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Dramatis Personae

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Filopolímata y explorador de vidas más poéticas, ha sido traductor, escritor, editor, director de museos, músico, cantante, tenista y bailarín de tango danzando cosmopolita entre las ciencias y las humanidades. Doctor en Filosofía (Spanish and Portuguese, Yale University) y Licenciado y Profesor en Sociología (Universidad de Buenos Aires). Estudió asimismo Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y Estudios Portugueses en la Universidad de Lisboa. Vivió también en Brasil y enseñó en universidades de Argentina, Canadá y E.E.U.U.

martes, 13 de diciembre de 1988

"No me c....., muchachos" (Perfiles profesionales y el mercado laboral)

      Ayer conversaba con un sociólogo que me dijo: "Uds., los que se están recibiendo ahora, están c...... No saben sociología, y no tienen nada que ofrecer, por lo tanto, a un mercado que, por otra parte, no los demanda. En la facultad se enseña cualquier cosa menos sociología".

       Se supone debo escribir/hablar sobre los perfiles profesionales y las salidas laborales para un sociólogo. Yo, que no fui formado bajo un perfil profesional, que no soy un profesional y que, por lo tanto, carezco de una salida laboral precisa, específica acorde a mis estudios.

       No hablaría, en principio, de "perfiles profesionales" sino de un perfil, el "profesional", que puede adquirir diferentes manifestaciones. Por ejemplo, el modelo "gubernamental" consistente en trabajos de planificación y previsión de tendencias del comportamiento en los grupos sociales, en consultorías, intentando flexibilizar la adaptación de las personas a nuevas situaciones, identificando/creando necesidades a satisfacer. En síntesis, la veta téŽcnico-eficientista-funcional, ligada a la investigación social de mercado, a la elaboración de estadísiticas sobre las injusticias que en el planeta acontecen día a día.

      Este perfil ha sido llamado en otro tiempo "cientificista" y hoy es alabado por muchos de los que han tenido que soportar el exilio en los años de la dictadura (y que anteriormente eran denostadores del mismo) o por otros que eligieron la opción del viaje al exterior. De una u otra manera, precisan insertarse en un mercado que les exige la adecuación a un ritmo y estilo de trabajo (los seminarios obligatorios en los centros de investigación cumplen un especial papel en este sentido). La recuperación de la democracia ha llevado a la adscripción de muchos a este modelo:  funcionarios especialistas no siempre eficaces, aunque siempre fieles a la institución.

Tanto este perfil, como los otros que puedan existir, no existen en forma pura sino que en la realidad se encuentran mezclados y cada uno de ellos contiene diferentes manifestaciones y expresiones.

      Por otro lado, encontramos el "perfil ensayístico", calificado por los "profesionalistas" de "metafísico", "filosófico", etc.: cualquier cosa menos sociológico. Este otro perfil, en otros tiempos ligado al acontecer político, bebe hoy también de muchos desencantados de la academia, ante la crisis de la sociología en particular y de la ciencia en general, como modelo explicativo/prescriptivo universal y atemporal. Una de sus características principales es su preocupación/entrecruzamiento con el arte y la filosofía.

        Este perfil podrá tomar rasgos "malditos", por ejemplo, en las ciencias sociales (aunque escasean en la sociología), que hacen que la consagración íntima del intelectual aquí sea el enraizamiento entre el pensamiento y la vida personal, pero no como militante o profeta. No es contestatario. Es el propio cuerpo y la vida del intelectual lo que está en juego. El existencialismo ha dado varios ejemplares de esta raza. Y, si bien actúa casi siempre dentro del orden establecido, lo hace jaqueándolo, constantemente en el borde, siempre a un triz de ser expulsado por irreverente, por inútil, por apasionado: el intelectual que hace con la secreta creencia de la inutilidad de su acto. Lamento comunicarles que la "salida laboral" aquí es, obviamente, casi nula, por falta de interés de ambas partes.

      Otra cara que puede tomar este segundo perfil es la "revolucionaria", que duda de la eficacia del funcionario pero no como el "maldito" que duda de la de sí mismo. El intelectual revolucionario cree en la importancia de su conciencia como motor de procesos de cambio social radicales y, cuanto menos profesional se sea, más revolucionario se será: la militancia política es muchas veces un ejemplo de esta opción.

       ¿Cuál es hoy, entonces, el horizonte de expectativas de una persona que está recibiéndose hoy ante estas tradiciones?:

        l) Migrar para especializarse, profesionalizarse, tomar distancia, estudiar, etc;

       2) Obtener una beca de algún organismo privado o estatal para investigación o estudios;

       3)  Obtener cargos docentes rentados en la universidad;

       4) Realizar trabajos autogestionarios (revistas propias, centros de investigación propios)

       5) Militar políticamente, tanto en función de un ideal o como camino profesional que permita obtener una gobernación o un ministerio.

       Es necesario, igualmente, realizar diferentes actividades por cuenta propia. La universidad argentina no garantiza hoy ningún tipo de status ante la comunidad acadŽémica, ni ante uno mismo. Se nos aparece como indispensable realizar seminarios fuera de la institución, publicar en alguna revista (o en la propia) y obtener algún grado académico en el exterior para "tener voz".   

