, de la espada
Inerme, del borroso telescopio,
Del sándalo mordido por el opio
Del polvo, del azar y de la nada.
¿Quién no se ha demorado ante el severo
Y tétrico instrumento que acompaña
En la diestra del dios a la guadaña
Y cuyas líneas repitió Durero?
Por
el ápice abierto el cono inverso
Deja caer la cautelosa arena,
Oro gradual que se desprende y llena
El cóncavo cristal de su universo.
Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina
Y, a punto de caer, se arremolina
Con una prisa que es del todo humana.
La arena de los ciclos es la misma
E infinita es la historia de la arena;
Así, bajo tus dichas o tu pena,
La invulnerable eternidad se abisma.
No se detiene nunca la caída
Yo me desangro, no el cristal. El rito
De decantar la arena es infinito
Y con la arena se nos va la vida.
En los minutos de la arena creo
Sentir el tiempo cósmico: la historia
Que encierra en sus espejos la memoria
O que ha disuelto el mágico Leteo.
El pilar de humo y el pilar de fuego,
Cartago y Roma y su apretada guerra,
Simón Mago, los siete pies de tierra
Que el rey sajón ofrece al rey noruego,
Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.
Deja caer la cautelosa arena,
Oro gradual que se desprende y llena
El cóncavo cristal de su universo.
Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina
Y, a punto de caer, se arremolina
Con una prisa que es del todo humana.
La arena de los ciclos es la misma
E infinita es la historia de la arena;
Así, bajo tus dichas o tu pena,
La invulnerable eternidad se abisma.
No se detiene nunca la caída
Yo me desangro, no el cristal. El rito
De decantar la arena es infinito
Y con la arena se nos va la vida.
En los minutos de la arena creo
Sentir el tiempo cósmico: la historia
Que encierra en sus espejos la memoria
O que ha disuelto el mágico Leteo.
El pilar de humo y el pilar de fuego,
Cartago y Roma y su apretada guerra,
Simón Mago, los siete pies de tierra
Que el rey sajón ofrece al rey noruego,
Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.
O
como escribiera Fernando Pessoa a través de su heterónimo Ricardo
Reis:
Mestre,
sao plácidas
Todas
as horas
Que
nós perdemos,
Se
no perdê-las,
Qual
numa jarra,
Nós
pomos flores.
Não
há tristezas
Nem
alegrias
Na
nossa vida.
Assim
saibamos,
Sábios,
incautos,
Não
a viver,
Mas decorrê-la,
Tranquilos,
plácidos,
Tendo
as crianças
Por
nossas mestras,
E
os olhos cheios
de
Natureza...
À beira-rio,
À
beira-estrada,
Conforme
calha,
Sempre
no mesmo
Leve
descanso
De
estar vivendo.
O
tempo passa,
Não
nos diz nada.
Envelhecemos.
Saibamos,
quase,
Maliciosos,
Sentir-nos
ir.
Não vale a pena
Fazer
um gesto.
Não
se resiste
Ao
deus atroz
Que
os próprios filhos
Devora
sempre.
Colhamos
flores.
Molhemos
leves
As
nossas mãos
Nos
rios calmos,
Para
aprendermos
Calma
também.
Girassóis
sempre
Fitando
o sol,
Da
vida iremos
Tranquilos,
tendo
Nem
o remorso
De
ter vivido.
En
1927 Heidegger propuso que el Dasein tiene su ser en el tiempo, su
horizonte es tiempo. Con la búsqueda proustiana del ser perdido y
de su fijación mediante la escritura recordamos que el tiempo es
invención, como quería Bergson, y que en él caemos, como
reflexionara Cioran en
La caída en el tiempo:
“Precipitados
en el tiempo a causa del saber, fuimos inmediatamente dotados de un
destino, pues sólo fuera del paraíso hay destino” (La caída en
el tiempo).
Por eso mejor que siga la melodía…
Las
formas de reunión y comensalidad
La
vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro en
esta vida.
