https://www.clarin.com/opinion/infierno-dias_0_JzLYENyL6B.html
Hay días que parecen infernales. Entonces recuerdo que hay un propósito en el viaje de Dante al infierno: entender las profundidades de la degradación en la cual podemos hundirnos. Beatriz quiere exponerlo a los horrores de aquel para que esté ansioso por regresar a la bondad y al amor.
La selva oscura en la que se halla perdido sin saber qué hacer simboliza la confusión política y moral en su vida y para comprender y purgar el mal es necesario conocer el infierno. Al entrar se le pide abandonar toda esperanza, pudiendo solo continuar por su fe no en la iglesia sino en Virgilio: el papado era uno de los principales factores disolventes por entonces y Dante sentía horror ante la dislocación del sistema de ideales de su espíritu.
Ese mismo horror se traslucirá tiempo después en las grandes tragedias de Shakespeare que reflejarían la decadencia y corrupción política de la corte. Hamlet había revelado que algo estaba podrido y su desesperación emergía de una falta de fe en el lenguaje y en sí mismo, de allí su incapacidad para actuar. Habiendo visto la esencia de las cosas, su náusea lo inhibía de una acción que nada cambiaría.
¿Cómo pedirnos arreglar un país y un mundo desencajado? El conocimiento mata la acción que requiere de los velos de la ilusión y, como intelectual, muere. La conciencia de la catástrofe espiritual de un país se vuelve intolerable para un alma sensible que, más tarde en tiempos románticos, será sujeta a agitaciones tormentosas con el Werther de Goethe imposibilitado de adecuarse al mundo que lo rodeaba o el Frankenstein de Mary Shelley aprendiendo sobre la sociedad criminal en la que se hallaba, sintiéndose excluido de ella y acabando también él buscando su propia muerte.
Ya en siglo XX, si bien en América Latina las pesadillas de la violencia y el desasosiego de los hombres víctimas de la peste del poder fueron maravillosamente retratadas por su literatura, quisiera evocar hoy aquí al infrecuentemente recordado Lezama Lima quien señaló el potencial político de la poesía como reino actuante contra la corrosión de los tiempos, fundando eras imaginarias contra una historia vulgar.
Según Lezama (como también Camus lo haría en Francia de otra forma), había que propiciar la cópula de la historia y la poesía y recuperar “la plenitud humanista frente a las potencias innominadas, los organismos inferiores, el frío caos”: se trataba de resguardar un mundo premercantil en el que sobreviva el diálogo entre las personas.
Para ello, la poesía era el único hecho integrador donde no era posible grieta alguna. Aquí la política no era guerra sino encuentro espiritual, por eso Lezama soñaba con que en su isla pudiera comenzar su historia dentro de la poesía gracias a un vivir “refinado y misterioso”. Frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en una imagen reconstruida del ser humano.
No podremos recuperar lo perdido sin una conciencia política y poéticamente liberadora y soñadora en tiempos de tinieblas. Atormentados por la esterilidad cotidiana, una vida buena solo reaparecerá recreando el lenguaje y nuestro mundo con nuevas expresiones que nos permitan una salida (al menos pero tal vez no solamente imaginaria, dado el poder creador de la poesía) de esos días que nos parecen infernales y su penosa entropía