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Dramatis Personae
- Daniel Scarfò
- Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.
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jueves, 4 de abril de 2024
Volver a partir
Lo bueno es que la vida no deja de sorprenderme.
Ayer me presenté a mi trabajo en el Ministerio de Justicia (concretamente en la Dirección de Relaciones con la Comunidad Académica y la Sociedad Civil) y personal de seguridad/policial me impidió el ingreso. Estaba en una larga lista de gente a la que había que impedirle entrar. Nadie me había avisado nada (aún hasta hoy incluso) de que me despedirían. Ni un correo electrónico, una conversación, una llamada telefónica, un telegrama, nada. Yo soy uno de los tantos contratados en el Ministerio via ACARA, un ente cooperador que contrata a muchos trabajadores que de hecho trabajan para el Estado pero a través de un convenio que éste tiene con los entes. Le escribí a un asesor del Ministro en cuanto esto pasó ayer por la mañana para ver si había un error, me dijo que no sabía nada y que se iba a fijar. Porque mi contrato no tenía fecha de vencimiento (como el de otros compañeros a quienes les vencía el 31/3). Pero luego no tuve noticias. Fui a ACARA y me dijeron que estoy en una lista de personas “en proceso de desvinculación”, pero que todavía no hay nada concreto ni ellos despidieron a nadie formalmente aún. Simplemente no nos dejaron (a mí y a otros tantos) ingresar a trabajar. Yo les pedí a los de seguridad si me dejaban pasar para ver si había recibido un mail en el correo oficial (que solo veo en mi computadora de la oficina) con un despido o algo. Me dejaron pasar pero con un personal policial vestido de civil que amablemente me acompañó (pero yo no soy un delincuente que necesita custodia). Fue inútil: el acceso biométrico mío ya estaba cancelado así como mis privilegios de acceso a mi computadora (por lo que no pude recuperar mis archivos, algunos de ellos personales) y mi cuenta de correo laboral. Unos abogados me dijeron que mande un telegrama laboral contando lo ocurrido y pidiendo se aclare mi situación, lo que hice en horas de la tarde.
Entiendo que el Estado tenga que hacer recortes pero creo que esta no es la manera. Se habla con las personas, no se les impide sin aviso el ingreso al trabajo. No es la forma de finalizar un vínculo laboral: la considero inhumana, brutal. Yo ayer estaba muy triste, no por haber perdido eventualmente el trabajo (aunque eso no deje de ser un problema) sino sobre todo por la forma en que esto está ocurriendo. Había una señora llorando en la puerta. No hace falta decirles que yo era el personal de mi oficina con más formación y trayectoria académica y el único sociólogo en la Dirección de Relaciones con la Comunidad Académica y la Sociedad Civil. Y el único con un doctorado. Estaba preparando en estos momentos una capacitación en retórica y oralidad para los nuevos formatos de juicios (mi doctorado y maestrías son en letras en español y portugués). Pero parece ser que todo eso no importa...
Me cansó la Argentina. Me fui muchas veces y siempre terminé volviendo. Es la primera vez en mi vida que sufriría un “despido” (muchas veces he renunciado a distintos lugares, por mis valores), y de esta cruel manera. Luego de vivir en seis países (y siempre volver), buscaré partir nuevamente a mis 59 años. Los jóvenes calificados se están yendo, a mí siento que me están echando. La última vez volví cuando todos se iban, en el 2003, dejando una oficina con vista al mar y a las montañas por un país al que pensaba tenía que darle una oportunidad más. Sobre todo para estar cerca de mis viejos. Pero ya no va más. Ya no puedo permitirme ser tan ingenuo. Ya no quiero soportar más tanta humillación cotidiana. No me lo merezco. Y las formas hablan, revelan, dicen mucho. Veremos si puedo hacerlo, porque ya no tengo veinte años.
Un abrazo de tango, ojalá el último sea en París o en cualquier otra ciudad del extranjero. Lejos, muy lejos de aquí.
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