  No sé que es lo que se "debe ser". No voy a proponer un modelo de cientista social o de intelectual porque no lo tengo, ni siquiera para mí. Sólo me atrevería a afirmarŽ que ciertas ideas como las de "transdiciplinariedad" e "indisociabilidad" entre la sociología, la antropología, las ciencias políticas, las ciencias de la comunicación y la filosofía, son hoy muy difíciles de ser cuestionadas en tanto toda rígida barrera de separación entre ellas constituye una arbitrariedad justificable únicamente con las leyes del cartesianismo más burdo. Lamentablemente, se nos exige aquí mantenernos dentro de jaulas que ya han sido abiertas en los mismos centros irradiadores de cultura ante los cuales los "profesionales argentinos" no tardan en arrodillarse. 

       Sí creo importante pensar la posibilidad de considerarnos como intelectuales sin adherir a alguna de estas tradiciones en tanto forman parte de otros momentos socio-históricos y nacieron ante otros elementos movilizadores. Pero no pensando contra estas tradiciones que, a la vez nos constituyen, sino tomando aquello que permanece, en tanto no todo ha cambiado.  Somos lo que fuimos, pero no somos sólo eso. Profesionales, malditos, revolucionarios: palabras que hoy no alcanzan, pero que están aún vivas, que remiten a realidades, ficciones, historias y actualidades imposibles de omitir. La sociedad es otra, pero es la misma. Tengo otras necesidades, otros anhelos, las mismas necesidades, los mismos anhelos. Sucede que para ser la/o misma/o, los mismos, para "ser", necesitamos ser otra/o, ser otros, "no ser". 


No hay bisagras en la historia. Si así fuera, no habría historia. me refiero con esto tanto a la historia de las ciencias sociales como a la historia de u país. El hacerse cargo del pasado es lo que permite pensar un futuro pues, si no hay historia, no hay tampoco futuro ya que éste sólo podría así ser concedido como bisagra/corte radial con el presente (por lo cual en este presente no podríamos siquiera pensar un futuro en tanto su constitución no estaría asentada en el "hoy, aquí y ahora".

Por ello es que "la bisagra en la historia", en principio revolucionaria a primera vista, movilizante, es altamente paralizadora ya que nada podemos de esa manera decir/hacer que oriente las acciones futuras (así como el pasado no estaría orientando/permitiendo algunas de las acciones actuales). De aquí a la defensa del pragmatismo del "día a día" hay un sólo paso. Extrañamente, entonces, esto hace que la tesis alfonsinista del 83 se corresponda, al menos en estas cuestiones, con el antihistoricismo popperiano (base epistemológica del profesionalismo) y algunas de las materializaciones del llamado "ser postmoderno". Los "yuppies" serían un ejemplo de ello.

Pero acontece que nuestra cultura occidental y moderna no soporta mucho tiempo esta situación que a la vez la constituye (al menos hasta nuestros días). Nuestro propio lenguaje (por el sólo hecho de estar articulado en pasados y futuros) nos obliga a pensar esos tiempos.

Entonces, cuando en el terreno de la cultura se producen procesos de deshistorización y pérdida de dimensiones utópicas, los "pasados" y "futuros" sólo adquieren un valor meta-comunicacional: vuélvense metáforas del presente, "arcaísmos" referenciales sobre nuestro "ser en el mundo".

Pero, por otra parte, paradójicamente, esto nunca termina de ocurrir. El lenguaje y la cultura se resisten a entrar en un nuevo mundo. No hay bisagras en la cultura. No hay bisagras en el lenguaje a pesar de Chomsky. No determina el lengauje al mundo pero "somos en el lenguaje", tanto como el lengauje "es" en nosotros. Hace y es hecho.

En esta tensión moderna, me parece, puede encontrarse uno de los elementos que explican nuestra angustia intelectual, nuestra angustia moderna, entre un espacio de la experiencia y un horizonte de expectativas, entre la tradición y la novedad, entre la memoria y el deseo.

No quiero decir entonces que "todo es historia". Existen momentos disruptivos, quiebres, conversiones, momentos en donde prima el azar, la incertidumbre, el juego de dados: crisis. Pero seis son los números del dado y las posibilidades están dadas acorde a la historia y a la ontogénesis del dado, organismo, sociedad. Azar y necesidad, historia y voluntarismo.

De la historia no nos podemos escapar, y podemos hacerlo. Sentenció alguna vez un escritor mexicano que "mucho importa lo que la historia ha hecho de nosotros, pero se trata de ver qué es lo que nosotros hacemos cno lo que la historia ha hecho de nosotros".

  Haremos, entonces, la misma sociología, recuperaremos las mismas tradiciones, pero, a la vez,  haremos otra. Intentaremos hacer otra. Mejor, peor, quien sabe... Otra. Porque si hacemos la misma, si repetimos, si no innovamos, si nos sedentarizamos, si aceptamos ser lo que somos aún sin saber si podemos ser otra cosa, entonces sí..."estamos c......".

