Ya escribí algo sobre este cuento. La lectora lo sabe. Pero ahora se me pide un orden, prestar atención a los conceptos, como quien se pone un corsé, como quien hace una fila, pensar con los marcos ya dados, es decir, no pensar tanto, atenerse, agarrarse, para ayudarme, no vaya a ser cosa de que me pierda, no vaya a ser cosa.
Se me dice que una trama "se compone de elementos separables que tienen el potencial de formar un sistema de relaciones internas". O sea, no se dice nada. ¿De qué no puede predicarse eso? La misma distinción entre estática y dinámica, profundidad y superficie...It's still the same old story, of fight for love and glory...No voy a contar el cuentito, es decir, la estructura dinámica y la superficie. De la estrutura profunda tampoco voy a hablar, es demasiado profunda para expresarla con algo que no sea el silencio. Lo profundo ama el silencio y todo ama la caricia.
No me interesan los kernels (aunque me gustan las almendras y las avellanas) ni los catalysts (aunque soy amigo de las enzimas). ¿Relaciones de causa-efecto? Gracias, ya probé.
Debo reconocer que los personajes me interesan más, son más carnales que la trama y los eventos. Más vitales. Del tiempo mejor no hablar. Las analepsis, prolepsis y elipsis me hincan el alma. ¡Qué lejos están! No me gustan las estructuras. Abjuro de las prisiones semánticas, de la aplanadora aritmetización del placer del texto, de la experiencia estético-cognitiva.
Creo que puede estudiarse el texto con más irresponsabilidad, más seriamente, menos gravemente, pasando cosas por alto, haciéndose el distraído (inevitable en todo lector), jugando con las palabras, hundiéndose en el texto sin mascarillas de oxígeno, sin equipamiento militar, sin defensas, con más amor y menos control (Rubén Blades, tiembla). Con la philia de los griegos, mi pana, con la prudencia de la ignorancia.
Sí a la expresión, no a la disección.
Por una crítica sin marcos, por una escritura más tierna y amable en un mundo de rigidez y prepotencia, por un reencantamiento a través de la imaginación contra el recuento de los médicos de la literatura.
En un mundo de puertas cerradas, no pienso cerrar también ésta, tal vez la puerta de las puertas. Recuerdo que en Amarcord hay toda una reflexión desencadenada (en su doble o múltiple acepción) por parte del narrador que va recordando con cariño las imágenes que se nos presentan. Figuras. Shocks estéticos. Miradas cálidas para llenar la crítica de color, de ternura, de vértigo exhaustivo. Erotizar la crítica es amarcordizarla, es a-marco, es decir, sin marco, sin record, jugando con el texto, seduciéndolo, dejándonos seducir por él. El crítico tiene memoria, pero mala. ¿El ojo distraído de Benjamin? ¿O el desviado de Bloom? Lee, pero mal. De allí nace su creatividad, su consciente arbitrariedad. Contra la fría futilidad del marco, la cálida futilidad del amigo del texto, de su propio cuerpo. "Un amigo es uno con la piel de otro" sentenciaba Atahualpa Yupanqui.
Frente a la operación de la palabra, su caricia.
Yo no puedo tragarme al texto.
Yo no quiero tragarme al texto.
Protexto.
Yo no juego con eso.
Por eso,
Preso
Peso.
Porque como en "Dos vueltas de llave y un arcángel", el juego era divertido hasta que llega la violencia, el ahogo, el corte epistemológico. La niña es el texto violado por San Gabriel Arcángel el crítico, que lo controla, lo golpea. Los textos rezan ante sus amenazas. Son tres, y no dos las vueltas de llave. Como bien dice el narrador "San Pedro abriendo (¿cerrando?) el cielo", el crítico abriendo (¿cerrando?) la interpretación.
¿Quién protege al texto? ¿A los poetas? Como en "El perseguidor" de Cortázar, están condenados a sus críticos Una persecución que deja sangre, sudor, saliva y semen en el camino, en las calles de nombres santos (¿Para cuándo las calles con nombres de críticos literarios?).
No los protejan más. No nos protejan más. Yo soy un texto también. Y siento el desgarrón del texto, dolido al escuchar aquellos marcos en los que no se reconoce, a los que se lo reduce. El texto también tiene verguenza, pudor, como la niña, y pide a gritos "Que no me miren, que no me miren". Y si quiere escaparse no lo dejan, lo inmovilizan. El crítico "le había desgarrado el traje arriba abajo y, sujetándola por el pelo, le cruzaba la espalda desnuda formando cuadros pequeños", formando marcos, marcas, "y el yodo cayó como una oleada de fuego sobre la espalda desnuda", sobre los blancos del texto que es todo un blanco y radiante, como una novia.
La tercer vuelta de llave la dará el texto (ya la están dando los objetos en su rebelión* -y de eso estoy hablando-) y por eso no puedo hablar así, como me piden, y por eso no me dejan ellos hablar...y de lo que no se puede hablar es mejor callar...y acariciar.
The world will always welcome lovers, as time goes by...
*Es el objeto vuelto sujeto al que, si no entendí demasiado mal, parecía aludir el profesor Rubén Ríos Avila en su conferencia sobre Palés Matos y Pedreira, es la posibilidad de poseer por parte de lo que huye, la voz de lo que jamás nos hemos imaginado que podía tener voz, vida: lo inanimado, lo inhumano, el silencio, la piedra. Como preveía Nietzsche en Más allá del bien y del mal, acabamos adorando las piedras. Es parte de la nueva religión. La última que tal vez nos reste.