Vinicius
de Moraes
El
cultivo del individualismo, las dificultades consiguientes para el
reconocimiento del otro y la aceptación de las diferencias, los
fenómenos de desintegración socioidentitaria ante la crisis de la
educación, el trabajo y el Estado, la crisis de los valores del
humanismo en un contexto post-existencialista, la fragilidad,
burocratización y aislamiento institucionales, la aceptación del
enfrentamiento y la violencia como modo de resolución de conflictos
y de realización identitaria, la mecanización de la existencia,
una cultura cosificada, paranoica y de inseguridad social, son
realidades que acosan nuestro tiempo, día tras día. El mutuo
reconocimiento y la reunión entre nosotros se interrumpe. Contra
eso, la reunión y el reconocimiento implícito en ella implican un
acto político imprescindible para recrear una sociedad nueva y un
nuevo tiempo. A mayor reconocimiento, mayor convivencialidad.
La
ciudadanía empieza por casa, en la mesa en donde comemos, se
construye a partir de su ejercicio, implica un “poder hacer” en
las condiciones contextuales en las que nos hayamos inmersos, en el
marco de nuestras relaciones, nuestro capital social y nuestra
participación en la construcción de nuestro hogar, pueblo, ciudad,
país, continente: el lugar donde somos, desde nuestro propio
lenguaje a nuestros ríos, desde nuestras calles a nuestra
imaginación. No hay perspectiva de superar la debilidad del Estado
sino se fomenta el surgimiento de una ciudadanía con el poder
suficiente para ir en esta dirección y el convencimiento que de que
sólo reuniéndose y articulándose es posible generar poder
suficiente para vencer la anomia social.
De
una cultura del simulacro y el consumo individual a una cultura
ciudadana del encuentro con el otro: éste sería el camino a
recorrer. Son muchas las prácticas y consumos culturales habituales
en la vida a partir de las cuales nos vamos constituyendo como
ciudadanos. Nos atraviesan múltiples discursos e incluso varios
modelos de ciudadanía que podrían también dialogar entre sí. Por
eso es importante generar el espacio para estos diálogos, el ámbito
para la construcción de una conciencia crítica de la propia
ciudadanía y sus laberintos que además, en el caso de los
adolescentes y jóvenes de hoy, requiere asimismo de un acercamiento
a la comprensión de sus discursos, supone capturar los sentidos que
se despliegan en sus modos singulares de relacionarse en el intento
de lograr su lugar como ciudadanos.
Para
muchos gobiernos la prevención del crimen es una prioridad mucho
mayor que fomentar la amistad y la cooperación. Pero promover
estas últimas puede traer importantes dividendos en ese sentido y
no debería descartarse como enfoque de las políticas públicas.
Experiencias positivas de encuentro pueden no sólo hacernos sentir
mejor con nosotros mismos sino que estemos dispuestos también a
ayudar a los demás.
Hoy
tenemos que volver a aprender a escuchar. Hegel respondió una vez a
la pregunta “¿Qué es la cultura?” diciendo que es la capacidad
de pensar realmente una vez los pensamientos de otro. Es decir,
haciéndolo valer y, a su vez, haciéndonos valer de otra manera,
paradójicamente, al escuchar al otro.
Se
trata de reunirse, aprender a escuchar y comprender. Lo que somos se
construye en nuestras conversaciones acerca de nosotros mismos. Pero
hoy parece constituirnos un lenguaje que ha sido puesto al servicio
de una mentalidad que, o bien reproduce y genera una incapacidad
para establecer una relación con el otro que no se resuelva en
sometimiento o exterminio o bien tolera lo intolerable y nos ciega a
las formas concretas de violencia cotidianas.
El
tema no es solo la violencia sino el miedo que esta produce, las
fobias sociales que genera. Y por ello el hecho de sentir, de ver,
de escuchar, de compartir la experiencia tenía, en contraposición,
para Aristóteles un significado político. La presencia de
una cultura fuertemente individualista y la ausencia de una cultura
de lo público es una fuente importante de anomia: cuando lo público
no es lo común sino lo ajeno, no lo propio sino lo de otros, se
logra explicar mejor la facilidad para prosperar de los juicios en
contra del Estado, la contaminación del aire y del agua, la
suciedad de calles y parques y el deterioro de escuelas públicas,
entre otros ataques al patrimonio común.
