Ayer conversaba con un sociólogo que me dijo: "Uds., los que se están recibiendo ahora, están c...... No saben sociología, y no tienen nada que ofrecer, por lo tanto, a un mercado que, por otra parte, no los demanda. En la facultad se enseña cualquier cosa menos sociología".
Se supone debo escribir/hablar sobre los perfiles profesionales y las salidas laborales para un sociólogo. Yo, que no fui formado bajo un perfil profesional, que no soy un profesional y que, por lo tanto, carezco de una salida laboral precisa, específica acorde a mis estudios.
No hablaría, en principio, de "perfiles profesionales" sino de un perfil, el "profesional", que puede adquirir diferentes manifestaciones. Por ejemplo, el modelo "gubernamental" consistente en trabajos de planificación y previsión de tendencias del comportamiento en los grupos sociales, en consultorías, intentando flexibilizar la adaptación de las personas a nuevas situaciones, identificando/creando necesidades a satisfacer. En síntesis, la veta técnico-eficientista-funcional, ligada a la investigación social de mercado, a la elaboración de estadísiticas sobre las injusticias que en el planeta acontecen día a día.
Este perfil ha sido llamado en otro tiempo "cientificista" y hoy es alabado por muchos de los que han tenido que soportar el exilio en los años de la dictadura (y que anteriormente eran denostadores del mismo) o por otros que eligieron la opción del viaje al exterior. De una u otra manera, precisan insertarse en un mercado que les exige la adecuación a un ritmo y estilo de trabajo (los seminarios obligatorios en los centros de investigación cumplen un especial papel en este sentido). La recuperación de la democracia ha llevado a la adscripción de muchos a este modelo: funcionarios especialistas no siempre eficaces, aunque siempre fieles a la institución.
Tanto este perfil, como los otros que puedan existir, no existen en forma pura sino que en la realidad se encuentran mezclados y cada uno de ellos contiene diferentes manifestaciones y expresiones.
Por otro lado, encontramos el "perfil ensayístico", calificado por los "profesionalistas" de "metafísico", "filosófico", etc.: cualquier cosa menos sociológico. Este otro perfil, en otros tiempos ligado al acontecer político, bebe hoy también de muchos desencantados de la academia, ante la crisis de la sociología en particular y de la ciencia en general, como modelo explicativo/prescriptivo universal y atemporal. Una de sus características principales es su preocupación/entrecruzamiento con el arte y la filosofía.
Este perfil podrá tomar rasgos "malditos", por ejemplo, en las ciencias sociales (aunque escasean en la sociología), que hacen que la consagración íntima del intelectual aquí sea el enraizamiento entre el pensamiento y la vida personal, pero no como militante o profeta. No es contestatario. Es el propio cuerpo y la vida del intelectual lo que está en juego. El existencialismo ha dado varios ejemplares de esta raza. Y, si bien actúa casi siempre dentro del orden establecido, lo hace jaqueándolo, constantemente en el borde, siempre a un triz de ser expulsado por irreverente, por inútil, por apasionado: el intelectual que hace con la secreta creencia de la inutilidad de su acto. Lamento comunicarles que la "salida laboral" aquí es, obviamente, casi nula, por falta de interés de ambas partes.
Otra cara que puede tomar este segundo perfil es la "revolucionaria", que duda de la eficacia del funcionario pero no como el "maldito" que duda de la de sí mismo. El intelectual revolucionario cree en la importancia de su conciencia como motor de procesos de cambio social radicales y, cuanto menos profesional se sea, más revolucionario se será: la militancia política es muchas veces un ejemplo de esta opción.
¿Cuál es hoy, entonces, el horizonte de expectativas de una persona que está recibiéndose hoy ante estas tradiciones?:
l) Migrar para especializarse, profesionalizarse, tomar distancia, estudiar, etc;
2) Obtener una beca de algún organismo privado o estatal para investigación o estudios;
3) Obtener cargos docentes rentados en la universidad;
4) Realizar trabajos autogestionarios (revistas propias, centros de investigación propios)
5) Militar políticamente, tanto en función de un ideal o como camino profesional que permita obtener una gobernación o un ministerio.
Es necesario, igualmente, realizar diferentes actividades por cuenta propia. La universidad argentina no garantiza hoy ningún tipo de status ante la comunidad académica, ni ante uno mismo. Se nos aparece como indispensable realizar seminarios fuera de la institución, publicar en alguna revista (o en la propia) y obtener algún grado académico en el exterior para "tener voz".
