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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

lunes, 4 de noviembre de 2013

La literatura y el río

La literatura y el río, por Daniel Scarfo

Dos destinos posibles nos depara el río: el infierno tras el Aqueronte o la liberación en el río de Siddharta. Desde Heráclito y Lao Tsé, el fluir del agua nos ha ofrecido aprendizaje en humildad: el poeta se desplaza por el río en un pequeño bote. Horacio, a punto de arrojarse al Tíber, lo llama padre y dios, pidiendo que cuide bien de su vida, y Virgilio liga el tránsito de las almas al cruce de los ríos.

Nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir”, escribe Manrique. Camoes y Fernando Pessoa levantan la apuesta: “navegar es necesario, vivir no es necesario”. Ulrico Schmidl será el primer cronista del Río de la Plata y Ruy Díaz de Guzmán el primero nacido aquí. Mientras tanto en España el Tajo inspiraba a Garcilaso y Cervantes. Más cerca de nuestros días en Europa el Danubio ocuparía un lugar privilegiado para Heine (como hoy para Magris), pero quizás sea el Sena el río emblema de la literatura europea y es difícil pensarlo sin recordar la visión del mismo de Rastignac al final de Papa Goriot.

El primer poeta argentino que deja su marca sobre el Paraná es Manuel de Lavardén. Luego vendrán Marcos Sastre y Sarmiento, cuyo compromiso con el Delta fue político, periodístico existencial, educativo y literario. Pero "el caballo y las estancias detestan el dinamismo del agua", se lamentaba. El río permite el escape (en la Amalia de José Mármol a Montevideo) y es potencia de futuro que espera inundar el desierto. Pero Juan José Saer nos recuerda en El río sin orillas que no se hará costumbre en nuestras tierras y que el infierno latinoamericano está franqueado por las aguas que hay que vencer para llegar al paraíso, que los ríos son refugios de narcotraficantes y pirañas.

En Estados Unidos Mark Twain encontraba a algunos de sus personajes de Las Aventuras de Huckleberry Finn en el Mississippi. Recuerdo de su niñez, lo celebraba y a aquellos que trabajaban en él, pero éste también acogía bandidos, asesinos y comerciantes de esclavos. En breve llegarían los tiempos europeos de Joseph Conrad -escribiendo a bordo en la lengua del imperio y remontando el río Congo hacia el corazón de las tinieblas. Ese mismo horror es el de los ríos de Quiroga cuyas orillas también quedan bañadas de sangre del enfrentamiento de la civilización con la barbarie. Sabemos del fin trágico de Horacio Quiroga como el de Leopoldo Lugones, que se mató de un tiro en el Delta. Otros se arrojan al río. ¿A dónde esperan ir quienes como Javert en Los miserables se suicidan en sus aguas? ¿Qué es lo que sucede en puentes como el que Ivo Andric situó sobre el Drina? ¿Cómo se conjugan en Albert Camus el desierto y La caída en el río? Las aguas también cobijaron la angustia de Paul Celan, poeta rumano que se arrojó del puente Mirabeau inmortalizado por la poesía francesa. Ahogada en un juego de palabras resulta también la mujer de “El río” de Julio Cortázar.

La reflexión sobre la muerte es una reflexión sobre el tiempo. Y si bien en poesía el río lo pintó como pocos Juan L. Ortiz, fue a Jorge Luis Borges a quien el río de Heráclito y el Ganges le ayudaron a estetizar esa reflexión sobre el tiempo. A Roberto Arlt le preocupaba otra cosa: la vida de los habitantes del Delta, y escribió al respecto. Pidió que sus cenizas se arrojaran allí. Haroldo Conti escribió también sobre su vida en él: decía que “un hombre sin barco no está completo”. Sudeste fue su primera novela con el paisaje como personaje. Otra novela representativa de la zona es La ribera, de Wernicke.

El río nos permite recorrer la literatura. En La casa verde de Vargas Llosa el personaje Fushía es el movimiento mismo del río. Carpentier sacará provecho de los Diarios de Viaje y Crónicas de Indias contemplando lo que ha perdido y debe recuperar. Para ello ficcionalizó su propia existencia en el Orinoco, remontándolo en Los Pasos Perdidos. En “La tercera margen del río” Guimaraes Rosa narra la historia de un padre de familia que manda a construir una canoa para un día internarse en el río para siempre. El autor brasileño decía que le hubiera gustado ser como un cocodrilo: este animal era para él un maestro de la metafísica y la misma palabra “rio” una palabra mágica para conjugar la eternidad. Un último recuerdo literario: con Arguedas atravesamos Los ríos profundos cuando pinta el desmembramiento de las comunidades indígenas andando “por donde nadie más que el agua camina”.

El mar dulce de Payró, la navidad en el Hudson de García Lorca, el río Masacre del dominicano Prestol Castillo, los acuáticos de Marcelo Cohen, el Amazonas de Milton Hatoum…la lista parece infinita…