Resumiendo:
la sociedad argentina posee aún problemas serios de integración
social, es decir, frágiles sentimientos de pertenencia a un todo
social y debilitamiento de los lazos de solidaridad, haciendo que la
desconfianza hacia el otro se generalice.
De una cultura del simulacro a una cultura del encuentro con el otro: éste sería el camino al recorrer. El primero deja poco espacio para la transformación de lo social y desacredita utopías colectivas, viviendo en una obsesión alejada de la contaminación de “lo otro”, con una sintomatología fóbica que expulsa la diferencia.
Por
otra parte, cuando el otro se nos presenta únicamente como
masificado, se nos escamotea el otro como acontecimiento. Y toda
interlocución con el otro, o toda reflexión, se nos presenta como
un paso al abismo, una pérdida de control ante lo que se desea y se
teme. Pero sin esta interlocución sólo se genera lo mismo. Sólo
pensamos donde no somos.
Por
ello intuimos que el acontecimiento viene con la apertura hacia lo
otro, con la escucha del otro. Y proponemos entonces plantear una
gradual construcción de modelos de escucha, de apertura, de espera,
de comprensión. La comprensión es premisa de justicia.
Un
viejo modelo de escucha se articula alrededor de la mesa compartida.
La manera de sentarse a esa mesa dimana de toda una serie de
sistemas de posturas morales y de estructuras sociales. En ciertas
sociedades primitivas cada cual solía recibir su porción para
retirarse con ella a un lugar tranquilo y comérsela en privado. La
comida se considera claramente como una función estrictamente
biológica que como mejor se realiza es al margen de las costumbres
de la mesa o de la atención de los demás. No deja de ser motivo de
reflexión que en nuestros días precisamente las exigencias
temporales nos hacen no pocas veces regresar a esas formas. El acto
de comer y beber juntos ha servido sin embargo históricamente para
crear un ambiente relajado y agradable, propicio a los sentimientos
familiares, a la conversación animada y al apaciguamiento de los
recelos. Vamos a comer juntos, entonces, para no perder esa
conquista de la humanidad...
Comemos
en compañía para evitar la soledad y, como ya recordamos, comemos
solitariamente para evitar la vigilancia y la fatiga de hablar con
otros. Desde la comida en la primer jornada del Decamerón a las
Analectas de Confucio (nombre que refiere a los restos que quedan en
la mesa cuando se termina de comer), todo esto puede ser
rastreado en Argentina desde la Apología del Matambre de
Echeverría, pasando por la reflexión de Sarmiento sobre las
empanadas y los localismos en la Argentina, y en Latinoamérica
hasta el arte culinario en Paradiso de Lezama Lima, quien soñó que
toda la naturaleza servía al apetito del hombre y que al comer el
bosque le penetraba la boca. Toda cultura está en el banquete del
conocimiento. La alimentación y la comida nos ubican en el plano de
una historia en la que naturaleza e identidad dialogan y definen una
esencia, pueden remitirnos a un contenido fundacional y es un
elemento que crea identidad cultural, como el de un café de Buenos
Aires…
donde
esperamos “vernos con los demás, al borde de una mañana eterna,
desayunados todos…”:
“La
cena miserable”, César Vallejo
Hasta
cuándo estaremos esperando lo que
no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre. Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.
no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre. Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.
Hasta
cuándo la Duda nos brindará blasones
por haber padecido
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado…
por haber padecido
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado…
Y
cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos.
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.
De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará.
de una mañana eterna, desayunados todos.
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.
De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará.
Hay
alguien que ha bebido mucho, y se burla,
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba…
Y menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durará!
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba…
Y menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durará!
Las formas del aprendizaje y las derivas del lenguaje
En
tu mezcla milagrosa de sabiondos y suicidas, yo aprendí filosofía,
dados, timba y la poesía cruel de no pensar más en mí.
“Cafetín
de Buenos Aires”, Enrique Santos Discépolo.