No sé que es lo que se "debe ser". No voy a proponer un modelo de cientista social o de intelectual porque no lo tengo, ni siquiera para mí. Sólo me atrevería a afirmar que ciertas ideas como las de "transdiciplinariedad" e "indisociabilidad" entre la sociología, la antropología, las ciencias políticas, las ciencias de la comunicación y la filosofía, son hoy muy difíciles de ser cuestionadas en tanto toda rígida barrera de separación entre ellas constituye una arbitrariedad justificable únicamente con las leyes del cartesianismo más burdo. Lamentablemente, se nos exige aquí mantenernos dentro de jaulas que ya han sido abiertas en los mismos centros irradiadores de cultura ante los cuales los "profesionales argentinos" no tardan en arrodillarse.
Sí creo importante pensar la posibilidad de considerarnos como intelectuales sin adherir a alguna de estas tradiciones en tanto forman parte de otros momentos socio-históricos y nacieron ante otros elementos movilizadores. Pero no pensando contra estas tradiciones que, a la vez nos constituyen, sino tomando aquello que permanece, en tanto no todo ha cambiado. Somos lo que fuimos, pero no somos sólo eso. Profesionales, malditos, revolucionarios: palabras que hoy no alcanzan, pero que están aún vivas, que remiten a realidades, ficciones, historias y actualidades imposibles de omitir. La sociedad es otra, pero es la misma. Tengo otras necesidades, otros anhelos, las mismas necesidades, los mismos anhelos. Sucede que para ser la/o misma/o, los mismos, para "ser", necesitamos ser otra/o, ser otros, "no ser".
No hay bisagras en la historia. Si así fuera, no habría historia. me refiero con esto tanto a la historia de las ciencias sociales como a la historia de u país. El hacerse cargo del pasado es lo que permite pensar un futuro pues, si no hay historia, no hay tampoco futuro ya que éste sólo podría así ser concedido como bisagra/corte radial con el presente (por lo cual en este presente no podríamos siquiera pensar un futuro en tanto su constitución no estaría asentada en el "hoy, aquí y ahora".
Por ello es que "la bisagra en la historia", en principio revolucionaria a primera vista, movilizante, es altamente paralizadora ya que nada podemos de esa manera decir/hacer que oriente las acciones futuras (así como el pasado no estaría orientando/permitiendo algunas de las acciones actuales). De aquí a la defensa del pragmatismo del "día a día" hay un sólo paso. Extrañamente, entonces, esto hace que la tesis alfonsinista del 83 se corresponda, al menos en estas cuestiones, con el antihistoricismo popperiano (base epistemológica del profesionalismo) y algunas de las materializaciones del llamado "ser postmoderno". Los "yuppies" serían un ejemplo de ello.
Pero acontece que nuestra cultura occidental y moderna no soporta mucho tiempo esta situación que a la vez la constituye (al menos hasta nuestros días). Nuestro propio lenguaje (por el sólo hecho de estar articulado en pasados y futuros) nos obliga a pensar esos tiempos.
Entonces, cuando en el terreno de la cultura se producen procesos de deshistorización y pérdida de dimensiones utópicas, los "pasados" y "futuros" sólo adquieren un valor meta-comunicacional: vuélvense metáforas del presente, "arcaísmos" referenciales sobre nuestro "ser en el mundo".
Pero, por otra parte, paradójicamente, esto nunca termina de ocurrir. El lenguaje y la cultura se resisten a entrar en un nuevo mundo. No hay bisagras en la cultura. No hay bisagras en el lenguaje a pesar de Chomsky. No determina el lengauje al mundo pero "somos en el lenguaje", tanto como el lengauje "es" en nosotros. Hace y es hecho.
En esta tensión moderna, me parece, puede encontrarse uno de los elementos que explican nuestra angustia intelectual, nuestra angustia moderna, entre un espacio de la experiencia y un horizonte de expectativas, entre la tradición y la novedad, entre la memoria y el deseo.
No quiero decir entonces que "todo es historia". Existen momentos disruptivos, quiebres, conversiones, momentos en donde prima el azar, la incertidumbre, el juego de dados: crisis. Pero seis son los números del dado y las posibilidades están dadas acorde a la historia y a la ontogénesis del dado, organismo, sociedad. Azar y necesidad, historia y voluntarismo.
De la historia no nos podemos escapar, y podemos hacerlo. Sentenció alguna vez un escritor mexicano que "mucho importa lo que la historia ha hecho de nosotros, pero se trata de ver qué es lo que nosotros hacemos cno lo que la historia ha hecho de nosotros".
Haremos, entonces, la misma sociología, recuperaremos las mismas tradiciones, pero, a la vez, haremos otra. Intentaremos hacer otra. Mejor, peor, quien sabe... Otra. Porque si hacemos la misma, si repetimos, si no innovamos, si nos sedentarizamos, si aceptamos ser lo que somos aún sin saber si podemos ser otra cosa, entonces sí..."estamos c......".