De los
presidentes que hemos tenido, un poco menos de la mitad fueron abogados (y casi
llegan a dos tercios si solo contamos los elegidos por el voto). Los cambios
políticos en nuestra historia casi siempre han tenido a esta profesión como
protagonista. Nuestro presidente actual no es abogado, pero cita
recurrentemente a Alberdi y a la generación del 37, cuando se buscó en el
estudio del derecho el desarrollo de una filosofía política que guiara a la
nación: los abogados debían filosofar más que conocer la ley. Si bien Alberdi
los consideraba actores necesarios del proceso de construcción del Estado
Nacional, también subrayaba una sobrevaloración de los mismos en desmedro de
los "hombres prácticos" (ingenieros, científicos, comerciantes,
industriales) que serían los verdaderos constructores de la Nación, quizás lo
que Milei llamara en su discurso “las fuerzas productivas” de la misma. Allí se
inscribía la crítica de Alberdi a una educación excesivamente humanista que a
su juicio contribuía a pasiones que la industria y el comercio debían aplacar.
Otros
también vieron en el exceso de abogados en la Argentina un obstáculo para la
transformación de la realidad. Emilio Becher denunciaría en La Nación en 1906
la existencia de una oligarquía integrada en buena medida por abogados.
Consideraba inadmisible que ese título sirviera “para desempeñar el gobierno,
para regir la cancillería, para opinar en el Parlamento, para escribir
volúmenes”, señalando el peligro de tener un número excesivo de abogados en una
sociedad de escasa cultura, contaminando “las letras, la ciencia y la
política”. La intervención de los juristas en las funciones directivas del país
era y aún es demasiado notoria. Por ello en aquellos días Leopoldo Melo pedía
limitar el número de los que se graduaban en esta profesión dado que luego “se
asilaban en los cargos públicos” gravando de manera “innecesaria” el
presupuesto del Estado.
Subestimar a los
políticos en sus capacidades y logros es tarea fácil: basta con ver el país al
que nos han conducido y cuáles son sus bienes personales. En ese sentido, siempre la
creencia de que el estudio del derecho traería una cierta seguridad económica
jugó un rol importante a la hora de elegir la carrera y además, al menos hoy
(como para tantas otras profesiones), no requiere demasiada inversión de tiempo
ni demandas intelectuales considerables mientras que, a la vez, constituye una
casi monopólica puerta de entrada a la justicia y, consuetudinariamente, al
poder.
En su discurso del viernes 8 de marzo nuestro presidente dividió al país en dos grupos sociales: por un lado un establishment de los políticos y sus
amigos y, por el otro, los argentinos de bien amparados por las fuerzas
celestiales y guiados por él que, como “outsider”, nos anuncia que no va a jugar
el “juego mediocre de la política”: no viene a negociar. Dice que hay un camino del
conflicto que no eligió pero al que no le escapa. Sin embargo los políticos
podrían decir que eligió ese camino si no viene a negociar, ya que la política
supone negociación y administración de conflictos: abogados en su salsa.
Nuestro
presidente es pesimista al respecto: dice que no tiene muchas esperanzas en los
políticos porque “la corrupción, la
mezquindad y el egoísmo están demasiado extendidos”: uno podría pensar que
cuidan a cualquier costo sus propiedades privadas.
Por otra
parte, quiere que le muestren que la política puede ser más que lo que es. Este
reclamo es interesante y necesario. Pero cuando se llama a los gobernadores a
firmar un preacuerdo junto con un
“paquete de alivio fiscal” esa convocatoria podría sospechosamente parecerse al "juego mediocre de la política” en el que la negociación, el cálculo y el interés particular priman y no son precisamente dejados de lado.
Medidas como la eliminación de agencias
gubernamentales desprestigiadas, vehículos oficiales y vuelos injustificados,
jubilaciones de privilegio y burocracias sindicales, así como absurdos
beneficios y derechos de condenados, son seguramente bienvenidas por muchos. El Estado y sus funciones se han convertido
en muchos casos en una farsa y el presidente supone que eso es por la misma
naturaleza del Estado. Pero años de experiencia estatal pasada y presente
muestran que no siempre ha sido el caso.
Una cosa es este Estado y
otra cosa es el Estado y su historia. Basta recordar lo que hizo el Estado con la
ley 1420 por la educación en la Argentina y lo que ocurre hoy
cuando efectivamente los chicos en la escuela no entienden lo que leen ni
pueden resolver problemas de matemática básica. Pero no sabemos aún si el
presidente puede resolver ese problema nacional ni cómo piensa hacerlo: que la
gestión educativa esté a cargo de las provincias no lo exime de su
responsabilidad en este campo. Y si bien las familias tienen un rol fundamental que ocupar en la
educación, podría discutirse que sean solamente las mujeres amas de casa y
mucho menos en tal condición las que tienen “la enorme tarea de educar a
nuestras generaciones futuras”. Dicha
tarea, que es responsabilidad de todos y que hoy ocurre en muchos lugares,
podríamos imaginarla comenzando desde el ejemplo presidencial y habiendo
comprometido en la historia a figuras con las que simpatiza el presidente como
las de Alberdi o Sarmiento, polemizando entre ellos pero educando al
soberano.
Tiene
razón nuestro primer mandatario cuando dice que “hay una crisis de horizonte”.
Ni el estudiante promedio de abogacía es hoy aquel pensador de la generación del 37 ni la “patria
educativa” está a la altura de su tarea. Por ello y dada la relevancia que
probablemente sigan teniendo en tal horizonte las profesiones del abogado y del
educador en nuestra vida política y cívica, no estaría mal preguntarse en esa
clave por la formación de esas otras “castas” que presiden desde hace tiempo la
administración y la educación en nuestro país.
Finalmente, me quedé
pensando en por qué seríamos, como anunció nuestro presidente, por historia, y
mucho menos por derecho, “uno de los países más importantes del mundo” y en
cuándo fuimos o por qué volveríamos a ser
“un faro de luz para Occidente”. Y noté que, como su denostado Alfonsín otrora,
también Milei nos habla ahora de “bisagras” en la historia. Cuidado: Don Raúl
aprendió duramente que las mismas no existían.