¿Cómo
aprender a afrontar los riesgos y lo inesperado, como diseñar una
educación que incluya la mesa compartida entre los mares de
incertidumbre? Hablábamos
de los espacios lúdicos y nadie
duda de que el juego puede ser efectivo para el aprendizaje. Los
juegos permiten la experimentación, la exploración de identidades,
el fracaso y el éxito, la capacidad para resolver problemas y
colaborar con otros, en fin, contribuyen ampliamente al
aprendizaje.
Pero no se trata solo de los juegos sino que en general las
formas de conocimiento valoradas están cambiando velozmente. Diez
años atrás no había Facebook, Twitter o Google. Esto nos permite
imaginar un orden social en el que los objetivos y métodos de
aprendizaje sean diferentes de los actuales. Nuevas habilidades y
competencias emergen junto a grandes cambios demográficos y los
procesos globalizantes: el contexto de aprendizaje cambia.
En
una sociedad de aprendizaje continuo y redes sociales se ve que los
estudiantes invierten tiempo y energía en construir relaciones
alrededor de intereses compartidos y comunidades de conocimiento.
Estamos en los albores de una nueva ecología del aprendizaje: dónde
y cuándo se aprende, qué se necesita aprender y para qué, cómo
se aprende y cómo se ayuda a aprender están cambiando.
Aprender
es la posibilidad de nuevos horizontes tanto dentro como fuera del
sistema educativo formal. De hecho, cada vez se valora
más el aprendizaje informal y las diversas y complejas trayectorias
de aprendizaje y de vida. Descubrimientos, memorias y sentidos
tienen lugar con más frecuencia en otros ámbitos y la educación
formal ya no constituye la mayor parte de nuestro aprendizaje.
Nuestra capacidad en este sentido está directamente ligada a la
naturaleza de los ambientes en los que nos movemos. Y estamos
empezando a ver que se puede aprender en cualquier lado, en
cualquier momento, para cualquier fin, con cualquiera, y así
olvidarnos del modo de aprender que nos ha sido enseñado:
“Procuro
despir-me do que aprendi,
Procuro
esquecer-me do modo de lembrar que me ensinaram.” Alberto Caeiro.
El
aprendizaje se desarrolla en un lenguaje: lugar privilegiado donde
construimos las imágenes de nuestro mundo. Es allí donde se
constituyen nuestra identidad y valores. El modo en que se habla en
determinado espacio social puede “decirnos” mucho sobre lo que
nos inquieta. Lenguaje y construcción de la subjetividad,
entonces, temas que pueden hacer, y que han hecho, las delicias de
los románticos. Pero ¿cuáles son las conversaciones de ese
lenguaje?
Nadie
está por fuera del lenguaje, las creencias y la construcción del
sentido. No se podía escribir más poesía después de Auschwitz
pero Caetano Veloso cantó:
y
sugirió otras palabras:
El desafío es más sofisticado y complejo cuando se expresan las emociones en palabras. Cambian las palabras según la emoción. Cambian las emociones según las palabras. Estaríamos, sin embargo, dejando una era histórica de primacía verbal hacia una fase de lenguaje en decadencia, de silencio parcial…
¡Y
si después de tántas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
César
Vallejo
Las pasiones
Las pasiones
He
aquí como el sentido figurado nace antes que el literal, cuando la
pasión fascina nuestros ojos y la primera noción que nos ofrece no
es la de la verdad.
Rousseau
La
única libertad posible se realiza a través del conocimiento de las
propias pasiones. Spinoza
Nada
importante se realiza en la historia sin pasión. Hegel
La
expresión de las pasiones será herencia de los últimos
sobrevivientes.
Canetti
El lenguaje y la literatura han nacido de las pasiones y las expresan. La Ilíada arranca con la cólera de Aquiles –y la cólera es la pasión por antonomasia en la tradición homérica inaugurando nuestra civilización. En dicho contexto, la pasión es la apertura humana al impulso de los dioses. El hombre se constituye en héroe gracias a su pasión. Contrariamente a dicha tradición, según la cual en la ira el héroe se mueve justificado por los dioses, en el Fedón dice Platón que las pasiones son enfermedades del alma que la fijan como clavos al cuerpo y le impiden el contacto con lo divino.