Homenaje a Foucault

Foucault, de Gilles Deleuze. Bs. As., Paidós, Colección "Paidós Studio", 1987, 170 págs.

Un prólogo de Miguel Morey (español que también ya ha comentado la obra foucaultiana y dedicado a Daniel Defert ("pareja" de Michel), se ha editado en la Argentina con sólo un año de retraso este homenaje intelectual que Deleue realiza a un compañero de estudios, a un amigo, a ese pensador cuyo nombre día a día resuena en los claustros universitarios de las humanidades y las ciencias sociales.

En el texto se retoman, modificados, dos artículos que el autor había escrito anteriormente en la revista Critique sobre la Arqueología del saber (1969) y sobre Vigilar y Castigar (1975), emergentes rizomáticos de la producción de sentido en una construcción ficticia de diagonales que entrecruzan diversas inventivas teóricas. No en vano Deleuze retomará en su Lógica del Sentido el camino de la comprensión del alter por sobre el de su control. Tal vez Vigilar y Castigar y El anti-Edipo sean cara y ceca de una misma obra, el pasado y el futuro de un presente cuyo movimiento es irrepresentable. 

Dirá el autor que tres son las preguntas centrales de Foucault: "¿Qué sé?",  "¿Qué puedo?" y "¿Qué soy?", procurando "pensar de otro modo" (título de la segunda parte del libro). Gilles pone sobre la mesa también todos sus escritos previos, los junta con los de Foucault y, en nietzcheano cubilete, tira los dados: reflexiona, viaja, se convierte. 

El pasaje que va de la práctica archivista de La Arqueología del Saber a la cartografía de Vigilar y Castigar es el camino del archivo al diagrama, de los sueños de una multiplicidad enunciativa articulados e una nueva pragmática (en la cual lo contextual pierde peso y se discute la posición del sujeto sumido en "discursos sin referencia", a la aparición de una nueva sensibilidad punitiva y una microfísica del poder que la acompañe en las sociedades disciplinarias, así como los mapas provocan a los escribidores a acompañarlos en un movimiento de rebelión.

Ciencia y poesía en la transversal del tiempo, en los espaicos seriales se funda de esta manera una nueva metodología que, según explica Deleuze, "no cierra" pues es definida, ya pensando "de otro modo", a través de los estratos o formaciones históricas: lo visible y lo enunciable, el saber. Para Deleuze, Foucault supo inventar una nueva forma específicamente filosófica de interrogar qeu otorga un nuevo impulso a la historia, en la cual ahora el enunciado posee la primacía sumergido en un medio audiovisual. Abriendo máscaras que nada ocultan, develando secretos que sólo existen para ser traicionados como una reseña traiciona a un texto, el principio histórico más importante de Foucault sería: en cada época siempre se dice todo, "se habla". Pero nada es directamente legible o visible: "Foucault está más cerca de Goethe que de Newton", sostiene Gilles Deleuze.

Acentuando una especie de neokantismo en la búsqueda de condiciones a priori, la receptividad sin embargo no será pasividad: acción y pasión constituyen los juegos de verdad; una película, presiones y capturas mutuas que se ven atravesadas por las estrategias o por lo no estratificado: el pensamiento del afuera, el poder.

La escritura se muestra con toda su belleza en Deleuze, quien hallará puntos de encuentro entre Faulkner y Foucault, entre el azar y la necesidad. La vida, el nuevo sujeto de derecho, será el lugar de la resistencia desde los pliegues o el adentro del pensamiento: subjetivación.

"¿Cómo concebir un 'poder de la verdad' que ya no fuese más verdad de poder, una verdad que derivase de las líneas transversales de resistencia y no de las líneas integrales de poder?". "¿Cómo franquear la línea?", se nos pregunta. Temor ante lo desconocido, infamia chejoviana de los hombres, las múltiples muertes permiten convertir la fenomenología en epistemología: el pliegue que Foucault encuentra en Merleau Ponty y la batalla audiovisual que halla en Roussel, Brisset, Magritte, (¿en un omitido Jarry?), el sonido y la furia desde Heráclito a Faulkner, todo desembocando en una pregunta: ¿Cómo constituirnos, cómo producirnos como sujetos?

Pensamientos, variaciones: "Foucault ya no sólo es un archivista como Gogol, un cartógrafo como Chéjov, sino que también es un topólogo como Biély en la gran novela "Petersburgo". Así cuenta Deleuze la gran ficción de Foucault, así dibuja una embarcación, interior del exterior, en seis estudios relativamente independientes, entre los cuales el anexo final sobre la muerte del hombre y sobre el superhombre nos plantea un recorrido desde la formación histórica clásica, pasando por la formación histórica del siglo XIX, hasta pensar en la formación del futuro en la que ya no será "ni Dios ni el hombre" sino el "superhombre, nueva forma de la que cabe esperar que no sea peor que las precedentes" Quien quiera consultar una buena reseña de esta obra lea el prólogo de Miguel Morey, ya que esto, "esto no es una reseña".