¿Cómo salir de una situación insoportable? Mientras Dante en La Divina Comedia emerge con una visión de la eternidad de la selva oscura en la que se hallaba perdido, los jóvenes de Boccaccio en el Decamerón escapan de la ciudad no guiados por una ejemplaridad moral sino buscando el entretenimiento y regocijo de una aristocracia urbana. Burlándose de los ideales medievales, el Decamerón nos muestra personajes desprovistos con frecuencia de valor caballeresco, destacándose los embusteros triunfando con astucia en las situaciones descritas a diferencia de la concepción medieval donde el héroe de la historia poseía facultades como la belleza o la fuerza asociadas a la nobleza y la divinidad.
La peste se había llevado al padre, madrastra y amigos de Boccaccio, y se había vuelto obeso. Así compuso el escapista pero también terapéutico Decamerón en el que cada día el relato terminaba con una canción para bailar. Caminatas, músicas, canciones, bailes, una conversación amable, te cuidan de los malos humores que te hacen susceptible a la plaga, se supone allí. Y algunos sintieron que debían obedecer la máxima que dice: “Come, bebe y se feliz, porque mañana puedes morir”.
Mientras en la sociedad medieval el fin estaba ligado a un código moral, al cultivo del esfuerzo y la paciencia, ahora el placer y la diversión ocupaban ese lugar. La primera confiaba en el destino y la gracia divina, el renacimiento traía el engaño, es decir, el ingenio, el hombre era artífice de su destino.
Ya en el siglo XX Camus insistiría en La peste en el absurdo de nuestra condición en un mundo que no elegimos, no podemos controlar ni entender, mostrando el arbitrario sufrimiento y la inevitabilidad de la muerte. Y señalaba que una rebelión efectiva contra ese absurdo nacía de la solidaridad, no ya de “salvarse” ingeniosamente a sí mismo o de un “héroe” que salve el mundo. Con diferentes enfoques existencialistas, Sartre pondría para ello a la política por sobre la moral y Camus haría lo opuesto. En este marco, nada sería más importante que la responsabilidad, política o moral, de nuestras acciones, sin importar nuestras intenciones. Una buena voluntad ignorante puede hacer tanto daño como el mal.
Hoy podemos estar felices por haberle ganado a Brasil, aún a pesar de vivir en tiempos de coronavirus. Pero las manifestaciones masivas de esa alegría son respuestas individualistas en las que pensamos solo en nuestro propio goce personal, sin medir las consecuencias. Ese desinterés es propio de la arrogancia ignorante de quien quiere festejar, no saber. Impacientes de nuestro presente, enemigos de nuestro pasado y desprovistos de un futuro cierto, como nos retratara Camus, quizás no hemos visto morir lo suficiente. El sábado escogimos la felicidad, pero no hacía falta que contribuya escandalosamente a la desgracia de los hombres. Nos cansamos rápido de prestar atención y de pensar en los muertos. Esa fatiga, esa distracción traen más muerte. La pandemia, que hubiera debido reforzar la igualdad, hizo que aumentara el sentimiento de injusticia. Y las víctimas, hastiadas de las prisiones cotidianas, salen a festejar una anhelada victoria deportiva en tiempos en que nadie sonreía en las calles. Y no queremos ni conocer ni recordar, generando muertes al calor de un triunfo deportivo. No es la primera vez que lo hacemos flameando banderas.
No tengo gusto por el heroísmo y la santidad dantescas ni por el ingenio y las picardías renacentistas. Creo habría que haber actuado de manera tal de que muchos otros también puedan seguir festejando. Hay otra patria que no estaba en el obelisco sino en el abrazo de Messi y Neymar, en los exiliados hogareños, en los amores secretos, en el sufrimiento íntimo de los otros. Hace solo unas décadas, Vinicius recordó el momento en que componía el samba “Pra que chorar” internado en un hospital, mientras agonizaba un viejito en el cuarto de al lado. En un momento pensó que ante tal situación debía dejar de hacerlo, pero el samba -confesó- fue más fuerte que la muerte de ese viejito.