Apartir
del Medioevo -con los ejemplos de Tristán e Isolda, Abelardo y
Eloísa, Paolo y Francesca- la pasión por antonomasia ha sido el
amor, uniendo sin dudas el sufrimiento con la pasión. Hay varias
pistas -no siendo la religiosa una de las menores- que unen el
sufrimiento con la pasión. Según Vegetti Finzi, la pasión es una
tensión atravesada de felicidad y de dolor: la felicidad de hallar
una dirección a la existencia y el dolor de saber inalcanzable el
objeto de nuestro deseo. La intuición de que sufrimiento y pasión
forman una dupla indisoluble parece trascender las fronteras
lingüísticas y culturales. Pero la palabra pasión
puede ser también la lectura ética de una perturbación que nos
supera. Desde Spinoza y Hegel se ha dibujado un viraje hacia el
sentido positivo de la pasión. Si se trata de resumir esta historia
diremos que en un primer momento las pasiones arrribaban de los
dioses y no podían ser juzgadas; luego, al acentuarse el dominio de
lo racional, procedían de los instintos y eran humillantes; en la
etapa religiosa serán pecaminosas y producto de las tentaciones
diabólicas; y después de Freud se las ve surgidas del inconsciente
y la libido.
Ivonne
Bordelois -de cuyo trabajo hemos obtenido buena parte de estas
observaciones sobre la historia de la pasión- afirma asimismo que
asistimos al duelo de dos raíces pasionales lingüísticas
conviviendo o disputando: una que revela movimiento, sacralidad,
ímpetu, fervor, inspiración y sexualidad desbordante de ira y otra
que denota originariamente pasividad y sufrimiento.
La
idea de que las pasiones son positivas reaparece, como dijimos, en la
modernidad. Kant insiste en considerarlas una “locura de la razón”,
Hume valora la emoción y llega a decir que “la razón es y debe
ser esclava de las pasiones”. Con Descartes y sobre todo con
Spinoza se descubre lo inadecuado de entender a las pasiones como un
simple enceguecimiento.
Mientras
Descartes consideraba deseable llegar a gobernarlas, Spinoza iría
más lejos oponiéndose a separar la razón de la pasión y la mente
del cuerpo. Afirmará que el sujeto, al hacer consciente el deseo y
las pasiones, las va transformando: partiendo de fuerzas que producen
pasividad y esclavitud puede convertirlas en afectos esclarecidos por
una razón apasionada.
En
los últimos tiempos, sin embargo, se ha revitalizado la antropología
hobbesiana llevando a muchos a pensar que el hombre es el lobo del
hombre y su pasión más fuerte la codicia del dinero y del poder. El
liberalismo pudo ser otrora apasionado: enarboló la pasión de la
libertad. Pero la modernidad es el puente de las pasiones calientes
hacia las frías, es decir, el movimiento del frío interés de las
pasiones adquisitivas que acaba consagrándose en la modalidad
consumista de la sociedad de mercado. Las nuevas pasiones se
comercializan, el amor y la ira se reducen a sexo y violencia y la
agresividad competitiva se valoriza.
En
este marco hay que repensar cómo actúa la cultura a través de la
pasión, qué ocurre con nuestra capacidad de ser afectados, con la
posibilidad de que algo nos duela o nos entusiasme. Porque si
bien nos hallamos tocados por esta deriva de las pasiones, no nos
encontramos congelados por el frío del mundo o sumidos en un
vacío. Si las pasiones se han enfriado y generado una sensación de
desertificación -propia de una necesidad de protección- tal
protección fracasa y las pasiones resurgen con una violencia
radical, tanto en nuestros cuerpos como exteriorizada. Nos protegemos
de las mismas pero desfilan ante nosotros. Es la paradoja del
desierto: se desea descubrirlo para renacer a la pasión:
La
experiencia del desnudo invita a comprender los fundamentos del
cuerpo desértico que experimenta la sensación de acceder a lo
elemental. Privados de un mundo público y de historia, las pasiones
íntimas se aproximan a las fronteras de la locura. Con vistas a
percibir la medida del foso que separa al mundo privado del público,
no es inútil evocar la novela del siglo XIX, el género literario
que inventa un arte de las pasiones cuya virtud principal es poner en
relación pasiones privadas y públicas. Rojo
y Negro o
La
Cartuja de Parma de
Stendhal consiguen justamente una circulación entre las pasiones de
lo íntimo y de lo público sin la cual la historia es poco
percibida. Pero hoy las pasiones individuales y colectivas ya no
cristalizan como en el siglo XIX. Y esta erosión de
las
pasiones en la vida pública desemboca en la metamorfosis del
ciudadano en empresario o víctima. En esta encrucijada la
política oscila entre tomar en cuenta a la víctima y el elogio del
éxito que refuerza la apología del mercado.
