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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 17 de agosto de 2021

Tengo la memoria de un cielo



Tengo la memoria de un cielo.
Tengo preguntas sin respuestas.
Sufro, pero no desespero.
Sufrir tiene sus ventajas.

Amo la belleza de ese cielo.
Su silencio corta mi respiración.
Promesa de lucidez indiferente,
en paredes poco sólidas.

Ayer tuve una luna en ese cielo,
y me equivoqué de camino.
¿A dónde fue mi padre? ¿Qué hicieron con mi madre?
Hay un amor que nos separa del mundo.

Escribo para no decir cosas.
Hablo bajo,
porque hablo contra los dioses
y no quiero que me escuchen.

Mi moderación me excede.
Frente a vidas coloridas y violentas,
me excede.

No tengo idea,
No soy un filósofo.
Ni soy fiel a saber alguno.

Sacrificado sin mística,
he degradado mi vida.
Y la de otros.

Por eso ya no me esperan,
solo una estrella oculta me espera.
Lo digo con candor.

No miento, no me rindo, no traiciono.
Pero el dolor destruye mi mundo,
y no puedo reconciliarme con él.

Ni quiero.

Elijo respirar débilmente en la tormenta.
En lo injusto e incomprensible, soplo.
Sin ideas, soplo en el soplo.

Frente a esa piedra en medio del camino, soplo.
Y me detengo, casi sonriente, a contemplar sus límites, su tensión oculta.
Su primavera infértil.
Su hipócrita paz.

Siempre guardo algo roto.
Nunca amaré menos,
nunca me consolaré,
pues es dulzura
esa sombra sin aire,
esa luz,
que no termina de perderse
en mí.

Tengo la memoria de un cielo,
e imagino sus pasos en la arena
escribiendo el sueño de la luna llena.

viernes, 13 de agosto de 2021

Un tiempo para la poesía (publicado como "El sentido poético de nuestras vidas, de cara a la pos-pandemia)



Vivimos en un mundo que hace tiempo que no tiene demasiado en claro hacia dónde va. Cansados y enjaulados, el mañana nos quema. Hoy somos, más que nunca, imaginación, deseo y memoria, y eso suena a tiempo para la poesía. La poesía es deseo de una realidad diferente y necesidad de reducir distancias, por eso puede ser vital en tiempos de pandemia. Pero la misma ha vivido una vida clandestina y disminuida en un universo cartesiano. En ella hay nostalgia de un orden espiritual en un mundo que ha perdido el sentido.

La poesía está cerca de otros intentos de transformar la humanidad y a nosotros mismos. Está en nosotros como ansia de lo que deseamos: otro cuerpo, otro ser, otra vida. Exaltar la poesía en estos días difíciles quizás sea una provocación, es entendible verlo así. Porque para muchos puede no iluminar o tener valor cuando las prioridades son otras. Pero tal vez la hora requiera de coraje poético. Si el sentido ha dejado de iluminar el mundo, damos vuelta alrededor de una ausencia y en esa rotación la poesía arroja luces que titilan.

Mientras enfrentamos, aislados, el futuro, compartimos un sentimiento de incerteza. En el exilio de todos en un presente de zoom, un futuro informe pide poesía para no rendirnos tan fácilmente frente a la noche del tiempo: una pregunta sobre el sentido, una búsqueda de belleza, incluso un acto de fe cuando sentimos la inminencia de una presencia. Y ahí la poesía puede intentar reunir lo que ha sido separado: nosotros.

Tal vez haya que formular las bases poéticas y valorativas de un nuevo mundo y ser, por primera vez en la historia, ciudadanos del mismo. Con la pandemia quizás comience la era del sentimiento planetario. Fomentar valores de significación poética en este sentido no solo no debería descartarse como enfoque de las políticas públicas sino que tal vez sea indispensable. No hay perspectiva de superar la fragilidad del planeta sino se fomenta el surgimiento de fuerzas sociopoéticas con el poder suficiente para ir en otra dirección. De una cultura del simulacro a una cultura del sentido poético, ese sería el camino a recorrer. Y en ese camino hay que volver a entrar en la historia cuando pareciera que ya no damos más, que estamos agotados, que todo fuera un paso al abismo. Una actitud más cuidadosa, con sus limitaciones y debilidades, puede ser por ello la forma que revista la responsabilidad de otra forma de estar y de ser en el mundo que nos ayude a vernos como parte de una identidad planetaria y a vislumbrar otras posibilidades.

Más allá de algunos últimos estertores, la pandemia podría estar llegando pronto a su fin y enfrentaremos el gran desafío de recomponernos. Y de hurgar nuevamente en lo que Bateson llamaba la pauta que conecta al mundo. Kant pensaba que íbamos a estar condenados a una solidaridad de destinos y la pandemia no es una pobre señal al respecto. Cosas que pueden parecernos muy malas pueden tener resultados muy buenos y quien sabe el mundo pueda llegar a ser, tal vez, después de tanto sufrimiento y de otros por venir, de a poquito, cuando nosotros ya no estemos, un dulce día, un inevitable poema compartido.