¿Cómo
comprender este relegamiento de la pasión y de las violencias que la
acompañan al punto de explotar como sobredosis y llevar a una muerte
inevitable? Menos física, la violencia resulta más secreta,
escondida en la mente y en el cuerpo. Más física que nunca, la
violencia también perdura. La violencia es siempre física, pero se
desliza bajo la piel e invade la mente de donde surge con toda la
violencia de un cuerpo monstruoso, ese que muere ante nosotros bajo
una cámara perversa. Como no podemos hablar de nuestras pasiones
ocultas ni contar pequeñas historias, temerosos de las convulsiones
y las enfermedades que amenazan en las cercanías, proyectamos sobre
la pantalla las enfermedades de ayer y de afuera, las violencias
salvajes y arcaicas de las que nos creemos curados.
Hay
que remontar el curso de las pasiones. Si las pasiones no se dicen
como ayer, cuando aparecen nuevas formas de violencia privada y
pública hay que auscultarlas sin demora.
Azul
profundo
es una película sobre el eclipse de la pasión en el mundo
contemporáneo y la muerte que tal vez sea el precio a pagar por ese
apaciguamiento.
La
violencia no es aquí la violencia rebelde de la pasión amorosa sino
la conquista perdida de una pasión marcada en el cuerpo. Que la
pasión es intratable, eso no se muestra más:
¿Será
necesariamente demasiado melodramático ver en el refugiado sin país
de destino y en el drogado desprotegido a los compañeros
inseparables del consumidor confortable? ¿Es absolutamente necesario
que la búsqueda de acción en una sociedad prosaica o la búsqueda
de chivos emisarios en una sociedad desorientada, enfrentada a
cualquier catástrofe social o natural súbita, no produzca sino el
renacimiento de las grandes ideologías sistemáticas, una forma
primitiva de fascismo fundada en el resentimiento, el miedo, el odio
y la histeria? Pierre Hassner
Más
que rendirse ante el dolor, será mejor escuchar los malestares
ocultos en las mentes y los cuerpos, para generarles una historia.
Para salir del miedo y sus parálisis hay que tomarse el tiempo de
adquirir los recursos físicos, estéticos y políticos del
movimiento.
Al
filo de este “viaje al centro del miedo” se cruzan muchas
temáticas. Las más políticas han puesto el acento sobre la
descomposición de la vida pública y el clima de victimización que
afecta a la figura tradicional de la ciudadanía. El futuro de las
democracias pasa por una exigencia política sin la cual las pequeñas
y grandes pasiones cotidianas serán cada vez más difíciles de
soportar. Para salir del miedo, el arte del movimiento debe armonizar
la vida privada y la esfera pública. No es tan segura la necesidad
de desembarazarse de este miedo sagrado. Pero sí del “miedo al
miedo” que estrecha los cuerpos.
¿Cómo
reencontrar el sentido de la historia, una capacidad de orientación
sin matar el miedo? Solo otorgando una visibilidad a esas pasiones
cuya tendencia es ir a perderse en el horizonte de lo infinito. Es
tarea de la política -en su acepción más amplia- traducir las
tensiones y discordias que nos atraviesan, darles una expresión que
permita bordear los precipicios hacia los cuales se desliza. La
política debe escuchar esas confesiones de seres cada vez más
solitarios.
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